18 de diciembre - DOMINGO IV DE ADVIENTO (CICLO A)


 Semana IV de Adviento:

Canto del Adviento

"Rorate coeli"


  
  DOMINGO DE LA IV SEMANA DE ADVIENTO (CICLO A)
  Oficio del Domingo de la IV Semana del Salterio
  (Liturgia de las Horas, Tomo I: Oficio de Lecturas Laudes - TerciaSexta     Nona Vísperas - Completas)
 


PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 18 DE DICIEMBRE

PARROQUIA DEL CARMEN:

- Eucaristía del Domingo de la IV Semana de Adviento, en la Parroquia (a las 11.00 h.).

PARROQUIA DE LOS DOLORES:

Eucaristía del Domingo de la IV Semana de Adviento, en la Parroquia (a las 12.30 h.).




DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

La Novena de Navidad

103. La Novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros días, en los que se ha facilitado la participación del pueblo en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23 de Diciembre se solemnizara la celebración de las Vísperas con las "antífonas mayores" y se invitara a participar a los fieles. Esta celebración, antes o después de la cual podrían tener lugar algunos de los elementos especialmente queridos por la piedad popular, sería una excelente "novena de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a las exigencias de la piedad popular. En la celebración de las Vísperas se pueden desarrollar algunos elementos, tal como está previsto (p. ej. homilía, uso del incienso, adaptación de las preces).

El Nacimiento

104. Como es bien sabido, además de las representaciones del pesebre de Belén, que existían desde la antigüedad en las iglesias, a partir del siglo XIII se difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en las habitaciones de la casa, sin duda por influencia del "nacimiento" construido en Greccio por San Francisco de Asís, en el año 1223. La preparación de los mismos (en la cual participan especialmente los niños) se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al episodio del nacimiento de Jesús.

La piedad popular y el espíritu del Adviento

105. La piedad popular, a causa de su comprensión intuitiva del misterio cristiano, puede contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los valores del Adviento, amenazados por la costumbre de convertir la preparación a la Navidad en una "operación comercial", llena de propuestas vacías, procedentes de una sociedad consumista.

La piedad popular percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de Señor si no es en un clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una actitud de solidaridad para con los pobres y marginados; la espera del nacimiento del Salvador la hace sensible al valor de la vida y al deber de respetarla y protegerla desde su concepción; intuye también que no se puede celebrar con coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21) sin un esfuerzo para eliminar de sí el mal del pecado, viviendo en la vigilante espera del que volverá al final de los tiempos.





NOTICIAS DE ACTUALIDAD





SANTORAL DE HOY





Elogio: En Jerusalén, san Modesto, obispo, el cual, después de que la Santa Ciudad fuese conquistada y devastada por los árabes, reconstruyó monasterios y los llenó de monjes, y con mucho trabajo rehizo los santuarios destruidos por el incendio.


Otros santos de este día:

   San Malaquías, santo del AT

Conmemoración de san Malaquías, profeta, que después del destierro de Babilonia anunció el gran día del Señor y su venida al templo, y la oblación pura que siempre y en todo lugar se le ofrecería.

   Santos Namfamo, Miginio, Sanamis y Lucita, mártires  

En el norte de África, conmemoración de los santos mártires Namfamon, Miginio, Sanamis y Lucita, a los cuales, hacia los cuales, según el testimonio del gentil Máximo de Madaura en su carta a san Agustín, el pueblo cristiano sentía gran veneración. († s. inc.)

   San Gaciano de Tours, obispo  

En Tours, de la Galia Lugdunense, san Gaciano, primer obispo, que, según se dice, fue enviado allí desde Roma, y enterrado a su muerte en el cementerio cristiano de la misma población. († s. III)

   San Flananio de Killaloe, obispo

En Killaloe, de Irlanda, san Flananio, obispo. († s. VII)

   San Winebaldo de Hildesheim, abad  

En el monasterio de Hildesheim, en Baviera, san Winebaldo, abad, que, inglés de origen, con su hermano el obispo san Willibaldo siguió a san Bonifacio y le ayudó en la evangelización de los pueblos germánicos. († 761)

