DOMINGO DE LA II SEMANA DE ADVIENTO (CICLO C)
PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 05 DE DICIEMBRE
- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Exequias de +ROSARIO HERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, en la Parroquia (a las 10.00 h.).
- Eucaristía del Domingo de la II Semana de Adviento (a las 11.00 h.).
- Exequias de + LORENZO GARCÍA MACÍAS en la Capilla de San Sebastián (a las 12.00 h.).
- Exequias de + JOSÉ JOAQUÍN GÓMEZ MÁRQUEZ en la Capilla de San Sebastián (a las 13.30 h.).
- Rezo del Santo Rosario (a las 19.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la II Semana de Adviento (a las 19.30 h.).
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 05 DE DICIEMBRE
- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Exequias de +ROSARIO HERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, en la Parroquia (a las 10.00 h.).
- Eucaristía del Domingo de la II Semana de Adviento (a las 11.00 h.).
- Exequias de + LORENZO GARCÍA MACÍAS en la Capilla de San Sebastián (a las 12.00 h.).
- Exequias de + JOSÉ JOAQUÍN GÓMEZ MÁRQUEZ en la Capilla de San Sebastián (a las 13.30 h.).
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
SANTORAL DE HOY
Otros santos de este día:
Otros santos de este día:
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. I o III Adv.
LECC.: vol. I (C).
- Bar 5, 1-9. Dios mostrará tu esplendor.
- Sal 125. R. El Señor ha estado grande con nosotros, y
estamos alegres.
- Flp 1, 4-6. 8-11. Que lleguéis al Día de Cristo limpios e
irreprochables.
- Lc 3, 1-6. Toda carne verá la salvación de Dios.
Una de las figuras del Adviento, san Juan Bautista, precursor del Mesías,
predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, cumpliendo la
profecía de Isaías: «En el desierto preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos» (Ev.). El Adviento es, pues, un tiempo de conversión, durante el que
nos preparamos interiormente para que cuando el Señor venga nos encuentre
limpios e irreprochables (cf. 2 lect.). Es un tiempo de experimentar la
misericordia de Dios, que nos hace volver a gozar de su esplendor, dejando
atrás la oscuridad de nuestros pecados (cf. 1 lect.). Y así podremos cantar:
«El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (sal. resp.).
Vigilemos para que los afanes de este mundo no nos impidan nuestro encuentro
con Cristo (1. orac.).
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 6 de diciembre, pág. 707.
Antífona de entrada Cf. Is 30, 19. 30
Pueblo de Sion: el Señor vendrá a salvar a los pueblos y hará resonar la
majestad de su voz con alegría en vuestro corazón.
Monición de entrada
En este segundo domingo de Adviento, la voz de Isaías, el gran profeta del
Antiguo Testamento que anunció la futura venida del Mesías nos invita a mirar
al Señor que viene a salvar a los pueblos y que hará oír su voz gloriosa en la
alegría de nuestro corazón. [Con esta gozosa esperanza encendemos el
segundo cirio de la corona de Adviento.]
No se dice Gloria.
Oración colecta
Dios todopoderoso, rico en misericordia,
no permitas que, cuando salimos animosos
al encuentro de tu Hijo,
lo impidan los afanes terrenales,
para que,
aprendiendo la sabiduría celestial,
podamos participar plenamente de su vida.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy (I)
Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)
PRIMERA
LECTURA
Dios mostrará tu esplendor
Lectura del libro de Baruc (Bar 5, 1-9)
JERUSALÉN, despójate del vestido de luto y aflicción
que llevas, y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede.
Envuélvete ahora en el manto de la justicia de Dios, y ponte en la cabeza la
diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos
habitan bajo el cielo.
Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la
justicia» y «Gloria en la piedad».
En pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el
oriente y contempla a tus hijos: el Santo los reúne de oriente a occidente y
llegan gozosos invocando a su Dios.
A pie tuvieron que partir, conducidos por el
enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real.
Dios ha mandado rebajarse a todos los montes
elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse a los
barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro,
guiado por la gloria de Dios.
Ha mandado a los bosques y a los árboles aromáticos
que den sombra a Israel.
Porque Dios guiará a Israel con alegría, a la luz de
su gloria, con su justicia y su misericordia.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5.
6 [R.: 3])
R. El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
V. Cuando el Señor hizo volver a los cautivos
de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
R. El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
V. Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
R. El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
V. Recoge Señor a nuestros cautivos,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
R. El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
V. Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
SEGUNDA LECTURA Que lleguéis al Día de Cristo limpios e irreprochables
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
Filipenses (Flp 1, 4-6. 8-11)
HERMANOS:
Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran
alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde
el primer día hasta hoy.
Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado
entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo
Jesús.
Esto que siento por vosotros está plenamente
justificado: os llevo en el corazón, porque tanto en la prisión como en mi
defensa y prueba del Evangelio, todos compartís mi gracia.
Testigo me es Dios del amor entrañable con que os
quiero en Cristo Jesús. Y ésta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo
más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegaréis al Día de Cristo limpios e
irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para
gloria y alabanza de Dios.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Aleluya Lc 3, 4cd. 6
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Toda carne
verá la salvación de Dios. R.
