DOMINGO VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(CICLO
C)
PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 13 DE FEBRERO
- Horario de la
parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Eucaristía del Domingo
V del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.).
Para ver la transmisión en directo,
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- Presentación del
Cartel de la Semana Santa de Moguer, en la Parroquia (a las 12.30 h).
- Rezo del Santo
Rosario (a las 19.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la V Semana
del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.)
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NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Elogio: En Atenas, ciudad de Grecia, san Martiniano, que había abrazado la vida eremítica en un lugar próximo a Cesarea de Palestina.
Elogio: Cerca de Ptolemaida, hoy Akko, en Palestina, tránsito del beato Jordán de Sajonia, presbítero de la Orden de Predicadores, sucesor e imitador de santo Domingo, que trabajó incansablemente por extender la Orden y pereció en un naufragio.
Refieren a este santo: San Alberto Magno, Beata Cecilia, Beata Diana de Andaló, Santo Domingo de Guzmán, Beato Inocencio V.
San Cástor de Aquitania, presbítero y eremita
En Karden, cerca del Mosa, en el territorio de Tréveris, san Cástor de Aquitania, presbítero y eremita.
San Benigno, presbítero y mártir
En Todi, ciudad de la Umbría, san Benigno, presbítero y mártir.
San Esteban de Lyon, obispo
En Lyon, en la Galia, san Esteban, obispo.
San Esteban de Rieti, abad
En Rieti, en la región de Sabina, conmemoración de san Esteban, abad, varón de eximia paciencia, como atestiguó de él san Gregorio Magno, papa.
San Gosberto de Osnabrück, obispo
En Osnabrück, de Sajonia, en Germania, san Gosberto, obispo de los suabos, que, habiendo sido desterrado por los paganos, asumió el gobierno de la citada Iglesia de Osnabrück.
San Guimera de Carcassonne, obispo
En Carcassonne, en la Galia Narbonense, san Guimera, obispo.
San Fulcrán de Lodève, obispo
En Lodève, también en la Galia Narbonense, san Fulcrán, obispo, insigne por su misericordia hacia los pobres y por su celo en el culto divino.
San Gilberto de Meaux, obispo
En Meaux, en la Galia, san Gilberto, obispo.
Beata Cristina Camozzi, viuda
En Spoleto, ciudad de la Umbría, beata Cristina (Agustina) Camozzi, la cual, muerto su esposo, cedió por un tiempo a la concupiscencia de la carne, pero recuperada de nuevo la fe, escogió una vida penitente e ingresó en la Orden Secular de San Agustín, donde se distinguió por su entrega incesante a la plegaria y por el servicio a enfermos y pobres.
Beata Eustoquio Bellini, virgen
En Padua, en la región de Venecia, beata Eustoquia (Lucrecia) Bellini, virgen de la Orden de San Benito.
San Pablo Liu Hanzou, presbítero y mártir
En la localidad de Dongjiaochang, cerca de la ciudad de Lezhi, en la provincia china de Sichuan, san Pablo Liu Hanzuo, presbítero y mártir, estrangulado por ser cristiano.
San Pablo Le-Van-Loc, presbítero y mártir
En Thi-Nghe, en Cochinchina, san Pablo Le-Van-Loc, presbítero y mártir, que en tiempo del emperador Tu Duc fue decapitado en la puerta de la ciudad por confesar a Cristo.
Beato James Alfred Miller, religioso y mártir
En Huehuetenango, Guatemala, beato James Alfred Miller, religioso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y mártir, comprometido firmemente en la causa de los pobres y los excluidos.
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo
(verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Jer 17, 5-8. Maldito quien confía en el hombre; bendito quien
confía en el Señor.
- Sal 1. R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en
el Señor.
- 1 Cor 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no
tiene sentido.
- Lc 6, 17. 20-26. Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros,
los ricos.