   Santos Pablo Nguyen Van My, Pedro Truong Van Duong y Pedro Vu Van Truat, catequistas mártires  

En la colina de Go-Voi, en Tonkin, santos Pablo Nguyen Van My, Pedro Truong Van Duong y Pedro Vu Van Truat, mártires, los cuales, siendo catequistas y manteniéndose firmes en la fe, en tiempo del emperador Minh Mang fueron estrangulados. († 1838)

   Beata Nemesia Valle, virgen  

En Borgari, cerca de Turín, en Italia, beata Nemesia (Julia) Valle, virgen del Instituto de Hermanas de la Caridad, que se dedicó de modo extraordinario a la formación y dirección de los jóvenes según el Evangelio, siguiendo por el camino de los mandamientos del Señor por amor al prójimo. († 1916


LITURGIA DE HOY

Misa del Domingo (morado)

MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. II o IV Adv. 

LECC.: vol. I (A). 

- Is 7, 10-14. Mirad: la virgen está encinta. 

- Sal 23. R. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria. 

- Rom 1, 1-7. Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios. 

- Mt 1, 18-24. Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.


La liturgia de este domingo es como un pregón de la ya próxima Navidad. Así, la oración colecta nos presenta la finalidad última de la Encarnación del Hijo de Dios que anuncia el ángel: que por su pasión y cruz, nosotros lleguemos a la gloria de la resurrección. Y ello será posible por la respuesta de fe de María que lo concibió por obra del Espíritu Santo sin perder la gloria de su virginidad (1 Lect y Ev). Así se cumplirán plenamente las profecías: Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios. Él nos ha llamado a responder a la fe formando parte de su pueblo santo (2 Lect).

* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial. 

 

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Ant. Mag. «Oh, Adonai». Comp. Dom. II. 

Martirologio: elogs. del 19 de diciembre, pág. 726.

 

Antífona de entrada Cf. Is 45, 8

Cielos, destilad desde lo alto; nubes derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador.


Monición de entrada

Hoy, en vísperas de la gran fiesta del nacimiento del Salvador, nuestra esperanza se hace plegaria, y con el profeta Isaías decimos «Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación y con ella germine la justicia». [La cercanía de la Navidad nos recuerda que hemos de esperar al Señor como lo hicieron la Virgen María y san José con este propósito encendemos el cuarto cirio de la corona de Adviento].

No se dice Gloria.


Oración colecta

Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones,
para que, quienes hemos conocido,
por el anuncio del ángel, la encarnación de Cristo, tu Hijo,
lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA
Mirad: la virgen está encinta

Lectura del libro de Isaías (Is 7, 10-14)

EN AQUELLOS DÍAS, el Señor habló a Ajaz y le dijo:

«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».

Respondió Ajaz:

«No lo pido, no quiero tentar al Señor».

Entonces dijo Isaías:

«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».

 

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6 [R.: cf. 7c. 10c])
R. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria.
V. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
V. ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
V. Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.

SEGUNDA LECTURA
Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (Rom 1, 1-7)

PABLO, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios,

que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.

Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados Jesucristo.

A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

 
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Mt 1, 23

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrá por nombre Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. R.
 
EVANGELIO
Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David
╬ Lectura del santo Evangelio según san Mateo (Mt 1, 18-24)
R. Gloria a ti, Señor.

LA GENERACIÓN de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:

«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

 

