19 de diciembre - DOMINGO IV DE ADVIENTO (CICLO C)

 


 Semana III de Adviento:

Antífonas de la "O":

19 Diciembre:

"Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ¡ven a librarnos, no tardes más!"

 

Canto del Adviento

"Rorate coeli"


Cantos para el Adviento

 

DOMINGO IV DE ADVIENTO (CICLO C)

 

PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 19 DE DICIEMBRE

- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.

- Eucaristía del Domingo IV de Adviento (a las 11.00 h.). 

- Rezo del Santo Rosario (a las 19.00 h.) y Eucaristía del Domingo IV de Adviento (a las 19.30 h.)

 

Para ver la transmisión en directo, pincha aquí

 

 

NOTICIAS DE ACTUALIDAD

Portada

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¿Existe un feminismo no radical? La historia del movimiento muestra solo diferencias estratégicas

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Vídeos

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Opinión

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  Causa alegría. Comentario para Matrimonios: Lucas 1, 39-45 , por ProyectoAmorConyugal.es

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  Reflexión Domingo IV de Adviento , por La alegría de la Buena Noticia

  Ya nace el Señor, tengamos esperanza , por La divina proporción

  ¿Es posible pecar al buscar la Verdad? , por Libertad, Ley Natural y Tradición



SANTORAL DE HOY



Elogio: En Aviñón, de la Provenza, beato Urbano V, papa, que siendo monje fue elevado a la cátedra de Pedro y se preocupó por el retorno de la Sede Apostólica a la Urbe y por restituir la unidad a la Iglesia.


Otros santos de este día:

   San Anastasio I, papa

En Roma, en el cementerio Ponciano, en la vía Portuense, sepultura de san Anastasio I, papa, varón de gran pobreza y de apostólica solicitud, que se opuso firmemente a las doctrinas heréticas.

   San Gregorio de Auxerre, obispo

En Auxerre, de la Galia Lugdunense, san Gregorio, obispo.

   Beato Guillermo de Fenolis, religioso   

En la cartuja de Casotto, en el Piamonte, beato Guillermo de Fenolis, religioso, que antes había sido ermitaño.

   Santos Francisco Javier Hà Trong Mâu y compañeros, mártires   

En el lugar llamado Bac-Ninh, en Tonkin, santos mártires Francisco Javier Há Trong Mâu y Domingo Bùi Van Uy, catequistas; Tomás Nguyen Van Dê, sastre; también Agustín Nguyen Van Mói y Esteban Nguyen Van Vinh, agricultores, el primero de estos últimos neófito y el segundo todavía catecúmeno, todos los cuales, negándose a pisotear la cruz, sufrieron la cárcel y tormentos, y finalmente, por mandato del emperador Minh Mang, fueron estrangulados.

   Beatos Martí de Barcelona y Doroteu de Vilalba dels Arcs, presbíteros y mártires 

En Montcada i Reixac, Barcelona, beatos Martí de Barcelona (Jaume Boguñá Casanova) y Doroteu de Vilalba dels Arcs (Jordi Sampé Tarragó), presbíteros, capuchinos mártires en la persecución religiosa durante la Guerra Civil.

   Beatas María de la Providencia Noiszewska y María Marta de Jesús Wolowska, vírgenes y mártires

En el pueblo de Slonim, en Polonia, beatas María Eva de la Providencia Noiszewska y María Marta de Jesús Wolowska, vírgenes de la Congregación de Hermanas de la Inmaculada Concepción y mártires, que, por mantener la fe, en tiempo de la ocupación de Polonia durante la guerra fueron fusiladas.

   Beato René Dubroux, presbítero y mártir 

En Palay, Champasak, Laos, beato René Dubroux, sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París y mártir.


LITURGIA DE HOY

Misa del Domingo (morado).

MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. II o IV Adv.

LECC.: vol. I (C).

- Miq 5, 1-4a. De ti voy a sacar al gobernador de Israel.
- Sal 79. R. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
- Heb 10, 5-10. He aquí que vengo para hacer tu voluntad.
- Lc 1, 39-45. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

En María, el Hijo de Dios se hizo hombre para que nosotros, por su Pasión y cruz podamos llegar a la gloria de la resurrección (cf. 1.2 orac.). Y esto fue posible gracias a su fe, con la que aceptó obediente el anuncio del ángel: «Dichosa tú que has creído» (Ev.). Esa obediencia es la que tuvo el Hijo desde el momento de su encarnación: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (2 lect.). María, con el Hijo de Dios en su seno, es el arca de la Nueva Alianza que visita a Isabel. Y con ella nos dirigimos hacia Belén donde nacerá el jefe de Israel (cf. 1 lect.). El Espíritu Santo sigue haciendo presente a Cristo en la eucaristía (orac. sobre las ofrendas).

Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Ant. Mag. «¡Oh, Renuevo!». Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 20 de diciembre, pág. 727.



Antífona de entrada Cf. Is 45, 8
Cielos, destilad desde lo alto; nubes derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador.


Monición de entrada

Hoy, en vísperas de la gran fiesta del nacimiento del Salvador, nuestra esperanza se hace plegaria, y con el profeta Isaías decimos «Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación y con ella germine la justicia». [La cercanía de la Navidad nos recuerda que hemos de esperar al Señor como lo hicieron la Virgen María y san José con este propósito encendemos el cuarto cirio de la corona de Adviento].

No se dice Gloria.

Oración colecta

Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel, la encarnación de Cristo, tu Hijo, lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.


LECTURAS DE LA MISA

Audio y comentario del Evangelio de hoy


PRIMERA LECTURA 
De ti voy a sacar el gobernador de Israel

Lectura de la profecía de Miqueas (Mi 5, 1-4a)

ESTO DICE el Señor:

«Y tú, Belén Efrata,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemoriales.
Por eso, los entregará
hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá
junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará
con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre glorioso del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor
se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».
 
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

 

SALMO RESPONSORIAL (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 [R.: 4])

R. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

V. Pastor de Israel, escucha;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. 

R. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

V. Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó
y al hijo del hombre que tú has fortalecido.

R. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
V. Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.

R. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

 
SEGUNDA LECTURA
He aquí que vengo para hacer tu voluntad

Lectura de la carta a los Hebreos (Hb 10, 5-10)

HERMANOS:

Al entrar Cristo en el mundo dice:
«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas,
pero me formaste un cuerpo;
no aceptaste
holocaustos ni víctimas expiatorias.

Entonces yo dije: He aquí que vengo
-pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí-
para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».

Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».

Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
 
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
 
Aleluya Mt 1, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, “Dios con nosotros”. R.

O bien: Lc 1, 38

V. Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. R.


 

EVANGELIO 
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 1, 39-45)
R. Gloria a ti, Señor.

 

EN AQUELLOS DÍAS, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS, Domingo, 23 de diciembre de 2018

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia de este cuarto domingo de Adviento se centra en la figura de María, la Virgen Madre, que espera dar a luz a Jesús, el Salvador del mundo. Fijemos nuestra mirada en ella, un modelo de fe y caridad; y podemos preguntarnos: ¿Cuáles fueron sus pensamientos durante los meses de espera? La respuesta proviene del pasaje del Evangelio de hoy, la historia de la visita de María a su pariente anciana, Isabel (cf. Lucas 1, 39-45) El ángel Gabriel le había dicho que Isabel estaba esperando un hijo y que ya estaba en el sexto mes (cf. Lucas 1, 26.36). Y entonces la Virgen, que acababa de concebir a Jesús por la obra de Dios, partió apresuradamente de Nazaret, en Galilea, para llegar a las montañas de Judea y encontrar a su prima.


El Evangelio dice: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (v.40). Seguramente ella estaba feliz con ella por su maternidad, y a su vez Isabel saludó a María diciendo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Vv. 42-43). E inmediatamente elogia su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que fueron dichas de parte del Señor» (v.45). Es evidente el contraste entre María, que tenía fe, y Zacarías, el esposo de Isabel, que había dudado y no había creído la promesa del ángel y, por lo tanto, permaneció en silencio hasta el nacimiento de Juan. Es un contraste.


