DOMINGO DE LA XXVII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO,
Oficio del Domingo de la Semana III del Salterio
Ángelus del Papa Francisco
(02.10.2022)
SANTORAL DE HOY
Elogio: Memoria de los santos Ángeles Custodios, que, llamados ante todo a contemplar en la gloria el rostro del Señor, han recibido también una misión en favor de los hombres, de modo que con su presencia invisible, pero solícita, los asistan y acompañen.
Tradiciones, refranes, devociones: Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes solo que me perdería. (rima tradicional).
Otros santos de este día:
San Eleuterio de Nicomedia, mártir
En Nicomedia, de Bitinia, san Eleuterio, mártir.
San Saturio, eremita
En Numancia, en la Hispania Cartaginense, san Saturio, eremita.
Santos Leodegario y Gerino, mártires
En Sarcing, en el territorio de Arras, en Neustria, muerte de san Leodegario, obispo de Autun, el cual, sometido a varios suplicios y cegado, fue condenado a muerte injustamente por Ebroín, mayordomo de palacio del rey Teodorico. Con él se venera la memoria de su hermano Gerino, mártir, que dos años antes, por orden del mismo Ebroino, había sido lapidado.
San Beregiso, abad
En Andag, en los bosques de las Ardenas, en Austrasia, san Beregiso, abad, fundador en este lugar de un monasterio de canónigos regulares, que él presidió con fidelidad.
San Ursicino de Chur, abad y obispo
En la Recia, san Ursicino, obispo de Chur y primer abad del monasterio de Disentis, que él mismo había fundado.
San Teófilo, monje
En Constantinopla, conmemoración de san Teófilo, monje, que por defender el culto de las santas imágenes fue torturado cruelmente por el emperador León Isáurico, y después exiliado.
Beatos Luis Yakichi y Lucía, Andrés y Francisco, mártires
En Nagasaki, en Japón, beatos Luis Yakichi y Lucía, esposos, junto con sus hijos Andrés y Francisco, mártires, que murieron por Cristo. La madre y los hijos fueron degollados en presencia del padre, y éste fue quemado vivo.
Beato Jorge Edmundo René, presbítero y mártir
En el mar frente a Rochefort, en el litoral de Francia, en una vieja nave anclada, beato Jorge Edmundo René, presbítero y mártir, que, siendo canónigo de Vézelay, durante la Revolución Francesa fue encarcelado por su condición de sacerdote y murió víctima de tuberculosis.
Santa Juana Emilia de Villeneuve, virgen y fundadora
En Castres, Francia, santa Juana Emilia de Villeneuve, virgen, fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción.
Beato Antonio Chevrier, presbítero y fundador
En Lyon, en Francia, beato Antonio Chevrier, presbítero, que instituyó la Obra de la Providencia del Prado, para preparar sacerdotes destinados a enseñar la doctrina cristiana a jóvenes pobres.
Beato Juan Beyzym, presbítero
En Fianarantsoa, en la isla de Madagascar, beato Juan Beyzym, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, que ejerció su ministerio entre los leprosos, a los que prodigó una obra de caridad en favor de sus cuerpos y de sus espíritus.
Beatos Francisco Carceller Galindo e Isidoro Bover Oliver, presbíteros y mártires
En el municipio de Castellón de la Plana, en la provincia del mismo nombre de la Región Valenciana, en España, beatos Francisco Carceller Galindo, de la Orden de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, e Isidoro Boyer Oliver, de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, presbíteros y mártires, que, durante la persecución religiosa, fueron fusilados junto al muro del cementerio por quienes odiaban el sacerdocio, y consumaron así su martirio.
Beatos Elías y Juan Bautista Carbonell Mollá, presbíteros y mártires
En el lugar de Sax, cerca de Alicante, también en España, beatos Elías y Juan Bautista Carbonell Mollá, presbíteros y mártires, que, siendo hermanos, fueron fusilados en la misma persecución contra la Iglesia.
