DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO,
PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 10 DE OCTUBRE
- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Eucaristía del Domingo de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.)
Para ver la transmisión en directo, pincha aquí
- Rezo del Santo Rosario (a las 19.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario (a las 19.30 h.).
Para ver la transmisión en directo, pincha aquí
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
"Alemania espera al nuevo papa"
Actualidad Comentada por el P. Santiago Martín
(08.10.2021)
Homilía del Domingo 10.10.2021
(Misa de la mañana)
Homilía del Domingo 10.10.2021
(Misa de la tarde)
(Misa de la tarde)
SANTORAL DE HOY
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical. LECC.: vol.
I (B).
- Sab 7, 7-11. Al lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza.
- Sal 89. R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y
estaremos alegres.
- Heb 4, 12-13. La palabra de Dios juzga los deseos e
intenciones del corazón.
- Mc 10, 17-30. Vende lo que tienes y sígueme.
El seguimiento de Jesucristo supone no solo cumplir los mandamientos de la ley
de Dios sino también renunciar a todo lo que puede impedirnos ser sus
discípulos, como es especialmente confiar más en el dinero que en Dios. Si
queremos entrar en el reino de los cielos, y tener allí un tesoro, debemos
favorecer a los pobres con lo mucho o lo poco que tengamos hasta quedarnos sin
nada si es preciso, sabiendo que a Dios no vamos a ganarle en generosidad (cf.
Ev.). En la misma línea va la 1 lect., del libro de la Sabiduría: «Invoqué y
vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos y a su lado en
nada tuve la riqueza».
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 11 de octubre, pág. 605.
CALENDARIOS: Ceuta-ciudad: Santos Daniel, presbítero, y compañeros,
mártires (S).
Ciudad Real: Santo Tomás de Villanueva, obispo (S).
Misioneros Combonianos: San Daniel Comboni, obispo (S).
Antífona de entrada Cf. Sal 129, 3-4
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti
procede el perdón, Dios de Israel.
Monición de entrada
En la eucaristía Dios siempre nos habla con una palabra llena de
sabiduría y prudencia. A quien la escucha interiormente lo ayudará en el
seguimiento de Cristo, que necesariamente ha de realizarse en libertad y
generosidad absolutas, sin estar atado a nada ni a nadie y viviendo desde la
confianza en Dios.
Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la
tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
– Tú, el único que es bueno: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
– Tú, nuestra riqueza y tesoro: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
– Tú, a quien hemos de rendir cuentas de nuestra vida: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el
rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe,
y nos sostenga
continuamente en las buenas obras.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Al lado de la
sabiduría en nada tuve la riqueza
Lectura del libro de la Sabiduría (Sab 7, 7 11)
SUPLIQUÉ y me fue dada la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos
y a su lado en nada tuve la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro ante ella es un poco de arena
y junto a ella la plata es como el barro.
La quise más que a la salud y la belleza
y la preferí a la misma luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
tiene en sus manos riquezas incontables.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17 [R.: cf. 14[)
R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.
V. Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.
R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.
V. Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.
V. Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.
R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.
SEGUNDA LECTURA
La palabra de
Dios juzga los deseos e intenciones del corazón
Lectura de la carta a los Hebreos (Hb 4, 12-13)
HERMANOS:
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo;
penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos;
juzga los deseos e intenciones del corazón.
Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien
hemos de rendir cuentas.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Mt 5, 3
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos. R.
EVANGELIO (forma larga)
Vende
lo que tienes y sígueme
╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos (Mc 10, 17-30)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se
arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los
mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso
testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás
un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un
camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de
Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o
hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no
reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y
madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
EVANGELIO (forma breve)
Vende lo que
tienes y sígueme
╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos (Mc 10, 17-27)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se
arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los
mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso
testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás
un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque
era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un
camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de
Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 11 de octubre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de san Marcos, se articula en
tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.
La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un hombre que –según
el pasaje paralelo de san Mateo– es identificado como «joven». El encuentro de
Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama «Maestro
bueno». Luego le pregunta: «¿qué haré para heredar la vida eterna?», es decir,
la felicidad (Mc 10, 17). «Vida eterna» no es sólo la vida del más allá, sino
que es la vida plena, realizada, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla?
