03 de octubre - DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, San Francisco de Borja, religioso presbítero

 

 

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO,
San Francisco de Borja, religioso presbítero

 

PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 03 DE OCTUBRE

- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.

- Eucaristía del Domingo de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.)

Para ver la transmisión en directo,pincha aquí

 

- Rezo del Santo Rosario (a las 19.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario (a las 19.30 h.). 

Para ver la transmisión en directo,pincha aquí

 

 

 

NOTICIAS DE ACTUALIDAD 

Ángelus del Papa Francisco
(03.10.2021)



Homilía del Domingo 03.10.2021
(Misa de la mañana)

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Portada

Samuel, de la comunidad Ain Karem, habla con pasión de esta misión evangelizadora

La frescura de anunciar a Cristo sobre una silla en la calle: «Si tengo un tesoro ¿debo esconderlo?»

«¿Sería yo capaz de amar así? ¿De esta forma totalmente gratuita?»

Emotiva carta del presidente de un grupo de ayuda a discapacitados: así cambió sobre la eutanasia

Torturado, encarcelado y cesado, rezó el padrenuestro ante cientos de miles de personas

Václav Malý, el sacerdote que se enfrentó -y venció- al partido comunista más poderoso de Europa

Vídeos

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  Córdoba: capital de los mártires: ¡2.046 mártires! , por Victor in vínculis


SANTORAL DE HOY


Elogio: San Francisco de Borja, presbítero, quien, muerta su mujer, con la que había tenido ocho hijos, ingresó en la Orden de la Compañía de Jesús y, pese a haber abdicado de las dignidades del mundo y rehusado las de la Iglesia, resultó elegido prepósito general, y fue memorable por su austeridad de vida y oración. Falleció en Roma el 30 de septiembre.

Patronazgos: patrono de Gandía; protector contra terremotos.


Otros santos de este día:

   San Dionisio Areopagita, santo del NT  

Conmemoración de san Dionisio Areopagita, que se adhirió a Cristo al escuchar al apóstol san Pablo hablando ante el Areópago, y fue primer obispo de Atenas.

   Santa Cándida, mártir

En Roma, en el cementerio de Ponciano, en la vía Portuense, santa Cándida, mártir.

   Santos Fausto, mártir, y compañeros, confesores  

En Alejandría de Egipto, conmemoración de los santos Fausto, Cayo, Pedro, Pablo, Eusebio, Querimón, Lucio y otros dos, todos los cuales, primero en tiempo del emperador Decio y después bajo Valeriano, por mandato del prefecto Emiliano sufrieron de muchas maneras, junto con el obispo Dionisio, y llegaron a ser confesores de la fe; entre ellos, Fausto alcanzó la palma del martirio bajo el emperador Diocleciano.

   San Hesiquio, monje

En Mayuma, en Palestina, conmemoración de san Hesiquio, monje, discípulo de san Hilarión y compañero suyo de peregrinación.

   San Maximiano de Bagai, obispo y confesor

Conmemoración de san Maximiano, obispo de Bagai, en Numidia, que, apaleado repetidas veces por los herejes, fue precipitado desde lo alto de una torre y lo dejaron por muerto, pero, recogido por unos transeúntes, se recuperó y no dejó de luchar por la fe católica.

   San Cipriano de Toulon, obispo

En Toulon, en la Provenza, de la Galia, san Cipriano, obispo, discípulo de san Cesáreo de Arlés, que defendió en varios sínodos la fe ortodoxa sobre la gracia, enseñando que nadie puede llegar a lo divino sin antes haber sido llamado por la gracia de Dios.

   Santos Ewaldo el Negro y Ewaldo el Blanco, presbíteros y mártires  

Entre los sajones, dos santos mártires de nombre Ewaldo, uno llamado «Negro» y el otro «Blanco», ambos presbíteros y oriundos de Inglaterra, que, siguiendo el ejemplo de san Willibrordo y sus compañeros, pasaron a evangelizar Sajonia, donde, tras comenzar a predicar a Cristo, fueron apresados por los paganos y consumaron el martirio.

   Beato Uto u Otón, abad  

En el monasterio de Metten, en Baviera, beato Uto u Otón, fundador y primer abad.

