13 de febrero - DOMINGO VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

 

 

DOMINGO VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(CICLO C)

 

PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 13 DE FEBRERO

- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.

- Eucaristía del Domingo V del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.). 

Para ver la transmisión en directo, pincha aquí

- Presentación del Cartel de la Semana Santa de Moguer, en la Parroquia (a las 12.30 h).

- Rezo del Santo Rosario (a las 19.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la V Semana del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.)

 

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NOTICIAS DE ACTUALIDAD

"Santo súbito"


Portada

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Opinión

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SANTORAL DE HOY



Elogio: En Atenas, ciudad de Grecia, san Martiniano, que había abrazado la vida eremítica en un lugar próximo a Cesarea de Palestina.



Elogio: Cerca de Ptolemaida, hoy Akko, en Palestina, tránsito del beato Jordán de Sajonia, presbítero de la Orden de Predicadores, sucesor e imitador de santo Domingo, que trabajó incansablemente por extender la Orden y pereció en un naufragio.

Refieren a este santo: San Alberto Magno, Beata Cecilia, Beata Diana de Andaló, Santo Domingo de Guzmán, Beato Inocencio V.

   San Cástor de Aquitania, presbítero y eremita   

En Karden, cerca del Mosa, en el territorio de Tréveris, san Cástor de Aquitania, presbítero y eremita.

   San Benigno, presbítero y mártir   

En Todi, ciudad de la Umbría, san Benigno, presbítero y mártir.

   San Esteban de Lyon, obispo   

En Lyon, en la Galia, san Esteban, obispo.

   San Esteban de Rieti, abad

En Rieti, en la región de Sabina, conmemoración de san Esteban, abad, varón de eximia paciencia, como atestiguó de él san Gregorio Magno, papa.

   San Gosberto de Osnabrück, obispo   

En Osnabrück, de Sajonia, en Germania, san Gosberto, obispo de los suabos, que, habiendo sido desterrado por los paganos, asumió el gobierno de la citada Iglesia de Osnabrück.

   San Guimera de Carcassonne, obispo   

En Carcassonne, en la Galia Narbonense, san Guimera, obispo.

   San Fulcrán de Lodève, obispo   

En Lodève, también en la Galia Narbonense, san Fulcrán, obispo, insigne por su misericordia hacia los pobres y por su celo en el culto divino.

   San Gilberto de Meaux, obispo   

En Meaux, en la Galia, san Gilberto, obispo.

   Beata Cristina Camozzi, viuda   

En Spoleto, ciudad de la Umbría, beata Cristina (Agustina) Camozzi, la cual, muerto su esposo, cedió por un tiempo a la concupiscencia de la carne, pero recuperada de nuevo la fe, escogió una vida penitente e ingresó en la Orden Secular de San Agustín, donde se distinguió por su entrega incesante a la plegaria y por el servicio a enfermos y pobres.

   Beata Eustoquio Bellini, virgen   

En Padua, en la región de Venecia, beata Eustoquia (Lucrecia) Bellini, virgen de la Orden de San Benito.

   San Pablo Liu Hanzou, presbítero y mártir   

En la localidad de Dongjiaochang, cerca de la ciudad de Lezhi, en la provincia china de Sichuan, san Pablo Liu Hanzuo, presbítero y mártir, estrangulado por ser cristiano.

   San Pablo Le-Van-Loc, presbítero y mártir   

En Thi-Nghe, en Cochinchina, san Pablo Le-Van-Loc, presbítero y mártir, que en tiempo del emperador Tu Duc fue decapitado en la puerta de la ciudad por confesar a Cristo.

   Beato James Alfred Miller, religioso y mártir   

En Huehuetenango, Guatemala, beato James Alfred Miller, religioso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y mártir, comprometido firmemente en la causa de los pobres y los excluidos.


LITURGIA DE HOY

Misa del Domingo (verde).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.

LECC.: vol. I (C).

- Jer 17, 5-8. Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.
- Sal 1. R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
- 1 Cor 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
- Lc 6, 17. 20-26. Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos.

¿En quién tenemos nuestra confianza? ¿En nosotros mismos, en nuestra fuerza, en el dinero y los bienes materiales? (cf. 1 lect.). «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor» (sal. resp.). «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. […] ¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo» (Ev.). Ser cristiano supone confiar en Dios por encima de todo, viviendo la pobreza evangélica. En la práctica, esto se traduce en estar más cerca de los pobres, de los que sufren, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales, sabiendo que a Dios no lo vamos a ganar en generosidad. Ese es el camino de los justos, que nos lleva a las fuentes de donde brota la vida verdadera (cf. orac. después de la comunión).

