Misa de la solemnidad (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. prop. No se puede decir
la PE IV.
LECC.: vol. I (B).
- Dan 7, 13-14. Su poder es un poder eterno.
- Sal 92. R. El Señor reina, vestido de majestad.
- Ap 1, 5-8. El príncipe de los reyes de la tierra nos ha
hecho reino y sacerdotes para Dios.
- Jn 18, 33b-37. Tú lo dices: soy rey.
Jesucristo es Rey del universo en quien el Padre ha querido recapitular todas
las cosas (1.ª orac.). Él es Rey, pero su reino no es de este mundo (Ev.). No
está basado en el poder político, en el económico o en la fuerza de las armas.
Habiéndose ofrecido en el altar de la cruz, Cristo ha entregado al Padre un
reino eterno y universal, el reino de la verdad y la vida, el reino de la
santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz (Pf.). Así, su
poder es eterno, no cesará (1 lect.). Sus mandatos son fieles y seguros (sal.
resp.). Obedeciendo los mandatos de Cristo, rey del universo, podremos vivir
eternamente con él en el reino del cielo (cf. orac. después de la comunión).
* Hoy no se
permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio de la
solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 22 de noviembre, pág. 681.
Antífona de entrada Ap 5, 12; 1, 6
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza y el honor. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Monición de entrada
Celebramos hoy la solemnidad de Cristo Rey. Con este domingo concluimos
el ciclo del año cristiano. Cristo es el centro de la historia; hacia él nos
encaminamos. El es también al que recordamos y celebramos siempre. En su nombre
nos reunimos. El nos convoca, nos habla y nos sienta a su mesa. Y quiere
también hacerse presente en nuestra vida. A él la gloria por los siglos.
Acto penitencial
- Tú, que eres la salvación de Dios para todos los hombres: Señor, ten
piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que eres el hombre modelo de la humanidad futura: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que atraes hacia ti los corazones de todos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Dios
todopoderoso y eterno,
que quisiste recapitular todas las cosas en tu Hijo muy
amado, Rey del Universo,
haz que la creación entera, liberada de la esclavitud,
sirva a tu majestad y te glorifique sin fin.
Él, que vive y reina contigo.
PRIMERA LECTURA
Su poder es un poder eterno
Lectura de la profecía de Daniel (Dan 7, 13-14)
SEGUÍ MIRANDO. Y en mi visión nocturna
vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno, no cesará.
Su reino no acabará.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 92, 1ab. 1c-2. 5 [R.: 1a])
R. El Señor reina, vestido de majestad.
V. El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder.
R. El Señor reina, vestido de majestad.
V. Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.
R. El Señor reina, vestido de majestad.
V. Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.
R. El Señor reina, vestido de majestad.
SEGUNDA LECTURA
El príncipe de los reyes de la tierra nos ha reino y sacerdotes de Dios
Lectura del libro del Apocalipsis (Ap 1, 5-8)
JESUCRISTO es el testigo fiel,
el primogénito de entre los muertos,
el príncipe de los reyes de la tierra.
Al que nos ama,
y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre,
y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre.
A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron.
Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.
Sí, amén.
Dice el Señor Dios:
«Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el
todopoderoso».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Mc
11, 9b-10a
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que
llega, el de nuestro padre David! R.
EVANGELIO
Tú lo dices: soy rey
╬ Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 18, 33-37)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, Pilato dijo a Jesús:
«¿Eres tú el rey de los judíos?».
Jesús le contestó:
«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
Pilato replicó:
«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí;
¿qué has hecho?».
Jesús le contestó:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia
habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es
de aquí».
Pilato le dijo:
«Entonces, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó:
«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa
Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San
Pedro. Domingo, 25 de noviembre de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La solemnidad de Jesucristo Rey del universo, que celebramos hoy, se coloca al
final del año litúrgico y recuerda que la vida de la creación no avanza de
forma aleatoria, sino que procede hacia una meta final: la manifestación
definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión
de la historia será su reino eterno. El pasaje evangélico de hoy (cf. Juan 18,
33b-37) nos habla de este reino, el reino de Cristo, el reino de Jesús,
relatando la situación humillante en la que se encontró Jesús después de ser
arrestado en el Getsemaní: atado, insultado, acusado y conducido frente a las
autoridades de Jerusalén. Y después, es presentado al procurador romano, como
uno que atenta contra el poder político, para convertirse en el rey de los
judíos. Pilato entonces hace su petición y en un interrogatorio le pregunta al
menos dos veces si Él era un rey (cf. vv. 33b.37).
