20 de febrero - DOMINGO VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

 

DOMINGO VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(CICLO C)

 

PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 20 DE FEBRERO

- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.

- Eucaristía del Domingo VII del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.). 

Para ver la transmisión en directo, pincha aquí

- Rezo del Santo Rosario (a las 19.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la VII Semana del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.)

 




NOTICIAS DE ACTUALIDAD

 

Ángelus del Papa Francsico
(20.02.2022)



Homilía - Domingo de la VII del T. O.
(Misa de la mañana, 20.02.2022)


Actualidad comentada por el P. Santiago Martín
(18.02.2022)

"Tiempo de terror"



Portada

Los casos no son cotidianos, pero suceden «ocasionalmente» y hay protocolos

Dramático testimonio de un residente de pediatría: la víctima de aborto que nació viva y debía morir

El autor de «Retorno a Brideshead» tenía 26 años cuando dio el paso

Evelyn Waugh detalló su conversión a la BBC: «Siempre supe que el catolicismo "era" el cristianismo»

Éric vio su infancia marcada por esa ausencia y creía haber superado el trauma

Su padre les abandonó y nunca dio señales de vida: 33 años después, empezó a rezar por él...

Vídeos

  La última conferencia de Pablo Domínguez

  Un niño santo: Francisco Marto

  Imperiosa necesidad: confesar los pecados

  ¿Una iglesia hinchable? ¿Por qué?

  Terror psicológico, confesores y mártires

Otras noticias

  Un estudio muestra que legalizar el suicidio asistido incrementa el número de suicidios no-asistidos

  Francisco invita a pensar en alguien que nos haya hecho mal, apartar el rencor y rezar por él

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  Agenda 2030: la ley animalista del Gobierno da a los animales derechos que niega al no nacido

Opinión

  La fotografía , por Miguel Aranguren

Blogs

  VII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C) , por Diario de un Cura de Aldea Global en su Celda Parroquial

  Americo Vespuci, el italiano que bautizó un continente , por En cuerpo y alma

  Dios y las sacudidas , por Duc in altum!

  Hoy el reto del amor es hacer un intercambio , por El Reto Del Amor

  La prueba de fuego. Comentario para Matrimonios: Lucas 6, 27-38 , por ProyectoAmorConyugal.es

  Reflexión Domingo VII del Tiempo Ordinario , por La alegría de la Buena Noticia


SANTORAL DE HOY



Elogio: En Aljustrel, lugar cercano a Fátima, en Portugal, santa Jacinta Marto, la cual, siendo aún niña de tierna edad, aceptó con toda paciencia la grave enfermedad que le aquejaba y demostró siempre una gran devoción a la Santísima Virgen María.
refieren a este santo: Bienaventurada Virgen María de Fátima, San Francisco Marto

    San Serapión de Alejandría, mártir

En Alejandría de Egipto, conmemoración de san Serapión, mártir, que en tiempo del emperador Decio fue víctima de atroces tormentos y, después de descoyuntarle todos los miembros, acabó siendo precipitado desde lo alto de su propia casa.

   Santos Cinco Mártires de Tiro, mártires   

Conmemoración de cinco santos mártires que perecieron en la ciudad de Tiro, en tiempo del emperador Diocleciano, los cuales, azotados primero y luego expuestos desnudos a las fieras, mostraron su firme e inamovible constancia a pesar de su juventud. Uno de ellos, de apenas veinte años, oraba con los brazos extendidos en forma de cruz, y todos, finalmente, fueron degollados.

   San Tiranión de Tiro, obispo y mártir   

En Antioquía, en Siria, conmemoración de san Tiranión, obispo de Tiro y mártir, que educado en la fe cristiana desde su más tierna edad, alcanzó la corona de la gloria al ser desgarrado con garfios de hierro, junto con el presbítero Zenobio.

   San Eleuterio de Tournai, obispo   

En Tournai, en la Galia Bélgica, san Eleuterio, obispo.

   San Euquerio de Orleans, obispo   

En el cenobio de Saint-Truiden, en el territorio de Brabante, en Austrasia, tránsito de san Euquerio, obispo de Orleans, que desterrado por Carlos Martel a causa de las calumnias de algunos envidiosos, encontró piadoso refugio entre aquellos monjes.

