Guadalupe: Una Imagen Viva
(Programa Completo)
Elogio: Bienaventurada Virgen María de Guadalupe en México, cuyo gran maternal auxilio implora con humildad el pueblo en la colina de Tepeyac, cerca de la ciudad de México, donde apareció. Ella brilla como una estrella que invita a la evangelización de los pueblos, y es invocada como protectora de los indígenas y de los pobres.
Patronazgos: el Papa Benedicto XIV la proclama Patrona de México en 1754, recibe la coronación pontificia en 1895, y en 1945 el Papa Pío XII la proclama Patrona de América Latina.
Refieren a este santo: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain.
Oración
Dios, Padre de misericordias, que constituiste a tu pueblo bajo el singular patrocinio de la Santísima Madre de tu Hijo, concede a todos los que invocan a la Bienaventurada Virgen de Guadalupe, que con más alegre fe busquen el progreso de los pueblos por caminos de justicia y de paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Otros santos de este día:
Santos Epimaquio, Alejandro, Amonarión, Mercuria, Dionisia y otra compañera, mártires
Conmemoración de los santos mártires de Alejandría de Egipto, Epimáquio y Alejandro, que en tiempo del emperador Decio, después de larga prisión y tormentos varios, fueron quemados por su fe en Cristo. Con ellos sufrieron el martirio las santas Amonarión, virgen, Mercuria, Dionisia y otra compañera, a las que, avergonzado el juez al verse vencido por las mujeres, y temiendo ser vencido también por la constancia que mostraban resistiendo los inauditos tormentos que les infligía, finalmente hizo decapitar.
San Espiridión de Tremitus, obispo
En la isla de Chipre, san Espiridión, obispo, auténtico pastor de ovejas, cuyas gestas admirables estaban en boca de todos.
San Finiano de Clonard, abad
En Clonard, lugar de Hibernia, san Finiano, abad, que fundó muchos monasterios y fue padre y maestro de una ingente multitud de monjes.
San Corentino de Quimper, obispo
En Quimper, de la Bretaña Menor, san Corentino, venerado como el primer obispo de esta ciudad.
San Israel, religioso presbítero
En Dorat, en el territorio de Limoges, en Aquitania, san Israel, presbítero y canónigo regular, que fue de gran ayuda al obispo en la predicación de la Palabra de Dios.
San Vicelino de Oldenburgo, obispo
En Neumünster, de Holstein, en Alemania, muerte de san Vicelino, obispo de Oldenburgo, el cual se dedicó con interés a la evangelización de los eslavos.
Beato Bartolo Buonpedoni, presbítero
Cerca de Celloli, de la Toscana, beato Bertolo Buonpedoni, presbítero, que, atacado de lepra a los sesenta años, dejó la cura parroquial y, vistiendo el hábito de la Tercera Orden Regular de San Francisco, recluido en un hospicio atendió pacientemente a todos.
Beato Conrado de Offida, religioso presbítero
En el territorio de Bastia, cercano a Asís, en Umbría, beato Conrado de Offida, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, el cual amó y buscó la humildad y la primitiva pobreza de la Orden.
Beato Jacobo Capocci, monje y obispo
En Nápoles, de la Campania, conmemoración del beato Jacobo Capocci, obispo, de la Orden de Ermitaños de San Agustín, que rigió la iglesia de Benevento y después la de Nápoles, iluminándolas con sabiduría, doctrina y prudencia.
San Simón Phan Dác Hòa, mártir
En Hué, en Annam, san Simón Phan Dác Hòa, mártir, el cual, siendo médico y padre de familia eximio en caridad, reinando el emperador Minh Mang fue apresado por haber hospedado a unos misioneros, y consumó el martirio con la decapitación tras haber soportado cárceles y flagelación.
Beato Pío Bartosik, presbítero y mártir
Cerca de Cracovia, en Polonia, beato Pío Bartosik, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales y mártir, que con Polonia sometida a un régimen extranjero hostil a Dios, consumó el martirio en el campo de concentración de Auschwitz, quebrantado por los tormentos.
Misa del
Domingo (morado o rosa).
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. I o III Adv.
LECC.: vol. I (C).
- So 3, 14-18a. El Señor exulta y se alegra contigo.
- Salmo: Is 12, 2-6. R. Gritad jubilosos, porque es grande
en medio de ti el Santo de Israel.