Beata María Guadalupe Ricart Olmos, religiosa mártir
En la aldea de Silla, cerca de Valencia, también en España, beata María Guadalupe (María Francisca) Ricart Olmos, religiosa de la Orden de los Siervos de María y mártir, que, en la misma persecución, recibió el martirio por su testimonio en favor de Cristo.
Beata María Antonina Kratochwil, virgen y mártir
En la ciudad de Stanislawòw, entonces de Polonia, beata María Antonina Kratochwil, virgen de la Congregación de Hermanas de las Escuelas de Nuestra Señora y mártir, que en tiempo de guerra fue encarcelada por su fe y murió a causa de las torturas soportadas por Cristo.
Beato Szilárd István Bogdánffy, obispo y mártir
En Nagyenyed, beato Szilárd István Bogdánffy, obispo de Oradea Mare de los Latinos, y mártir, asesinado por odio a la fe bajo el régimen comunista.
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Hab 1, 2-3; 2, 2-4. El justo por su fe vivirá.
- Sal 94. R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No
endurezcáis vuestro corazón».
- 2 Tim 1, 6-8. 13-14. No te avergüences del testimonio de
nuestro Señor.
- Lc 17, 5-10. ¡Si tuvierais fe!
La fe es tema fundamental en este domingo. En la 1 lect. el profeta Habacuc se
queja de las dificultades del mundo que le tocó vivir, que ponían a prueba su
fe en Dios. Y el Señor le recuerda que el justo vivirá por su fe. No nos
podemos acobardar ante las dificultades de nuestra época que dificultan la
evangelización. Por el contrario, no nos avergoncemos del testimonio de nuestro
Señor (cf. 2 lect.). Tenemos que pedirle al Señor que aumente nuestra fe,
puesto que es un don de Dios (cf. Ev.). Una oración que en nosotros debe ser
sencilla y frecuente. Además, tenemos que poner de nuestra parte para
alimentarla –especialmente el domingo– en la escucha atenta de la Palabra de Dios.
«Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón» (sal.
resp.).
Liturgia
de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 3 de octubre, pág. 591.
CALENDARIOS: Arzobispado Castrense-Cuerpo Nacional de Policía y Prelatura de
la Santa Cruz y Opus Dei: Santos Ángeles Custodios (S).
Lleida-ciudad: Nuestra Señora de la Academia (S).
Osma-Soria, en la ciudad de Soria: San Saturio, penitente (S).
Antífona de entrada Cf. Est 4, 17
A tu poder, Señor, está sometido el mundo entero;
nadie puede oponerse a ti. Tú creaste el cielo y la tierra y las maravillas
todas que existen bajo el cielo. Tú eres Señor del universo.
Monición de
entrada
Hemos sido
convocados para alabar a Dios y para acoger la salvación que Dios nos regala
por la participación en la eucaristía. Este es el gran sacramento de la fe que
siempre pide de nosotros el crecimiento en la fe para descubrir a Dios en la
celebración y para que esta fe sea la que mueva nuestras buenas obras y nuestra
vida cotidiana. Con nosotros está el Señor, abramos nuestro corazón para
encontrarnos con él.
Acto penitencial
- Ayúdanos a superar nuestra incredulidad: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Queremos creer en ti: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Auméntanos la fe: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno,
que desbordas con la abundancia de tu amor
los
méritos y los deseos de los que te suplican,
derrama sobre nosotros tu
misericordia,
para que perdones lo que pesa en la conciencia
y nos concedas aun
aquello que la oración no menciona.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
PRIMERA LECTURA
El justo por su fe
vivirá
Lectura de la profecía de Habacuc (Hab 1, 2-3; 2,
2-4)
HASTA cuándo,
Señor,
pediré auxilio sin que me oigas,
te gritaré: Violencia!,
sin que me salves?
¿Por qué me haces ver crímenes
y contemplar opresiones?
¿Por qué pones ante mí
destrucción y violencia,
y surgen disputas
y se alzan contiendas?
Me respondió el Señor:
Escribe la visión y grábala
en tablillas, que se lea de corrido;
pues la visión tiene un plazo,
pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella,
pues llegará y no tardará.
