- Eucaristía del V Domingo de Pascua (a las 11.00 h).
SANTORAL DE HOY

Elogio: Memoria de san Isidro, labrador, que en Madrid, en el reino de Castilla, juntamente con su mujer, santa María de la Cabeza o Toribia, llevó una dura vida de trabajo, recogiendo con más paciencia los frutos del cielo que los de la tierra, y de este modo se convirtió en un verdadero modelo del honrado y piadoso agricultor cristiano.
Patronazgos: patrono de Madrid, y los labradores y campesinos, protector contra la sequía y para pedir la lluvia y la buena cosecha.
Tradiciones, refranes, devociones: Por San Isidro Labrador, la cosecha tiene color.
San Isidro Labrador quita el agua y trae el sol.
Refieren a este santo: San Guido o Guy, Santa María de la Cabeza.
Otros santos de este día:
Santos Pedro, Andrés, Pablo y Dionisia, mártires
En Lampsaco, en la región del Helesponto, santos Pedro, Andrés, Pablo y Dionisia, mártires.
Santos Casio y Victorino, mártires
En Auvernia, en Aquitania, santos Casio y Victorino, mártires, que, según la tradición, sufrieron el martirio bajo la persecución de Croco, rey de los alamanes.
San Simplicio, presbítero
En la isla de Cerdeña, san Simplicio, presbítero.
San Aquileo «Taumaturgo», obispo
En Larisa, lugar de Tesalia, san Aquileo, llamado «Taumaturgo», obispo, que participó en el primer Concilio de Nicea y, revestido de todas las virtudes, evangelizó con fervor apostólico a los pueblos paganos.
San Reticio de Autún, obispo
En Autún, en la Galia Lugdunense, san Reticio, obispo, de quien san Agustín refiere la gran autoridad de que gozaba como obispo, y san Jerónimo lo recuerda por gran exegeta de la Sagrada Escritura.
San Caleb o Elesbaán, monje
En Etiopía, san Caleb o Elesbaán, rey, que para reivindicar la muerte de los mártires de Nagrán se enfrentó victoriosamente en batalla a los enemigos de Cristo y, según se dice, en tiempo del emperador Justino envió a Jerusalén su corona real, viviendo luego como monje en respuesta a un voto que había hecho, hasta que partió al encuentro del Señor.
San Severino de Settémpeda, obispo
En Settémpeda, en el Piceno, san Severino, obispo, del cual esta ciudad tomó su nombre.
San Ruperto, laico
En Bingen, junto al Rin y cerca de Maguncia, en Austrasia, san Ruperto, duque, que, siendo aún muy joven, partió en peregrinación para visitar las tumbas de los Apóstoles, y al regresar a sus dominios erigió muchas iglesias. Salió al encuentro del Señor recién cumplidos los diecinueve años.
San Witesindo, laico
En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, conmemoración de san Witesindo, mártir, que por miedo a los musulmanes se apartó de la fe católica, pero al negarse después a tomar parte en el culto mahometano, lo mataron por odio a la fe cristiana.
Beato Andrés Abellón, religioso presbítero
En Aix-en-Provence, en la región de Provenza, beato Andrés Abellón, presbítero de la Orden de Predicadores, quien, pese a no contar con muchos medios para el desempeño de su cargo, restauró con firmeza la disciplina regular en los conventos donde fue superior.
Beato Joan Montpeó Masip, seminarista y mártir
En Riudecols, Tarragona, España, beato Joan Montpeó Masip, seminarista diocesano y mártir.
LITURGIA DE HOY
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. Pasc.
LECC.: vol. I (C).
- Hch 14, 21b-27. Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por
medio de ellos.
- Sal 144. R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi
rey.
- Ap 21, 1-5a. Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.
- Jn 13, 31-33a. 34-35. Os doy un mandamiento nuevo: que os
améis unos a otros.