- Flp 4, 4-7. El Señor está cerca.
- Lc 3, 10-18. Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
La alegría ante la proximidad de la Navidad es la característica de este tercer
domingo de Adviento. Así ya en la ant. de entrada cantamos: «Alegraos siempre
en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca» (cf. también 2
lect.). Y en la oración colecta pedimos llegar a la Navidad y poder celebrarla
con alegría desbordante. Se trata de una alegría interior, de modo que cuando
llegue el Señor nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (Pf.).
En el Ev., Juan el Bautista nos llama a la conversión, practicando la caridad y
la justicia, para así prepararnos para la llegada del que «nos bautizará con
Espíritu Santo y con fuego». La comunión eucarística nos prepara para las
fiestas que se acercan purificándonos de todo pecado.
* Hoy no se
permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio
dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 13 de diciembre, pág. 717.
CALENDARIOS: Orden de San Juan de Jerusalén: Aniversario de la
ordenación episcopal de Mons. Jean Laffitte, prelado (2009).
Segovia: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Ángel
Rubio Castro, obispo, emérito (2004).
Solsona: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Xavier
Novell Gomá, obispo emérito (2010).
Zamora: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Fernando
Valera Sánchez, obispo (2020).
Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei: Aniversario de la muerte de
Mons. Javier Echevarría Rodríguez, prelado (2016).
En esta misa se usa el color morado o rosa.
Antífona de entrada Flp 4, 4. 5
Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. El Señor está cerca.
Monición de entrada
Hoy es el tercer domingo de Adviento, cuya liturgia se caracteriza por la
alegría ante la cercanía del Señor. Una alegría que no debe quedarse en lo
puramente exterior sino que debe brotar de nuestros corazones, necesitados de
la salvación que nos trae Cristo. [El tercer cirio que encendemos en
nuestra corona de Adviento sea expresión de la luz que el Señor trae a nuestras
vidas con su venida.]
No se dice Gloria.
Oración colecta
Oh, Dios, que contemplas cómo tu pueblo
espera con fidelidad la fiesta del
nacimiento del Señor,
concédenos llegar a la alegría de tan gran acontecimiento
de salvación
y celebrarlo siempre con solemnidad y júbilo desbordante.
Por
nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
El Señor exulta y se alegra contigo
Lectura de la profecía de Sofonías (So 3, 14-18a)
ALÉGRATE, hija de Sión, grita de gozo, Israel, regocíjate y disfruta con todo
tu ser, hija de Jerusalén.
El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo.
El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno.
Aquel día se dirá a Jerusalén: «¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas!».
El Señor, tu Dios, está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y se
goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de
fiesta.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Is 12,
2-3. 4bcde. 5-6 [R.: 6])
R. Gritad
jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
V. «Él es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
R. Gritad
jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
V. «Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso».
R. Gritad
jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
V. Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
R. Gritad
jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.
SEGUNDA LECTURA
El Señor está cerca
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (Flp 4, 4-7)
HERMANOS:
Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos.
Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con
acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Cf. Is 61, 1 (Lc 4, 18ac)
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El Espíritu del Señor está
sobre mí: me ha enviado a evangelizar a los pobres. R.
EVANGELIO
Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, la gente preguntaba a Juan:
«Entonces, ¿qué debemos hacer?».
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga
comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?».
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido.»
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer?».
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino
contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba en expectante, y todos se preguntaban en su interior
sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no
merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su
trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
PAPA
FRANCISCO
ÁNGELUS. Plaza de San Pedro. Domingo, 16 de diciembre de 2018
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este tercer domingo de Adviento, la liturgia nos invita a la alegría.
Escuchad bien: a la alegría. El profeta Sofonías le dirige a la pequeña porción
del pueblo de Israel estas palabras: «Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza
clamores, Israel» (3, 14). Gritar de gozo, exultar, alegrarse: es esta la
invitación de este domingo. Los habitantes de la ciudad santa están llamados a
gozar porque el Señor ha revocado su condena (cf. v. 15). Dios ha perdonado, no
ha querido castigar. Por consiguiente, para el pueblo ya no hay motivo de
tristeza, ya no hay motivo para desalentarse, sino que todo lleva a un
agradecimiento gozoso hacia Dios, que quiere siempre rescatar y salvar a los
que ama. Y el amor del Señor hacia su pueblo es incesante, comparable a la
ternura del padre hacia los hijos, del esposo hacia la esposa, como dice
también Sofonías: «Él exulta de gozo por tí te renueva por su amor; danza por
ti con gritos de júbilo» (v. 17). Este es —así se llama— el domingo de gozo: el
tercer domingo de Adviento, antes de Navidad.