¿En quién tenemos nuestra confianza? ¿En nosotros mismos, en nuestra fuerza, en
el dinero y los bienes materiales? (cf. 1 lect.). «Dichoso el hombre que ha
puesto su confianza en el Señor» (sal. resp.). «Bienaventurados los pobres,
porque vuestro es el reino de Dios. […] ¡Ay de vosotros los ricos, porque ya
tenéis vuestro consuelo» (Ev.). Ser cristiano supone confiar en Dios por encima
de todo, viviendo la pobreza evangélica. En la práctica, esto se traduce en
estar más cerca de los pobres, de los que sufren, compartiendo con ellos
nuestros bienes espirituales y materiales, sabiendo que a Dios no lo vamos a
ganar en generosidad. Ese es el camino de los justos, que nos lleva a las
fuentes de donde brota la vida verdadera (cf. orac. después de la comunión).
* COLECTA DE LA CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE EN EL MUNDO (dependiente
de la CEE, obligatoria): Liturgia del día, monición justificativa de la colecta
y colecta.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 14 de febrero, pág. 163.
CALENDARIOS: Palencia: Aniversario de la muerte de Mons. Anastasio
Granados García, obispo (1978).
Antífona de entrada Cf. Sal 30,
3-4
Sé la roca de mi refugio, oh, Dios, un baluarte donde me
salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y aliméntame.
Monición de entrada
Cada domingo nos reunimos para
celebrar nuestra fe en Jesucristo, cuya entrega da sentido a nuestra entrega
cotidiana y cuya palabra nos orienta y nos enseña con palabras de vida.
Alegrémonos y cantemos con fuerza porque el Señor resucitado nos convoca para
renovar nuestras vidas y alentamos en el camino de los bienaventurados y
sencillos que ponen todo su corazón en Dios.
Acto penitencial
Todo
como en el ordinario de la misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las
siguientes invocaciones:
- Tú, que al encarnarte te has hecho compañero en nuestro
camino: Señor ten piedad.
R. Señor ten piedad.
- Tú, que al morir en la cruz te has revelado como el Hijo de Dios:
Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que al resucitar de entre los muertos has abierto las puertas
a nuestra esperanza: Señor, ten piedad.
R. Señor ten piedad.
En
lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la
aspersión del agua bendita.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Oh, Dios, que prometiste permanecer
en los rectos y sencillos de corazón,
concédenos, por tu gracia, vivir de tal
manera
que te dignes habitar en nosotros.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Lectura del libro del profeta
Jeremías (Jer 17, 5-8)
ESTO DICE el Señor:
«Maldito
quien confía en el hombre,
y busca el apoyo de las criaturas,
apartando su
corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía
en el Señor
y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al
agua,
que alarga a la corriente sus raíces;
no teme la llegada del estío,
su
follaje siempre está verde;
en año de sequía no se inquieta,
ni dejará por eso
de dar fruto».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL (Sal 1,
1-2. 3. 4 y 6 [R.: Sal 39, 5a])
R. Dichoso el hombre que ha
puesto su confianza en el Señor.
V. Dichoso el hombre que no
sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los
pecadores,
ni se sienta en la reunión de
los cínicos;
sino que su gozo es la ley del
Señor,
y medita su ley día y noche.
R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
V. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen
fin.
R. Dichoso el hombre que ha
puesto su confianza en el Señor.
V. No así los impíos, no
así;
serán paja que arrebata el
viento.
Porque el Señor protege el
camino de los justos,
pero el camino de los impíos
acaba mal.
R. Dichoso el hombre que ha
puesto su confianza en el Señor.
SEGUNDA LECTURA
Si Cristo no ha resucitado, vuestra
fe no tiene sentido
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a los Corintios (1 Cor 15, 12. 16-20)
HERMANOS:
Si se anuncia que Cristo ha
resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no
hay resurrección de muertos?
Pues si los muertos no
resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra
fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso
los que murieron en Cristo han perecido.
Si hemos puesto nuestra
esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la
humanidad.
Pero Cristo ha resucitado de
entre los muertos y es primicia de los que han muerto.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Lc 6, 23ab
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Alegraos y saltad de
gozo —dice el Señor—, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. R.