   San León de Catania, obispo   

En Catania, de Sicilia, san León, obispo, que se ocupó sobre todo del cuidado de los pobres.

   Beata Julia Rodzinska, virgen y mártir

En Stutthof, cerca de Gdynia, en Polonia, beata Julia Rodzinska, virgen de la Congregación de Hermanas Santo Domingo y mártir, que durante la ocupación militar de su patria en tiempo de guerra, fue confinada en un campo de concentración, donde, después de haber contraído una grave enfermedad, pasó a la gloria.


LITURGIA DE HOY

Misa del Domingo (verde).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.

LECC.: vol. I (C).

- 1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23. El Señor te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender la mano.
- Sal 102. R. El Señor es compasivo y misericordioso.
- 1 Cor 15, 45-49. Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.
- Lc 6, 27-38. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

«Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso». El amor a los enemigos, la generosidad con los que nos piden, perdonar a los que nos ofenden… Todo esto es el contenido del Ev. de hoy. Para entenderlo tenemos primero que contemplar la misericordia de Dios, que tanto nos ama y perdona a lo largo de nuestra vida, a pesar de tantos pecados e infidelidades. Hoy, al rezar el Padrenuestro, atendamos especialmente a la petición: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». ¿Somos consecuentes con esta petición? En la 1 lect. se nos presenta como modelo de compasión y misericordia a David, que pudiendo vengarse de Saúl, su enemigo, le perdonó la vida, no queriendo atentar impunemente contra el ungido del Señor.


Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 21 de febrero, pág. 173.


Antífona de entrada Sal 12, 6

Señor, yo confío en tu misericordia: mi alma gozará con tu salvación, y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.

 

Monición de entrada (Año C)

Domingo a domingo vamos siendo introducidos en el Misterio pascual del Señor por medio de la participación en la eucaristía, sacramento del amor que supera todo odio y división y que nos recuerda el mandamiento nuevo del amor. Dispongámonos interiormente para participar en este acontecimiento de salvación que va haciendo de nosotros hombres y mujeres que tienen el mismo corazón misericordioso del Padre.

 

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:

- Tú, que amas el primero: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú. que nos amas de balde: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que amas sin fronteras: Señor, ten piedad
R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.


Oración colecta

Concédenos, Dios todopoderoso,
que, meditando siempre las realidades espirituales,
cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace.
Por nuestro Señor Jesucristo.

 

 LECTURAS DE LA MISA

Audio y comentario del Evangelio de hoy (I)

Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)


PRIMERA LECTURA
El Señor te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender la mano

Lectura del primer libro de Samuel (1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23)

EN AQUELLOS DÍAS, Saúl emprendió la bajada al desierto de Zif, llevando tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David allí.

David y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía, acostado en el cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían en torno a él.

Abisay dijo a David:

«Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir».

David respondió:

«No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?».

David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían, porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo.

David cruzó al otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una gran distancia entre ellos, y gritó:

«Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores, y que el Señor pague a cada uno según su justicia Y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor».

 

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL (Sal 102, 1-2. 3-4. 8 et 10. 12-13 [R.: 8a)

R. El Señor es compasivo y misericordioso.

V. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

R. El Señor es compasivo y misericordioso.
 
V. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura.

R. El Señor es compasivo y misericordioso.
 
V. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. 

R. El Señor es compasivo y misericordioso.
 
V. Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen. 

R. El Señor es compasivo y misericordioso.


SEGUNDA LECTURA
Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1 Cor 15, 45-49)

HERMANOS:

El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante.

Pero no fue primero lo espiritual, sino primero lo material y después lo espiritual.

El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; el segundo hombre es del cielo.

Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


Aleluya Jn 13, 34
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Os doy un mandamiento nuevo —dice el Señor—: que os améis unos a otros, como yo os he amado. R.

 
EVANGELIO 
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso

╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 6, 27-38)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, dijo Jesús a sus discípulos:

«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.

Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.

Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros». 