Este llamamiento del profeta es particularmente apropiado mientras nos
preparamos para la Navidad porque se aplica a Jesús, el Emanuel, el
Dios-con-nosotros: su presencia es la fuente de la alegría. De hecho, Sofonías
proclama: «Rey de Israel, está en medio de ti»; y poco después repite: «El
Señor, tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!» (vv. 15.17). Este
mensaje encuentra su pleno significado en el momento de la anunciación a María,
narrada por el evangelista Lucas. Las palabras que le dirige el ángel Gabriel a
la Virgen son como un eco de las del profeta. Y ¿qué dice el arcángel Gabriel?
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Alégrate»,
dice a la Virgen. En una aldea perdida de Galilea, en el corazón de una joven
mujer desconocida para el mundo, Dios enciende la chispa de la felicidad para
todo el mundo. Y hoy el mismo anuncio va dirigido a la Iglesia, llamada a
acoger el Evangelio para que se convierta en carne, vida concreta. Dice a la
Iglesia, a todos nosotros: «Alégrate, pequeña comunidad cristiana, pobre y
humilde aunque hermosa a mis ojos porque deseas ardientemente mi Reino, tienes
sed de justicia, tejes con paciencia tramas de paz, no sigues a los poderosos
de turno, sino que permaneces fielmente al lado de los pobres. Y así no tienes
miedo de nada sino que tu corazón está en el gozo». Si nosotros vivimos así, en
la presencia del Señor, nuestro corazón siempre estará en la alegría. La
alegría «de alto nivel», cuando está, es plena, y la alegría humilde de todos
los días, es decir, la paz. La paz es la alegría más pequeña, pero es alegría.
También san Pablo hoy nos exhorta a no angustiarnos, a no desesperarnos por
nada, sino a presentarle a Dios, en toda circunstancia, nuestras peticiones,
nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, «mediante la oración y la
súplica» (Filipenses 4, 6). Ser conscientes que en medio de las dificultades
podemos siempre dirigirnos al Señor, y que Él no rechaza jamás nuestras
invocaciones, es un gran motivo de alegría. Ninguna preocupación, ningún miedo
podrá jamás quitarnos la serenidad que viene no de las cosas humanas, de las
consolaciones humanas, no, la serenidad que viene de Dios, del saber que Dios
guía amorosamente nuestra vida, y lo hace siempre. También en medio de los
problemas y de los sufrimientos, esta certeza alimenta la esperanza y el valor.
Pero para acoger la invitación del Señor a la alegría, es necesario ser
personas dispuestas a cuestionarnos. ¿Qué significa esto? Precisamente como
aquellos que, después de haber escuchado la predicación de Juan Bautista, le
preguntan: tú predicas así, y nosotros, «¿qué debemos hacer?» (Lucas 3, 10. Yo
¿qué debo hacer? Esta pregunta es el primer paso para la conversión que estamos
invitados a realizar en este tiempo de Adviento. Cada uno de nosotros se
pregunte: ¿qué debo hacer? Una cosa pequeña, pero «¿qué debo hacer?». Y la
Virgen María, quien es nuestra madre, nos ayude a abrir nuestro corazón a Dios
al Dios-que-viene, para que Él inunde de alegría toda nuestra vida.
Homilía
y apertura de la puerta santa de san Juan de Letrán. Jubileo
extraordinario de la misericordia. III Domingo de Adviento, 13 de
diciembre de 2015
La
invitación del profeta dirigida a la antigua ciudad de Jerusalén, hoy también
está dirigida a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros: «¡Alégrate? grita!»
(So 3, 14). El motivo de la alegría se expresa con palabras que infunden
esperanza, y permiten mirar al futuro con serenidad. El Señor ha abolido toda
condena y ha decidido vivir entre nosotros.