EVANGELIO
Bienaventurados los pobres. Ay de
vosotros, los ricos
╬ Lectura del santo
Evangelio según san Lucas (Lc 6, 17. 20-26)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, Jesús bajó del
monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y
una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la
costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia
sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres,
porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora
tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora
lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando
os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre
como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de
gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían
vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos,
porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis
saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís,
porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien
de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San
Pedro. Domingo, 17 de febrero de 2019
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lc 6, 17-20-26) nos presenta las Bienaventuranzas en
la versión de San Lucas. El texto está articulado en cuatro Bienaventuranzas y
cuatro admoniciones formuladas con la expresión “¡ay de vosotros!”. Con estas
palabras, fuertes e incisivas, Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su
mirada, más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a
discernir las situaciones con la fe.
Jesús declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos,
a los perseguidos; y amonesta a los ricos, saciados, que ríen y son aclamados
por la gente. La razón de esta bienaventuranza paradójica radica en el hecho de
que Dios está cerca de los que sufren e interviene para liberarlos de su
esclavitud; Jesús lo ve, ya ve la bienaventuranza más allá de la realidad
negativa. E igualmente, el “¡ay de vosotros!”, dirigido a quienes hoy se
divierten sirve para “despertarlos” del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos
a la lógica del amor, mientras estén a tiempo de hacerlo.
La página del Evangelio de hoy nos invita, pues, a reflexionar sobre el
profundo significado de tener fe, que consiste en fiarnos totalmente del Señor.
Se trata de derribar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y
verdadero; solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y
sin embargo tan difícil de alcanzar. Hermanos y hermanas, hay muchos, también
en nuestros días, que se presentan como dispensadores de felicidad: vienen y
prometen éxito en poco tiempo, grandes ganancias al alcance de la mano,
soluciones mágicas para cada problema, etc. Y aquí es fácil caer sin darse
cuenta en el pecado contra el primer mandamiento: es decir, la idolatría,
reemplazando a Dios con un ídolo. ¡La idolatría y los ídolos parecen cosas de
otros tiempos, pero en realidad son de todos los tiempos! También de hoy.
Describen algunas actitudes contemporáneas mejor que muchos análisis
sociológicos.
Por eso Jesús abre nuestros ojos a la realidad. Estamos llamados a la
felicidad, a ser bienaventurados, y lo somos desde el momento en que nos ponemos
de la parte de Dios, de su Reino, de la parte de lo que no es efímero, sino que
perdura para la vida eterna. Nos alegramos si nos reconocemos necesitados ante
Dios, y esto es muy importante: “Señor, te necesito”, y si como Él y con Él
estamos cerca de los pobres, de los afligidos y de los hambrientos. Nosotros
también lo somos ante Dios: somos pobres, afligidos, tenemos hambre ante Dios.
Somos capaces de alegría cada vez que, poseyendo los bienes de este mundo, no
los convertimos en ídolos a los que vender nuestra alma, sino que somos capaces
de compartirlos con nuestros hermanos. Hoy, la liturgia nos invita una vez más
a cuestionarnos y a hacer la verdad en nuestros corazones.
Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no
depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la
felicidad siguiendo a los vendedores de humo —que tantas veces son vendedores
de muerte—, a los profesionales de la ilusión. No hay que seguirlos, porque son
incapaces de darnos esperanza. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir
una visión más penetrante de la realidad, a curarnos de la miopía crónica que
el espíritu mundano nos contagia. Con su palabra paradójica nos sacude y nos
hace reconocer lo que realmente nos enriquece, nos satisface, nos da alegría y
dignidad. En resumen, lo que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas.
¡Qué la Virgen María nos ayude a escuchar este Evangelio con una mente y un
corazón abiertos, para que dé fruto en nuestras vidas y seamos testigos de la
felicidad que no defrauda, la de Dios que nunca defrauda!