Mira, el altanero no triunfará;
pero el justo por su fe vivirá.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL (Sal 94, 1-2. 6-7c. 7d-9 [R.: cf. 7d-8a])
R. Ojalá escuchéis
hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
V. Venid,
aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
R. Ojalá escuchéis
hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
V. Entrad,
postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
R. Ojalá escuchéis
hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
V. Ojalá
escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían
visto mis obras».
R. Ojalá escuchéis
hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
SEGUNDA LECTURA
No te avergüences del testimonio de nuestro Señor
Lectura de la
segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2 Tim 1, 6-8. 13-14)
QUERIDO HERMANO:
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis
manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de
amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro
Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por
el Evangelio, según la fuerza de Dios.
Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que
tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la
ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Aleluya 1 Pe
1, 25
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. La
palabra del Señor permanece para siempre;
esta es la palabra del Evangelio que
os ha sido anunciada. R.
EVANGELIO
¡Si tuvierais fe... !
╬ Lectura
del santo Evangelio según san Lucas (Lc 17, 5-10)
R. Gloria a
ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO,
los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando
vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y
bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo
mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Palabra del
Señor.
R. Gloria a
ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 6 de octubre de 2019
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de
hoy (cf. Lc 17, 5-10) presenta el tema de la fe, introducido con la demanda de
los discípulos: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 5). Una hermosa oración, que
deberíamos rezar tanto durante el día: «¡Señor, auméntame la fe!». Jesús
responde con dos imágenes: el grano de mostaza y el siervo disponible. «Si
tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro:
"Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido» (Lc 17, 6).
La morera es un árbol fuerte, bien arraigado en la tierra y resistente a los
vientos. Jesús, por tanto, quiere hacer comprender que la fe, aunque sea
pequeña, puede tener la fuerza para arrancar incluso una morera; y luego
trasplantarla al mar, lo cual es algo aún más improbable: pero nada es
imposible para los que tienen fe, porque no se apoyan en sus propias fuerzas,
sino en Dios, que lo puede todo.
La fe comparable
al grano de mostaza es una fe que no es orgullosa ni segura de sí misma, ¡no
pretende ser un gran creyente haciendo el ridículo en algunas ocasiones! Es una
fe que en su humildad siente una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se
abandona con plena confianza a Él. Es la fe la que nos da la capacidad de mirar
con esperanza los altibajos de la vida, la que nos ayuda a aceptar incluso las
derrotas y los sufrimientos, sabiendo que el mal no tiene nunca, no tendrá
nunca la última palabra.
¿Cómo podemos
entender si realmente tenemos fe, es decir, si nuestra fe, aunque minúscula, es
genuina, pura y directa? Jesús nos lo explica indicando cuál es la medida de la
fe: el servicio. Y lo hace con una parábola que a primera vista es un poco
desconcertante, porque presenta la figura de un amo dominante e indiferente.
Pero ese mismo comportamiento del amo pone de relieve el verdadero centro de la
parábola, es decir, la actitud de disponibilidad del siervo. Jesús quiere decir
que así es un hombre de fe en su relación con Dios: se rinde completamente a su
voluntad, sin cálculos ni pretensiones.
Esta actitud
hacia Dios se refleja también en el modo en que nos comportamos en comunidad:
se refleja en la alegría de estar al servicio de los demás, encontrando ya en
esto nuestra propia recompensa y no en los premios y las ganancias que de ello
se pueden derivar. Esto es lo que Jesús enseña al final de esta lectura:
«Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: "Somos siervos
inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer"» (Lc 17, 10).
Siervos
inútiles; es decir, sin reclamar agradecimientos, sin pretensiones. "Somos
siervos inútiles" es una expresión de humildad y disponibilidad que hace
mucho bien a la Iglesia y recuerda la actitud adecuada para trabajar en ella:
el servicio humilde, cuyo ejemplo nos dio Jesús, lavando los pies a los
discípulos (cf. Jn 13, 3-17).