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 22 de diciembre de 2019

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio (cf. Mateo 1, 18-24) nos guía hacia la Navidad, a través de la experiencia de san José, una figura aparentemente de segundo plano, pero en cuya actitud está contenida toda la sabiduría cristiana. Él, junto con Juan Bautista y María, es uno de los personajes que la liturgia nos propone para el tiempo de Adviento; y de los tres es el más modesto. El que no predica, no habla, sino que trata de hacer la voluntad de Dios; y lo hace al estilo del Evangelio y de las Bienaventuranzas. Pensemos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5, 3). Y José es pobre porque vive de lo esencial, trabaja, vive del trabajo; es la pobreza típica de quien es consciente de que depende en todo de Dios y pone en Él toda su confianza.
La narración del Evangelio de hoy presenta una situación humanamente incómoda y conflictiva. José y María están comprometidos; todavía no viven juntos, pero ella está esperando un hijo por obra de Dios. José, ante esta sorpresa, naturalmente permanece perturbado pero, en lugar de reaccionar de manera impulsiva y punitiva ―como era costumbre, la ley lo protegía― busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María. El Evangelio lo dice así: «Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (v. 19). José sabía que si denunciaba a su prometida, la expondría a graves consecuencias, incluso a la muerte. Tenía plena confianza en María, a quien eligió como su esposa. No entiende, pero busca otra solución.
Esta circunstancia inexplicable le llevó a cuestionar su compromiso; por eso, con gran sufrimiento, decidió separarse de María sin crear escándalo. Pero el Ángel del Señor interviene para decirle que la solución que él propone no es la deseada por Dios. Por el contrario, el Señor le abrió un nuevo camino, un camino de unión, de amor y de felicidad, y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (v. 20).
En este punto, José confía totalmente en Dios, obedece las palabras del Ángel y se lleva a María con él. Fue precisamente esta confianza inquebrantable en Dios la que le permitió aceptar una situación humanamente difícil y, en cierto sentido, incomprensible. José entiende, en la fe, que el niño nacido en el seno de María no es su hijo, sino el Hijo de Dios, y él, José, será su guardián, asumiendo plenamente su paternidad terrenal. El ejemplo de este hombre gentil y sabio nos exhorta a levantar la vista, a mirar más allá. Se trata de recuperar la sorprendente lógica de Dios que, lejos de pequeños o grandes cálculos, está hecha de apertura hacia nuevos horizontes, hacia Cristo y Su Palabra.
Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden a escuchar a Jesús que viene, y que pide ser acogido en nuestros planes y elecciones.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo IV de Adviento, 19 de diciembre de 2010

Queridos hermanos y hermanas:
En este cuarto domingo de Adviento el evangelio de san Mateo narra cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san José. Él era el prometido de María, la cual "antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). El Hijo de Dios, realizando una antigua profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en el seno de una virgen, y ese misterio manifiesta a la vez el amor, la sabiduría y el poder de Dios a favor de la humanidad herida por el pecado. San José se presenta como hombre "justo" (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 20-21). Abandonando el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora sus ojos ven en ella la obra de Dios.
San Ambrosio comenta que "en José se dio la amabilidad y la figura del justo, para hacer más digna su calidad de testigo" (Exp. Ev. sec. Lucam II, 5: ccl 14, 32-33). Él –prosigue san Ambrosio– "no habría podido contaminar el templo del Espíritu Santo, la Madre del Señor, el seno fecundado por el misterio" (ib., II, 6: CCL 14, 33). A pesar de haber experimentado turbación, José actúa "como le había ordenado el ángel del Señor", seguro de hacer lo que debía. También poniendo el nombre de "Jesús" a ese Niño que rige todo el universo, él se inserta en el grupo de los servidores humildes y fieles, parecido a los ángeles y a los profetas, parecido a los mártires y a los apóstoles, como cantan antiguos himnos orientales. San José anuncia los prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la acción gratuita de Dios, y custodiando la vida terrena del Mesías. Veneremos, por tanto, al padre legal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 532), porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las profecías y abre el tiempo de la salvación.
Queridos amigos, a san José, patrono universal de la Iglesia, deseo confiar a todos los pastores, exhortándolos a ofrecer "a los fieles cristianos y al mundo entero la humilde y cotidiana propuesta de las palabras y de los gestos de Cristo" (Carta de convocatoria del Año sacerdotal, 16.VI.09). Que nuestra vida se adhiera cada vez más a la Persona de Jesús, precisamente porque "el que es la Palabra asume él mismo un cuerpo; viene de Dios como hombre y atrae a sí toda la existencia humana, la lleva al interior de la palabra de Dios" (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 387). Invoquemos con confianza a la Virgen María, la llena de gracia "adornada de Dios", para que, en la Navidad ya inminente, nuestros ojos se abran y vean a Jesús, y el corazón se alegre en este admirable encuentro de amor.