Dios ha hecho maravillas con nosotros. Por eso debemos cantarle un cántico
nuevo (ant. de entrada). Esa acción salvadora de Dios nos llega a través de la
acción evangelizadora de la Iglesia (cf. 1 lect.). Y nosotros debemos difundir
la fe en Cristo Resucitado con nuestras palabras y ejemplos. Y será nuestro
amor fraterno lo que nos distinguirá en el mundo como discípulos de Cristo. Es
el mandamiento nuevo que nos dejó como encargo: «Que os améis unos a otros,
como yo os he amado» (Ev.). Es decir, que tenemos que amarnos mutuamente hasta
dar la vida por el otro como Cristo ha hecho con nosotros. La eucaristía es la
fuente de ese amor, la caridad que nos lleva a dar la vida por los demás.
* Hoy
no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 16 de mayo, pág. 311.
CALENDARIOS: Salamanca: Aniversario de la ordenación episcopal de
Mons. Carlos López Hernández, obispo, emérito (1994).
Astorga: Aniversario de la muerte de Mons. Juan Antonio Menéndez
Fernández, obispo (2019).
Antífona de entrada Cf. Sal 97, 1-2
Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas; reveló a las
naciones su salvación. Aleluya.
Monición de entrada (Año C)
En nosotros se cumple la promesa del Señor «Dondequiera que estéis reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de vosotros». Así podemos dar testimonio de él con nuestro mutuo amor.
Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la
tercera formula pueden usarse las invocaciones propias de la cincuentena
pascual.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar
el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
Monición al Gloria
Se dice Gloria. Puede introducirse con la
siguiente monición.
Cantemos (recitemos) el himno de
alabanza, invocando a Dios Padre y a Jesucristo, el Señor, sentado a la derecha
del Padre para interceder por nosotros.
Dios todopoderoso y eterno,
lleva a su pleno cumplimiento en nosotros el Misterio pascual,
para que, quienes, por tu bondad, han sido renovados en el santo bautismo,
den frutos abundantes con tu ayuda y protección
y lleguen a los gozos de la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles
(Hch 14, 21b-27)
EN AQUELLOS DÍAS, Pablo y Bernabé volvieron a
Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a
perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones
para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros,
oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído.
Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en
Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los
habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir.
Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio
de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 144, 8-9. 10-11.
12-13ab [R.: cf. 1bc])
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios
mío, mi Rey
V. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios
mío, mi Rey.
V. Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios
mío, mi Rey.
V. Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios
mío, mi Rey.
Lectura del libro del Apocalipsis (Ap 21, 1-5a)
YO, JUAN, vi un cielo nuevo y una tierra nueva,
pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de
Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos
serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto
ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».
R. Te alabamos, Señor.
R. Gloria a ti, Señor.
CUANDO salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios
es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado,
amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os amáis unos a otros».
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Ésta es la única salvación para nuestra carne y nuestra alma: la caridad para con ellos [enfermos, necesitados]» (San Gregorio Nacianceno).
«Lo esencial en estas palabras es el “nuevo fundamento” del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él» (Benedicto XVI).
«La voluntad de nuestro Padre es ‘que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad’ (1Tm 2,3-4). El ‘usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan’ (2Pe 3,9). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que ‘nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado’ (Jn 13,34)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.822).
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos conduce al Cenáculo para hacernos escuchar algunas palabras que Jesús dirigió a sus discípulos en el “discurso de despedida” antes de su Pasión. Después de haber lavado los pies a los Doce, Él les dijo: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Juan 13, 34). ¿Pero en qué sentido Jesús llama “nuevo” a este mandamiento? Porque sabemos que ya en el Antiguo Testamento, Dios había mandado a los miembros de su pueblo amar al prójimo como a sí mismos (cf. Levítico 19, 18). Jesús mismo, a quién le preguntaba cuál era el mandamiento más importante de la Ley, respondía que el primero es amar a Dios con todo el corazón y el segundo amar al prójimo como a sí mismo (cf. Mateo 22, 38-39).