Que la Virgen
María, mujer de fe, nos ayude a andar por esta senda. Nos dirigimos a ella en
la vigilia de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, en comunión con los
fieles reunidos en Pompeya para la tradicional Súplica.
Homilía en santa
Marta, Martes 8 noviembre de 2016
Somos siervos inútiles
Somos siervos inútiles (Lc 17, 7-10). ¿Qué significa esta expresión? En la
oración colecta le hemos pedido tres gracias: Aleja, Señor, todo obstáculo en
nuestro camino hacia ti, para que, con serenidad de cuerpo y espíritu, podamos
dedicarnos libremente a tu servicio. ¿Y cuáles son esos obstáculos que nos
impiden servir al Señor con libertad? ¡Hay tantos! Uno es las ganas de poder.
Cuántas veces hemos visto, tal vez en casa: ¡aquí mando yo! Y cuántas veces,
sin decirlo, hemos hecho sentir a los demás que aquí mando yo, ¿verdad? ¡Las
ganas de poder! Pero Jesús nos enseña que el que manda sea como el que sirve.
O, si uno quiere ser el primero, que sea el servidor de todos. Jesús da la
vuelta a los valores de la mundanidad, del mundo. Y ese afán de poder no es el
camino para ser un siervo del Señor: es más, es un obstáculo, uno de esos
obstáculos que hemos pedido al Señor que aleje de nosotros.
El otro obstáculo, que sucede también en la vida de la Iglesia, es la
deslealtad. Esto pasa cuando alguno quiere servir al Señor, pero también sirve
otras cosas que no son el Señor. El Señor nos ha dicho que ningún siervo puede
tener dos señores. O sirve a Dios o sirve al dinero. Jesús nos lo dijo. Y esto
es un obstáculo: la deslealtad. Que no es lo mismo que ser pecador. Todos somos
pecadores, y nos arrepentimos de eso. Pero ser desleales es hacer el doble
juego. Jugar a derecha e izquierda, jugar a Dios y jugar también al mundo. Y
eso es un obstáculo. El que tiene ansias de poder y el que es desleal,
difícilmente puede servir, llegar a ser siervo libre del Señor.
Esos obstáculos quitan la paz y te llevan a esa desazón del corazón de no estar
en paz, siempre ansioso. Y nos lleva a vivir en la tensión de la vanidad
mundana, vivir para aparentar. Cuánta gente vive solo para la galería, para
aparentar, para que digan: ¡Qué bueno que es!, por la fama. ¡Fama mundana! Así
no se puede servir al Señor. Por eso, pidamos al Señor que nos quite los
obstáculos para que con serenidad de cuerpo y espíritu podamos dedicarnos
libremente a tu servicio. El servicio de Dios es libre: nosotros somos hijos,
no esclavos. Y servir a Dios en paz, con serenidad, cuando Él mismo ha apartado
los obstáculos que quitan la paz y la serenidad, es servirlo con libertad. Y cuando
servimos al Señor con libertad, sentimos esa paz más profunda todavía de la voz
del Señor: Ven, siervo bueno y fiel. Y todos queremos servir al Señor con
bondad y fidelidad, pero necesitamos su gracia: solos no podemos. Por eso,
pidamos siempre esa gracia, que sea Él quien quite los obstáculos, que sea Él
quien nos dé la serenidad, la paz del corazón para servirle libremente, no como
esclavos, sino como hijos.
La libertad en el servicio. Aunque nuestro servicio sea libre, debemos repetir
que somos siervos inútiles, conscientes de que solos no podemos hacer nada.
Solo tenemos que pedir y dejar sitio para que Él haga en nosotros y nos
transforme en siervos libres, en hijos, no en esclavos. Que el Señor nos ayude
a abrir el corazón y a dejar trabajar al Espíritu, para que quite de nosotros
esos obstáculos, sobre todo las ganas de poder, que hacen tanto daño, y la
deslealtad, la doble cara de querer servir a Dios y al mundo. Y así, que nos dé
esa serenidad, esa paz para poderle servir como hijo libre que al final, con
tanto amor, le dice: Padre, gracias, pero Tú lo sabes: soy un siervo inútil.