EVANGELIO
Todos verán la salvación de Dios
╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc
3, 1-6)
R. Gloria a ti, Señor.
EN EL AÑO DECIMOQUINTO del imperio del emperador
Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de
Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio
tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra
de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el
libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo,
9 de diciembre de 2018
Queridos hermanas y hermanas:¡buenos días!
El domingo pasado la liturgia nos invitaba a vivir el tiempo de Adviento y de
espera del Señor con actitud de vigilancia y también de oración: “velad” y
“orad”. Hoy, segundo domingo de Adviento, se nos indica cómo dar sustancia a
esta espera: emprendiendo un camino de conversión, cómo hacer concreta esta
espera. Como guía en este camino, el Evangelio nos presenta la figura de Juan
el Bautista, que «recorrió toda la región del río Jordán, predicando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3,3). Para describir
la misión del Bautista, el evangelista Lucas recoge la antigua profecía de
Isaías que dice así: «Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del
Señor, enderezad sus sendas. Todo barranco será rellenado, todo monte y colina
será rebajado» (vv. 4-5).
Para preparar el camino al Señor que viene, es necesario tener en cuenta los
requisitos de conversión a la que invita el Bautista. ¿Cuáles son estos
requisitos de conversión? Ante todo, estamos llamados a rellenar los barrancos
causados por la frialdad y la indiferencia, abriéndonos a los demás con los
mismos sentimientos de Jesús, es decir, con esa cordialidad y atención fraterna
que se hace cargo de las necesidades del prójimo. Es decir, rellenar los
barrancos producidos por la frialdad. No se puede tener una relación de amor,
de fraternidad, de caridad con el prójimo si hay “agujeros”, así como no se
puede ir por un camino con muchos baches, ¿no? Hace falta cambiar de actitud. Y
todo esto hacerlo también con una atención especial por los más necesitados.
Después es necesario rebajar tantas asperezas causadas por el orgullo y la
soberbia. Cuánta gente, quizás sin darse cuenta, es soberbia, áspera, no tiene
esa relación de cordialidad. Hay que superar esto haciendo gestos concretos de
reconciliación con nuestros hermanos, de solicitud de perdón por nuestras
culpas. No es fácil reconciliarse, siempre se piensa: ¿quién da el primer paso?
Pero el Señor nos ayuda a hacerlo si tenemos buena voluntad. La conversión, de
hecho, es completa si lleva a reconocer humildemente nuestros errores, nuestras
infidelidades, nuestras faltas.
El creyente es aquel que, a través de su hacerse cercano al hermano, como Juan
el Bautista, abre caminos en el desierto, es decir, indica perspectivas de
esperanza incluso en aquellos contextos existenciales tortuosos, marcados por
el fracaso y la derrota. No podemos rendirnos ante las situaciones negativas de
cierre y de rechazo; no debemos dejarnos subyugar por la mentalidad del mundo,
porque el centro de nuestra vida es Jesús y su palabra de luz, de amor, de
consuelo. ¡Es Él! El Bautista invitaba a la gente de su tiempo a la conversión
con fuerza, con vigor, con severidad. Sin embargo, sabía escuchar, sabía hacer
gestos de ternura, gestos de perdón hacia la multitud de hombres y mujeres que
acudían a él para confesar sus pecados y ser bautizados con el bautismo de la
penitencia.
El testimonio de Juan el Bautista, nos ayuda a ir adelante en nuestro
testimonio de vida. La pureza de su anuncio, su valentía al proclamar la verdad
lograron despertar las expectativas y esperanzas del Mesías que desde hace
tiempo estaban adormecidas. También hoy, los discípulos de Jesús están llamados
a ser sus testigos humildes pero valientes para reencender la esperanza, para
hacer comprender que, a pesar de todo, el reino de Dios sigue construyéndose
día a día con el poder del Espíritu Santo. Pensemos, cada uno de nosotros: ¿cómo
puedo cambiar algo de mi actitud, para preparar el camino al Señor?
La Virgen María nos ayude a preparar día tras día el camino del Señor,
comenzando por nosotros mismos; y a sembrar a nuestro alrededor, con tenaz
paciencia, semillas de paz, de justicia y de fraternidad.
ÁNGELUS,
II Domingo de Adviento, 6 de diciembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos pone en la escuela de Juan
el Bautista, que predicaba «un bautismo de conversión para perdón de los
pecados» (Lc 3, 3). Y quizá nosotros nos preguntamos: «¿Por qué nos deberíamos
convertir? La conversión concierne a quien de ateo se vuelve creyente, de
pecador se hace justo, pero nosotros no tenemos necesidad, ¡ya somos
cristianos! Entonces estamos bien». Pensando así, no nos damos cuenta de que es
precisamente de esta presunción que debemos convertirnos –que somos cristianos,
todos buenos, que estamos bien–: de la suposición de que, en general, va bien
así y no necesitamos ningún tipo de conversión. Pero preguntémonos: ¿es
realmente cierto que en diversas situaciones y circunstancias de la vida
tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? ¿Es verdad que sentimos
como Él lo hace? Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta,
¿logramos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón a los que piden
disculpas? ¡Qué difícil es perdonar! ¡Cómo es difícil! «Me las pagarás»: esta
frase viene de dentro. Cuando estamos llamados a compartir alegrías y
tristezas, ¿lloramos sinceramente con los que lloran y nos regocijamos con
quienes se alegran? Cuando expresamos nuestra fe, ¿lo hacemos con valentía y
sencillez, sin avergonzarnos del Evangelio? Y así podemos hacernos muchas
preguntas. No estamos bien, siempre tenemos que convertirnos, tener los
sentimientos que Jesús tenía.
