
DOMINGO DE LA XXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO,
SANTA
MARÍA, Reina
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Mensaje del Papa por 200 aniversario del nacimiento de San Andrés Kim Taegon
España: Tiempo de la Creación: Seminario episcopal sobre Ecología Integral
Sudán del Sur. En Juba, funeral de las dos religiosas asesinadas en una emboscada
El dolor del Papa por la muerte
del Padre Olivier Maire
En el momento de los saludos a los fieles de lengua francesa en la audiencia general de este 11 de agosto, el Santo Padre recordó con profundo dolor al padre Olivier Maire, de 60 años, superior provincial de la Congregación de los Misioneros de Montfort, que fue asesinado el 9 de agosto en la región francesa de Vendée por un hombre con trastornos psiquiátricos al que la comunidad religiosa había dado hospitalidad.
Actualidad Comentada por P Santiago Martín FM.
(20.08.2021)
"A propósito de Afganistán"
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SANTORAL DE HOY
Bienaventurada Virgen María,
Reina del cielo y Madre de misericordia
Elogio: Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia.
Oración
Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el Reino de los Cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Pincha aquí, para ver el video de la memoria de hoy de la Virgen
Otros santos de este día:
San Simforiano, mártir
En Autun, en la Galia Lugdubense, san Simforiano, mártir, al que,
mientras era llevado al suplicio, desde la muralla de la ciudad su madre
exhortaba con estas palabras: «Hijo, hijo, Simforiano, pon tu pensamiento en
Dios vivo. Hoy no se te quita la vida, sino que se te cambia por una mejor».
San Timoteo, mártir
En Roma, en la vía Ostiense, en el cementerio que lleva su nombre, san
Timoteo, mártir.
San Felipe Benizi, religioso
presbítero
En Todi, de la Umbría, san Felipe Benizi, presbítero de Florencia, varón
de gran humildad y propagador de la Orden de los Siervos de María, que
consideraba a Cristo crucificado como su único libro.
Beato Jacobo Bianconi, religioso
presbítero
En Bevagna, también en la Umbría, beato Jacobo Bianconi, presbítero de la
Orden de Predicadores, que fundó en aquel lugar un convento y refutó los
errores de los nicolaítas.
Beato Timoteo de Monticchio,
religioso presbítero
En Ocre, cerca de Fossa dell’Aquila, en el Abruzo, beato Timoteo de
Monticchio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, insigne por la
austeridad de su vida y el fervor de su oración.
Beato Tomás Percy, mártir
En York, en Inglaterra, beato Tomás Percy, mártir, conde de
Northumberland, que, por su fidelidad a la Iglesia de Roma, durante el reinado
de Isabel I consiguió la palma del martirio al ser decapitado.
Beatos Guillermo Lacey y Ricardo
Kirkman, presbíteros y mártires
En el mismo lugar y durante el mismo reinado, beatos Guillermo Lacey y
Ricardo Kirkman, presbíteros y mártires, que, condenados a muerte por haber
entrado en Inglaterra como sacerdotes, fueron ajusticiados en el patíbulo.
San Juan Wall, presbítero y mártir
En Worchester, también en Inglaterra, san Juan Wall, presbítero de la
Orden de los Hermanos Menores y mártir, que tras haber ejercido
clandestinamente su ministerio pastoral durante más de veinte años, en tiempo
del rey Carlos II, por el hecho de ser sacerdote, fue ahorcado y después
descuartizado.
San Juan Kemble, presbítero y mártir
En Hereford, de nuevo en Inglaterra, en el mismo día y año, san Juan
Kemble, presbítero y mártir, que en tiempo de persecución ejerció el ministerio
pastoral durante más de cincuenta años y finalmente, ya octogenario, fue
ahorcado por ser sacerdote, consumando así el martirio.
Beato Bernardo Peroni, religioso
En Ofida, en el Piceno, de Italia, beato Bernardo (Domingo) Peroni,
religioso de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, célebre por su
simplicidad de corazón, inocencia de vida y admirable caridad para con los
pobres.
Beato Elías Leymarie de Laroche,
presbítero y mártir
En el mar frente a Rochefort, en Francia, beato Elías Leymarie de
Laroche, presbítero y mártir, que durante la Revolución Francesa, encarcelado
en una sórdida nave y cruelmente maltratado, exhaló su espíritu aquejado de enfermedad.
Beato Simeón Lukac, obispo y mártir
En la localidad de Starunya, en el territorio de Stanislaviv (hoy
Ivanofrankivsk), en Ucrania, beato Simeón Lukac, obispo y mártir, quien,
durante un gobierno hostil a la fe, ejerció clandestinamente su ministerio en
favor de la grey de católicos de rito bizantino, y con una muerte fiel proclamó
la gloria y el honor de Cristo el Señor y de Dios.