La Infancia de Jesús, Concepción y nacimiento de Jesús según Mateo

Después de la reflexión sobre la narración lucana de la Anunciación, ahora hemos de escuchar aún la tradición del Evangelio de Mateo sobre dicho acontecimiento. A diferencia de Lucas, Mateo habla de esto exclusivamente desde la perspectiva de san José, que, como descendiente de David, ejerce de enlace de la figura de Jesús con la promesa hecha a David.
Mateo nos dice en primer lugar que María era prometida de José. Según el derecho judío entonces vigente, el compromiso significaba ya un vínculo jurídico entre las dos partes, de modo que María podía ser llamada la mujer de José, aunque aún no se había producido el acto de recibirla en casa, que fundaba la comunión matrimonial. Como prometida, «la mujer seguía viviendo en el hogar paterno y se mantenía bajo la patria potestas. Después de un año tenía lugar la acogida en casa, es decir, la celebración del matrimonio» (Gnilka, Matthäus, I, p. 17). Ahora bien, José constató que María «esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18).
Pero lo que Mateo anticipa aquí sobre el origen del niño José aún no lo sabe. Ha de suponer que María había roto el compromiso y –según la ley– debe abandonarla. A este respecto, puede elegir entre un acto jurídico público y una forma privada: puede llevar a María ante un tribunal o entregarle una carta privada de repudio. José escoge el segundo procedimiento para no «denunciarla» (Mt 1, 19). En esa decisión, Mateo ve un signo de que José era un «hombre justo».
La calificación de José como hombre justo (zaddik) va mucho más allá de la decisión de aquel momento: ofrece un cuadro completo de san José y, a la vez, lo incluye entre las grandes figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede decir que la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo Testamento se compendia en la palabra «fiel», el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el Antiguo Testamento con el término «justo».
El Salmo (Sal 1, 1) ofrece la imagen clásica del «justo». Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la figura espiritual de san José. Justo, según este Salmo, es un hombre que vive en intenso contacto con la Palabra de Dios; «que su gozo está en la ley del Señor» (Sal 1, 2). Es como un árbol que, plantado junto a los cauces de agua, da siempre fruto. La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la Palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino «gozo». La ley se convierte espontáneamente para él en «evangelio», buena nueva, porque la interpreta con actitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a comprenderla y a vivirla desde dentro.
Mientras que el Salmo 1 considera como característico del «hombre dichoso» su habitar en la Tora, en la Palabra de Dios, el texto paralelo en Jeremías (Jr 17, 7) llama «bendito» a quien «confía en el Señor y pone en el Señor su confianza». Aquí se destaca de manera más fuerte que en el salmo la naturaleza personal de la justicia, el fiarse de Dios, una actitud que da esperanza al hombre. Aunque ninguno de los dos textos habla directamente del justo, sino del hombre dichoso o bendito, podemos no obstante considerarlos con Hans-Joachim Kraus la imagen auténtica del justo veterotestamentario y, así, aprender también a partir de aquí lo que Mateo quiere decirnos cuando presenta a san José como un «hombre justo». Esta imagen del hombre que hunde sus raíces en las aguas vivas de la Palabra de Dios, que está siempre en diálogo con Dios y por eso da fruto constantemente, se hace concreta en el acontecimiento descrito, así como en todo lo que a continuación se dice de José de Nazaret.
Después de lo que José ha descubierto, se trata de interpretar y aplicar la ley de modo justo. Él lo hace con amor, no quiere exponer públicamente a María a la ignominia. La ama incluso en el momento de la gran desilusión. No encarna esa forma de legalidad de fachada que Jesús denuncia en Mateo (Mt 23, 1) y contra la que san Pablo arremete. Vive la ley como evangelio, busca el camino de la unidad entre la ley y el amor. Y, así, está preparado interiormente para el mensaje nuevo, inesperado y humanamente increíble, que recibirá de Dios.
Mientras que el ángel «entra» donde se encuentra María (Lc 1, 28), a José sólo se le aparece en sueños, pero en sueños que son realidad y revelan realidades. Se nos muestra una vez más un rasgo esencial de la figura de san José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera. Y la capacidad de discernimiento era necesaria para reconocer si se trataba sólo de un sueño o si verdaderamente había venido el mensajero de Dios y le había hablado.