La voz del Bautista grita también hoy en los desiertos de la humanidad, que son
–¿cuáles son los desiertos de hoy?– las mentes cerradas y los corazones duros,
y nos hace preguntarnos si en realidad estamos en el buen camino, viviendo una
vida según el Evangelio. Hoy, como entonces, nos advierte con las palabras del
profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (Lc 3, 4).
Es una apremiante invitación a abrir el corazón y acoger la salvación que Dios
nos ofrece incesantemente, casi con terquedad, porque nos quiere a todos libres
de la esclavitud del pecado. Pero el texto del profeta expande esa voz,
preanunciando que «toda carne verá la salvación de Dios» (Lc 3, 6). Y la
salvación se ofrece a todo hombre, todo pueblo, sin excepción, a cada uno de
nosotros. Ninguno de nosotros puede decir: «Yo soy santo, yo soy perfecto, yo
ya estoy salvado». No. Siempre debemos acoger este ofrecimiento de la
salvación. Y por ello el Año de la Misericordia: para avanzar más en este
camino de la salvación, ese camino que nos ha enseñado Jesús. Dios quiere que
todos los hombres se salven por medio de Jesucristo, el único mediador (cf. 1Tm
2, 4-6).
Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a dar a conocer a Jesús a
quienes todavía no lo conocen. Y esto no es hacer proselitismo. No, es abrir
una puerta. «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9, 16), declaraba san
Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús nos ha cambiado la vida, y nos la cambia
cada vez que acudimos a Él, ¿cómo no sentir la pasión de darlo a conocer a
todos los que conocemos en el trabajo, en la escuela, en el edificio, en el
hospital, en distintos lugares de reunión? Si miramos a nuestro alrededor, nos
encontramos con personas que estarían disponibles para iniciar o reiniciar un
camino de fe, si se encontrasen con cristianos enamorados de Jesús. ¿No
deberíamos y no podríamos ser nosotros esos cristianos? Os dejo esta pregunta:
«¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido de que Jesús me ofrece
y me da la salvación?». Y, si estoy enamorado, debo darlo a conocer. Pero
tenemos que ser valientes: bajar las montañas del orgullo y la rivalidad,
llenar barrancos excavados por la indiferencia y la apatía, enderezar los
caminos de nuestras perezas y de nuestros compromisos.
Que la Virgen María, que es Madre y sabe cómo hacerlo, nos ayude a derrumbar
las barreras y los obstáculos que impiden nuestra conversión, es decir, nuestro
camino hacia el Señor. ¡Sólo Él, Jesús, puede realizar todas las esperanzas del
hombre!
Papa
Benedicto XVIÁNGELUS, II Domingo de Adviento, 9 de diciembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
En el tiempo de Adviento la liturgia pone de relieve, de modo particular, dos
figuras que preparan la venida del Mesías: la Virgen María y Juan Bautista. Hoy
san Lucas nos presenta a este último, y lo hace con características distintas
de los otros evangelistas. "Los cuatro Evangelios sitúan la figura de Juan
el Bautista al comienzo de la actividad de Jesús, presentándolo como su precursor.
San Lucas ha trasladado hacia atrás la conexión entre ambas figuras y sus
respectivas misiones... Ya en la concepción y el nacimiento, Jesús y Juan son
puestos en relación entre sí" (La infancia de Jesús, 21). Este
planteamiento ayuda a comprender que Juan, en cuanto hijo de Zacarías e Isabel,
ambos de familias sacerdotales, no sólo es el último de los profetas, sino que
representa también el sacerdocio entero de la Antigua Alianza y por ello
prepara a los hombres al culto espiritual de la Nueva Alianza, inaugurado por
Jesús (cf. ibid. 25-26). Lucas además deshace toda lectura mítica que a menudo
se hace de los Evangelios y coloca históricamente la vida del Bautista,
escribiendo: "En el año decimoquinto el imperio del emperador Tiberio,
siendo Poncio Pilato gobernador... bajo el sumo sacerdocio de Anás y
Caifás" (Lc 3, 1-2). Dentro de este marco histórico se coloca el auténtico
gran acontecimiento, el nacimiento de Cristo, que los contemporáneos ni
siquiera notarán. ¡Para Dios los grandes de la historia hacen de marco a los
pequeños!
Juan Bautista se define como la "voz que grita en el desierto: preparad el
camino al Señor, allanad sus senderos" (Lc 3, 4). La voz proclama la
palabra, pero en este caso la Palabra de Dios precede, en cuanto es ella misma
la que desciende sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (cf. Lc 3, 2).