Este tercer domingo de Adviento atrae nuestra mirada hacia la Navidad ya
próxima. No podemos dejarnos llevar por el cansancio; no está permitida ninguna
forma de tristeza, a pesar de tener motivos por las muchas preocupaciones y por
las múltiples formas de violencia que hieren nuestra humanidad. Sin embargo, la
venida del Señor debe llenar nuestro corazón de alegría. El profeta, que lleva
escrito en su propio nombre –Sofonías– el contenido de su anuncio, abre nuestro
corazón a la confianza: «Dios protege» a su pueblo. En un contexto histórico de
grandes abusos y violencias, por obra sobre todo de hombres de poder, Dios hace
saber que Él mismo reinará sobre su pueblo, que no lo dejará más a merced de la
arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de toda angustia. Hoy se
nos pide que «no desfallezcamos» (cf. So 3, 16) a causa de la duda, la
impaciencia o el sufrimiento.
El apóstol Pablo retoma con fuerza la enseñanza del profeta Sofonías y lo
repite: «El Señor está cerca» (Flp 4, 5). Por esto debemos alegrarnos siempre,
y con nuestra afabilidad debemos dar a todos testimonio de la cercanía y el
cuidado que Dios tiene por cada persona.
Hemos abierto la Puerta santa, aquí y en todas las catedrales del mundo.
También este sencillo signo es una invitación a la alegría. Inicia el tiempo
del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia. Es el momento de redescubrir
la presencia de Dios y su ternura de padre. Dios no ama la rigidez. Él es
Padre, es tierno. Todo lo hace con ternura de Padre. Seamos también nosotros
como la multitud que interrogaba a Juan: «¿Qué tenemos que hacer?» (Lc 3, 10).
La respuesta del Bautista no se hace esperar. Él invita a actuar con justicia y
a estar atentos a las necesidades de quienes se encuentran en estado precario.
Lo que Juan exige de sus interlocutores, es cuanto se puede reflejar en la ley.
A nosotros, en cambio, se nos pide un compromiso más radical. Delante a la
Puerta Santa que estamos llamados a atravesar, se nos pide ser instrumentos de
misericordia, conscientes de que seremos juzgados sobre esto. Quién ha sido
bautizado sabe que tiene un mayor compromiso. La fe en Cristo nos lleva a un
camino que dura toda la vida: el de ser misericordiosos como el Padre. La
alegría de atravesar la Puerta de la Misericordia se une al compromiso de
acoger y testimoniar un amor que va más allá de la justicia, un amor que no
conoce confines. Y somos responsables de este infinito amor, a pesar de
nuestras contradicciones.
Recemos por nosotros y por todos los que atravesarán la Puerta de la
Misericordia, para que podamos comprender y acoger el infinito amor de nuestro
Padre celestial, quien recrea, transforma y reforma la vida.
ÁNGELUS, III Domingo de Adviento, 13 de diciembre de 2015
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy hay una pregunta que se repite tres veces: «¿Qué cosa
tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Se la dirigen a Juan el Bautista tres
categorías de personas: primero, la multitud en general; segundo, los
publicanos, es decir los cobradores de impuestos; y tercero, algunos soldados.
Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la
conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud Juan responde
que compartan los bienes de primera necesidad. Al primer grupo, a la multitud,
le dice que compartan los bienes de primera necesidad, y dice así: «El que
tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida,
haga lo mismo» (Lc 3, 11). Después, al segundo grupo, al de los cobradores de
los impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida (cf. Lc 3,
13). ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro el Bautista. Y al
tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de contentarse
con su salario (cf. Lc 3, 14). Son las respuestas a las tres preguntas de estos
grupos. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta
en compromisos concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús
indica en toda su predicación: el camino del amor real en favor del prójimo.
De estas advertencias de Juan el Bautista entendemos cuáles eran las tendencias
generales de quien en esa época tenía el poder, bajo las formas más diversas.
Las cosas no han cambiado tanto. No obstante, ninguna categoría de personas
está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación,
ni tan siquiera los publicanos considerados pecadores por definición: tampoco ellos
están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de
salvarse. Él está –se puede decir– ansioso por usar misericordia, usarla hacia
todos, acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón.