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San Pedro. Domingo, 24 de febrero de 2019

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Lc 6, 27-38) se refiere a un punto central y característico de la vida cristiana: el amor por los enemigos. Las palabras de Jesús son claras: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen» (versículos 27-28) ). Y esto no es una opción, es un mandato. No es para todos, sino para los discípulos, que Jesús llama “a los que me escucháis”. Él sabe muy bien que amar a los enemigos va más allá de nuestras posibilidades, pero para esto se hizo hombre: no para dejarnos así como somos, sino para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor más grande, el de su Padre y el nuestro. Este es el amor que Jesús da a quienes lo “escuchan”. ¡Y entonces se hace posible! Con él, gracias a su amor, a su Espíritu, también podemos amar a quienes no nos aman, incluso a quienes nos hacen daño.

De este modo, Jesús quiere que en cada corazón el amor de Dios triunfe sobre el odio y el rencor. La lógica del amor, que culmina en la Cruz de Cristo, es la señal distintiva del cristiano y nos lleva a salir al encuentro de todos con un corazón de hermanos. Pero, ¿cómo es posible superar el instinto humano y la ley mundana de la represalia? La respuesta la da Jesús en la misma página del Evangelio: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (vers. 36). Quien escucha a Jesús, quien se esfuerza por seguirlo aunque cueste, se convierte en hijo de Dios y comienza a parecerse realmente al Padre que está en el cielo. Nos volvemos capaces de cosas que nunca hubiéramos pensado que podríamos decir o hacer, y de las cuales nos habríamos avergonzado, pero que ahora nos dan alegría y paz. Ya no necesitamos ser violentos, con palabras y gestos; nos descubrimos capaces de ternura y bondad; y sentimos que todo esto no viene de nosotros sino de Él, y por lo tanto no nos jactamos de ello, sino que estamos agradecidos.

No hay nada más grande y más fecundo que el amor: confiere a la persona toda su dignidad, mientras que, por el contrario, el odio y la venganza la disminuyen, desfigurando la belleza de la criatura hecha a imagen de Dios.

Este mandato, de responder al insulto y al mal con el amor, ha generado una nueva cultura en el mundo: la «cultura de la misericordia —¡debemos aprenderla bien! Y practicarla bien esta cultura de la misericordia—, que da vida a una verdadera revolución» (Cart. Ap. Misericordia et misera, 20). Es la revolución del amor, cuyos protagonistas son los mártires de todos los tiempos. Y Jesús nos asegura que nuestro comportamiento, marcado por el amor por aquellos que nos han hecho daño, no será en vano. Él dice: «Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará [...] porque con la medida con que midáis, se os medirá» (vers. 37-38). Esto es hermoso. Será algo hermoso que Dios nos dará si somos generosos, misericordiosos. Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado y él siempre nos perdona. Si no perdonamos completamente, no podemos pretender ser completamente perdonados. En cambio, si nuestros corazones se abren a la misericordia, si el perdón se sella con un abrazo fraternal y los lazos de comunión se fortalecen, proclamamos ante el mundo que es posible vencer el mal con el bien. A veces es más fácil para nosotros recordar las injusticias que hemos sufrido y el mal que nos han hecho y no las cosas buenas; hasta el punto de que hay personas que tienen este hábito y se convierte en una enfermedad. Son “coleccionistas de injusticias”: solo recuerdan las cosas malas que les han hecho. Y este no es el camino. Tenemos que hacer lo contrario, dice Jesús. Recordar las cosas buenas, y cuando alguien viene con una habladuría y habla mal de otro, decir: “Sí, quizás... pero tiene esto de bueno...”. Invertir el discurso. Esta es la revolución de la misericordia.

Que la Virgen María nos ayude a dejarnos tocar el corazón con esta santa palabra de Jesús, ardiente como fuego, que nos transforma y nos hace capaces de hacer el bien sin querer nada a cambio, hacer el bien sin querer nada a cambio, testimoniando en todas partes la victoria del amor.


Homilía, Consistorio sábado 19 de noviembre de 2016.

Al texto del Evangelio que terminamos de escuchar (cf. Lc 6, 27-36), muchos lo han llamado «el Sermón de la llanura». Después de la institución de los doce, Jesús bajó con sus discípulos a donde una muchedumbre lo esperaba para escucharlo y hacerse sanar. El llamado de los apóstoles va acompañado de este «ponerse en marcha» hacia la llanura, hacia el encuentro de una muchedumbre que, como dice el texto del Evangelio, estaba «atormentada» (cf. Lc 6, 18). La elección, en vez de mantenerlos en lo alto del monte, en su cumbre, los lleva al corazón de la multitud, los pone en medio de sus tormentos, en el llano de sus vidas. De esta forma, el Señor les y nos revela que la verdadera cúspide se realiza en la llanura, y la llanura nos recuerda que la cúspide se encuentra en una mirada y especialmente en una llamada: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6, 36).