Por lo tanto él tiene un gran papel, pero siempre en función de Cristo. Comenta
san Agustín: "Juan es la voz. Del Señor en cambio se dice: "En el
principio existía el Verbo" (Jn 1, 1). Juan es la voz que pasa, Cristo es
el Verbo eterno que era en el principio. Si a la voz le quitas la palabra, ¿qué
queda? Un vago sonido. La voz sin palabra golpea el oído, pero no edifica el
corazón" (Discurso 293, 3: pl 38, 1328). Es nuestra tarea escuchar hoy esa
voz para conceder espacio y acogida en el corazón a Jesús, Palabra que nos
salva. En este tiempo de Adviento preparémonos para ver, con los ojos de la fe,
en la humilde Gruta de Belén, la salvación de Dios (cf. Lc 3, 6). En la
sociedad de consumo, donde existe la tentación de buscar la alegría en las
cosas, el Bautista nos enseña a vivir de manera esencial, a fin de que la
Navidad se viva no sólo como una fiesta exterior, sino como la fiesta del Hijo
de Dios, que ha venido a traer a los hombres la paz, la vida y la alegría
verdadera.
A la materna intercesión de María, Virgen de Adviento, confiamos nuestro camino
al encuentro del Señor que viene, para estar preparados a acoger, en el corazón
y en toda la vida, al Emanuel, Dios-con-nosotros.
ÁNGELUS, II Domingo de Adviento, 6 de diciembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia propone el pasaje evangélico
en el que san Lucas, por decirlo así, prepara la escena en la que Jesús está a
punto de aparecer para comenzar su misión pública (cf. Lc 3, 1-6). El
evangelista destaca la figura de Juan el Bautista, que fue el precursor del
Mesías, y traza con gran precisión las coordenadas espacio-temporales de su
predicación. San Lucas escribe:"En el año quince del imperio de Tiberio
César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea;
Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de
Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a
Juan, hijo de Zacarías, en el desierto" (Lc 3, 1-2). Dos cosas atraen
nuestra atención. La primera es la abundancia de referencias a todas las
autoridades políticas y religiosas de Palestina en los años 27 y 28 d.C.
Evidentemente, el evangelista quiere mostrar a quien lee o escucha que el
Evangelio no es una leyenda, sino la narración de una historia real; que Jesús
de Nazaret es un personaje histórico que se inserta en ese contexto
determinado. El segundo elemento digno de destacarse es que, después de esta
amplia introducción histórica, el sujeto es "la Palabra de Dios",
presentada como una fuerza que desciende de lo alto y se posa sobre Juan el
Bautista.
Mañana celebraremos la memoria litúrgica de san Ambrosio, el gran obispo de
Milán. Tomo de él un comentario a este texto evangélico: "El Hijo de Dios
–escribe–, antes de reunir a la Iglesia, actúa ante todo en su humilde siervo.
Por esto, san Lucas dice bien que la palabra de Dios descendió sobre Juan, hijo
de Zacarías, en el desierto, porque la Iglesia no tiene su origen en los
hombres sino en la Palabra" (Expos. del Evangelio de Lucas 2, 67). Así
pues, este es el significado: la Palabra de Dios es el sujeto que mueve la
historia, inspira a los profetas, prepara el camino del Mesías y convoca a la Iglesia.
Jesús mismo es la Palabra divina que se hizo carne en el seno virginal de
María: en él Dios se ha revelado plenamente, nos ha dicho y dado todo,
abriéndonos los tesoros de su verdad y de su misericordia. San Ambrosio
prosigue en su comentario: "Descendió, por tanto, la Palabra, para que la
tierra, que antes era un desierto, diera sus frutos para nosotros" (ib.).
Queridos amigos, la flor más hermosa que ha brotado de la Palabra de Dios es la
Virgen María. Ella es la primicia de la Iglesia, jardín de Dios en la tierra.
Pero, mientras que María es la Inmaculada –así la celebraremos pasado mañana–,
la Iglesia necesita purificarse continuamente, porque el pecado amenaza a todos
sus miembros. En la Iglesia se libra siempre un combate entre el desierto y el
jardín, entre el pecado que aridece la tierra y la gracia que la irriga para
que produzca frutos abundantes de santidad. Pidamos, por lo tanto, a la Madre
del Señor que nos ayude en este tiempo de Adviento a "enderezar"
nuestros caminos, dejándonos guiar por la Palabra de Dios.
Se dice Credo.
Oración
de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios, que muestra a todos
su salvación.
- Por la unión de las Iglesias cristianas, para que
se allanen los senderos que nos separan, y coincidamos todos en el camino de la
única Iglesia de Cristo. Roguemos al Señor.
- Por los que tienen responsabilidades en el
gobierno de las naciones, para que descubran nuevos caminos para la justicia y
el bien común. Roguemos al Señor.
- Por todos los que se encuentran fuera de su patria,
de su casa: los emigrantes, los exiliados, los deportados, para que sea posible
su retorno, Roguemos al Señor.
- Por todos los que lloran en este valle de
lágrimas, para que halle eco en sus corazones la Palabra que verdaderamente
consuela. Roguemos al Señor.
- Por nosotros aquí reunidos, para que lleguemos al
día de Jesucristo, limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia.
Roguemos al Señor.
Escucha
Señor, nuestras súplicas:
que nuestro amor siga creciendo más y más
en
penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor,
y al
vernos desvalidos y sin méritos propios
acude, compasivo, en nuestra ayuda.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I de Adviento
Las dos venidas de Cristo
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno, por
Cristo, Señor nuestro.
Quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne,
realizó el
plan de redención trazado desde antiguo
y nos abrió el camino de la salvación
eterna,
para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria,
revelando
así la plenitud de su obra,
podamos recibir los bienes prometidos
que ahora, en
vigilante espera, confiamos alcanzar.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
tronos y dominaciones, y con todos los
coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, santo Santo...
Antífona de comunión Bar 5, 5; 4, 36
En pie, Jerusalén, sube a la altura, contempla la alegría que Dios te envía.
Oración después de la comunión
Saciados con el alimento espiritual, te pedimos, Señor,que, por la
participación en este sacramento,nos enseñes a sopesar con sabiduría los
bienes de la tierray amar intensamente los del cielo.Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Se puede utilizar la Bendición solemne. Adviento.
Dios
todopoderoso y rico en misericordia, por su Hijo Jesucristo, cuya venida en
carne creéis y cuyo retorno glorioso esperáis, en la celebración de los
misterios del Adviento, os ilumine y os llene de sus bendiciones.
R. Amén.
Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe, alegres por la esperanza
y diligentes en el amor.
R. Amén.
Y así, los que ahora os alegráis por el próximo nacimiento de nuestro
Redentor, cuando vengo de nuevo en la majestad de su gloria recibáis el premio
de la vida eterna.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y
Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. I o III Adv.
LECC.: vol. I (C).
- Bar 5, 1-9. Dios mostrará tu esplendor.
- Sal 125. R. El Señor ha estado grande con nosotros, y
estamos alegres.
- Flp 1, 4-6. 8-11. Que lleguéis al Día de Cristo limpios e
irreprochables.
- Lc 3, 1-6. Toda carne verá la salvación de Dios.
Una de las figuras del Adviento, san Juan Bautista, precursor del Mesías,
predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, cumpliendo la
profecía de Isaías: «En el desierto preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos» (Ev.). El Adviento es, pues, un tiempo de conversión, durante el que
nos preparamos interiormente para que cuando el Señor venga nos encuentre
limpios e irreprochables (cf. 2 lect.). Es un tiempo de experimentar la
misericordia de Dios, que nos hace volver a gozar de su esplendor, dejando
atrás la oscuridad de nuestros pecados (cf. 1 lect.). Y así podremos cantar:
«El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (sal. resp.).
Vigilemos para que los afanes de este mundo no nos impidan nuestro encuentro
con Cristo (1. orac.).
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 6 de diciembre, pág. 707.
Antífona de entrada Cf. Is 30, 19. 30
Pueblo de Sion: el Señor vendrá a salvar a los pueblos y hará resonar la
majestad de su voz con alegría en vuestro corazón.
Monición de entrada
En este segundo domingo de Adviento, la voz de Isaías, el gran profeta del
Antiguo Testamento que anunció la futura venida del Mesías nos invita a mirar
al Señor que viene a salvar a los pueblos y que hará oír su voz gloriosa en la
alegría de nuestro corazón. [Con esta gozosa esperanza encendemos el
segundo cirio de la corona de Adviento.]
No se dice Gloria.
Oración colecta
Dios todopoderoso, rico en misericordia,
no permitas que, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo,
lo impidan los afanes terrenales,
para que, aprendiendo la sabiduría celestial,
podamos participar plenamente de su vida.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy (I)
Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)
Lectura del libro de Baruc (Bar 5, 1-9)
JERUSALÉN, despójate del vestido de luto y aflicción
que llevas, y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede.
Envuélvete ahora en el manto de la justicia de Dios, y ponte en la cabeza la
diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos
habitan bajo el cielo.
Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la
justicia» y «Gloria en la piedad».
En pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el
oriente y contempla a tus hijos: el Santo los reúne de oriente a occidente y
llegan gozosos invocando a su Dios.
A pie tuvieron que partir, conducidos por el
enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real.
Dios ha mandado rebajarse a todos los montes
elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse a los
barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro,
guiado por la gloria de Dios.
Ha mandado a los bosques y a los árboles aromáticos
que den sombra a Israel.
Porque Dios guiará a Israel con alegría, a la luz de
su gloria, con su justicia y su misericordia.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 [R.: 3])
V. Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (Flp 1, 4-6. 8-11)
HERMANOS:
Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran
alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde
el primer día hasta hoy.
Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado
entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo
Jesús.
Esto que siento por vosotros está plenamente
justificado: os llevo en el corazón, porque tanto en la prisión como en mi
defensa y prueba del Evangelio, todos compartís mi gracia.
Testigo me es Dios del amor entrañable con que os
quiero en Cristo Jesús. Y ésta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo
más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Lc 3, 4cd. 6
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Toda carne
verá la salvación de Dios. R.
EVANGELIO
Todos verán la salvación de Dios
R. Gloria a ti, Señor.
EN EL AÑO DECIMOQUINTO del imperio del emperador
Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de
Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio
tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra
de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el
libro de los oráculos del profeta Isaías:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
ÁNGELUS. Domingo, 9 de diciembre de 2018
Queridos hermanas y hermanas:¡buenos días!