* COLECTA DE LA CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE EN EL MUNDO (dependiente de la CEE, obligatoria): Liturgia del día, monición justificativa de la colecta y colecta.


Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 14 de febrero, pág. 163.

CALENDARIOS: Palencia: Aniversario de la muerte de Mons. Anastasio Granados García, obispo (1978).


Antífona de entrada Cf. Sal 30, 3-4

Sé la roca de mi refugio, oh, Dios, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y aliméntame.

 

Monición de entrada

Cada domingo nos reunimos para celebrar nuestra fe en Jesucristo, cuya entrega da sentido a nuestra entrega cotidiana y cuya palabra nos orienta y nos enseña con palabras de vida. Alegrémonos y cantemos con fuerza porque el Señor resucitado nos convoca para renovar nuestras vidas y alentamos en el camino de los bienaventurados y sencillos que ponen todo su corazón en Dios.


Acto penitencial

Todo como en el ordinario de la misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:

Tú, que al encarnarte te has hecho compañero en nuestro camino: Señor ten piedad.
R. Señor ten piedad.

- Tú, que al morir en la cruz te has revelado como el Hijo de Dios: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.

- Tú, que al resucitar de entre los muertos has abierto las puertas a nuestra esperanza: Señor, ten piedad.
R. Señor ten piedad.

En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Se dice Gloria.

 

Oración colecta
Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón,
concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera
que te dignes habitar en nosotros.
Por nuestro Señor Jesucristo.


LECTURAS DE LA MISA

Audio y comentario del Evangelio de hoy


PRIMERA LECTURA
Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor

Lectura del libro del profeta Jeremías (Jer 17, 5-8)

ESTO DICE el Señor:

«Maldito quien confía en el hombre,
y busca el apoyo de las criaturas,
apartando su corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor
y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua,
que alarga a la corriente sus raíces;
no teme la llegada del estío,
su follaje siempre está verde;
en año de sequía no se inquieta,
ni dejará por eso de dar fruto».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL (Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6 [R.: Sal 39, 5a])

R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

V. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

V. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

V. No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.


SEGUNDA LECTURA
Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1 Cor 15, 12. 16-20)

HERMANOS:

Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?

Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido.

Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad.

Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.

 
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Lc 6, 23ab
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Alegraos y saltad de gozo —dice el Señor—, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. R.

EVANGELIO
Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos

╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 6, 17. 20-26)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.

Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
 
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San Pedro. Domingo, 17 de febrero de 2019

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Lc 6, 17-20-26) nos presenta las Bienaventuranzas en la versión de San Lucas. El texto está articulado en cuatro Bienaventuranzas y cuatro admoniciones formuladas con la expresión “¡ay de vosotros!”. Con estas palabras, fuertes e incisivas, Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su mirada, más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con la fe.

Jesús declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos; y amonesta a los ricos, saciados, que ríen y son aclamados por la gente. La razón de esta bienaventuranza paradójica radica en el hecho de que Dios está cerca de los que sufren e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús lo ve, ya ve la bienaventuranza más allá de la realidad negativa. E igualmente, el “¡ay de vosotros!”, dirigido a quienes hoy se divierten sirve para “despertarlos” del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos a la lógica del amor, mientras estén a tiempo de hacerlo.

La página del Evangelio de hoy nos invita, pues, a reflexionar sobre el profundo significado de tener fe, que consiste en fiarnos totalmente del Señor. Se trata de derribar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y sin embargo tan difícil de alcanzar. Hermanos y hermanas, hay muchos, también en nuestros días, que se presentan como dispensadores de felicidad: vienen y prometen éxito en poco tiempo, grandes ganancias al alcance de la mano, soluciones mágicas para cada problema, etc. Y aquí es fácil caer sin darse cuenta en el pecado contra el primer mandamiento: es decir, la idolatría, reemplazando a Dios con un ídolo. ¡La idolatría y los ídolos parecen cosas de otros tiempos, pero en realidad son de todos los tiempos! También de hoy. Describen algunas actitudes contemporáneas mejor que muchos análisis sociológicos.

Por eso Jesús abre nuestros ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo somos desde el momento en que nos ponemos de la parte de Dios, de su Reino, de la parte de lo que no es efímero, sino que perdura para la vida eterna. Nos alegramos si nos reconocemos necesitados ante Dios, y esto es muy importante: “Señor, te necesito”, y si como Él y con Él estamos cerca de los pobres, de los afligidos y de los hambrientos. Nosotros también lo somos ante Dios: somos pobres, afligidos, tenemos hambre ante Dios. Somos capaces de alegría cada vez que, poseyendo los bienes de este mundo, no los convertimos en ídolos a los que vender nuestra alma, sino que somos capaces de compartirlos con nuestros hermanos. Hoy, la liturgia nos invita una vez más a cuestionarnos y a hacer la verdad en nuestros corazones.

Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo —que tantas veces son vendedores de muerte—, a los profesionales de la ilusión. No hay que seguirlos, porque son incapaces de darnos esperanza. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una visión más penetrante de la realidad, a curarnos de la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia. Con su palabra paradójica nos sacude y nos hace reconocer lo que realmente nos enriquece, nos satisface, nos da alegría y dignidad. En resumen, lo que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas. ¡Qué la Virgen María nos ayude a escuchar este Evangelio con una mente y un corazón abiertos, para que dé fruto en nuestras vidas y seamos testigos de la felicidad que no defrauda, la de Dios que nunca defrauda!


Homilía en santa Marta, jueves 24 de mayo de 2018

Esclavos de las riquezas

La epístola de Santiago (St 5, 1-6), dice: "el jornal defraudado a los obreros (…) está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor". Y yo repito lo que dice el apóstol a los ricos, no con medias palabras, sino diciendo las cosas con fuerza: "Vuestra riqueza está corrompida". Y Jesús no dijo menos: "¡Ay de vosotros los ricos!", en la primera invectiva después de las Bienaventuranzas en la versión de Lucas (Lc 6, 24). "¡Ay de vosotros los ricos!". Si uno hiciese hoy una homilía así, en los periódicos del día siguiente dirían: "¡Ese cura es comunista!". ¡La pobreza está en el centro del Evangelio! La predicación sobre la pobreza está en el centro de la predicación de Jesús: "Bienaventurados los pobres" es la primera Bienaventuranza (Mt 5, 3). Y el carnet de identidad con el que se presenta Jesús al volver a su pueblo, Nazaret, en la sinagoga, es: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres" (Lc 4, 18). Pero siempre, en la historia, hemos tenido la debilidad de intentar eliminar esa predicación sobre la pobreza, creyendo que es algo social, político. ¡No! Es Evangelio puro, es Evangelio puro.

¿Por qué una predicación tan dura? Porque las riquezas son una idolatría, son capaces de seducción. Jesús mismo dice que "nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 24): ¡o sirves a Dios o sirves a las riquezas! Da categoría de ‘señor’ a las riquezas, es decir, la riqueza te agarra y no te suelta, yendo contra el primer mandamiento: amar a Dios con todo el corazón. Además, las riquezas van también contra el segundo mandamiento, porque destruyen el trato armonioso entre los hombres, arruinan la vida, arruinan el alma. Acordaos de la parábola del rico Epulón -que solo pensaba en la buena vida, fiestas y vestidos lujosos- y del pobre Lázaro, que no tenía nada. Las riquezas nos quitan la armonía con los hermanos, el amor al prójimo, y nos vuelven egoístas. Santiago reclama el salario de los trabajadores que han cosechado en las tierras de los ricos y que no han sido pagados: alguno podrá confundir al apóstol Santiago con un sindicalista. Sin embargo, es el apóstol que habla bajo la inspiración del Espíritu Santo. Parece algo de hoy. También aquí, en Italia, para salvar los grandes capitales, se deja a la gente sin trabajo. Eso va contra el segundo mandamiento, y quien hace eso: "¡Ay de vosotros!". No lo digo yo, sino Jesús. Ay de vosotros que abusáis de la gente, que explotáis el trabajo, que pagáis en negro, que no pagáis la aportación a las pensiones, que no dais vacaciones. ¡Ay de vosotros! Hacer ‘descuentos’, hacer trampas sobre lo que se debe pagar, sobre el salario, es pecado, es pecado. "No, padre, yo voy a Misa todos los domingos y voy a aquella asociación católica y soy muy católico y hago la novena de…". ¿Pero no pagas? Esa injusticia es pecado mortal. No estás en gracia de Dios. No lo digo yo, lo dice Jesús, lo dice el apóstol Santiago. Por eso, las riquezas te alejan del segundo mandamiento, del amor al prójimo.

Las riquezas tienen la capacidad de hacerte esclavo. Por eso, animo a hacer un poco más de oración y un poco más de penitencia, no a los pobres sino a los ricos. No eres libre ante las riquezas. Para serlo, debes tomar distancia y rezar al Señor. Si el Señor te ha dado riquezas es para darlas a los demás, para hacer en su nombre tantas cosas buenas por los demás. Pero las riquezas tienen esa capacidad de seducirnos, y si caemos en esa seducción, somos esclavos de las riquezas.