La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al
prójimo. A este respecto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero
evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su
deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón;
por eso su respuesta se traduce en una mirada intensa, llena de ternura y
cariño. Así dice el Evangelio: «Jesús se lo quedó mirando, lo amó» (Mc 10, 21).
Se dio cuenta de que era un buen joven. Pero Jesús comprende también cuál es el
punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus
bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre
dos dueños: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir
la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el empuje inicial del joven se
desvanece en la infelicidad de un seguimiento naufragado.
En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se
trata de una mirada pensativa, de advertencia: «Mirando alrededor, dijo a sus
discípulos: "¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que
tienen riquezas?» (Mc 10, 23). Ante el estupor de los discípulos, que se
preguntan: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» (Mc 10, 26), Jesús responde con
una mirada de aliento –es la tercera mirada– y dice: la salvación, sí, es
«imposible para los hombres, no para Dios» (Mc 10, 27). Si nos encomendamos al
Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el
camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, Él nos da la
salvación, Él nos acompaña en el camino.
Y así hemos llegado a la tercera escena, la de la solemne declaración de Jesús:
En verdad os digo que quien deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el
futuro y cien veces más ya en el presente (cf. Mc 10, 29-30). Este «cien veces
más» está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se
reencuentran multiplicadas hasta el infinito. Nos privamos de los bienes y
recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud
de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer
y conseguimos la alegría de dar. Lo que Jesús decía: «Hay más dicha en dar que
en recibir» (cf. Hch 20, 35).
El joven no se dejó conquistar por la mirada de amor de Jesús, y así no pudo
cambiar. Sólo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de
la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el
placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero
causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para
entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica y luminosa. Y yo os
pregunto a vosotros, jóvenes, chicos y chicas, que estáis ahora en la plaza:
«¿Habéis sentido la mirada de Jesús sobre vosotros? ¿Qué le queréis responder?
¿Preferís dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en
el corazón que nos ofrece la mundanidad?».
Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la
mirada de Jesús, el único que puede colmar nuestra sed de felicidad.
Audiencia
general, Miércoles, 13 de junio de 2018.
Los mandamientos de la ley de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es la fiesta de san Antonio de Padua. ¿Quién de vosotros se llama Antonio?
Un aplauso para todos los «Antonios». Empezamos hoy un nuevo itinerario de
catequesis sobre el tema de los mandamientos. Los mandamientos de la ley de
Dios. Para introducirlo nos inspiramos en el pasaje que acabamos de escuchar:
el encuentro entre Jesús y un hombre –es un joven– que, arrodillado, le
pregunta cómo poder heredar la vida eterna (cf. Mc 10, 17-21). Y en aquella
pregunta está el desafío de cada existencia, también el nuestro: el deseo de
una vida plena, infinita. Pero, ¿cómo hacer para llegar? ¿Qué sendero recorrer?
Vivir de verdad, vivir una existencia noble… Cuántos jóvenes buscan «vivir» y
después se destruyen yendo tras cosas efímeras.
Algunos piensan que es mejor apagar este impulso –el impulso de vivir– porque
es peligroso. Quisiera decir, especialmente a los jóvenes: nuestro peor enemigo
no son los problemas concretos, por serios y dramáticos que sean: el peligro
más grande de la vida es un mal espíritu de adaptación que no es mansedumbre o
humildad, sino mediocridad, algo pusilánime. ¿Un joven mediocre es un joven con
futuro o no? ¡No! Permanece allí, no crece, no tendrá éxito. La mediocridad o
la pusilanimidad. Aquellos jóvenes que tienen miedo de todo: «No, yo no soy
así…». Estos jóvenes no irán adelante. Mansedumbre, fuerza y nada de
pusilanimidad. El beato Pier Giorgio Frassati –que era un joven– decía que es
necesario vivir, no ir tirando. Los mediocres van tirando. Vivir con la fuerza
de la vida. Es necesario pedir al Padre celestial para los jóvenes de hoy el
don de la sana inquietud. Pero, en casa, en vuestras casas, en cada familia,
cuando se ve un joven que está sentado todo el día, a veces la madre y el padre
piensan: «Pero este está enfermo, tiene algo» y lo llevan al médico. La vida
del joven es ir adelante, ser inquieto, la sana inquietud, la capacidad de no
conformarse con una vida sin belleza, sin color. Si los jóvenes no tienen
hambre de una vida auténtica, me pregunto, ¿a dónde irá la humanidad? ¿A dónde
irá la humanidad con jóvenes quietos y no inquietos?