Homilía en santa Marta, jueves 24 de mayo de 2018
Esclavos de las riquezas
La epístola de Santiago (St 5,
1-6), dice: "el jornal defraudado a los obreros (…) está clamando contra
vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del
Señor". Y yo repito lo que dice el apóstol a los ricos, no con medias
palabras, sino diciendo las cosas con fuerza: "Vuestra riqueza está
corrompida". Y Jesús no dijo menos: "¡Ay de vosotros los
ricos!", en la primera invectiva después de las Bienaventuranzas en la
versión de Lucas (Lc 6, 24). "¡Ay de vosotros los ricos!". Si uno
hiciese hoy una homilía así, en los periódicos del día siguiente dirían:
"¡Ese cura es comunista!". ¡La pobreza está en el centro del
Evangelio! La predicación sobre la pobreza está en el centro de la predicación
de Jesús: "Bienaventurados los pobres" es la primera Bienaventuranza
(Mt 5, 3). Y el carnet de identidad con el que se presenta Jesús al volver a su
pueblo, Nazaret, en la sinagoga, es: "El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres" (Lc 4, 18). Pero
siempre, en la historia, hemos tenido la debilidad de intentar eliminar esa
predicación sobre la pobreza, creyendo que es algo social, político. ¡No! Es
Evangelio puro, es Evangelio puro.
¿Por qué una predicación tan dura? Porque las riquezas son una idolatría, son
capaces de seducción. Jesús mismo dice que "nadie puede servir a dos
señores" (Mt 6, 24): ¡o sirves a Dios o sirves a las riquezas! Da
categoría de ‘señor’ a las riquezas, es decir, la riqueza te agarra y no te
suelta, yendo contra el primer mandamiento: amar a Dios con todo el corazón.
Además, las riquezas van también contra el segundo mandamiento, porque destruyen
el trato armonioso entre los hombres, arruinan la vida, arruinan el alma.
Acordaos de la parábola del rico Epulón -que solo pensaba en la buena vida,
fiestas y vestidos lujosos- y del pobre Lázaro, que no tenía nada. Las riquezas
nos quitan la armonía con los hermanos, el amor al prójimo, y nos vuelven
egoístas. Santiago reclama el salario de los trabajadores que han cosechado en
las tierras de los ricos y que no han sido pagados: alguno podrá confundir al
apóstol Santiago con un sindicalista. Sin embargo, es el apóstol que habla bajo
la inspiración del Espíritu Santo. Parece algo de hoy. También aquí, en Italia,
para salvar los grandes capitales, se deja a la gente sin trabajo. Eso va
contra el segundo mandamiento, y quien hace eso: "¡Ay de vosotros!".
No lo digo yo, sino Jesús. Ay de vosotros que abusáis de la gente, que
explotáis el trabajo, que pagáis en negro, que no pagáis la aportación a las
pensiones, que no dais vacaciones. ¡Ay de vosotros! Hacer ‘descuentos’, hacer
trampas sobre lo que se debe pagar, sobre el salario, es pecado, es pecado.
"No, padre, yo voy a Misa todos los domingos y voy a aquella asociación
católica y soy muy católico y hago la novena de…". ¿Pero no pagas? Esa
injusticia es pecado mortal. No estás en gracia de Dios. No lo digo yo, lo dice
Jesús, lo dice el apóstol Santiago. Por eso, las riquezas te alejan del segundo
mandamiento, del amor al prójimo.
Las riquezas tienen la capacidad de hacerte esclavo. Por eso, animo a hacer un
poco más de oración y un poco más de penitencia, no a los pobres sino a los
ricos. No eres libre ante las riquezas. Para serlo, debes tomar distancia y
rezar al Señor. Si el Señor te ha dado riquezas es para darlas a los demás,
para hacer en su nombre tantas cosas buenas por los demás. Pero las riquezas
tienen esa capacidad de seducirnos, y si caemos en esa seducción, somos
esclavos de las riquezas.
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 14
de febrero de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
El año litúrgico es un gran camino de fe, que la Iglesia realiza siempre
precedida por la Virgen Madre María. En los domingos del tiempo ordinario, este
itinerario está marcado este año por la lectura del Evangelio de san Lucas, que
hoy nos acompaña "en un paraje llano" (Lc 6, 17), donde Jesús se
detiene con los Doce y donde se reúne una multitud de otros discípulos y de
gente llegada de todas partes para escucharlo. En ese marco se sitúa el anuncio
de las "bienaventuranzas" (Lc 6, 20-26; cf. Mt 5, 1-12). Jesús,
levantando los ojos hacia sus discípulos, dice: "Dichosos los pobres...