Este episodio nos ayuda a leer con una luz muy especial el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está bajo la bandera de prodigios asombrosos, sino en nombre de la fe y la caridad. De hecho, María es bendecida porque creyó: el encuentro con Dios es el fruto de la fe. Zacarías en cambio, quien dudó y no creyó, permaneció sordo y mudo. Crecer en fe durante el largo silencio: sin fe, inevitablemente permanecemos sordos a la voz consoladora de Dios; y seguimos sin poder pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos. Y lo vemos todos los días: las personas que no tienen fe o que tienen una fe muy pequeña, cuando tienen que acercarse a una persona que sufre, les dicen palabras de circunstancia, pero no pueden llegar al corazón porque no tienen fuerzas. No tiene fuerza porque no tiene fe, y si no tiene fe, las palabras que llegan al corazón de los demás no vienen. La fe, a su vez, se nutre de la caridad. El evangelista nos dice que «se levantó María y se fue con prontitud» (v. 39) hacia Isabel: apresurada, no ansiosa, no ansiosa, sino con prontitud, en paz. «Se levantó»: un gesto lleno de preocupación. Podría haberse quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo, en lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí misma, demostrando, de hecho, que ya es una discípula de ese Señor que lleva en su vientre. El evento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; además, la auténtica caridad es siempre el fruto del amor de Dios. La visita del evangelio de María a Isabel, que escuchamos hoy en la misa, nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que fecundó el seno virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que se fían de él.


Que la Virgen María nos obtenga la gracia de vivir una Navidad extrovertida, pero no dispersa, extrovertida: en el centro no está nuestro «Yo», sino el Tú de Jesús y tú de los hermanos, especialmente aquellos que necesitan ayuda. Entonces dejaremos espacio al amor que, también hoy, quiere hacerse carne y venir a vivir entre nosotros.


ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, IV Domingo de Adviento, 20 de diciembre de 2015

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo de Adviento subraya la figura de María. La vemos cuando, justo después de haber concebido en la fe al Hijo de Dios, afronta el largo viaje de Nazaret de Galilea a los montes de Judea, para ir a visitar y ayudar a su prima Isabel. El ángel Gabriel le había revelado que su pariente ya anciana, que no tenía hijos, estaba en el sexto mes de embarazo (cf. Lc 1, 26.36). Por eso, la Virgen, que lleva en sí un don y un misterio aún más grande, va a ver a Isabel y se queda tres meses con ella. En el encuentro entre las dos mujeres —imaginad: una anciana y la otra joven, es la joven, María, la que saluda primero: El Evangelio dice así: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1, 40). Y, después de ese saludo, Isabel se siente envuelta de un gran asombro —¡no os olvidéis esta palabra: asombro. El asombro. Isabel se siente envuelta de un gran asombro que resuena en sus palabras: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (v. 43). Y se abrazan, se besan, felices estas dos mujeres: la anciana y la joven. Las dos embarazadas.

Para celebrar bien la Navidad, estamos llamados a detenernos en los «lugares» del asombro. Y, ¿cuáles son los lugares del asombro en la vida cotidiana? Son tres. El primer lugar es el otro, en quien reconocemos a un hermano, porque desde que sucedió el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva marcada la semejanza del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del pobre, porque como pobre Dios entró en el mundo y y dejó, ante todo, que los pobres se acercaran a Él.

Otro lugar del asombro —el segundo— en el que, si miramos con fe, sentimos asombro, es la historia. Muchas veces creemos verla por el lado justo, y sin embargo corremos el riesgo de leerla al revés. Sucede, por ejemplo, cuando ésta nos parece determinada por la economía de mercado, regulada por las finanzas y los negocios, dominada por los poderosos de turno. El Dios de la Navidad es, en cambio, un Dios que «cambia las cartas»: ¡Le gusta hacerlo! Como canta María en el Magnificat, es el Señor el que derriba a los poderosos del trono y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos (cf. Lc 1, 52-53). Este es el segundo asombro, el asombro de la historia.

Un tercer lugar de asombro es la Iglesia: mirarla con el asombro de la fe significa no limitarse a considerarla solamente como institución religiosa que es, sino a sentirla como Madre que, aun entre manchas y arrugas —¡tenemos muchas!— deja ver las características de la Esposa amada y purificada por Cristo Señor. Una Iglesia que sabe reconocer los muchos signos de amor fiel que Dios continuamente le envía. Una Iglesia para la cual el Señor Jesús no será nunca una posesión que defender con celo: quienes hacen esto, se equivocan, sino Aquel que siempre viene a su encuentro y que ésta sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo. La Iglesia que llama al Señor: «Ven Señor Jesús». La Iglesia madre que siempre tiene las puertas abiertas, y los brazos abiertos para acoger a todos. Es más, la Iglesia madre que sale de las propias puertas para buscar, con sonrisa de madre a todos los alejados y llevarles a la misericordia de Dios. ¡Este es el asombro de la Navidad!