Del Papa Benedicto XVI,
Homilía 3 de octubre de 2010
Queridos
hermanos y hermanas, toda asamblea litúrgica es espacio de la presencia de
Dios. Reunidos para la sagrada Eucaristía, los discípulos del Señor se sumergen
en el sacrificio redentor de Cristo, proclaman que él ha resucitado, está vivo
y es dador de la vida, y testimonian que su presencia es gracia, fuerza y
alegría. Abramos el corazón a su palabra y acojamos el don de su presencia.
Todos los textos de la liturgia de este domingo nos hablan de la fe, que es el
fundamento de toda la vida cristiana. Jesús educó a sus discípulos a crecer en
la fe, a creer y a confiar cada vez más en él, para construir su propia vida
sobre roca. Por esto le piden: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 6). Es una bella
petición que dirigen al Señor, es la petición fundamental: los discípulos no
piden bienes materiales, no piden privilegios; piden la gracia de la fe, que
oriente e ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer a Dios y poder
estar en relación íntima con él, recibiendo de él todos sus dones, incluso los
de la valentía, el amor y la esperanza.
Sin responder directamente a su petición, Jesús recurre a una imagen paradójica
para expresar la increíble vitalidad de la fe. Como una palanca mueve mucho más
que su propio peso, así la fe, incluso una pizca de fe, es capaz de realizar
cosas impensables, extraordinarias, como arrancar de raíz un árbol grande y
transplantarlo en el mar (ib.). La fe —fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que
nos transforme, seguirlo sin reservas— hace posibles las cosas humanamente
imposibles, en cualquier realidad. Nos da testimonio de esto el profeta Habacuc
en la primera lectura. Implora al Señor a partir de una situación tremenda de
violencia, de iniquidad y de opresión; y precisamente en esta situación difícil
y de inseguridad, el profeta introduce una visión que ofrece una parte del
proyecto que Dios está trazando y realizando en la historia: «El injusto tiene
el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe» (Ha 2, 4). El impío, el que
no actúa según la voluntad de Dios, confía en su propio poder, pero se apoya en
una realidad frágil e inconsistente; por ello se doblará, está destinado a
caer; el justo, en cambio, confía en una realidad oculta pero sólida; confía en
Dios y por ello tendrá la vida.
(...) No hay que olvidar que vuestro sentido religioso siempre ha inspirado y
orientado la vida familiar, alimentando valores, como la capacidad de entrega y
de solidaridad con los demás, especialmente con los que sufren, y el innato
respeto por la vida, que constituyen una preciosa herencia que se debe custodiar
celosamente y se debe impulsar aún más en nuestros días. Queridos amigos,
conservad este precioso tesoro de fe de vuestra Iglesia; que sean siempre los
valores cristianos los que guíen vuestras decisiones y vuestras acciones.
La segunda parte del Evangelio de hoy presenta otra enseñanza, una enseñanza de
humildad, pero que está estrechamente ligada a la fe. Jesús nos invita a ser
humildes y pone el ejemplo de un siervo que ha trabajado en el campo. Cuando
regresa a casa, el patrón le pide que trabaje más. Según la mentalidad del
tiempo de Jesús, el patrón tenía pleno derecho a hacerlo. El siervo debía al
patrón una disponibilidad completa, y el patrón no se sentía obligado hacia él
por haber cumplido las órdenes recibidas. Jesús nos hace tomar conciencia de
que, frente a Dios, nos encontramos en una situación semejante: somos siervos
de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores,
porque a él le debemos todo, porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su
voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra
vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un
servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción
que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al
servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de que,
en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir, como nos
sugiere Jesús: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer»
(Lc 17, 10). Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente en
nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros. En efecto, en
otra parte del Evangelio nos promete que «se ceñirá, nos pondrá a su mesa y nos
servirá» (cf. Lc 12, 37). Queridos amigos, si hacemos cada día la voluntad de
Dios, con humildad, sin pretender nada de él, será Jesús mismo quien nos sirva,
quien nos ayude, quien nos anime, quien nos dé fuerza y serenidad.