   San Gerardo de Brogne, abad  

En la región de Namur, en Lotaringia, san Gerardo, primer abad del monasterio de Brogne, que él mismo había fundado. Trabajó para instaurar la disciplina monástica en Flandes y Lotaringia, y ayudó a muchos monasterios a recuperar la observancia primitiva.

   Beato Adelgoto de Chur, obispo

En Chur, en la región de Helvecia, beato Adelgoto, obispo, discípulo de san Bernardo en Clairvaux, que fue un buen ejemplo de disciplina monástica.

   Santos Ambrosio Francisco Ferro y compañeros, mártires  

Junto al río Uruaçu, cerca de Natal, en Brasil, santos Ambrosio Francisco Ferro, presbítero, y compañeros, mártires, que dieron la vida víctimas de la opresión que se desencadenó contra la fe católica. Sus nombres son: santos Antonio Baracho, Antonio Vilela Cid, Antonio Vilela hijo y su hija, Diego Pereira, Manuel Rodrigues Moura y su esposa, hija de Francisco Dias hijo, Francisco de Bastos, Francisco Mendes Pereira, Juan da Silveira, Juan Lostau Navarro, Juan Martins y siete jóvenes, José do Porto, Mateo Moreira, Simón Correia, Esteban Machado de Miranda y dos hijas suyas, y Vicente de Souza Pereira.

   Beato Crescencio García Pobo, presbítero y mártir  

En Madrid, en España, beato Crescencio García Pobo, presbítero de los Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores y mártir, que derramó su sangre durante la persecución contra la fe.

   Beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo y mártir  

En Fortul, Departamento de Arauca, en Colombia, beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo y mártir.


LITURGIA DE HOY

Misa del Domingo (verde).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical. 

LECC.: vol. I (B).

- Gn 2, 18-24. Y serán los dos una sola carne.
- Sal 127. R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
- Hb 2, 9-11. El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
- Mc 10, 2-16. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.


El hombre y la mujer han sido creados por Dios. Ninguno es superior al otro y están llamados a unirse en el matrimonio (1 lect.), una unión indisoluble, para toda la vida: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». El que se divorcia (hombre o mujer) y se casa con otra o con otro comete adulterio (Ev.). En la 2 lect., de la carta a los Hebreos, se nos recuerda que Cristo, que nos ha santificado por su muerte y resurrección, nos llama hermanos suyos, ya que también nosotros, como él, procedemos de Dios nuestro Padre. Así en él radica nuestra fraternidad que crece con la participación en la eucaristía, en la que él sigue ofreciéndose por nosotros.


Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 4 de octubre, pág. 593.

CALENDARIOS: Málaga: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Ramón Buxarrais Ventura, obispo, emérito (1971).
Huelva: Aniversario de la muerte de Mons. Ignacio Noguer Carmona, obispo, emérito (2019).


Antífona de entrada Cf. Est 4, 17
A tu poder, Señor, está sometido el mundo entero; nadie puede oponerse a ti. Tú creaste el cielo y la tierra y las maravillas todas que existen bajo el cielo. Tú eres Señor del universo.


Monición de entrada

En cada eucaristía, el Señor, Esposo de la Iglesia, nos habla y nos hace partícipes de su pan de vida. Somos la gran familia de la Iglesia unida en alabanza a Dios. La participación en la eucaristía tiene que llevarnos, en nuestras relaciones interpersonales, a mantener actitudes de fidelidad, gratuidad, perdón y sobre todo de amor, que es regalo, donación de uno mismo sin intereses escondidos.


Acto penitencial

- Tú, que has padecido la muerte para bien de todos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

- Tú, perfeccionado y consagrado con sufrimientos para salvarnos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.

- Tú, coronado de gloria y honor por tu Pasión y muerte: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.


Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno,
que desbordas con la abundancia de tu amor
los méritos y los deseos de los que te suplican,
derrama sobre nosotros tu misericordia,
para que perdones lo que pesa en la conciencia
y nos concedas aun aquello que la oración no menciona.
Por nuestro Señor Jesucristo.


LECTURAS DE LA MISA

Audio y comentario del Evangelio de hoy


PRIMERA LECTURA 
Y serán los dos una sola carne

Lectura del libro del Génesis (Gn 2, 18-24)

EL SEÑOR DIOS se dijo:
«No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude».
Entonces el Señor Dios modeló de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó a Adán, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera.
Así Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontró ninguno como él, que le ayudase.
Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla, y le cerró el sitio con carne.
Y el Señor Dios formó, de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán.
Adán dijo:
«Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será “mujer», porque ha salido del varón».
Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL (Sal 127, 1bc-2.3. 4-5. 6 [R.: cf. 5])

R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

V. Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.