El mensaje que se le consigna es impresionante y requiere una fe excepcionalmente valiente, ¿Es posible que Dios haya realmente hablado? ¿Que José haya recibido en sueños la verdad, una verdad que va más allá de todo lo que cabe esperar? ¿Es posible que Dios haya actuado de esta manera en un ser humano? ¿Que Dios haya realizado de este modo el comienzo de una nueva historia con los hombres? Mateo había dicho antes que José estaba «considerando en su interior» (enthyméthèntos) cuál debería ser la reacción justa ante el embarazo de María. Podemos por tanto imaginar cómo luche ahora en lo más íntimo con este mensaje inaudito de su sueño: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).
A José se le interpela explícitamente en cuanto hijo de David, indicando con eso al mismo tiempo el cometido que se le confía en este acontecimiento: como destinatario de la promesa hecha a David, él debe hacerse garante de la fidelidad de Dios. «No temas» aceptar esta tarea, que verdaderamente puede suscitar temor. «No temas» es lo que el ángel de la Anunciación había dicho también a María. Con la misma exhortación del ángel, José se encuentra ahora implicado en el misterio de la Encarnación de Dios.
A la comunicación sobre la concepción del niño en virtud del Espíritu Santo, sigue un encargo: María «dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1 , 2 1). Junto a la invitación de tomar con él a María como su mujer, José recibe la orden de dar un nombre al niño, adoptándolo así legalmente como hijo suyo. Es el mismo nombre que el ángel había indicado también a María para que se lo pusiera al niño: el nombre Jesús (Jeshua) significa YHWH es salvación. El mensajero de Dios que habla a José en sueños aclara en qué consiste esta salvación: «Él salvará a su pueblo de los pecados.»
Con esto se asigna al niño un alto cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Se le pone por tanto en relación inmediata con Dios, se le vincula directamente con el poder sagrado y salvífico de Dios. Pero, por otro lado, esta definición de la misión del Mesías podría también aparecer decepcionante. La expectación común de la salvación estaba orientada sobre todo a la situación penosa de Israel: a la restauración del reino davídico, a la libertad e independencia de Israel y, con ello, también naturalmente al bienestar material de un pueblo en gran parte empobrecido. La promesa del perdón de los pecados parece demasiado poco y a la vez excesivo: excesivo porque se invade la esfera reservada a Dios mismo; demasiado poco porque parece que no se toma en consideración el sufrimiento concreto de Israel y su necesidad real de salvación.
En el fondo, en estas palabras se anticipa ya toda la controversia sobre el mesianismo de Jesús: ¿Ha redimido verdaderamente a Israel? ¿Acaso no ha quedado todo como antes? La misión, tal como él la ha vivido, ¿es o no la respuesta a la promesa? Seguramente no se corresponde con la expectativa de la salvación mesiánica inmediata que tenían los hombres, que se sentían oprimidos no tanto por sus pecados, sino más bien por su penuria, por su falta de libertad, por la miseria de su existencia.
Jesús mismo ha suscitado drásticamente la cuestión sobre la prioridad de la necesidad humana de redención en aquella ocasión en que cuatro hombres, a causa del gentío, no podían introducir al paralítico por la puerta y lo descolgaron por el techo, poniéndolo a sus pies. La propia existencia del enfermo era una oración, un grito que clamaba salvación, un grito al que Jesús, en pleno contraste con las expectativas del enfermo mismo y de quienes lo llevaban, respondió con estas palabras: «Hijo, tus pecados quedan perdonados» (Mc 2, 5). La gente no se esperaba precisamente esto. No encajaba con sus intereses. El paralítico debía poder andar, no ser liberado de los pecados. Los escribas impugnaban la presunción teológica de las palabras de Jesús; el enfermo y los hombres a su alrededor estaban decepcionados, porque Jesús parecía hacer caso omiso de la verdadera necesidad de este hombre.
Pienso que toda la escena es absolutamente significativa para la cuestión de la misión de Jesús, tal como se describe por primera vez en la palabra del ángel a José. Aquí se tiene en cuenta tanto la crítica de los escribas como la expectativa silenciosa de la gente. Que Jesús es capaz de perdonar los pecados lo muestra ahora mandando al enfermo, ya curado, que tome su camilla y eche a andar. No obstante, de esta manera queda a salvo la prioridad del perdón de los pecados como fundamento de toda verdadera curación del hombre.
El hombre es un ser relacional. Si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre –la relación con Dios– entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden. De esta prioridad se trata en el mensaje y el obrar de Jesús. Él quiere en primer lugar llamar la atención del hombre sobre el núcleo de su mal y hacerle comprender: Si no eres curado en esto, no obstante todas las cosas buenas que puedas encontrar, no estarás verdaderamente curado.