 

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 14 de febrero de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

El año litúrgico es un gran camino de fe, que la Iglesia realiza siempre precedida por la Virgen Madre María. En los domingos del tiempo ordinario, este itinerario está marcado este año por la lectura del Evangelio de san Lucas, que hoy nos acompaña "en un paraje llano" (Lc 6, 17), donde Jesús se detiene con los Doce y donde se reúne una multitud de otros discípulos y de gente llegada de todas partes para escucharlo. En ese marco se sitúa el anuncio de las "bienaventuranzas" (Lc 6, 20-26; cf. Mt 5, 1-12). Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, dice: "Dichosos los pobres... Dichosos los que ahora tenéis hambre... Dichosos los que lloráis... Dichosos vosotros cuando los hombres... proscriban vuestro nombre" por mi causa. ¿Por qué los proclama dichosos? Porque la justicia de Dios hará que sean saciados, que se alegren, que sean resarcidos de toda acusación falsa, en una palabra, porque ya desde ahora los acoge en su reino. Las bienaventuranzas se basan en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido (cf. Lc 14, 11). De hecho, el evangelista san Lucas, después de los cuatro "dichosos vosotros", añade cuatro amonestaciones: "Ay de vosotros, los ricos... Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados... Ay de vosotros, los que ahora reís" y "Ay si todo el mundo habla bien de vosotros", porque, como afirma Jesús, la situación se invertirá, los últimos serán primeros y los primeros últimos" (cf. Lc 13, 30).

Esta justicia y esta bienaventuranza se realizan en el "reino de los cielos" o "reino de Dios", que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, pero que ya está presente en la historia. Donde los pobres son consolados y admitidos al banquete de la vida, allí se manifiesta la justicia de Dios. Esta es la tarea que los discípulos del Señor están llamados a realizar también en la sociedad actual. Pienso en la realidad del albergue de la Cáritas romana en la estación Termini, que visité esta mañana: de corazón animo a quienes colaboran en esta benemérita institución y a cuantos, en todas partes del mundo, se comprometen gratuitamente en obras similares de justicia y de amor.

Al tema de la justicia he dedicado este año el Mensaje de la Cuaresma, que comenzará el próximo miércoles, llamado de Ceniza. Por tanto, hoy deseo entregarlo idealmente a todos, invitando a leerlo y a meditarlo. El Evangelio de Cristo responde positivamente a la sed de justicia del hombre, pero de modo inesperado y sorprendente. Jesús no propone una revolución de tipo social y político, sino la del amor, que ya ha realizado con su cruz y su resurrección. En ellas se fundan las bienaventuranzas, que proponen el nuevo horizonte de justicia, inaugurado por la Pascua, gracias al cual podemos ser justos y construir un mundo mejor.

Queridos amigos, dirijámonos ahora a la Virgen María. Todas las generaciones la proclaman "dichosa", porque creyó en la buena noticia que el Señor le anunció (cf. Lc 1, 45.48). Dejémonos guiar por ella en el camino de la Cuaresma, para ser liberados del espejismo de la autosuficiencia, reconocer que tenemos necesidad de Dios, de su misericordia, y entrar así en su reino de justicia, de amor y de paz.

Se dice Credo.

 

Oración de los fieles

Oremos al Señor, nuestro Dios. Dichosos los que ponen su confianza en él.

- Por los que en la Iglesia dedican su vida al servicio de los más necesitados, para que su dicha y abnegación sirva de estímulo. Roguemos al Señor.

- Por los que acumulan riqueza, insensibles al mundo de la pobreza, para que al menos sepan que los pobres están a la puerta y aguardan las migajas de su banquete. Roguemos al Señor.

- Por los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los despreciados, para que puedan entender las Bienaventuranzas. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, aquí reunidos, para que no caigamos en la tentación de confiar en el dinero como supremo valor. Roguemos al Señor.

Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo,
que pone su confianza en ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Oración sobre las ofrendas

Señor, que esta oblación nos purifique y nos renueve,
y sea causa de eterna recompensa
para los que cumplen tu voluntad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Prefacio VI Dominical del Tiempo Ordinario
La prenda de nuestra pascua eterna

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

En ti vivimos, nos movemos y existimos;
y, todavía en nuestro cuerpo,
no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor,
sino que poseemos ya en prenda la vida futura;
pues esperamos gozar de la Pascua eterna,
porque tenemos las primicias del Espíritu,
por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos.

Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:

Santo, Santo, Santo…


Antífona de comunión Cf. SaI 77, 29-30

Comieron y se hartaron, así el Señor satisfizo su avidez; no los defraudó según su deseo.

O bien: Jn 3,16

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Oración después de la comunión

Alimentados con las delicias del cielo, te pedimos, Señor,
que procuremos siempre aquello que nos asegura la vida verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


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