R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

V. Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.

R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

V. Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.

R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

V. Que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!

R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.


SEGUNDA LECTURA
El santificador y los santificados proceden todos del mismo

Lectura de la carta a los Hebreos (Hb 2, 9-11)

HERMANOS:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos.
Convenía que aquel, para quien y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación.
El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


Aleluya 1Jn 4, 12

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

V. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros,
y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. R.


EVANGELIO (forma larga)
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos (Mc 10, 2-16)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba:
«¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?».
Él les replicó:
«¿Qué os ha mandado Moisés?».
Contestaron:
«Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
Jesús les dijo:
«Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
«Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él».
Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


EVANGELIO (forma breve)
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos (Mc 10, 2-12)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba:
«¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?».
Él les replicó:
«¿Qué os ha mandado Moisés?».
Contestaron:
«Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
Jesús les dijo:
«Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
«Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 7 de octubre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Mc 10, 2-16) nos ofrece la palabra de Jesús sobre el matrimonio. El relato se abre con la provocación de los fariseos que preguntan a Jesús si es lícito para un marido repudiar a la propia mujer, así como preveía la ley de Moisés (cf. Mc 10, 2-4). Jesús, ante todo, con la sabiduría y la autoridad que le vienen del Padre, redimensiona la prescripción mosaica diciendo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto» (Mc 10, 5). Se trata de una concesión que sirve para poner un parche en las grietas producidas por nuestro egoísmo, pero no se corresponde con la intención originaria del Creador.

Y Jesús retoma el Libro del Génesis: «Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne» (Mc 10, 6-7). Y concluye: «Lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Mc 10, 9).

En el proyecto originario del Creador, no es el hombre el que se casa con una mujer, y si las cosas no funcionan, la repudia. No. Se trata, en cambio, de un hombre y una mujer llamados a reconocerse, a completarse, a ayudarse mutuamente en el matrimonio

Esta enseñanza de Jesús es muy clara y defiende la dignidad del matrimonio como una unión de amor que implica fidelidad. Lo que permite a los esposos permanecer unidos en el matrimonio es un amor de donación recíproca sostenido por la gracia de Cristo.

Si en vez de eso, en los cónyuges prevalece el interés individual, la propia satisfacción, entonces su unión no podrá resistir. Y es la misma página evangélica la que nos recuerda, con gran realismo, que el hombre y la mujer, llamados a vivir la experiencia de la relación y del amor, pueden dolorosamente realizar gestos que la pongan en crisis. Jesús no admite todo lo que puede llevar al naufragio de la relación. Lo hace para confirmar el designio de Dios, en el que destacan la fuerza y la belleza de la relación humana. La Iglesia, por una parte no se cansa de confirmar la belleza de la familia como nos ha sido entregada por la Escritura y la Tradición, pero al mismo tiempo se esfuerza por hacer sentir concretamente su cercanía materna a cuantos viven la experiencia de relaciones rotas o que siguen adelante de manera sufrida y fatigosa.

El modo de actuar de Dios mismo con su pueblo infiel –es decir, con nosotros– nos enseña que el amor herido puede ser sanado por Dios a través de la misericordia y el perdón. Por eso a la Iglesia, en estas situaciones, no se le pide inmediatamente y solo la condena. Al contrario, ante tantos dolorosos fracasos conyugales, esta se siente llamada a vivir su presencia de amor, de caridad y de misericordia para reconducir a Dios los corazones heridos y extraviados.

Invoquemos a la Virgen María para que ayude a los cónyuges a vivir y renovar siempre su unión a partir del don originario de Dios.