Esta pregunta –¿qué tenemos que hacer?– la sentimos también nuestra. La
liturgia de hoy nos repite, con las palabras de Juan, que es preciso
convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la
justicia, la solidaridad, la sobriedad: son los valores imprescindibles de una
existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Convertíos! Es la
síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de
Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión:
la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor experimenta la alegría. El
profeta Sofonías nos dice hoy: «Alégrate hija de Sión», dirigido a Jerusalén
(So 3, 14); y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses:
«Alegraos siempre en el Señor» (Fil 4, 4). Hoy se necesita valentía para hablar
de alegría, ¡se necesita sobre todo fe! El mundo se ve acosado por muchos
problemas, el futuro gravado por incógnitas y temores. Y sin embargo el
cristiano es una persona alegre, y su alegría no es algo superficial y efímero,
sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra
alegría deriva de la certeza que «el Señor está cerca» (Flp 4, 5). Está cerca
con su ternura, su misericordia, su perdón y su amor. Que la Virgen María nos
ayude a fortalecer nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría,
al Dios de la misericordia, que siempre quiere habitar entre sus hijos. Y que
nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder
compartir también la sonrisa.
Papa
Benedicto XVI
ÁNGELUS, III Domingo de Adviento "Gaudete", 16 de diciembre de
2012
Queridos
hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan
Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, al río
Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta
a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: "¿Qué
tenemos que hacer?" (Lc 3, 10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes
y se revelan de gran actualidad.
La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice:
"El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que
tenga comida, haga lo mismo" (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de
justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio
entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad
impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en
lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y
caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan
recíprocamente. "El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad
más justa", porque "siempre se darán situaciones de necesidad
material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al
prójimo" (Enc. Deus caritas est, 28).
Vemos luego la segunda respuesta, que se dirige a algunos
"publicanos", o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya
por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se
aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien
de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en
nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento
honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la
observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: "No robar"
(cf. Ex 20, 15).
La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto
poder, por lo tanto tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: "No
hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino
contentaos con la paga" (v. 14). También aquí la conversión comienza por
la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos,
especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.
Considerando en su conjunto estos diálogos, impresiona la gran concreción de
las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí,
justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su
voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre
actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si
cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por
intercesión de María Santísima, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad
llevando buenos frutos de conversión (cf. Lc 3, 8).
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios. Él está cerca de los que lo invocan.
- Por la Iglesia, precursora de Cristo como Juan Bautista, para que sepa hacer
atrayente para todos el mensaje cristiano. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes, para que procuren sin descanso la justicia y la paz.
Roguemos al Señor.
- Por los enfermos y todos los que sufren, para que no teman y reconozcan junto
a ellos a quien los ama de verdad. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que recibimos la Buena Noticia, para que llevemos a todos la
alegría y la esperanza, compartiendo nuestra vida y nuestras cosas con los
demás. Roguemos al Señor.
En ti confiamos, Señor, escúchanos:
tú eres nuestra salvación.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Haz, Señor, que te ofrezcamos siempre este sacrificio
como expresión de
nuestra propia entrega,
para que se realice el santo sacramento que tú
instituiste
y se lleve a cabo en nosotros eficazmente la obra de tu salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I de Adviento
Las dos venidas de Cristo
En
verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre
y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo,
Señor nuestro.
Quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne,
realizó el
plan de redención trazado desde antiguo
y nos abrió el camino de la salvación
eterna,
para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria,
revelando
así la plenitud de su obra,
podamos recibir los bienes prometidos que ahora,
en
vigilante espera, confiamos alcanzar.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
tronos y dominaciones, y con todos los
coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, santo Santo...
Antífona de la comunión Cf. Is 35, 4.
Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. He aquí nuestro
Dios que viene y nos salvará.
Oración después de la comunión
Imploramos tu misericordia, Señor,
para que este divino alimento que hemos
recibido
nos purifique del pecado y nos prepare a las fiestas que se acercan.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Puede utilizarse la Bendición solemne. Adviento.
Dios todopoderoso y rico en misericordia,
por su Hijo Jesucristo, cuya
venida en carne creéis
y cuyo retorno glorioso esperáis, en la celebración de
los misterios del Adviento,
os ilumine y os llene de sus bendiciones.
Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe,
alegres por la esperanza
y diligentes en el amor.
Y así, los que ahora os alegráis
por el próximo nacimiento de nuestro
Redentor,
cuando vengo de nuevo en la majestad de su gloria
recibáis el premio
de la vida eterna.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu
Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.