LITURGIA
DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (B).
- Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b. Serviremos al Señor, ¡porque él es
nuestro Dios!
- Sal 33. R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
- Ef 5, 21-32. Es este un gran misterio: y yo lo refiero a
Cristo y a la Iglesia.
- Jn 6, 60-69. ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de
vida eterna.
La fe en Dios es el final de una opción libre. Es un don que el Señor nos
ofrece y nosotros lo acogemos. Así aparece en la 1 lect. de hoy, cuando Josué
preguntó a todas las tribus de Israel si querían servir al Señor o irse con
otros dioses. Ellos contestaron que servirían al Señor porque era su Dios. Y en
el Ev., cuando muchos discípulos lo abandonaron porque no aceptaban sus
enseñanzas, Jesús preguntó a los Doce si también querían marcharse. Y ellos
respondieron: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna». Cada domingo, en la misa, tenemos ocasión de ir alimentando nuestra fe
en la liturgia de la Palabra.
Liturgia de las Horas: oficio
dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 23 de agosto, pág. 507.
CALENDARIOS: Misioneras de la Caridad: Inmaculado Corazón de la
bienaventurada Virgen María (S).
Oviedo: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Gabino Díaz
Merchán, arzobispo, emérito (1965).
Antífona de entrada Sal 85, 1-3
Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva
a tu siervo que confía en ti. Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando
todo el día.
Monición de entrada
Desde los tiempos apostólicos la Iglesia se ha reunido el domingo para celebrar
el banquete de la eucaristía, memorial del Misterio pascual de Cristo y
anticipo de la gloria futura. En ella Cristo se nos da como alimento para la vida
eterna, pero también es vínculo de comunión con él, con los hermanos, con las
demás comunidades cristianas y con la humanidad.
Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la
tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
- Tú eres el pan bajado del cielo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú eres el pan que da la vida al mundo: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú eres el pan que da la vida eterna: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede
celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo,
concede a tu
pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes,
para que, en medio de
las vicisitudes del mundo,
nuestros ánimos se afirmen allí donde están los
gozos verdaderos.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Serviremos al
Señor, ¡porque él es nuestro Dios!
Lectura del libro de Josué (Jos 24,1-2a.15-17.18b)
EN AQUELLOS DÍAS, Josué reunió todas las tribus de Israel en Siquén y llamo a
los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se
presentaron ante Dios.
Josué dijo a todo el pueblo:
«Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a
los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río, o a los
dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al
Señor».
El pueblo respondió:
«Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses! Porque
el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de
Egipto, de la casa de la esclavitud; y quien hizo ante nuestros ojos aquellos
grandes prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los
pueblos por los que atravesamos.
También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL Sal 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23 R.: 9a).
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
V. Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
V. Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
V. Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra fe sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
V. Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
V. La maldad da muerte al malvado,
los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
SEGUNDA LECTURA
Es éste un gran misterio: y yo lo refiero
a Cristo y a la Iglesia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (Ef 5, 21-32)
HERMANOS:
Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos,
como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de
la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a
Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia:
Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño
del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni
nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a
sus mujeres, como cuerpos suyos que son.
Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia
carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque
somos miembros de su cuerpo.
«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne».
Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Cf. Jn 6, 63c. 68c
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de
vida eterna. R.
EVANGELIO
¿A quién vamos a
acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
╬ Lectura del santo Evangelio según san Juan (n 6, 60-69)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba
antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras
que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros
que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a
entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir
con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros
creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
Homilía.
Parque Fénix, Dublín. Domingo, 26 de agosto de 2018.
«Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).
En la conclusión de este Encuentro Mundial de las Familias, nos reunimos
como familia alrededor de la mesa del Señor. Agradecemos al Señor por tantas
bendiciones que ha derramado en nuestras familias. Queremos comprometernos a
vivir plenamente nuestra vocación para ser, según las conmovedoras palabras de
santa Teresa del Niño Jesús, «el amor en el corazón de la Iglesia».
En este momento maravilloso de comunión entre nosotros y con el Señor, es
bueno que nos detengamos un momento para considerar la fuente de todo lo bueno
que hemos recibido. En el Evangelio de hoy, Jesús revela el origen de estas
bendiciones cuando habla a sus discípulos. Muchos de ellos estaban desolados,
confusos y también enfadados, debatiendo sobre aceptar o no sus "palabras
duras", tan contrarias a la sabiduría de este mundo. Como respuesta, el
Señor les dice directamente: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida»
(Jn 6, 63).
Estas palabras, con su promesa del don del Espíritu Santo, rebosan de
vida para nosotros que las acogemos desde la fe. Ellas indican la fuente última
de todo el bien que hemos experimentado y celebrado aquí en estos días: el
Espíritu de Dios, que sopla constantemente vida nueva en el mundo, en los
corazones, en las familias, en los hogares y en las parroquias. Cada nuevo día
en la vida de nuestras familias y cada nueva generación trae consigo la promesa
de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del
Espíritu, el Paráclito, que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro
Consolador y quien verdaderamente nos da valentía.
Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de
Dios. Como uno de los frutos de esta celebración de la vida familiar, que
podáis regresar a vuestros hogares y convertiros en fuente de ánimo para los
demás, para compartir con ellos "las palabras de vida eterna" de
Jesús. Vuestras familias son un lugar privilegiado y un importante medio para
difundir esas palabras como "buena noticia" para todos, especialmente
para aquellos que desean dejar el desierto y la "casa de esclavitud"
(cf. Jos 24, 17) para ir hacia la tierra prometida de la esperanza y de la
libertad.
En la segunda lectura de hoy, san Pablo nos dice que el matrimonio es una
participación en el misterio de la fidelidad eterna de Cristo a su esposa, la
Iglesia (cf. Ef 5, 32). Pero esta enseñanza, aunque magnífica, tal vez pueda
parecer a alguno una "palabra dura". Porque vivir en el amor, como
Cristo nos ha amado (cf. Ef 5, 2), supone la imitación de su propio sacrificio,
implica morir a nosotros mismos para renacer a un amor más grande y duradero.
Solo ese amor puede salvar el mundo de la esclavitud del pecado, del egoísmo,
de la codicia y de la indiferencia hacia las necesidades de los menos
afortunados. Este es el amor que hemos conocido en Jesucristo, que se ha
encarnado en nuestro mundo por medio de una familia y que a través del
testimonio de las familias cristianas tiene el poder, en cada generación, de
derribar las barreras para reconciliar al mundo con Dios y hacer de nosotros lo
que desde siempre estamos destinados a ser: una única familia humana que vive
junta en la justicia, en la santidad, en la paz.
La tarea de dar testimonio de esta Buena Noticia no es fácil. Sin
embargo, los desafíos que los cristianos de hoy tienen delante no son, a su
manera, más difíciles de los que debieron afrontar los primeros misioneros
irlandeses. Pienso en san Columbano, que con su pequeño grupo de compañeros
llevó la luz del Evangelio a las tierras europeas en una época de oscuridad y
decadencia cultural. Su extraordinario éxito misionero no estaba basado en
métodos tácticos o planes estratégicos, no, sino en una humilde y liberadora
docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Su testimonio cotidiano de
fidelidad a Cristo y entre ellos fue lo que conquistó los corazones que
deseaban ardientemente una palabra de gracia y lo que contribuyó al nacimiento
de la cultura europea. Ese testimonio permanece como una fuente perenne de
renovación espiritual y misionera para el pueblo santo y fiel de Dios.
Naturalmente, siempre habrá personas que se opondrán a la Buena Noticia,
que "murmurarán" contra sus "palabras duras". Pero, como
san Columbano y sus compañeros, que afrontaron aguas congeladas y mares
tempestuosos para seguir a Jesús, no nos dejemos influenciar o desanimar jamás
ante la mirada fría de la indiferencia o los vientos borrascosos de la
hostilidad.
Incluso, reconozcamos humildemente que, si somos honestos con nosotros
mismos, también nosotros podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús. Qué
difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger
siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión,
el rechazo, la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más
frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que
obstaculizan nuestro sentido de libertad.
Sin embargo, es justamente en esas circunstancias en las que el Señor nos
pregunta: «¿También vosotros os queréis marchar?» (Jn 6, 67). Con la fuerza del
Espíritu que nos anima y con el Señor siempre a nuestro lado, podemos
responder: «Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (v. 69).
Con el pueblo de Israel, podemos repetir: «También nosotros serviremos al
Señor, ¡porque él es nuestro Dios!» (Jos 24, 18).
Con los sacramentos del bautismo y de la confirmación, cada cristiano es
enviado para ser un misionero, un "discípulo misionero" (cf. Evangelii
gaudium, 120). Toda la Iglesia en su conjunto está llamada a
"salir" para llevar las palabras de vida eterna a las periferias del
mundo. Que esta celebración nuestra de hoy pueda confirmar a cada uno de
vosotros, padres y abuelos, niños y jóvenes, hombres y mujeres, religiosos y
religiosas, contemplativos y misioneros, diáconos y sacerdotes, y obispos, para
compartir la alegría del Evangelio. Que podáis compartir el Evangelio de la
familia como alegría para el mundo.
Mientras nos disponemos a reemprender cada uno su propio camino,
renovemos nuestra fidelidad al Señor y a la vocación a la que nos ha llamado.
Haciendo nuestra la oración de san Patricio, repitamos con alegría: «Cristo en
mí, Cristo detrás de mí, Cristo junto a mí, Cristo debajo de mí, Cristo sobre
mí» [lo repite en gaélico]. Con la alegría y la fuerza conferida por el
Espíritu Santo, digámosle con confianza: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).
* * *
ÁNGELUS.
Domingo 23 de agosto de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy concluye la lectura del capítulo sexto del Evangelio de san Juan, con
el discurso sobre el «Pan de vida» que Jesús pronunció el día después del
milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Al final de su discurso,
el gran entusiasmo del día anterior se desvaneció, porque Jesús había dicho que
era el Pan bajado del cielo y que daría su carne como alimento y su sangre como
bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras
suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no
«victoriosas». Algunos veían a Jesús como a un Mesías que debía hablar y actuar
de modo que su misión tuviera un éxito inmediato. Pero, precisamente sobre esto
se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías. Ni siquiera los
discípulos logran aceptar ese lenguaje inquietante del Maestro. Y el pasaje de
hoy relata su malestar: «¡Este modo de hablar es duro! –decían– ¿Quién puede
hacerle caso?» (Jn 6, 60).
En realidad, ellos entendieron bien el discurso de Jesús. Tan bien que no
quieren escucharlo, porque es un lenguaje que pone en crisis su mentalidad.
Siempre las palabras de Jesús nos hacen entrar en crisis; en crisis, por
ejemplo, ante el espíritu del mundo, ante la mundanidad. Pero Jesús ofrece la
clave para superar la dificultad; una clave compuesta de tres elementos.
Primero, su origen divino. Él ha bajado del cielo y subirá «adonde estaba
antes» (Jn 6, 62). Segundo: sus palabras se pueden comprender sólo a través de
la acción del Espíritu Santo, «quien da vida» (Jn 6, 63). Y es precisamente el
Espíritu Santo el que nos hace comprender bien a Jesús. Tercero: la verdadera
causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: «hay algunos de
entre vosotros que no creen» (v. 64), dice Jesús. En efecto, desde ese momento,
dice el Evangelio «muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir
con Él» (Jn 6, 66). Frente a estas deserciones, Jesús no regatea ni atenúa sus
palabras, es más obliga a hacer una elección clara: o estar con Él o separarse
de Él, y les dice a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,
67).
Entonces, Pedro hace su confesión de fe en nombre de los otros Apóstoles:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de Vida eterna» (Jn 6, 68).
No dice: «¿dónde iremos?», sino «¿a quién iremos?». El problema de fondo no es
ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro,
nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es una cuestión de fidelidad a
una persona, a la cual nos adherimos para recorrer juntos un mismo camino. Y
esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre
de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en
su mesa, con sus palabras de vida eterna! Creer en Jesús significa hacer de Él
el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el
«pan vivo», el alimento indispensable. Adherirse a Él, en una verdadera
relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser
profundamente libres, siempre en camino. Cada uno de nosotros puede
preguntarse: ¿quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, una idea, es solamente un
personaje histórico? O ¿es verdaderamente esa persona que me ama, que ha dado
su vida por mí y camina conmigo? Para ti, ¿quién es Jesús? ¿Estás con Jesús?
¿Intentas conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio, todos los días un
pasaje, para conocer a Jesús? ¿Llevas el Evangelio en el bolsillo, en la bolsa,
para leerlo en cualquier lugar? Porque cuanto más estamos con Él, más crece el
deseo de permanecer con Él. Ahora os pediré amablemente hacer un momento de
silencio y que cada uno de nosotros en silencio, en su corazón, se pregunte:
¿Quién es Jesús para mí? En silencio, que cada uno responda en su corazón.
Que la Virgen María nos ayude a «ir» siempre a Jesús, para experimentar
la libertad que Él nos ofrece, y que nos consiente limpiar nuestras elecciones
de las incrustaciones mundanas y de los miedos.
* * *
Papa
Benedicto XVI
ÁNGELUS.