 

Papa Benedicto XVI
Homilía. Domingo 7 de octubre de 2012


Venerables hermanos, queridos hermanos y hermanas:
(...) Las lecturas bíblicas de la Liturgia de la Palabra de este domingo nos ofrecen dos puntos principales de reflexión: el primero sobre el matrimonio, que retomaré más adelante; el segundo sobre Jesucristo, que abordo a continuación. No tenemos el tiempo para comentar el pasaje de la carta a los Hebreos, pero debemos, al comienzo de esta Asamblea sinodal, acoger la invitación a fijar los ojos en el Señor Jesús, "coronado de gloria y honor por su pasión y muerte" (Hb 2, 9). La Palabra de Dios nos pone ante el crucificado glorioso, de modo que toda nuestra vida, y en concreto la tarea de esta asamblea sinodal, se lleve a cabo en su presencia y a la luz de su misterio. La evangelización, en todo tiempo y lugar, tiene siempre como punto central y último a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1, 1); y el crucifijo es por excelencia el signo distintivo de quien anuncia el Evangelio: signo de amor y de paz, llamada a la conversión y a la reconciliación. Que nosotros venerados hermanos seamos los primeros en tener la mirada del corazón puesta en él, dejándonos purificar por su gracia.
(...) El tema del matrimonio, que nos propone el Evangelio y la primera lectura, merece en este sentido una atención especial. El mensaje de la Palabra de Dios se puede resumir en la expresión que se encuentra en el libro del Génesis y que el mismo Jesús retoma: "Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne" (Gn 1, 24, Mc 10, 7-8). ¿Qué nos dice hoy esta palabra? Pienso que nos invita a ser más conscientes de una realidad ya conocida pero tal vez no del todo valorizada: que el matrimonio constituye en sí mismo un evangelio, una Buena Noticia para el mundo actual, en particular para el mundo secularizado. La unión del hombre y la mujer, su ser "una sola carne" en la caridad, en el amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con fuerza, con una elocuencia que en nuestros días llega a ser mayor, porque, lamentablemente y por varias causas, el matrimonio, precisamente en las regiones de antigua evangelización, atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El matrimonio está unido a la fe, no en un sentido genérico. El matrimonio, como unión de amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia que viene de Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta la cruz. Hoy podemos percibir toda la verdad de esta afirmación, contrastándola con la dolorosa realidad de tantos matrimonios que desgraciadamente terminan mal. Hay una evidente correspondencia entre la crisis de la fe y la crisis del matrimonio. Y, como la Iglesia afirma y testimonia desde hace tiempo, el matrimonio está llamado a ser no sólo objeto, sino sujeto de la nueva evangelización. Esto se realiza ya en muchas experiencias, vinculadas a comunidades y movimientos, pero se está realizando cada vez más también en el tejido de las diócesis y de las parroquias, como ha demostrado el reciente Encuentro Mundial de las Familias.
Una de las ideas clave del renovado impulso que el Concilio Vaticano II ha dado a la evangelización es la de la llamada universal a la santidad, que como tal concierne a todos los cristianos (cf. Const. Lumen gentium, 39-42). Los santos son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. Ellos son, también de forma particular, los pioneros y los que impulsan la nueva evangelización: con su intercesión y el ejemplo de sus vidas, abierta a la fantasía del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de la comunión con Cristo a las personas indiferentes o incluso hostiles, e invitan a los creyentes tibios, por decirlo así, a que con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran el "gusto" por la Palabra de Dios y los sacramentos, en particular por el pan de vida, la eucaristía. Santos y santas florecen entre los generosos misioneros que anuncian la buena noticia a los no cristianos, tradicionalmente en los países de misión y actualmente en todos los lugares donde viven personas no cristianas. La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje - el del amor y la verdad - es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.
(...) La mirada sobre el ideal de la vida cristiana, expresado en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aun, su pecado, personal y comunitario, que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a reconocer la fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana. Por tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización sin una disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2Co 5, 20) es la vía maestra de la nueva evangelización. Únicamente purificados, los cristianos podrán encontrar el legítimo orgullo de su dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y redimidos con la sangre preciosa de Jesucristo, y experimentar su alegría para compartirla con todos, con los de cerca y los de lejos.

Queridos hermanos y hermanas, encomendemos a Dios los trabajos de la Asamblea sinodal con el sentimiento vivo de la comunión de los santos, invocando la particular intercesión de los grandes evangelizadores, entre los cuales queremos contar con gran afecto al beato Papa Juan Pablo II, cuyo largo pontificado ha sido también ejemplo de nueva evangelización. Nos ponemos bajo la protección de la bienaventurada Virgen María, Estrella de la nueva evangelización. Con ella invocamos una especial efusión del Espíritu Santo, que ilumine desde lo alto la Asamblea sinodal y la haga fructífera para el camino de la Iglesia hoy, en nuestro tiempo. Amen.