En este sentido, la explicación del nombre de Jesús que se indicó a José en sueños es ya una aclaración fundamental de cómo se ha de concebir la salvación del hombre, y en qué consiste por tanto la tarea esencial del portador de la salvación.
En Mateo, al anuncio del ángel a José sobre la concepción y nacimiento virginal de Jesús, siguen dos afirmaciones integrantes.
El evangelista muestra en primer lugar que con ello se cumple todo lo que había anunciado la Escritura. Esto forma parte de la estructura fundamental de su Evangelio: proporcionar a todos los acontecimientos esenciales una «prueba de la Escritura»; dejar claro que las palabras de la Escritura aguardaban dichos acontecimientos, los han preparado desde dentro. Así, Mateo enseña cómo las antiguas palabras se hacen realidad en la historia de Jesús. Pero muestra al mismo tiempo que esa historia es verdadera, es decir, proviene de la Palabra de Dios, y está sostenida y entretejida por ella.
Después de la cita bíblica, Mateo completa la narración. Refiere que José se despertó y procedió como le había mandado el ángel del Señor. Llevó consigo a María, su esposa, pero no la «conoció» antes de que diera a luz a su hijo. Así se subraya una vez más que el hijo no fue engendrado por él, sino por el Espíritu Santo. Por último, el evangelista añade: «Él le puso por nombre Jesús» (Mt 1, 25).
También aquí, y de modo muy concreto, se nos presenta de nuevo a José como «hombre justo»: su estar interiormente atento a Dios –una actitud gracias a la cual puede acoger y comprender el mensaje– se convierte espontáneamente en obediencia. Si antes se había puesto a cavilar con su propio talento, ahora sabe lo que es justo y lo que debe hacer. Como hombre justo, sigue los mandatos de Dios, como dice el Salmo 1.
Pero ahora hemos de escuchar la prueba escriturística que presenta Mateo, que –como no podía ser de otro modo– ha sido objeto de largas discusiones exegéticas. El versículo dice: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: “Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros”» (Mt 1, 22 s; cf. Is 7, 14). Tratemos ante todo de comprender en su contexto histórico original esta frase del profeta, convertida a través de Mateo en un grande y fundamental texto cristológico, para ver después de qué manera se refleja en ella el misterio de Jesucristo.
Excepcionalmente podemos fijar con mucha precisión la fecha de este versículo de Isaías: se sitúa en el año 733 antes de Cristo. El rey asirio Tiglath-Pileser III había rechazado con una maniobra militar repentina el comienzo de una insurrección de los estados sirio-palestinos. Entonces el rey Rezín de Damasco-Siria, y Pékaj de Israel se unieron en una coalición contra la gran potencia asiria. Puesto que no fueron capaces de persuadir al rey Acaz de Judá de sumarse a su alianza, decidieron entrar en campaña contra el rey de Jerusalén para incluir a su país en su coalición.
A Acaz y a su pueblo –comprensiblemente– les entra miedo ante la alianza enemiga; los corazones del rey y del pueblo se agitan «como se agitan los árboles del bosque con el viento» (Is 7, 2). Sin embargo Acaz, claramente un político que calcula con prudencia y frialdad, mantiene la línea ya tomada: no quiere unirse a una alianza antiasiria, a la que ve claramente sin posibilidad alguna frente al enorme predominio de la gran potencia. En su lugar, firma un pacto de protección con Asiria, lo que, por un lado, le garantiza seguridad y salva a su país de la destrucción, pero que, por otro lado, exige como precio la adoración de las divinidades estatales de la potencia protectora.
Efectivamente, después de la estipulación del pacto con Asiria, concluido por Acaz a pesar de la advertencia del profeta Isaías, se llegó a la construcción de un altar en el templo de Jerusalén según el modelo asirio (cf. 2R 16, 11 ss; cf. Kaiser, p. 73). En el momento al que se refiere la cita de Isaías usada por Mateo todavía no se había llegado a este punto. Pero una cosa estaba clara: si Acaz llegara a estipular un pacto con el gran rey asirio, significaría que él, como hombre político, confiaba más en el poder del rey que en el poder de Dios, el cual, como es obvio, no le parecía suficientemente realista. En último término, pues, aquí no se trataba de un problema político, sino de una cuestión de fe.
En este contexto, Isaías dice al rey que no debe tener miedo a «esos dos cabos de tizones humeantes», Asiria e Israel (Efraín), y que, por tanto, no hay motivo alguno para el pacto de protección con Asiria: debe apoyarse en la fe y no en el cálculo político. De manera completamente inusual, invita a Acaz a pedir un signo de Dios, bien de las profundidades de los infiernos, bien de lo alto. La respuesta del rey judío parece devota: no quiere tentar a Dios ni pedir un signo (cf. Is 7, 10-12). El profeta que habla en nombre de Dios no se deja desconcertar. Él sabe que la renuncia del rey a un signo no es –como parece– una expresión de fe sino, por el contrario, un indicio de que no quiere ser molestado en su «realpolitik».