En Navidad Dios se nos dona todo donando a su Hijo, el Único, que es toda su alegría. Y sólo con el corazón de María, la humilde y pobre hija de Sión, convertida en Madre del Hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don de Dios y por su imprevisible sorpresa. Que Ella nos ayude a percibir el asombro —estos tres asombros: el otro, la historia y la Iglesia— por el nacimiento de Jesús, el don de los dones, el regalo inmerecido que nos trae la salvación. El encuentro con Jesús, nos hará también sentir a nosotros este gran asombro. Pero no podemos tener este asombro, no podemos encontrar a Jesús, si no lo encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia.


Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, IV Domingo de Adviento, 23 de diciembre de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

En este IV domingo de Adviento, que precede en poco tiempo al Nacimiento del Señor, el Evangelio narra la visita de María a su pariente Isabel. Este episodio no representa un simple gesto de cortesía, sino que reconoce con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, ambas embarazadas, encarnan, en efecto, la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y se reconocen, ante todo, los frutos de su seno, Juan y Cristo. Comenta el poeta cristiano Prudencio: "El niño contenido en el vientre anciano saluda, por boca de su madre, al Señor hijo de la Virgen" (Apotheosis, 590: PL 59, 970). El júbilo de Juan en el seno de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios está a punto de visitar a su pueblo. En la Anunciación el arcángel Gabriel había hablado a María del embarazo de Isabel (cf. Lc 1, 36) como prueba del poder de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en fertilidad.

Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclama: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?" (Lc 1, 42-43). La expresión "bendita tú entre las mujeres" en el Antiguo Testamento se refiere a Yael (Jc 5, 24) y a Judit (Jdt 13, 18), dos mujeres guerreras que se ocupan de salvar a Israel. Ahora, en cambio, se dirige a María, joven pacífica que va a engendrar al Salvador del mundo. Así también el estremecimiento de alegría de Juan (cf. Lc 1, 44) remite a la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén (cf. 1Cro 15, 29). El Arca, que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Aarón (cf. Hb 9, 4), era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El que está por nacer, Juan, exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su seno a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.

La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. En el tiempo de Navidad imitemos a María, visitando a cuantos viven en dificultad, en especial a los enfermos, los presos, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que acoge al huésped como a Dios mismo: sin desearlo, no conoceremos nunca al Señor; sin esperarlo, no lo encontraremos; sin buscarlo, no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que va deprisa donde Isabel (cf. Lc 1, 39), también nosotros vayamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien viene antes a visitarnos. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de su Nacimiento.

Se dice Credo


Oración de los fieles

El Dios de la salvación nos hace justicia. Oremos confiadamente.

- Por la Iglesia, que ha recibido, como la Virgen María, la misión de dar a luz a Cristo, para que sepa hacerlo presente en medio de nuestro mundo. Roguemos al Señor.

- Por la sociedad en que vivimos, para que recupere el sentido cristiano de la Navidad. Roguemos al Señor.

- Por todos los que en las próximas fiestas estarán lejos de sus hogares, para que encuentren en los demás solidaridad, comprensión y ayuda, que mitigue su dolor y su nostalgia. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, que nos disponemos a celebrar la Navidad del Señor, para que vivamos estas fiestas con sentido cristiano, en convivencia fraternal. Roguemos al Señor.

Señor, Dios nuestro, que nos has enviado a tu Hijo, revestido de nuestra condición humana, escucha nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor.


Oración sobre las ofrendas

El mismo Espíritu, que colmó con su poder las entrañas de santa María, santifique, Señor, estos dones que hemos colocado sobre tu altar. Por Jesucristo, nuestro Señor.


Prefacio II de Adviento
La doble expectación de Cristo

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres.


El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza.


Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:


Santo, santo Santo...


Antífona de comunión Is 7, 14

Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.


Oración después de la comunión

Dios todopoderoso, después de recibir la prenda de la redención eterna, te pedimos que crezca en nosotros tanto el fervor para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu Hijo, cuanto más se acerca la gran fiesta de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Se puede decir la bendición solemne de Adviento.


Dios todopoderoso y rico en misericordia, por su Hijo Jesucristo, cuya venida en carne creéis y cuyo retorno glorioso esperáis, en la celebración de los misterios del Adviento, os ilumine y os llene de sus bendiciones.

R. Amén.

Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe, alegres por la esperanza y diligentes en el amor.

R. Amén.

Y así, los que ahora os alegráis por el próximo nacimiento de nuestro Redentor, cuando vengo de nuevo en la majestad de su gloria recibáis el premio de la vida eterna.

R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo
 + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.

R. Amén.


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