 

ÁNGELUS. Domingo 8 de octubre de 2006

Queridos hermanos y hermanas: 

Este domingo, el evangelio nos presenta las palabras de Jesús sobre el matrimonio. A quien le preguntaba si era lícito al marido repudiar a su mujer, como preveía un precepto de la ley mosaica (cf. Dt 24, 1), responde que se trataba de una concesión hecha por Moisés por la "dureza del corazón", mientras que la verdad del matrimonio se remontaba "al principio de la creación", cuando "Dios -como está escrito en el libro del Génesis- los creó hombre y mujer. Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y serán los dos una sola carne" (Mc 10, 6-7; cf. Gn 1, 27; 2, 24). Y Jesús añadió: "De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Mc 10, 8-9). Este es el proyecto originario de Dios, como recordó también el concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes: "La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece con la alianza del matrimonio... El mismo Dios es el autor del matrimonio" (n. 48). 

Mi pensamiento se dirige a todos los esposos cristianos: juntamente con ellos doy gracias al Señor por el don del sacramento del matrimonio, y los exhorto a mantenerse fieles a su vocación en todas las etapas de la vida, "en las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad", como prometieron en el rito sacramental. Ojalá que, conscientes de la gracia recibida, los esposos cristianos construyan una familia abierta a la vida y capaz de afrontar unida los numerosos y complejos desafíos de nuestro tiempo. Hoy su testimonio es especialmente necesario. Hacen falta familias que no se dejen arrastrar por modernas corrientes culturales inspiradas en el hedonismo y en el relativismo, y que más bien estén dispuestas a cumplir con generosa entrega su misión en la Iglesia y en la sociedad. 

En la exhortación apostólica Familiaris Consortio, el siervo de Dios Juan Pablo II escribió que "el sacramento del matrimonio constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo "hasta los últimos confines de la tierra", como auténticos "misioneros" del amor y de la vida" (cf. n. 54). Esta misión se ha de realizar tanto en el seno de la familia -especialmente mediante el servicio recíproco y la educación de los hijos- como fuera de ella, pues la comunidad doméstica está llamada a ser signo del amor que Dios tiene a todos. La familia cristiana sólo puede cumplir esta misión si cuenta con la ayuda de la gracia divina. Por eso es necesario orar sin cansarse jamás y perseverar en el esfuerzo diario de mantener los compromisos asumidos el día del matrimonio. Sobre todas las familias, especialmente sobre las que atraviesan dificultades, invoco la protección maternal de la Virgen y de su esposo san José. María, Reina de la familia, ruega por nosotros.


Se dice Credo.


Oración de los fieles

Oremos a Dios, Padre de la gran familia humana.

- Por la Iglesia, Esposa de Cristo, signo para el mundo del hogar de Dios, abierto a todos los hombres. Roguemos al Señor.

- Por nuestros gobernantes, para que con sus leyes no destruyan a la familia, sino que la apoyen y fomenten. Roguemos al Señor.

- Por los hogares deshechos, por los matrimonios rotos. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, por nuestras familias, por nuestra comunidad parroquial. Roguemos al Señor.

Padre nuestro, que reúnes a tus hijos alrededor de tu mesa;
escucha nuestras súplicas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Oración sobre las ofrendas

Acepta, Señor, el sacrificio establecido por ti
y, por estos santos misterios que celebramos
en razón de nuestro ministerio,
perfecciona en nosotros como conviene
la obra santificadora de tu redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Prefacio VII Dominical del Tiempo Ordinario
La salvación, fruto de la obediencia de Cristo


En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso
que nos enviaste como redentor a tu propio Hijo,
y en todo lo quisiste semejante a nosotros, menos en el pecado,
para poder así amar en nosotros lo que amabas en él.
Con su obediencia has restaurado aquellos dones
que por nuestra desobediencia habíamos perdido.

Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría,
te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:

Santo, Santo, Santo…


Antífona de la comunión Cf. Lam 3, 25

El Señor es bueno para quienes esperan en él, para quien lo busca.

O bien: Cf. 1Cor 10, 17

Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan y participamos del mismo cáliz.


Oración después de la comunión

Concédenos, Dios todopoderoso,
que nos alimentemos y saciemos en los sacramentos recibidos,
hasta que nos transformemos en lo que hemos tomado.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


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