La pregunta de aquel hombre del Evangelio que hemos escuchado está dentro de
cada uno de nosotros: ¿Cómo se encuentra la vida, la vida en abundancia, la
felicidad? Jesús responde: «Ya sabes los mandamientos» (Mc 10, 19) y cita una
parte del Decálogo. Es un proceso pedagógico, con el que Jesús quiere guiar a
un lugar preciso; de hecho, está ya claro, por su pregunta, que aquel hombre no
tiene la vida plena, busca más, es inquieto. Por lo tanto, ¿qué debe entender?
Dice: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud» (Mc 10, 20). ¿Cómo
se pasa de la juventud a la madurez? Cuando se empiezan a aceptar los propios
límites. Nos convertimos en adultos cuando se relativiza y se toma conciencia
de «lo que falta» (cf. Mc 10, 21). Este hombre está obligado a reconocer que
todo lo que puede «hacer» no supera un «techo», no va más allá de un margen.
¡Qué bonito ser hombres y mujeres! ¡Qué preciosa es nuestra existencia! Y
también hay una verdad que en la historia de los últimos siglos el hombre ha
rechazado a menudo, con trágicas consecuencias: la verdad de sus límites.
Jesús, en el Evangelio, dice algo que nos puede ayudar: «No penséis que he
venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento» (Mt 5, 17). El Señor Jesús regala el cumplimiento, ha venido para
esto. Ese hombre debía llegar al umbral de un salto, donde se abre la
posibilidad de dejar de vivir de sí mismos, de las propias obras, de los
propios bienes y –precisamente porque falta la vida plena– dejar todo para
seguir al Señor. Mirándolo bien, en la invitación final de Jesús –inmenso,
maravilloso– no está la propuesta de la pobreza, sino de la riqueza, esa
verdadera: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los
pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10, 21).
¿Quién, pudiendo elegir entre un original y una copia, elegiría la copia? Este
es el desafío: encontrar el original de la vida, no la copia. ¡Jesús no ofrece
sustitutos, sino vida verdadera, amor verdadero, riqueza verdadera! ¿Cómo
podrán los jóvenes seguirnos en la fe si no nos ven elegir el original, si nos
ven adictos a las medias tintas? Es feo encontrar cristianos de medias tintas,
cristianos –me permito la palabra– «enanos»; crecen hasta una cierta estatura y
después no; cristianos con el corazón encogido, cerrado. Es feo encontrar esto.
Es necesario el ejemplo de alguno que me invita a un «más allá», a un «más», a
crecer un poco. San Ignacio lo llamaba el «magis», «el fuego, el fervor de la
acción, que sacude a los soñolientos». El camino de eso que falta pasa por eso
que está. Jesús no ha venido para abolir la Ley o a los Profetas sino para dar
cumplimiento. Debemos partir de la realidad para hacer el salto en «eso que
falta». Debemos escrutar lo ordinario para abrirnos a lo extraordinario.
En estas catequesis tomaremos las dos tablas de Moisés como cristianos, dando
la mano a Jesús, para pasar de las ilusiones de la juventud al tesoro que está
en el cielo, caminando detrás de Él. Descubriremos, en cada una de las leyes,
antiguas y sabias, la puerta abierta del Padre que está en los cielos para que
el Señor Jesús, que la ha atravesado, nos conduzca en la vida verdadera. Su
vida. La vida de los hijos de Dios.