Llegados a este punto, el profeta anuncia que ahora el Señor mismo dará un signo por su cuenta: «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa: “Dios-con-nosotros”» (Is 7, 14).
¿Cuál es el signo que se le promete a Acaz con esto? Mateo, y con él toda la tradición cristiana, ve aquí un anuncio del nacimiento de Jesús de la Virgen María: Jesús, que en realidad no lleva el nombre de Emmanuel, sino que es el Emmanuel, como trata de explicar todo el relato de los Evangelios. Este hombre –nos explican– es él mismo la permanencia de Dios con los hombres. Es el verdadero hombre y, a la vez, el verdadero Hijo de Dios.
Pero ¿ha entendido así Isaías el signo anunciado? Sobre esto se objeta en primer lugar, por un lado –y con razón– que se anuncia de hecho a Acaz ciertamente un signo, que en aquel momento se le habría dado para llevarlo a la fe en el Dios de Israel como el verdadero dueño del mundo. El signo se debería buscar e identificar por tanto en el contexto histórico contemporáneo en el que fue enunciado por el profeta. En consecuencia, la exégesis ha ido en busca de una explicación histórica contemporánea al desarrollo de los hechos, con gran escrupulosidad y con todas las posibilidades de erudición histórica, y ha fracasado.
Rudolf Kilian ha descrito brevemente en su comentario a Isaías los intentos esenciales de este tipo. Menciona cuatro modelos principales. El primero dice: con el término «Emmanuel» nos referimos al Mesías. Pero la idea del Mesías se ha desarrollado plenamente sólo en el período del exilio y sucesivamente después. Aquí se podría encontrar a lo sumo una anticipación de esta figura; una correspondencia histórica contemporánea no es posible identificarla. La segunda hipótesis supone que el «Dios con nosotros» es un hijo del rey Acaz, tal vez Ezequías, una propuesta que no encuentra respaldo en ninguna parte. La tercera teoría imagina que se trata de uno de los hijos del profeta Isaías, los cuales llevan nombres proféticos: Sehar Yasub, «un resto volverá», y Maher-Salal-jas-Baz, «pronto al saqueo/rápido al botín» (cf. Is 7, 3; Is 8, 3). Pero tampoco este tentativo resulta convincente. Una cuarta tesis se esfuerza por una interpretación colectiva: Emmanuel sería el nuevo Israel, y la almáh («virgen») no sería sino «la figura simbólica de Sión». Pero el contexto del profeta no ofrece indicio alguno para una concepción como ésta, entre otras razones porque no sería un signo histórico contemporáneo. Kilian concluye su análisis de los distintos tipos de interpretación de la siguiente manera: «Como resultado de esta visión de conjunto, resulta, pues, que ni siquiera uno de los intentos de interpretación consigue realmente convencer. En torno a la madre y el niño sigue reinando el misterio, al menos para el lector de hoy, pero presumiblemente también para el oyente de entonces, y tal vez incluso para el profeta mismo» (Jesaja, p. 62).
Sí, yo creo que precisamente hoy, después de toda la afanosa investigación de la exégesis crítica, podemos compartir de una forma completamente nueva el estupor de que una palabra del año 733 a. C., que había quedado incomprensible, se haya hecho realidad en el momento de la concepción de Jesucristo, que Dios nos haya dado efectivamente un gran signo que se refiere al mundo entero.
Entonces, ¿qué podemos decir? La afirmación sobre la virgen que da a luz al Emmanuel, de manera análoga al gran canto del Siervo del Señor en Isaías (Is 53), es una palabra en espera. En su contexto histórico no se encuentra correspondencia alguna. Esto deja abierta la cuestión: no es una palabra dirigida solamente a Acaz. Tampoco se trata sólo de Israel. Se dirige a la humanidad. El signo que Dios mismo anuncia no se ofrece para una situación política determinada, sino que concierne al hombre y su historia en su conjunto.
Y los cristianos ¿no debían quizá oír esta palabra como una palabra para ellos? Interpelados por la palabra, ¿no debían llegar a la certeza de que la palabra, que siempre estaba allí de modo tan extraño, y esperando a ser descifrada, se ha hecho ahora realidad? ¿No debían estar convencidos de que en el nacimiento de Jesús de la Virgen María, Dios nos ha dado ahora este signo? El Emmanuel ha llegado. Marius Reiser ha resumido en esta frase la experiencia que tuvieron los lectores cristianos respecto a esta palabra: «La profecía del profeta es como un ojo de cerradura milagrosamente predispuesto, en el cual encaja perfectamente la llave Cristo» (Bibelkritik, p. 328).

 

Oración de los fieles

El Dios de la salvación nos hace justicia. Oremos confiadamente.

- Por la Iglesia, que ha recibido, como la Virgen María, la misión de dar a luz a Cristo, para que sepa hacerlo presente en medio de nuestro mundo. Roguemos al Señor.

- Por la sociedad en que vivimos, para que recupere el sentido cristiano de la Navidad. Roguemos al Señor.

- Por todos los que en las próximas fiestas estarán lejos de sus hogares, para que encuentren en los demás solidaridad, comprensión y ayuda, que mitigue su dolor y su nostalgia. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, que nos disponemos a celebrar la Navidad del Señor, para que vivamos estas fiestas con sentido cristiano, en convivencia fraternal. Roguemos al Señor.

Señor, Dios nuestro,
que nos has enviado a tu Hijo,
revestido de nuestra condición humana,
escucha nuestras súplicas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Oración sobre las ofrendas

El mismo Espíritu, que colmó con su poder
las entrañas de santa María,
santifique, Señor, estos dones
que hemos colocado sobre tu altar.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Prefacio IV de Adviento
María, Nueva Eva

En verdad es justo darte gracias,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos
por el misterio de la Virgen Madre.

Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina,
en el seno virginal de la hija de Sion
ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles,
y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz.

La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María.
En ella, madre de todos los hombres,
la maternidad, redimida del pecado y de la muerte,
se abre al don de una vida nueva.
Así, donde había crecido el pecado,
se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador.

Por eso nosotros,
mientras esperamos la venida de Cristo,
unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…


Antífona de comunión Is 7, 14

Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.


Oración después de la comunión

Dios todopoderoso,
después de recibir la prenda de la redención eterna,
te pedimos que crezca en nosotros tanto el fervor
para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu Hijo,
cuanto más se acerca la gran fiesta de la salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Se puede decir la bendición solemne de Adviento.

Dios todopoderoso y rico en misericordia, por su Hijo Jesucristo, cuya venida en carne creéis y cuyo retorno glorioso esperáis, en la celebración de los misterios del Adviento, os ilumine y os llene de sus bendiciones.

R. Amén.

Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe, alegres por la esperanza y diligentes en el amor.

R. Amén.

Y así, los que ahora os alegráis por el próximo nacimiento de nuestro Redentor, cuando vengo de nuevo en la majestad de su gloria recibáis el premio de la vida eterna.

R. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.

R. Amén.


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