El domingo pasado la liturgia nos invitaba a vivir el tiempo de Adviento y de
espera del Señor con actitud de vigilancia y también de oración: “velad” y
“orad”. Hoy, segundo domingo de Adviento, se nos indica cómo dar sustancia a
esta espera: emprendiendo un camino de conversión, cómo hacer concreta esta
espera. Como guía en este camino, el Evangelio nos presenta la figura de Juan
el Bautista, que «recorrió toda la región del río Jordán, predicando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3,3). Para describir
la misión del Bautista, el evangelista Lucas recoge la antigua profecía de
Isaías que dice así: «Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del
Señor, enderezad sus sendas. Todo barranco será rellenado, todo monte y colina
será rebajado» (vv. 4-5).
Para preparar el camino al Señor que viene, es necesario tener en cuenta los requisitos de conversión a la que invita el Bautista. ¿Cuáles son estos requisitos de conversión? Ante todo, estamos llamados a rellenar los barrancos causados por la frialdad y la indiferencia, abriéndonos a los demás con los mismos sentimientos de Jesús, es decir, con esa cordialidad y atención fraterna que se hace cargo de las necesidades del prójimo. Es decir, rellenar los barrancos producidos por la frialdad. No se puede tener una relación de amor, de fraternidad, de caridad con el prójimo si hay “agujeros”, así como no se puede ir por un camino con muchos baches, ¿no? Hace falta cambiar de actitud. Y todo esto hacerlo también con una atención especial por los más necesitados. Después es necesario rebajar tantas asperezas causadas por el orgullo y la soberbia. Cuánta gente, quizás sin darse cuenta, es soberbia, áspera, no tiene esa relación de cordialidad. Hay que superar esto haciendo gestos concretos de reconciliación con nuestros hermanos, de solicitud de perdón por nuestras culpas. No es fácil reconciliarse, siempre se piensa: ¿quién da el primer paso? Pero el Señor nos ayuda a hacerlo si tenemos buena voluntad. La conversión, de hecho, es completa si lleva a reconocer humildemente nuestros errores, nuestras infidelidades, nuestras faltas.
El creyente es aquel que, a través de su hacerse cercano al hermano, como Juan el Bautista, abre caminos en el desierto, es decir, indica perspectivas de esperanza incluso en aquellos contextos existenciales tortuosos, marcados por el fracaso y la derrota. No podemos rendirnos ante las situaciones negativas de cierre y de rechazo; no debemos dejarnos subyugar por la mentalidad del mundo, porque el centro de nuestra vida es Jesús y su palabra de luz, de amor, de consuelo. ¡Es Él! El Bautista invitaba a la gente de su tiempo a la conversión con fuerza, con vigor, con severidad. Sin embargo, sabía escuchar, sabía hacer gestos de ternura, gestos de perdón hacia la multitud de hombres y mujeres que acudían a él para confesar sus pecados y ser bautizados con el bautismo de la penitencia.
El testimonio de Juan el Bautista, nos ayuda a ir adelante en nuestro testimonio de vida. La pureza de su anuncio, su valentía al proclamar la verdad lograron despertar las expectativas y esperanzas del Mesías que desde hace tiempo estaban adormecidas. También hoy, los discípulos de Jesús están llamados a ser sus testigos humildes pero valientes para reencender la esperanza, para hacer comprender que, a pesar de todo, el reino de Dios sigue construyéndose día a día con el poder del Espíritu Santo. Pensemos, cada uno de nosotros: ¿cómo puedo cambiar algo de mi actitud, para preparar el camino al Señor?
La Virgen María nos ayude a preparar día tras día el camino del Señor,
comenzando por nosotros mismos; y a sembrar a nuestro alrededor, con tenaz
paciencia, semillas de paz, de justicia y de fraternidad.
ÁNGELUS, II Domingo de Adviento, 6 de diciembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos pone en la escuela de Juan el Bautista, que predicaba «un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Lc 3, 3). Y quizá nosotros nos preguntamos: «¿Por qué nos deberíamos convertir? La conversión concierne a quien de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo, pero nosotros no tenemos necesidad, ¡ya somos cristianos! Entonces estamos bien». Pensando así, no nos damos cuenta de que es precisamente de esta presunción que debemos convertirnos –que somos cristianos, todos buenos, que estamos bien–: de la suposición de que, en general, va bien así y no necesitamos ningún tipo de conversión. Pero preguntémonos: ¿es realmente cierto que en diversas situaciones y circunstancias de la vida tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? ¿Es verdad que sentimos como Él lo hace? Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta, ¿logramos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón a los que piden disculpas? ¡Qué difícil es perdonar! ¡Cómo es difícil! «Me las pagarás»: esta frase viene de dentro. Cuando estamos llamados a compartir alegrías y tristezas, ¿lloramos sinceramente con los que lloran y nos regocijamos con quienes se alegran? Cuando expresamos nuestra fe, ¿lo hacemos con valentía y sencillez, sin avergonzarnos del Evangelio? Y así podemos hacernos muchas preguntas. No estamos bien, siempre tenemos que convertirnos, tener los sentimientos que Jesús tenía.
La voz del Bautista grita también hoy en los desiertos de la humanidad, que son
–¿cuáles son los desiertos de hoy?– las mentes cerradas y los corazones duros,
y nos hace preguntarnos si en realidad estamos en el buen camino, viviendo una
vida según el Evangelio. Hoy, como entonces, nos advierte con las palabras del
profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (Lc 3, 4).