Entonces, ¿cuál es la novedad de este mandamiento que Jesús encomienda a sus
discípulos? ¿Por qué lo llama “mandamiento nuevo”? El antiguo mandamiento del
amor se ha convertido en nuevo porque ha sido completado con este añadido:
«como yo os he amado a vosotros», «amaos los unos a los otros como yo os he
amado». La novedad está completamente en el amor de Jesucristo, ese con el que
Él ha dado la vida por nosotros. Se trata del amor de Dios, universal, sin
condiciones y sin límites, que encuentra el ápice sobre la cruz. En ese momento
de extremo abajamiento, en ese momento de abandono al Padre, el Hijo de Dios ha
mostrado y donado al mundo la plenitud del amor. Repensando en la Pasión y en
la agonía de Cristo, los discípulos comprendieron el significado de esas
palabras suyas: «Que como yo os he amado a vosotros, así os améis también
vosotros los unos a los otros».
Jesús nos ha amado primero, nos ha amado a pesar de nuestras fragilidades,
nuestros límites y nuestras debilidades humanas. Ha sido Él quien ha hecho que
nos hiciéramos dignos de su amor que no conoce límites y no termina nunca.
Dándonos el mandamiento nuevo, Él nos pide que nos amemos entre nosotros no
solo y no tanto con nuestro amor, sino con el suyo, que el Espíritu Santo
infunde en nuestros corazones si lo invocamos con fe.
De esta manera —y solo así— nosotros podemos amarnos entre nosotros no solo como nos amamos a nosotros mismos, sino como Él nos ha amado, es decir inmensamente más. Dios de hecho nos ama mucho más de cuanto nosotros nos amamos a nosotros mismos. Y así podemos difundir por todos lados la semilla del amor que renueva las relaciones entre las personas y abre horizontes de esperanza. Jesús siempre abre horizontes de esperanza, su amor abre horizontes de esperanza. Este amor nos hace convertirnos en hombres nuevos, hermanos y hermanas en el Señor, y hace de nosotros el nuevo Pueblo de Dios, es decir la Iglesia, en la cual todos son llamados a amar a Cristo y en Él a amarse unos a otros.
El amor que se ha manifestado en la cruz de Cristo y que Él nos llama a vivir
es la única fuerza que transforma nuestro corazón de piedra en corazón de carne;
la única fuerza capaz de transformar nuestro corazón es el amor de Jesús, si
nosotros también amamos con este amor. Y este amor nos hace capaces de amar a
los enemigos y perdonar a quien nos ha ofendido. Yo os haré una pregunta, que
cada uno de vosotros responda en su corazón. ¿Yo soy capaz de amar a mis
enemigos? Todos tenemos gente, no sé si enemigos, pero que no están de acuerdo
con nosotros, que están “del otro lado”; o alguno tiene gente que le ha hecho
daño… ¿Yo soy capaz de amar a esta gente? Ese hombre, esa mujer que me ha hecho
mal, que me ha ofendido. ¿Soy capaz de perdonarlo? Que cada uno responda en su
corazón. El amor de Jesús nos hace ver al otro como miembro actual o futuro de
la comunidad de los amigos de Jesús; nos estimula al diálogo y nos ayuda a
escucharnos y conocernos recíprocamente. El amor nos abre al otro,
convirtiéndose en la base de las relaciones humanas. Hace capaces de superar
las barreras de las propias debilidades y de los propios prejuicios. El amor de
Jesús en nosotros crea puentes, enseña nuevos caminos, produce el dinamismo de
la fraternidad. Que la Virgen María nos ayude, con su materna intercesión, a
acoger de su Hijo Jesús el don de su mandamiento, y del Espíritu Santo la
fuerza de practicarlo en la vida de cada día.
Queridos hermanos y hermanas:
(...) Estamos en el tiempo pascual, que es el
tiempo de la glorificación de Jesús. El Evangelio que acabamos de escuchar nos
recuerda que esta glorificación se realizó mediante la pasión. En el misterio
pascual pasión y glorificación están estrechamente vinculadas entre sí, forman
una unidad inseparable. Jesús afirma: "Ahora ha sido glorificado el Hijo
del hombre y Dios ha sido glorificado en él" (Jn 13, 31) y lo hace cuando
Judas sale del Cenáculo para cumplir su plan de traición, que llevará al
Maestro a la muerte: precisamente en ese momento comienza la glorificación de
Jesús. El evangelista san Juan lo da a entender claramente: de hecho, no dice
que Jesús fue glorificado sólo después de su pasión, por medio de la
resurrección, sino que muestra que su glorificación comenzó precisamente con la
pasión. En ella Jesús manifiesta su gloria, que es gloria del amor, que entrega
toda su persona. Él amó al Padre, cumpliendo su voluntad hasta el final, con
una entrega perfecta; amó a la humanidad dando su vida por nosotros. Así, ya en
su pasión es glorificado, y Dios es glorificado en él. Pero la pasión –como
expresión realísima y profunda de su amor– es sólo un inicio. Por esto Jesús
afirma que su glorificación también será futura (cf. v. 32). Después el Señor,
en el momento de anunciar que deja este mundo (cf. v. 33), casi como testamento
da a sus discípulos un mandamiento para continuar de modo nuevo su presencia en
medio de ellos: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los
otros" (v. 34). Si nos amamos los unos a los otros, Jesús sigue estando
presente entre nosotros, y sigue siendo glorificado en el mundo.
Jesús habla de un "mandamiento nuevo".
¿Cuál es su novedad? En el Antiguo Testamento Dios ya había dado el mandato del
amor; pero ahora este mandamiento es nuevo porque Jesús añade algo muy
importante: "Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a
los otros". Lo nuevo es precisamente este "amar como Jesús ha
amado". Todo nuestro amar está precedido por su amor y se refiere a este
amor, se inserta en este amor, se realiza precisamente por este amor. El Antiguo
Testamento no presentaba ningún modelo de amor, sino que formulaba solamente el
precepto de amar. Jesús, en cambio, se presenta a sí mismo como modelo y como
fuente de amor. Se trata de un amor sin límites, universal, capaz de
transformar también todas las circunstancias negativas y todos los obstáculos
en ocasiones para progresar en el amor. Y en los santos de esta ciudad vemos la
realización de este amor, siempre desde la fuente del amor de Jesús.
En los siglos pasados la Iglesia que está en
Turín ha conocido una rica tradición de santidad y de generoso servicio a los
hermanos –como han recordado el cardenal arzobispo y el señor alcalde– gracias
a la obra de celosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y
contemplativa, y de fieles laicos. Las palabras de Jesús adquieren una
resonancia especial para esta Iglesia de Turín, una Iglesia generosa y activa,
comenzando por sus sacerdotes. Al darnos el mandamiento nuevo, Jesús nos pide
vivir su mismo amor, vivir de su mismo amor, que es el signo verdaderamente creíble,
elocuente y eficaz para anunciar al mundo la venida del reino de Dios.
Obviamente, sólo con nuestras fuerzas somos débiles y limitados. En nosotros
permanece siempre una resistencia al amor y en nuestra existencia hay muchas
dificultades que provocan divisiones, resentimientos y rencores. Pero el Señor
nos ha prometido estar presente en nuestra vida, haciéndonos capaces de este
amor generoso y total, que sabe vencer todos los obstáculos, también los que
radican en nuestro corazón. Si estamos unidos a Cristo, podemos amar
verdaderamente de este modo. Amar a los demás como Jesús nos ha amado sólo es
posible con la fuerza que se nos comunica en la relación con él, especialmente
en la Eucaristía, en la que se hace presente de modo real su sacrificio de amor
que genera amor: es la verdadera novedad en el mundo y la fuerza de una
glorificación permanente de Dios, que se glorifica en la continuidad del amor
de Jesús en nuestro amor.