Dichosos los que ahora tenéis hambre... Dichosos los que lloráis... Dichosos
vosotros cuando los hombres... proscriban vuestro nombre" por mi causa.
¿Por qué los proclama dichosos? Porque la justicia de Dios hará que sean
saciados, que se alegren, que sean resarcidos de toda acusación falsa, en una
palabra, porque ya desde ahora los acoge en su reino. Las bienaventuranzas se
basan en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha
sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido (cf. Lc 14, 11).
De hecho, el evangelista san Lucas, después de los cuatro "dichosos
vosotros", añade cuatro amonestaciones: "Ay de vosotros, los ricos...
Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados... Ay de vosotros, los que ahora
reís" y "Ay si todo el mundo habla bien de vosotros", porque,
como afirma Jesús, la situación se invertirá, los últimos serán primeros y los
primeros últimos" (cf. Lc 13, 30).
Esta justicia y esta bienaventuranza se realizan en el "reino de los
cielos" o "reino de Dios", que tendrá su cumplimiento al final
de los tiempos, pero que ya está presente en la historia. Donde los pobres son
consolados y admitidos al banquete de la vida, allí se manifiesta la justicia
de Dios. Esta es la tarea que los discípulos del Señor están llamados a
realizar también en la sociedad actual. Pienso en la realidad del albergue de
la Cáritas romana en la estación Termini, que
visité esta mañana: de corazón animo a quienes colaboran en esta benemérita
institución y a cuantos, en todas partes del mundo, se comprometen
gratuitamente en obras similares de justicia y de amor.
Al tema de la justicia he dedicado este año el Mensaje de la Cuaresma, que
comenzará el próximo miércoles, llamado de Ceniza. Por tanto, hoy deseo
entregarlo idealmente a todos, invitando a leerlo y a meditarlo. El Evangelio
de Cristo responde positivamente a la sed de justicia del hombre, pero de modo
inesperado y sorprendente. Jesús no propone una revolución de tipo social y
político, sino la del amor, que ya ha realizado con su cruz y su resurrección.
En ellas se fundan las bienaventuranzas, que proponen el nuevo horizonte de
justicia, inaugurado por la Pascua, gracias al cual podemos ser justos y construir
un mundo mejor.
Queridos amigos, dirijámonos ahora a la Virgen María. Todas las generaciones la
proclaman "dichosa", porque creyó en la buena noticia que el Señor le
anunció (cf. Lc 1, 45.48). Dejémonos guiar por ella en el camino de la
Cuaresma, para ser liberados del espejismo de la autosuficiencia, reconocer que
tenemos necesidad de Dios, de su misericordia, y entrar así en su reino de
justicia, de amor y de paz.
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios.
Dichosos los que ponen su confianza en él.
- Por los que en la Iglesia dedican su vida al servicio
de los más necesitados, para que su dicha y abnegación sirva de estímulo.
Roguemos al Señor.
- Por los que acumulan riqueza, insensibles al mundo de la pobreza,
para que al menos sepan que los pobres están a la puerta y aguardan las migajas
de su banquete. Roguemos al Señor.
- Por los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los
despreciados, para que puedan entender las Bienaventuranzas. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que no caigamos en la tentación
de confiar en el dinero como supremo valor. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo,
que pone su confianza en ti.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Señor, que esta oblación nos purifique y nos renueve,
y sea causa de eterna
recompensa
para los que cumplen tu voluntad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio VI Dominical del Tiempo Ordinario
La prenda de nuestra pascua eterna
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
En ti vivimos, nos movemos y existimos;
y, todavía en nuestro cuerpo,
no sólo
experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor,
sino que poseemos ya en
prenda la vida futura;
pues esperamos gozar de la Pascua eterna,
porque tenemos
las primicias del Espíritu,
por el que resucitaste a Jesús de entre los
muertos.
Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de comunión Cf. SaI 77, 29-30
Comieron y se hartaron, así el Señor
satisfizo su avidez; no los defraudó según su deseo.
O bien: Jn 3,16
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida
eterna.
Oración después de la comunión
Alimentados
con las delicias del cielo, te pedimos, Señor,
que procuremos siempre aquello
que nos asegura la vida verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.