Es una apremiante invitación a abrir el corazón y acoger la salvación que Dios
nos ofrece incesantemente, casi con terquedad, porque nos quiere a todos libres
de la esclavitud del pecado. Pero el texto del profeta expande esa voz,
preanunciando que «toda carne verá la salvación de Dios» (Lc 3, 6). Y la
salvación se ofrece a todo hombre, todo pueblo, sin excepción, a cada uno de
nosotros. Ninguno de nosotros puede decir: «Yo soy santo, yo soy perfecto, yo
ya estoy salvado». No. Siempre debemos acoger este ofrecimiento de la
salvación. Y por ello el Año de la Misericordia: para avanzar más en este
camino de la salvación, ese camino que nos ha enseñado Jesús. Dios quiere que
todos los hombres se salven por medio de Jesucristo, el único mediador (cf. 1Tm
2, 4-6).
Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a dar a conocer a Jesús a quienes todavía no lo conocen. Y esto no es hacer proselitismo. No, es abrir una puerta. «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9, 16), declaraba san Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús nos ha cambiado la vida, y nos la cambia cada vez que acudimos a Él, ¿cómo no sentir la pasión de darlo a conocer a todos los que conocemos en el trabajo, en la escuela, en el edificio, en el hospital, en distintos lugares de reunión? Si miramos a nuestro alrededor, nos encontramos con personas que estarían disponibles para iniciar o reiniciar un camino de fe, si se encontrasen con cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos y no podríamos ser nosotros esos cristianos? Os dejo esta pregunta: «¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido de que Jesús me ofrece y me da la salvación?». Y, si estoy enamorado, debo darlo a conocer. Pero tenemos que ser valientes: bajar las montañas del orgullo y la rivalidad, llenar barrancos excavados por la indiferencia y la apatía, enderezar los caminos de nuestras perezas y de nuestros compromisos.
Que la Virgen María, que es Madre y sabe cómo hacerlo, nos ayude a derrumbar
las barreras y los obstáculos que impiden nuestra conversión, es decir, nuestro
camino hacia el Señor. ¡Sólo Él, Jesús, puede realizar todas las esperanzas del
hombre!
En el tiempo de Adviento la liturgia pone de relieve, de modo particular, dos
figuras que preparan la venida del Mesías: la Virgen María y Juan Bautista. Hoy
san Lucas nos presenta a este último, y lo hace con características distintas
de los otros evangelistas. "Los cuatro Evangelios sitúan la figura de Juan
el Bautista al comienzo de la actividad de Jesús, presentándolo como su precursor.
San Lucas ha trasladado hacia atrás la conexión entre ambas figuras y sus
respectivas misiones... Ya en la concepción y el nacimiento, Jesús y Juan son
puestos en relación entre sí" (La infancia de Jesús, 21). Este
planteamiento ayuda a comprender que Juan, en cuanto hijo de Zacarías e Isabel,
ambos de familias sacerdotales, no sólo es el último de los profetas, sino que
representa también el sacerdocio entero de la Antigua Alianza y por ello
prepara a los hombres al culto espiritual de la Nueva Alianza, inaugurado por
Jesús (cf. ibid. 25-26). Lucas además deshace toda lectura mítica que a menudo
se hace de los Evangelios y coloca históricamente la vida del Bautista,
escribiendo: "En el año decimoquinto el imperio del emperador Tiberio,
siendo Poncio Pilato gobernador... bajo el sumo sacerdocio de Anás y
Caifás" (Lc 3, 1-2). Dentro de este marco histórico se coloca el auténtico
gran acontecimiento, el nacimiento de Cristo, que los contemporáneos ni
siquiera notarán. ¡Para Dios los grandes de la historia hacen de marco a los
pequeños!
Juan Bautista se define como la "voz que grita en el desierto: preparad el camino al Señor, allanad sus senderos" (Lc 3, 4). La voz proclama la palabra, pero en este caso la Palabra de Dios precede, en cuanto es ella misma la que desciende sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (cf. Lc 3, 2). Por lo tanto él tiene un gran papel, pero siempre en función de Cristo. Comenta san Agustín: "Juan es la voz. Del Señor en cambio se dice: "En el principio existía el Verbo" (Jn 1, 1). Juan es la voz que pasa, Cristo es el Verbo eterno que era en el principio. Si a la voz le quitas la palabra, ¿qué queda? Un vago sonido. La voz sin palabra golpea el oído, pero no edifica el corazón" (Discurso 293, 3: pl 38, 1328). Es nuestra tarea escuchar hoy esa voz para conceder espacio y acogida en el corazón a Jesús, Palabra que nos salva. En este tiempo de Adviento preparémonos para ver, con los ojos de la fe, en la humilde Gruta de Belén, la salvación de Dios (cf. Lc 3, 6). En la sociedad de consumo, donde existe la tentación de buscar la alegría en las cosas, el Bautista nos enseña a vivir de manera esencial, a fin de que la Navidad se viva no sólo como una fiesta exterior, sino como la fiesta del Hijo de Dios, que ha venido a traer a los hombres la paz, la vida y la alegría verdadera.