Quiero dirigir ahora unas palabras de aliento en
particular a los sacerdotes y a los diáconos de esta Iglesia, que se dedican
con generosidad al trabajo pastoral, así como a los religiosos y a las
religiosas. A veces, ser obreros en la viña del Señor puede ser arduo, los
compromisos se multiplican, las exigencias son muchas y no faltan los
problemas: aprended a sacar diariamente de la relación de amor con Dios en la
oración la fuerza para llevar el anuncio profético de salvación; volved a
centrar vuestra existencia en lo esencial del Evangelio; cultivad una dimensión
real de comunión y de fraternidad dentro del presbiterio, de vuestras
comunidades, en las relaciones con el pueblo de Dios; testimoniad en el
ministerio el poder del amor que viene de lo Alto, viene del Señor presente
entre nosotros.
La primera lectura que hemos escuchado nos
presenta precisamente un modo especial de glorificación de Jesús: el apostolado
y sus frutos. Pablo y Bernabé, al término de su primer viaje apostólico,
regresan a las ciudades que ya habían visitado y alientan de nuevo a los
discípulos, exhortándolos a permanecer firmes en la fe, porque, como ellos
dicen, "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en
el reino de Dios" (Hch 14, 22). La vida cristiana, queridos hermanos y
hermanas, no es fácil; sé que tampoco en Turín faltan dificultades, problemas,
preocupaciones: pienso, en particular, en quienes viven concretamente su
existencia en condiciones de precariedad, a causa de la falta de trabajo, de la
incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral; pienso en las
familias, en los jóvenes, en las personas ancianas que con frecuencia viven en
soledad, en los marginados, en los inmigrantes. Sí, la vida lleva a afrontar
muchas dificultades, muchos problemas, pero lo que permite afrontar, vivir y
superar el peso de los problemas cotidianos es precisamente la certeza que nos
viene de la fe, la certeza de que no estamos solos, de que Dios nos ama a cada
uno sin distinción y está cerca de cada uno con su amor. El amor universal de
Cristo resucitado fue lo que impulsó a los Apóstoles a salir de sí mismos, a
difundir la Palabra de Dios, a dar su vida sin reservas por los demás, con
valentía, alegría y serenidad. Cristo resucitado posee una fuerza de amor que
supera todo límite, no se detiene ante ningún obstáculo. Y la comunidad cristiana,
especialmente en las realidades de mayor compromiso pastoral, deber ser
instrumento concreto de este amor de Dios.
Exhorto a las familias a vivir la dimensión
cristiana del amor en las acciones cotidianas sencillas, en las relaciones
familiares, superando divisiones e incomprensiones, cultivando la fe que hace
todavía más firme la comunión. Que en el rico y variado mundo de la Universidad
y de la cultura tampoco falte el testimonio del amor del que nos habla el
Evangelio de hoy, con la capacidad de escucha atenta y de diálogo humilde en la
búsqueda de la Verdad, seguros de que es la Verdad misma la que nos sale al
encuentro y nos aferra. Deseo también alentar el esfuerzo, a menudo difícil, de
quien está llamado a administrar el sector público: la colaboración para buscar
el bien común y hacer que la ciudad sea cada vez más humana y habitable es una
señal de que el pensamiento cristiano sobre el hombre nunca va contra su
libertad, sino en favor de una mayor plenitud que sólo encuentra su realización
en una "civilización del amor". A todos, en particular a los jóvenes,
quiero decir que no pierdan nunca la esperanza, la que viene de Cristo
resucitado, de la victoria de Dios sobre el pecado, sobre el odio y sobre la
muerte.
La segunda lectura de hoy nos muestra
precisamente el resultado final de la resurrección de Jesús: es la nueva
Jerusalén, la ciudad santa, que desciende del cielo, de Dios, engalanada como
una esposa ataviada para su esposo (cf. Ap 21, 2). Aquel que fue crucificado,
que compartió nuestro sufrimiento, como nos recuerda también, de manera
elocuente, la Sábana Santa, ha resucitado y nos quiere reunir a todos en su
amor. Se trata de una esperanza estupenda, "fuerte", sólida, porque,
como dice el libro del Apocalipsis: "(Dios) enjugará toda lágrima de sus
ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el
mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4). ¿Acaso la Sábana Santa no comunica el
mismo mensaje? En ella vemos reflejados como en un espejo nuestros
padecimientos en los sufrimientos de Cristo: "Passio Christi.