También el apóstol san Pablo, en la segunda lectura de hoy, habla de la fe.
Invita a Timoteo a tener fe y, por medio de ella, a practicar la caridad.
Exhorta al discípulo a reavivar en la fe el don de Dios que está en él por la
imposición de las manos de Pablo, es decir, el don de la ordenación, recibido
para desempeñar el ministerio apostólico como colaborador de Pablo (cf. 2 Tm 1,
6). No debe dejar apagar este don; debe hacerlo cada vez más vivo por medio de
la fe. Y el Apóstol añade: «Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de
fortaleza, de amor y de templanza» (v. 7).
(...) A vosotros, fieles laicos, os repito: ¡no tengáis miedo de vivir y
testimoniar la fe en los diversos ambientes de la sociedad, en las múltiples
situaciones de la existencia humana, sobre todo en las difíciles! La fe os da
la fuerza de Dios para tener siempre confianza y valentía, para seguir adelante
con nueva decisión, para emprender las iniciativas necesarias a fin de dar un
rostro cada vez más bello a vuestra tierra. Y cuando encontréis la oposición
del mundo, escuchad las palabras del Apóstol: «No tengas miedo de dar la cara
por nuestro Señor» (v. 8). Hay que avergonzarse del mal, de lo que ofende a
Dios, de lo que ofende al hombre; hay que avergonzarse del mal que se produce a
la comunidad civil y religiosa con acciones que se pretende que queden ocultas.
La tentación del desánimo, de la resignación, afecta a quien es débil en la fe,
a quien confunde el mal con el bien, a quien piensa que ante el mal, con
frecuencia profundo, no hay nada que hacer. En cambio, quien está sólidamente
fundado en la fe, quien tiene plena confianza en Dios y vive en la Iglesia, es
capaz de llevar la fuerza extraordinaria del Evangelio.
Se dice Credo.
Oración de los
fieles
Oremos al Señor,
nuestro Dios. El es la roca que nos salva.
- Por la Iglesia, para que sepa dar respuesta a los grandes
interrogantes que el hombre se plantea sobre su vida y su destino. Roguemos al
Señor.
- Por todos los pueblos del mundo, para que disfruten de paz y
aumenten los lazos de unión y concordia entre ellos. Roguemos al Señor.
- Por los pobres, los enfermos, los que carecen de trabajo, para
que encuentren la ayuda y el amor que necesitan. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que, siguiendo la exhortación
del Apóstol-que hemos escuchado-, vivamos con fe y amor cristianos. Roguemos al
Señor.
Escucha nuestras súplicas, Señor,
y auméntanos la fe.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las
ofrendas
Acepta, Señor, el sacrificio establecido por ti
y, por estos santos
misterios que celebramos
en razón de nuestro ministerio,
perfecciona en
nosotros como conviene
la obra santificadora de tu redención.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Prefacio VII
Dominical del Tiempo Ordinario
La salvación, fruto
de la obediencia de Cristo
En verdad es justo y
necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso
que nos enviaste como redentor a
tu propio Hijo,
y en todo lo quisiste semejante a nosotros, menos en el pecado,
para poder así amar en nosotros lo que amabas en él.
Con su obediencia has
restaurado aquellos dones
que por nuestra desobediencia habíamos perdido.
Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría,
te aclamamos con los ángeles y con
todos los santos, diciendo:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la comunión Cf. Lam 3, 25
El Señor es bueno para quienes esperan en él,
para quien lo busca.
O bien: Cf. 1Cor 10, 17
Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos,
formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan y participamos del
mismo cáliz.
Oración después de la comunión
Concédenos, Dios todopoderoso,
que nos alimentemos y saciemos en los
sacramentos recibidos,
hasta que nos transformemos en lo que hemos tomado.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.