A la materna intercesión de María, Virgen de Adviento, confiamos nuestro camino al encuentro del Señor que viene, para estar preparados a acoger, en el corazón y en toda la vida, al Emanuel, Dios-con-nosotros.
Queridos hermanos y hermanas:
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia propone el pasaje evangélico
en el que san Lucas, por decirlo así, prepara la escena en la que Jesús está a
punto de aparecer para comenzar su misión pública (cf. Lc 3, 1-6). El
evangelista destaca la figura de Juan el Bautista, que fue el precursor del
Mesías, y traza con gran precisión las coordenadas espacio-temporales de su
predicación. San Lucas escribe:"En el año quince del imperio de Tiberio
César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea;
Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de
Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a
Juan, hijo de Zacarías, en el desierto" (Lc 3, 1-2). Dos cosas atraen
nuestra atención. La primera es la abundancia de referencias a todas las
autoridades políticas y religiosas de Palestina en los años 27 y 28 d.C.
Evidentemente, el evangelista quiere mostrar a quien lee o escucha que el
Evangelio no es una leyenda, sino la narración de una historia real; que Jesús
de Nazaret es un personaje histórico que se inserta en ese contexto
determinado. El segundo elemento digno de destacarse es que, después de esta
amplia introducción histórica, el sujeto es "la Palabra de Dios",
presentada como una fuerza que desciende de lo alto y se posa sobre Juan el
Bautista.
Mañana celebraremos la memoria litúrgica de san Ambrosio, el gran obispo de
Milán. Tomo de él un comentario a este texto evangélico: "El Hijo de Dios
–escribe–, antes de reunir a la Iglesia, actúa ante todo en su humilde siervo.
Por esto, san Lucas dice bien que la palabra de Dios descendió sobre Juan, hijo
de Zacarías, en el desierto, porque la Iglesia no tiene su origen en los
hombres sino en la Palabra" (Expos. del Evangelio de Lucas 2, 67). Así
pues, este es el significado: la Palabra de Dios es el sujeto que mueve la
historia, inspira a los profetas, prepara el camino del Mesías y convoca a la Iglesia.
Jesús mismo es la Palabra divina que se hizo carne en el seno virginal de
María: en él Dios se ha revelado plenamente, nos ha dicho y dado todo,
abriéndonos los tesoros de su verdad y de su misericordia. San Ambrosio
prosigue en su comentario: "Descendió, por tanto, la Palabra, para que la
tierra, que antes era un desierto, diera sus frutos para nosotros" (ib.).
Queridos amigos, la flor más hermosa que ha brotado de la Palabra de Dios es la
Virgen María. Ella es la primicia de la Iglesia, jardín de Dios en la tierra.
Pero, mientras que María es la Inmaculada –así la celebraremos pasado mañana–,
la Iglesia necesita purificarse continuamente, porque el pecado amenaza a todos
sus miembros. En la Iglesia se libra siempre un combate entre el desierto y el
jardín, entre el pecado que aridece la tierra y la gracia que la irriga para
que produzca frutos abundantes de santidad. Pidamos, por lo tanto, a la Madre
del Señor que nos ayude en este tiempo de Adviento a "enderezar"
nuestros caminos, dejándonos guiar por la Palabra de Dios.
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios, que muestra a todos su salvación.
- Por la unión de las Iglesias cristianas, para que
se allanen los senderos que nos separan, y coincidamos todos en el camino de la
única Iglesia de Cristo. Roguemos al Señor.
- Por los que tienen responsabilidades en el
gobierno de las naciones, para que descubran nuevos caminos para la justicia y
el bien común. Roguemos al Señor.
- Por todos los que se encuentran fuera de su patria,
de su casa: los emigrantes, los exiliados, los deportados, para que sea posible
su retorno, Roguemos al Señor.
- Por todos los que lloran en este valle de
lágrimas, para que halle eco en sus corazones la Palabra que verdaderamente
consuela. Roguemos al Señor.
- Por nosotros aquí reunidos, para que lleguemos al
día de Jesucristo, limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia.
Roguemos al Señor.
que nuestro amor siga creciendo más y más
en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor,
y al vernos desvalidos y sin méritos propios
acude, compasivo, en nuestra ayuda.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno, por
Cristo, Señor nuestro.
Quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne,
realizó el
plan de redención trazado desde antiguo
y nos abrió el camino de la salvación
eterna,
para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria,
revelando
así la plenitud de su obra,
podamos recibir los bienes prometidos
que ahora, en
vigilante espera, confiamos alcanzar.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
tronos y dominaciones, y con todos los
coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, santo Santo...
Antífona de comunión Bar 5, 5; 4, 36
En pie, Jerusalén, sube a la altura, contempla la alegría que Dios te envía.
Oración después de la comunión
Se puede utilizar la Bendición solemne. Adviento.
Dios
todopoderoso y rico en misericordia, por su Hijo Jesucristo, cuya venida en
carne creéis y cuyo retorno glorioso esperáis, en la celebración de los
misterios del Adviento, os ilumine y os llene de sus bendiciones.
R. Amén.
Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe, alegres por la esperanza
y diligentes en el amor.
R. Amén.
Y así, los que ahora os alegráis por el próximo nacimiento de nuestro Redentor, cuando vengo de nuevo en la majestad de su gloria recibáis el premio de la vida eterna.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
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