Passio hominis". Precisamente por esto la Sábana Santa es un signo de
esperanza: Cristo afrontó la cruz para atajar el mal; para hacernos entrever,
en su Pascua, la anticipación del momento en que para nosotros enjugará toda
lágrima y ya no habrá muerte, ni llanto, ni gritos ni fatigas.
El pasaje del Apocalipsis termina con la
afirmación: "Dijo el que está sentado en el trono: "Mira que hago un
mundo nuevo"" (Ap 21, 5). Lo primero absolutamente nuevo realizado
por Dios fue la resurrección de Jesús, su glorificación celestial, la cual es
el inicio de toda una serie de "cosas nuevas", a las que pertenecemos
también nosotros. "Cosas nuevas" son un mundo lleno de alegría, en el
que ya no hay sufrimientos ni vejaciones, ya no hay rencor ni odio, sino sólo
el amor que viene de Dios y que lo transforma todo.
Querida Iglesia que está en Turín, he venido
entre vosotros para confirmaros en la fe. Deseo exhortaros, con fuerza y con
afecto, a permanecer firmes en la fe que habéis recibido, que da sentido a la
vida, que da fuerza para amar; a no perder nunca la luz de la esperanza en
Cristo resucitado, que es capaz de transformar la realidad y hacer nuevas todas
las cosas; a vivir de modo sencillo y concreto el amor de Dios en la ciudad, en
los barrios, en las comunidades, en las familias: "Como yo os he amado,
así amaos los unos a los otros".
Monición al Credo
Se dice Credo. Puede introducirse con la
siguiente monición.
La noticia de la Pascua es el eje central que
recorre y unifica los artículos del Credo. Confesemos nuestra fe.
Oración de los fieles (Año C)
Oremos al Señor, nuestro Dios. Él está siempre con nosotros.
- Por la Iglesia, morada de Dios con los hombres, para que, observando el mandamiento nuevo, sea en medio del mundo signo de esperanza de la nueva tierra que Cristo ha inaugurado. Roguemos al Señor.
- Por todos los que trabajan por un mundo mejor, para que la victoria de Cristo aliente sus esfuerzos. Roguemos al Señor.
- Por todos los que sufren, para que sean enjugadas las lágrimas de sus ojos. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que, amándonos unos a otros, el mundo pueda reconocernos como discípulos de Cristo. Roguemos al Señor.
y haz que cumplamos el mandamiento nuevo de tu Hijo,
amándonos como él nos ha amado.
Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
Oh, Dios, que nos haces partícipes de tu únicay suprema divinidad
por el admirable intercambio de este sacrificio,
concédenos alcanzar en una vida santa
la realidad que hemos conocido en ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Cristo, sacerdote y víctima
es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca exaltarte en este tiempo glorioso
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz,
dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los antiguos sacrificios
y, ofreciéndose a sí mismo por nuestra salvación,
se manifestó, a la vez, como sacerdote, altar y víctima.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles,
cantan el himno de tu gloria diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo...
Antífona de comunión Cf. Jn 15, 1. 5
Yo soy la verdadera vid, y vosotros los sarmientos, dice el Señor; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. Aleluya.
Asiste, Señor, a tu pueblo y haz que pasemos
del antiguo pecado a la vida nueva
los que hemos sido alimentados con los sacramentos del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Se puede utilizar la fórmula de la bendición solemne. Tiempo pascual
Dios, que por la resurrección de su Unigénito os ha redimido y adoptado como
hijos, os llene de alegría con sus bendiciones.
R. Amén.
Y ya que por la redención de Cristo recibisteis el don de la libertad
verdadera, por su bondad recibáis también la herencia eterna.
R. Amén.
Y, pues confesando la fe habéis resucitado con Cristo en el bautismo, por
vuestras buenas obras merezcáis ser admitidos en la patria del cielo.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
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