Y Jesús en primer lugar responde que su reino «no es de este mundo» (v. 36).
después afirma: «sí, como dices, soy Rey» (v.37). Es evidente, por toda su
vida, que Jesús no tiene ambiciones políticas. Recordemos que tras la
multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada por el milagro, quería
proclamarlo rey para que derrotara al poder romano y restableciese el reino de
Israel. Pero, para Jesús, el reino es otra cosa y no se alcanza con revueltas,
con violencia ni con la fuerza de las armas. Por eso, se retiró solo al monte a
rezar (cf. Juan 6, 5-15). Ahora, respondiendo a Pilato, le hace notar que sus
discípulos no han combatido para defenderlo. Dice: «Si mi reino fuese de este
mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos» (v.
36). Jesús quiere hacer entender que por encima del poder político hay otro
mucho más grande que no se obtiene con medios humanos. Él vino a la tierra para
ejercer este poder, que es el amor, para dar testimonio de la verdad (cf. v.
37). Se trata de la verdad divina que, en definitiva, es el mensaje esencial
del Evangelio: «Dios es amor» y quiere establecer en el mundo su reino de amor,
de justicia y de paz. Este es el Reino del que Jesús es Rey, y que se extiende
hasta el final de los tiempos.
La historia enseña que los reinos fundados sobre el poder de las armas y sobre
la prevaricación son frágiles y antes o después terminan quebrando. Pero el
Reino de Dios se fundamenta sobre el amor y se radica en los corazones,
ofreciendo a quien lo acoge paz, libertad y plenitud de vida. Todos nosotros
queremos paz, queremos libertad, queremos plenitud. ¿Cómo se consigue? Basta
con que dejes que el amor de Dios se radique en el corazón y tendrás paz,
libertad y tendrás plenitud
Jesús hoy nos pide que dejemos que Él se convierta en nuestro rey. Un Rey que,
con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha
salvado de la muerte, e indica —este rey— el camino al hombre perdido, da luz
nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de
cada día. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Él
dará un sentido nuevo a nuestra vida, en ocasiones sometida a dura prueba
también por nuestros errores y nuestros pecados, solamente con la condición de
que nosotros no sigamos las lógicas del mundo y de sus «reyes».
Que la Virgen María nos ayude a acoger a Jesús como rey de nuestra vida y a
difundir su reino, dando testimonio a la verdad que es el amor.
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro,
Domingo 22 de noviembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de
Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente,
pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de
"rey", referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y
permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se
puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión "rey
de Israel" y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la
historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío. En
el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está,
una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a
Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo:
"Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él"
(Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se
entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza,
que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la
desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio
de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo
al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado
todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt 28, 18).
Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder
de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida
eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del
Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la
paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa.
Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad.
Cristo vino "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) –como
declaró ante Pilato–: quien acoge su testimonio se pone bajo su
"bandera", según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por
lo tanto, es necesario –esto sí– que cada conciencia elija: ¿a quién quiero
seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no
garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría
que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de
muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de
la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus
diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María,
le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf.
Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se
preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió
escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de
su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también
a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de
él con toda nuestra existencia.
Monición
al Credo
Se dice Credo. Puede introducirse con la
siguiente monición.
Confesamos la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la unidad de la
santa Iglesia.
Oración de los fieles
Dirijamos al Padre las súplicas que hace suyas Jesucristo, Rey del
universo.
- Por la Iglesia, para que sea testigo del reino de Cristo en el mundo.
Roguemos al Señor
- Por los que ejercen autoridad en las naciones, para que se hagan servidores
del bien de los demás. Roguemos al Señor.
- Por los que se sienten despreciados y oprimidos, para que todos aprendamos a
respetar su dignidad y la de toda persona humana. Roguemos al Señor.
- Por los que sufren injusticia, para que sepamos defender sus justos derechos.
Roguemos al Señor.
- Por nosotros, para que busquemos sinceramente la verdad, la justicia y la
paz, y contribuyamos así a la extensión del reino de Jesucristo en el mundo.
Roguemos al Señor.
Escucha benigno, Señor y Dios nuestro,
las oraciones de tu Iglesia.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Al ofrecerte, Señor, el sacrificio de la reconciliación humana, pedimos
humildemente que tu Hijo conceda a todos los pueblos los dones de la paz y de
la unidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
Cristo, Rey del Universo
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo
a tu Hijo unigénito,
nuestro Señor Jesucristo,
ungiéndolo con óleo de alegría,
para que,
ofreciéndose a sí mismo,
como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la
cruz,
consumara el misterio de la redención humana
y, sometiendo a su poder la
creación entera,
entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal:
el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia,
el reino
de la justicia, el amor y la paz.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
tronos y dominaciones, y con todos los
coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
R. Santo, Santo, Santo...
Antífona de comunión Sal 28, 10-11
El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz.
Oración después de la comunión
Después de recibir el alimento de la inmortalidad, te pedimos, Señor,
que
quienes nos gloriamos de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del universo,
podamos vivir eternamente con él en el reino del cielo.
Por Jesucristo, nuestro
Señor.