Castelgandolfo. Domingo 26 de agosto de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Los domingos pasados meditamos el discurso sobre el "pan de
vida" que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm después de alimentar
a miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el Evangelio nos presenta
la reacción de los discípulos a ese discurso, una reacción que Cristo mismo, de
manera consciente, provocó. Ante todo, el evangelista Juan –que se hallaba
presente junto a los demás Apóstoles–, refiere que "desde entonces muchos
de sus discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él" (Jn 6, 66).
¿Por qué? Porque no creyeron en las palabras de Jesús, que decía: Yo soy el pan
vivo bajado del cielo, el que coma mi carne y beba mi sangre vivirá para
siempre (cf. Jn 6, 51.54); ciertamente, palabras en ese momento difícilmente
aceptables, difícilmente comprensibles. Esta revelación –como he dicho– les
resultaba incomprensible, porque la entendían en sentido material, mientras que
en esas palabras se anunciaba el misterio pascual de Jesús, en el que él se
entregaría por la salvación del mundo: la nueva presencia en la Sagrada
Eucaristía.
Al ver que muchos de sus discípulos se iban, Jesús se dirigió a los
Apóstoles diciendo: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,
67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce:
"Señor, ¿a quién iremos? –también nosotros podemos reflexionar: ¿a quién
iremos?– Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y sabemos que
tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). Sobre este pasaje tenemos un
bellísimo comentario de san Agustín, que dice, en una de sus predicaciones
sobre el capítulo 6 de san Juan: "¿Veis cómo Pedro, por gracia de Dios,
por inspiración del Espíritu Santo, entendió? ¿Por qué entendió? Porque creyó.
Tú tienes palabras de vida eterna. Tú nos das la vida eterna, ofreciéndonos tu
cuerpo [resucitado] y tu sangre [a ti mismo]. Y nosotros hemos creído y
conocido. No dice: hemos conocido y después creído, sino: hemos creído y
después conocido. Hemos creído para poder conocer. En efecto, si hubiéramos
querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer ni de
creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios, es decir, que tú eres la vida eterna misma, y en la carne y en la
sangre nos das lo que tú mismo eres" (Comentario al Evangelio de Juan, 27,
9). Así lo dijo san Agustín en una predicación a sus fieles.
Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce Apóstoles había uno
que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos
discípulos; es más, tal vez tendría que haberse ido si hubiera sido honrado. En
cambio, se quedó con Jesús. Se quedó no por fe, no por amor, sino con la
secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Porque Judas se sentía
traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un
zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los
romanos. Jesús había defraudado esas expectativas. El problema es que Judas no
se fue, y su culpa más grave fue la falsedad, que es la marca del diablo. Por
eso Jesús dijo a los Doce: "Uno de vosotros es un diablo" (Jn 6, 70).
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a
ser siempre sinceros con él y con todos.
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Los que buscan al Señor no carecen de nada. Oremos con
toda confianza
- Por la Iglesia, reunida en asambleas locales, para que el banquete de la
eucaristía, que celebramos, no sea motivo de escándalo, sino llamada atrayente
para todos. Roguemos al Señor.
- Por los responsables de la política social, para que tutelen el derecho al
descanso dominical. Roguemos al Señor.
- Por los organismos e instituciones cuyo fin es aliviar el hambre en los
países más desfavorecidos, para que logren su cometido. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que seamos capaces, por la fe, de vivir las
exigencias del Evangelio. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, escúchanos
y despierta en nosotros el hambre del
pan de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Señor, que adquiriste para ti un pueblo de adopción
con el sacrificio de una
vez para siempre,
concédenos propicio los dones de la unidad
y de la paz en tu
Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I Dominical del Tiempo Ordinario.
El Misterio Pascual y el Pueblo de Dios
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por
Cristo, Señor nuestro.
Quien, por su Misterio pascual,
realizó la obra maravillosa de llamarnos
de la
esclavitud del pecado y de la muerte,
al honor de ser estirpe elegida,
sacerdocio real,
nación consagrada, pueblo de su propiedad,
para que,
trasladados de las tinieblas a tu luz admirable,
proclamemos ante el mundo tus
maravillas.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
tronos y dominaciones, y con todos los
coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la comunión Cf. Sal 103, 13. 14-15
La tierra se sacia de tu acción
fecunda, Señor, para sacar pan de los campos y vino que alegre el corazón del
hombre.
O bien: Cf. Jn 6, 54
El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día, dice el Señor.
Oración
después de la comunión
Te pedimos, Señor, que realices plenamente en nosotros
el auxilio de tu
misericordia,
y haz que seamos tales y actuemos de tal modo
que en todo podamos
agradarte.
Por Jesucristo, nuestro Señor.