Una invitación acompañada de cuatro imperativos, podríamos decir de cuatro exhortaciones que el Señor les hace para plasmar su vocación en lo concreto, en lo cotidiano de la vida. Son cuatro acciones que darán forma, darán carne y harán tangible el camino del discípulo. Podríamos decir que son cuatro etapas de la mistagogia de la misericordia: amen, hagan el bien, bendigan y rueguen. Creo que en estos aspectos todos podemos coincidir y hasta nos resultan razonables. Son cuatro acciones que fácilmente realizamos con nuestros amigos, con las personas más o menos cercanas, cercanas en el afecto, en la idiosincrasia, en las costumbres.

El problema surge cuando Jesús nos presenta los destinarios de estas acciones, y en esto es muy claro, no anda con vueltas ni eufemismos: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman (cf. Lc 6, 27-28).

Y estas no son acciones que surgen espontáneas con quien está delante de nosotros como un adversario, como un enemigo. Frente a ellos, nuestra actitud primera e instintiva es descalificarlos, desautorizarlos, maldecirlos; buscamos en muchos casos «demonizarlos», a fin de tener una «santa» justificación para sacárnoslos de encima. En cambio, Jesús nos dice que al enemigo, al que te odia, al que te maldice o difama: ámalo, hazle el bien, bendícelo y ruega por él.

Nos encontramos frente a una de las características más propias del mensaje de Jesús, allí donde esconde su fuerza y su secreto; allí radica la fuente de nuestra alegría, la potencia de nuestro andar y el anuncio de la buena nueva. El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos y no precisamente para sacárselos de encima. El amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las personas, porque es amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado. Nuestro Padre no espera a amar al mundo cuando seamos buenos, no espera a amarnos cuando seamos menos injustos o perfectos; nos ama porque eligió amarnos, nos ama porque nos ha dado el estatuto de hijos. Nos ha amado incluso cuando éramos enemigos suyos (cf. Rm 5, 10). El amor incondicionado del Padre para con todos ha sido, y es, verdadera exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar. Saber que Dios sigue amando incluso a quien lo rechaza es una fuente ilimitada de confianza y estímulo para la misión. Ninguna mano sucia puede impedir que Dios ponga en esa mano la Vida que quiere regalarnos.

La nuestra es una época caracterizada por fuertes cuestionamientos e interrogantes a escala mundial. Nos toca transitar un tiempo donde resurgen epidémicamente, en nuestras sociedades, la polarización y la exclusión como única forma posible de resolver los conflictos. Vemos, por ejemplo, cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no sólo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estado de enemigo. Enemigo por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres. Enemigo por su color de piel, por su idioma o su condición social, enemigo por pensar diferente e inclusive por tener otra fe. ¿Enemigo por? Y sin darnos cuenta esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder. Entonces, todo y todos comienzan a tener sabor de enemistad. Poco a poco las diferencias se transforman en sinónimos de hostilidad, amenaza y violencia. Cuántas heridas crecen por esta epidemia de enemistad y de violencia, que se sella en la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de esta patología de la indiferencia. Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento se siembran por este crecimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros. Sí, entre nosotros, dentro de nuestras comunidades, de nuestros presbiterios, de nuestros encuentros. El virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar. No somos inmunes a esto y tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón, porque iría contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia que podemos palpar en este Colegio Cardenalicio. Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas.

Queridos hermanos, Jesús no deja de «bajar del monte», no deja de querer insertarnos en la encrucijada de nuestra historia para anunciar el Evangelio de la Misericordia. Jesús nos sigue llamando y enviando al «llano» de nuestros pueblos, nos sigue invitando a gastar nuestras vidas levantando la esperanza de nuestra gente, siendo signos de reconciliación. Como Iglesia, seguimos siendo invitados a abrir nuestros ojos para mirar las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad, privados en su dignidad.

Querido hermano neo Cardenal, el camino al cielo comienza en el llano, en la cotidianeidad de la vida partida y compartida, de una vida gastada y entregada. En la entrega silenciosa y cotidiana de lo que somos. Nuestra cumbre es esta calidad del amor; nuestra meta y deseo es buscar en la llanura de la vida, junto al Pueblo de Dios, transformarnos en personas capaces de perdón y reconciliación.

Querido hermano, hoy se te pide cuidar en tu corazón y en el de la Iglesia esta invitación a ser misericordioso como el Padre, sabiendo que «si hay algo que debe inquietarnos santamente y preocupar nuestras conciencias es que tantos hermanos vivan sin la fuerza, sin la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido que dé vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).

 

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 18 de febrero de 2007

Queridos hermanos y hermanas: 

El evangelio de este domingo contiene una de las expresiones más típicas y fuertes de la predicación de Jesús: "Amad a vuestros enemigos" (Lc 6, 27). Está tomada del evangelio de san Lucas, pero se encuentra también en el de san Mateo (Mt 5, 44), en el contexto del discurso programático que comienza con las famosas "Bienaventuranzas". Jesús lo pronunció en Galilea, al inicio de su vida pública. Es casi un "manifiesto" presentado a todos, sobre el cual pide la adhesión de sus discípulos, proponiéndoles en términos radicales su modelo de vida. 

Pero, ¿cuál es el sentido de esas palabras? ¿Por qué Jesús pide amar a los propios enemigos, o sea, un amor que excede la capacidad humana? En realidad, la propuesta de Cristo es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este "plus" viene de Dios: es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede "desequilibrar" el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño y decisivo "mundo" que es el corazón del hombre. 

Con razón, esta página evangélica se considera la charta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal -según una falsa interpretación de "presentar la otra mejilla" (cf. Lc 6, 29)-, sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. 

El amor a los enemigos constituye el núcleo de la "revolución cristiana", revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los "pequeños", que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida. 

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma, que comenzará el próximo miércoles con el rito de la Ceniza, es el tiempo favorable en el cual todos los cristianos son invitados a convertirse cada vez más profundamente al amor de Cristo. Pidamos a la Virgen María, dócil discípula del Redentor, que nos ayude a dejarnos conquistar sin reservas por ese amor, a aprender a amar como él nos ha amado, para ser misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre que está en los cielos (cf. Lc 6, 36).

Se dice Credo.


Oración de los fieles (Año C)

Haciendo nuestros los sentimientos de David, que perdonó a su enemigo, y de Jesús, que oró en la cruz por sus verdugos, oremos a Dios Padre.

- Por todos los creyentes en Cristo, para que, perdonándonos mutuamente, demos testimonio ante el mundo del amor y el perdón de Dios. Roguemos al Señor.

- Por los que pretenden una sociedad fundada en el odio, en la lucha de clases, en la segregación racial, en la represión, para que descubran la fuerza del amor. Roguemos al Señor.

- Por los que no saben perdonar, porque nunca han sido amados, para que descubran también la fuerza del amor. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, aquí reunidos, para que aprendamos a amar al que nos quiere mal y a hacer el bien a todos, sin esperar nada. Roguemos al Señor.

Dios, Padre nuestro, que no nos tratas
como merecen nuestros pecados
ni nos pagas según nuestras culpas,
escucha nuestras súplicas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

Oración sobre las ofrendas

Al celebrar tus misterios con la debida reverenda,
te rogamos, Señor, que los dones ofrecidos en reconocimiento de tu gloria
nos aprovechen para la salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

PREFACIO VII DOMINICAL DEL TIEMPO ORDINARIO
La Salvación, fruto de la obediencia de Cristo

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso
que nos enviaste como redentor a tu propio Hijo,
y en todo lo quisiste semejante a nosotros, menos en el pecado,
para poder así amar en nosotros lo que amabas en él.
Con su obediencia has restaurado aquellos dones
que por nuestra desobediencia habíamos perdido.

Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría,
te aclamamos con los ángeles
y con todos los santos, diciendo:
Santo, santo, santo...
 

Antífona de comunión Sal 9, 2-3

Proclamo todas tus maravillas, me alegro y exulto contigo, y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.

O bien: Jn 11, 27

Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.


Oración después de la comunión

Concédenos, Dios todopoderoso,
alcanzar el fruto de la salvación,
cuyo anticipo hemos recibido por estos sacramentos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


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