Del
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 14 de octubre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo (Mc 10, 17-30) tiene como tema principal el de la
riqueza. Jesús enseña que para un rico es muy difícil entrar en el Reino de
Dios, pero no imposible; en efecto, Dios puede conquistar el corazón de una
persona que posee muchos bienes e impulsarla a la solidaridad y a compartir con
quien está necesitado, con los pobres, para entrar en la lógica del don. De
este modo aquella se sitúa en el camino de Jesús, quien –como escribe el
apóstol Pablo– "siendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros
con su pobreza" (2Co 8, 9). Como sucede a menudo en los evangelios, todo
empieza con un encuentro: el de Jesús con uno que "era muy rico" (Mc
10, 22). Se trataba de una persona que desde su juventud observaba fielmente
todos los mandamientos de la Ley de Dios, pero todavía no había encontrado la
verdadera felicidad; y por ello pregunta a Jesús qué hacer para "heredar
la vida eterna" (v. 17). Por un lado es atraído, como todos, por la
plenitud de la vida; por otro, estando acostumbrado a contar con las propias
riquezas, piensa que también la vida eterna se puede "comprar" de
algún modo, tal vez observando un mandamiento especial. Jesús percibe el deseo
profundo que hay en esa persona y –apunta el evangelista– fija en él una mirada
llena de amor: la mirada de Dios (cfr. v. 21). Pero Jesús comprende igualmente
cuál es el punto débil de aquel hombre: es precisamente su apego a sus muchos
bienes; y por ello le propone que dé todo a los pobres, de forma que su tesoro
–y por lo tanto su corazón– ya no esté en la tierra, sino en el cielo, y añade:
"¡Ven! ¡Sígueme!" (v. 22). Y aquél, sin embargo, en lugar de acoger
con alegría la invitación de Jesús, se marchó triste (cf. v. 23) porque no
consigue desprenderse de sus riquezas, que jamás podrán darle la felicidad ni
la vida eterna.
Es en este momento cuando Jesús da a sus discípulos –y también a nosotros hoy–
su enseñanza: "¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que
tienen riquezas!" (v. 23). Ante estas palabras, los discípulos quedaron
desconcertados; y más aún cuando Jesús añadió: "Más fácil le es a un
camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de
Dios". Pero al verlos atónitos, dijo: "Es imposible para los hombres,
no para Dios. Dios lo puede todo" (cf. vv. 24-27). Comenta san Clemente de
Alejandría: "La parábola enseña a los ricos que no deben descuidar la
salvación como si estuvieran ya condenados, ni deben arrojar al mar la riqueza
ni condenarla como insidiosa y hostil a la vida, sino que deben aprender cómo
utilizarla y obtener la vida" (¿Qué rico se salvará? 27, 1-2). La historia
de la Iglesia está llena de ejemplos de personas ricas que utilizaron sus
propios bienes de modo evangélico, alcanzando también la santidad. Pensemos en
san Francisco, santa Isabel de Hungría o san Carlos Borromeo. Que la Virgen
María, Trono de la Sabiduría, nos ayude a acoger con alegría la invitación de
Jesús para entrar en la plenitud de la vida
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios, rico en misericordia para todos los que lo
invocan.
- Por la Iglesia, para que sepa demostrar al mundo, enfebrecido por el afán de
poseer, dónde está el verdadero tesoro. Roguemos al Señor.
- Por los que tienen el poder del dinero, el poder de decisión, para que sepan
distribuir justamente. Roguemos al Señor.
- Por los que carecen de medios económicos suficientes, para que encuentren en
todos la ayuda que necesitan. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, para que comprendamos las palabras de Jesús sobre el dinero y aprendamos
a ser desprendidos por amor. Roguemos al Señor.
Sácianos, Señor, de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y
júbilo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Acepta las súplicas de tus fieles, Señor,
juntamente con estas ofrendas,
para
que lleguemos a la gloria del cielo
mediante esta piadosa celebración.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de la comunión Sal 33, 11
Los ricos empobrecen y pasan hambre, los
que buscan al Señor no carecen de nada.
O bien: Cf. 1 Jn 3, 2
Cuando se manifieste el Señor, seremos semejantes a él, porque lo veremos
tal cual es.
Oración después de la comunión
Señor, pedimos humildemente a tu majestad
que, así como nos fortaleces con el
alimento
del santísimo Cuerpo y Sangre de tu Hijo,
nos hagas participar de su
naturaleza divina.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario