- Eucaristía del VI Domingo de Pascua (a las 11.00 h).
SANTORAL DE HOY
Elogio: Santa Joaquina de Vedruna, madre de familia, que educó piadosamente a sus nueve hijos y, una vez viuda, fundó el Instituto de Hermanas Carmelitas de la Caridad. Soportó con ánimo tranquilo toda clase de sufrimientos hasta su muerte, que ocurrió por contagio del cólera. Descansó en el Señor en Barcelona, en España, el 28 de agosto.
Refieren a este santo: San Antonio María Claret, Santa María Soledad Torres Acosta.
Oración
Señor, tú que has hecho surgir en la Iglesia a santa Joaquina Vedruna para la educación cristiana de la juventud y el alivio de los enfermos, haz que nosotros sepamos imitar sus ejemplos y dediquemos nuestra vida a servir con amor a nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Elogio: Santa Rita, religiosa, que, casada con un hombre violento, toleró pacientemente sus crueldades reconciliándolo con Dios, y al morir su marido y sus hijos ingresó en el monasterio de la Orden de San Agustín en Casia, de la Umbría, en Italia, dando a todos un ejemplo sublime de paciencia y compunción.
Patronazgos: patrona de los fabricantes de embutidos, protectora en situaciones desesperadas, exámenes, y pérdidas de objetos, también contra la viruela. «Abogada de imposibles».
Tradiciones, refranes, devociones: El agua por Santa Rita, toda la cosecha quita.
Truenos por Santa Rita, toda la cosecha quita.
Por Santa Rita, el agua da más que quita.
Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita.
Santa Rita, santa Rita, te da y te quita.
Oración
Te pedimos, Señor, que nos concedas la sabiduría y la fortaleza de la cruz, con las que te dignaste enriquecer a santa Rita, para que, compartiendo en las tribulaciones la pasión de Cristo, podamos participar más íntimamente en su misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Otros santos de este día:
Santos Casto y Emilio, mártires
En África, santos Casto y Emilio, mártires, los cuales, según escribe san Cipriano, aunque vencidos en una primera batalla, el Señor los restituyó victoriosos en un segundo combate para que fuesen más fuertes frente a las llamas, ante las que habían cedido la primera vez, y finalmente consumaron su sacrificio por el fuego.
San Basilisco de Comana, obispo y mártir
En Comana (Gumenek), en el Ponto, san Basilisco, obispo y mártir.
Santa Julia, virgen y mártir
En la isla de Córcega, conmemoración de santa Julia, virgen y mártir.
Santa Quiteria, virgen
En la región de Aire (Aire-sur-le-Lys), en Aquitania, santa Quiteria, virgen.
San Ausonio de Angulema, obispo
En Angulema, también en Aquitania, san Ausonio, considerado el primer obispo de esta ciudad.
San Lupo de Limoges, obispo
En Limoges, de nuevo en Aquitania, san Lupo, obispo, que aprobó la carta de fundación del monasterio de Solignac.
San Juan de Parma, abad
En Parma, en la Emilia, san Juan, abad, que, atendiendo las recomendaciones de san Mayolo de Cluny, dispuso muchas normas para promover la observancia monástica en su cenobio.
San Atón de Pistoya, abad y obispo
En Pistoya, en la Toscana, san Atón, obispo, que había sido abad en la Orden de Vallumbrosa y luego fue puesto al frente de esta Iglesia.
Beata Humildad, abadesa
En Florencia, también en la Toscana, beata Humildad, la cual, con el consentimiento de su esposo vivió recluida durante doce años, y después, con permiso del obispo, edificó un monasterio, del que fue abadesa y asoció a la Congregación benedictina de Vallumbrosa.
Beato Juan Forest, presbítero y mártir
En Londres, en Inglaterra, beato Juan Forest, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores y mártir, que en tiempo del rey Enrique VIII, por defender la unidad católica consumó el martirio en la plaza de Smithfield, en Londres, donde fue quemado vivo junto con imágenes sagradas de madera.
Beatos Pedro de la Asunción y Juan Bautista Machado, presbíteros y mártires
En la ciudad de Kori, en Japón, beatos Pedro de la Asunción, de la Orden de los Hermanos Menores, y Juan Bautista Machado, presbíteros y mártires, que, por cumplir su ministerio de forma clandestina, fueron decapitados por quienes odiaban la fe cristiana.
Beato Matías de Arima, catequista mártir
En Omura, también en Japón, beato Matías de Arima, mártir y catequista, que fue torturado hasta la muerte por no querer delatar a ningún misionero.
San Miguel Ho Dihn Hy, mártir
En Annam, san Miguel Ho Dihn Hy, mártir, que, siendo mandarín, alto funcionario del emperador y catequista, al ser delatado como cristiano murió decapitado después de atroces tormentos.
Santo Domingo Ngon, mártir
En la ciudad de An-Xá, en Tonquín, santo Domingo Ngon, mártir, padre de familia y labrador, que al exigirle los soldados que pisotease una cruz, se postró y la adoró, y así profesó valientemente ante el juez que era cristiano, por lo que fue decapitado de inmediato.
Beata María Dominica Bruna Barbantini, fundadora
En Lucca, en la región de Toscana, beata María Dominica Bruna Barbantini, religiosa, fundadora de la Congregación de Hermanas Ministras de los Enfermos de San Camilo.
LITURGIA DE HOY
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. Pasc.
LECC.: vol. I (C).
- Hch 15, 1-2. 22-29. Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros,
no imponeros más cargas que las indispensables.
- Sal 66. R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos
los pueblos te alaben.
- Ap 21, 10-14. 22-23. Me mostró la ciudad santa que descendía
del cielo.
- Jn 14, 23-29. El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que
os he dicho.
Se acerca el momento en que Jesús Resucitado subirá al cie- lo. Pero, puesto
que Jesús nos ama, no nos dejará solos en me- dio del mundo. Seguirá con
nosotros de una manera nueva pero no menos real que la anterior. Promete hacer
morada en los que lo amen y guarden su Palabra. Después promete a los apóstoles
que el Espíritu Santo que enviará el Padre les irá enseñando todo y recordando
todo lo que Jesús les dijo (Ev.). Esta certeza es la que hará a la comunidad de
Jerusalén, con los apóstoles al frente, decir con plena seguridad: «Hemos
decidido, el Espíritu Santo y nosotros…» (1 lect.). Cristo nos deja su paz para
siempre. Es la paz que brotó del sacrificio de la cruz y que brota del altar
para todos nosotros cada vez que celebramos el misterio de la eucaristía.
Liturgia
de las Horas: oficio
dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 23 de mayo, pág. 323.
Antífona de entrada Cf. Is 48, 20
Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo y proclamadlo hasta el confín de
la tierra. Decid: «El Señor ha rescatado a su pueblo». Aleluya.
Monición de entrada (Año C)
Esta es la asamblea santa de los que queremos
vivir en comunión con Cristo, dóciles a su Palabra y a la acción de su
Espíritu.
Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la
tercera fórmula pueden usarse las invocaciones propias de la cincuentena
pascual.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de
la aspersión del agua bendita.
Monición al Gloria
Se dice Gloria. Puede introducirse con la siguiente monición.
Cantemos (recitemos) el himno de alabanza, invocando a Dios Padre y a Jesucristo, el Señor, sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros.
Dios todopoderoso,
concédenos continuar celebrando con fervor sincero
estos días de alegría en honor del Señor resucitado,
para que manifestemos siempre en las obras
lo que repasamos en el recuerdo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del VI Domingo de Pascua, ciclo C (Lec.
I C)
Cuando la solemnidad de la Ascensión del Señor se celebra el domingo siguiente, en este domingo VI de Pascua pueden leerse la segunda lectura y el Evangelio asignado al domingo VII de Pascua
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles
(Hch 15, 1-2. 22-29)
EN AQUELLOS DÍAS, unos que bajaron de Judea se
pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso
de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta
discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de
entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros
sobre esta controversia.
Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a
algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a
Judas llamado Barsabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y
enviaron por medio de ellos esta carta:
«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía,
Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad.
Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han
alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos, hemos decidido,
por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y
Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Os mandamos, pues, a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue:
Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las
indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre,
de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de
todo esto. Saludos».
R. Te alabamos, Señor.
R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra.
R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra.
R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Lectura del libro del Apocalipsis (Ap 21, 10-14.
22-23)
EL ÁNGEL me llevó en espíritu a un monte grande y
elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía
del cielo, de parte de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era
semejante a una piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino. Tenía una
muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y
nombres grabados que son las doce tribus de Israel.
Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al
poniente tres puertas, y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre
ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y
también el Cordero.
Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria
del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero.
R. Te alabamos, Señor.
╬ Lectura del santo Evangelio según. san Juan (Jn 14, 23-29)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es
mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo
y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se
turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a
vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el
Padre es mayor que yo, Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que
cuando suceda creáis».
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Lecturas
alternativas
VII Domingo de Pascua, ciclo C (Lec. I C).
Lectura del libro del Apocalipsis (Ap 22, 12-14.
16-17.20)
YO, JUAN, escuché una voz que me decía:
«Mira, yo vengo pronto y traeré mi recompensa conmigo para dar a cada uno según
sus obras.
Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.
Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener acceso al árbol de la
vida y entrar por las puertas en la ciudad.
Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para dar testimonio de esto a las iglesias.
Yo soy la raíz y la descendencia de David, la estrella radiante de la mañana».
El Espíritu y la esposa dicen: «¡Ven!».
Y quien lo oiga, diga: «¡Ven!».
Y quien tenga sed, que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida
gratuitamente.
Dice el que da testimonio de estas cosas:
«Sí, vengo pronto».
Amén. ¡Ven, Señor Jesús!
R. Te alabamos, Señor.
╬ Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 17, 20-26)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, Jesús, levantando los ojos al
cielo, oró diciendo:
«Padre santo, no solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por
la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en
ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me
has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros
somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo
que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has
amado a mí.
Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y
contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación
del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han
conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu
nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Ésta es la única salvación para nuestra carne y nuestra alma: la caridad para con ellos [enfermos, necesitados]» (San Gregorio Nacianceno).
«Lo esencial en estas palabras es el “nuevo fundamento” del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él» (Benedicto XVI).
«La voluntad de nuestro Padre es ‘que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad’ (1Tm 2,3-4). El ‘usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan’ (2Pe 3,9). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que ‘nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado’ (Jn 13,34)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.822).
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este VI Domingo de Pascua nos presenta un pasaje del discurso que Jesús dirigió a los Apóstoles en la Última Cena (cf. Juan 14, 23-29). Habla de la obra del Espíritu Santo y hace una promesa: «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho» (v. 26). Cuando se acerca el momento de la cruz, Jesús les asegura a los apóstoles que no se quedarán solos: con ellos siempre estará el Espíritu Santo, el Paráclito, que los apoyará en la misión de llevar el Evangelio a todo el mundo. En el idioma griego original, el término «Paráclito» significa aquel que está al lado, para apoyar y consolar. Jesús regresa al Padre, pero continúa instruyendo y animando a sus discípulos a través de la acción del Espíritu Santo.
¿Cuál es la misión del Espíritu Santo que Jesús promete como un regalo? Él mismo lo dice: «Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho». En el curso de su vida terrenal, Jesús ya transmitió todo lo que quería encomendar a los Apóstoles: llevó a cabo la Revelación divina, es decir, todo lo que el Padre quería decirle a la humanidad con la encarnación del Hijo. La tarea del Espíritu Santo es hacer que se recuerde, es decir, que se comprenda plenamente e inducir a que se lleven a cabo de manera concreta las enseñanzas de Jesús. Y esta es también la misión de la Iglesia, que la realiza a través de un estilo de vida preciso, caracterizado por algunas necesidades: la fe en el Señor y la observancia de su Palabra; docilidad a la acción del Espíritu, que continuamente hace que el Señor resucitado esté vivo y presente; la aceptación de su paz y el testimonio que se le da con una actitud de apertura y encuentro con el otro.
Para lograr todo esto, la Iglesia no puede permanecer estática, sino que, con la participación activa de cada persona bautizada, está llamada a actuar como una comunidad en movimiento, animada y apoyada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo que hace que todas las cosas sean nuevas. Se trata de liberarnos de los vínculos mundanos representados por nuestros puntos de vista, nuestras estrategias, nuestras metas, que a menudo hacen pesado el camino de la fe, y ponernos dócilmente a la escucha de la Palabra del Señor. Así, es el Espíritu de Dios el que nos guía y guía a la Iglesia, para que resplandezca el rostro auténtico, hermoso y luminoso, querido por Cristo.
El Señor hoy nos invita a abrir nuestros corazones al don del Espíritu Santo,
para guiarnos por los caminos de la historia. Día a día nos enseña la lógica
del Evangelio, la lógica de recibir el amor, «enseñándonos todo» y
«recordándonos todo lo que el Señor nos dijo». Que María, a quien en este mes
de mayo veneramos y rezamos con especial devoción como nuestra madre celestial,
siempre proteja a la Iglesia y a toda la humanidad. Que Ella que, con fe
humilde y valiente, cooperó plenamente con el Espíritu Santo para la
Encarnación del Hijo de Dios, también nos ayude a dejarnos instruir y guiar por
el Paráclito, para que podamos acoger la Palabra de Dios y testimoniarla con
nuestras vidas.
Miércoles 15 de mayo de 2013
Espíritu Santo: guía hacia la Verdad
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
Hoy quisiera reflexionar sobre la acción que realiza el Espíritu Santo al guiar
a la Iglesia y a cada uno de nosotros a la Verdad. Jesús mismo dice a los
discípulos: el Espíritu Santo "os guiará hasta la verdad" (Jn 16,
13), siendo Él mismo "el Espíritu de la Verdad" (cf. Jn 14, 17; Jn
15, 26; Jn 16, 13).
Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico respecto a la verdad. Benedicto XVI habló muchas veces de relativismo, es decir, de la tendencia a considerar que no existe nada definitivo y a pensar que la verdad deriva del consenso o de lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe realmente "la" verdad? ¿Qué es "la" verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la mente la pregunta del Procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: "¿Qué es la verdad?" (Jn 18, 38). Pilato no logra entender que "la" Verdad está ante él, no logra ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Sin embargo, Jesús es precisamente esto: la Verdad, que, en la plenitud de los tiempos, "se hizo carne" (Jn 1, 1.14), vino en medio de nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona.
Pero, ¿quién nos hace reconocer que Jesús es "la" Palabra de verdad, el Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que "nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!", sino por el Espíritu Santo" (1Co 12, 3). Es precisamente el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la Verdad. Jesús lo define el "Paráclito", es decir, "aquel que viene a ayudar", que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, durante la última Cena, Jesús asegura a los discípulos que el Espíritu Santo enseñará todo, recordándoles sus palabras (cf. Jn 14, 26).
¿Cuál es, entonces, la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la vida
de la Iglesia para guiarnos a la verdad? Ante todo, recuerda e imprime en el
corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús, y, precisamente a través
de tales palabras, la ley de Dios –como habían anunciado los profetas del Antiguo
Testamento– se inscribe en nuestro corazón y se convierte en nosotros en
principio de valoración en las opciones y de guía en las acciones cotidianas;
se convierte en principio de vida. Se realiza así la gran profecía de Ezequiel:
"os purificaré de todas vuestras inmundicias e idolatrías, y os daré un
corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo... Os infundiré mi espíritu, y
haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis
mandatos" (Ez 36, 25-27). En efecto, es del interior de nosotros mismos de
donde nacen nuestras acciones: es precisamente el corazón lo que debe
convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a
Él.
El Espíritu Santo, luego, como promete Jesús, nos guía "hasta la verdad
plena" (Jn 16, 13); nos guía no sólo al encuentro con Jesús, plenitud de
la Verdad, sino que nos guía incluso "dentro" de la Verdad, es decir,
nos hace entrar en una comunión cada vez más profunda con Jesús, donándonos la
inteligencia de las cosas de Dios. Y esto no lo podemos alcanzar con nuestras
fuerzas. Si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será
superficial. La Tradición de la Iglesia afirma que el Espíritu de la Verdad
actúa en nuestro corazón suscitando el "sentido de la fe" (sensus
fidei) a través del cual, como afirma el Concilio Vaticano II, el Pueblo de
Dios, bajo la guía del Magisterio, se adhiere indefectiblemente a la fe
transmitida, la profundiza con recto juicio y la aplica más plenamente en la
vida (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 12). Preguntémonos: ¿estoy abierto a la
acción del Espíritu Santo, le pido que me dé luz, me haga más sensible a las
cosas de Dios? Esta es una oración que debemos hacer todos los días:
"Espíritu Santo haz que mi corazón se abra a la Palabra de Dios, que mi
corazón se abra al bien, que mi corazón se abra a la belleza de Dios todos los
días". Quisiera hacer una pregunta a todos: ¿cuántos de vosotros rezan
todos los días al Espíritu Santo? Serán pocos, pero nosotros debemos satisfacer
este deseo de Jesús y rezar todos los días al Espíritu Santo, para que nos abra
el corazón hacia Jesús.
Pensemos en María, que "conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19.51). La acogida de las palabras y de las verdades de la fe, para que se conviertan en vida, se realiza y crece bajo la acción del Espíritu Santo. En este sentido es necesario aprender de María, revivir su "sí", su disponibilidad total a recibir al Hijo de Dios en su vida, que quedó transformada desde ese momento. A través del Espíritu Santo, el Padre y el Hijo habitan junto a nosotros: nosotros vivimos en Dios y de Dios. Pero, nuestra vida ¿está verdaderamente animada por Dios? ¿Cuántas cosas antepongo a Dios?
Queridos hermanos y hermanas, necesitamos dejarnos inundar por la luz del Espíritu
Santo, para que Él nos introduzca en la Verdad de Dios, que es el único Señor
de nuestra vida. En este Año de la fe preguntémonos si hemos dado concretamente
algún paso para conocer más a Cristo y las verdades de la fe, leyendo y
meditando la Sagrada Escritura, estudiando el Catecismo, acercándonos con
constancia a los Sacramentos. Preguntémonos al mismo tiempo qué pasos estamos
dando para que la fe oriente toda nuestra existencia. No se es cristiano a
"tiempo parcial", sólo en algunos momentos, en algunas
circunstancias, en algunas opciones. No se puede ser cristianos de este modo,
se es cristiano en todo momento. ¡Totalmente! La verdad de Cristo, que el
Espíritu Santo nos enseña y nos dona, atañe para siempre y totalmente nuestra
vida cotidiana. Invoquémosle con más frecuencia para que nos guíe por el camino
de los discípulos de Cristo. Invoquémosle todos los días. Os hago esta
propuesta: invoquemos todos los días al Espíritu Santo, así el Espíritu Santo
nos acercará a Jesucristo.
Queridos hermanos y hermanas:
Mayo es un mes amado y resulta agradable por diversos aspectos. En nuestro hemisferio la primavera avanza con un florecimiento abundante y colorido; el clima, normalmente, es favorable a los paseos y a las excursiones. Para la liturgia, mayo siempre pertenece al tiempo de Pascua, el tiempo del "aleluya", de la manifestación del misterio de Cristo en la luz de la resurrección y de la fe pascual; y es el tiempo de la espera del Espíritu Santo, que descendió con poder sobre la Iglesia naciente en Pentecostés. Con ambos contextos, el "natural" y el "litúrgico", armoniza bien la tradición de la Iglesia de dedicar el mes de mayo a la Virgen María. Ella, en efecto, es la flor más hermosa que ha brotado de la creación, la "rosa" que apareció en la plenitud de los tiempos, cuando Dios, enviando a su Hijo, dio al mundo una nueva primavera. Y es al mismo tiempo protagonista humilde y discreta de los primeros pasos de la comunidad cristiana: María es su corazón espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria viva del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu.
El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 14 de san Juan, nos ofrece un retrato espiritual implícito de la Virgen María, donde Jesús dice: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14, 23). Estas expresiones van dirigidas a los discípulos, pero se pueden aplicar en sumo grado precisamente a aquella que es la primera y perfecta discípula de Jesús. En efecto, María fue la primera que guardó plenamente la palabra de su Hijo, demostrando así que lo amaba no sólo como madre, sino antes aún como sierva humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó y en ella puso su morada la Santísima Trinidad. Además, donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu Santo los asistirá ayudándoles a recordar cada palabra suya y a comprenderla profundamente (cf. Jn 14, 26), ¿cómo no pensar en María que en su corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo decía y hacía? De este modo, ya antes y sobre todo después de la Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de la Iglesia.
Queridos amigos, en el corazón de este mes mariano, tendré la alegría de ir a
Portugal en los próximos días. Visitaré la capital, Lisboa, y Oporto, segunda
ciudad del país. La meta principal de mi viaje será Fátima, con ocasión del
décimo aniversario de la beatificación de los dos pastorcillos Jacinta y
Francisco. Por primera vez como Sucesor de Pedro visitaré ese santuario
mariano, tan querido para el venerable y amado Juan Pablo II. Os invito a todos
a acompañarme en esta peregrinación, participando activamente con la oración:
con un solo corazón y una sola alma invoquemos la intercesión de la Virgen
María por la Iglesia, en particular por los sacerdotes y por la paz en el mundo.
Oración sobre las ofrendas
Suban hasta ti, Señor, nuestras súplicas
con la ofrenda del sacrificio,
para que, purificados por tu bondad,
nos preparemos para el sacramento de tu inmenso amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca exaltarte en este tiempo
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque él es el verdadero Cordero
que quitó el pecado del mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales,
los ángeles y los arcángeles,
cantan el himno de tu gloria diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de comunión Cf. Jn 14, 15-16
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dice el Señor. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros. Aleluya.
Dios todopoderoso y eterno,
que en la resurrección de Jesucristo
nos has renovado para la vida eterna,
multiplica en nosotros los frutos del Misterio pascual
e infunde en nuestros corazones la fortaleza del alimento de salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Se puede utilizar la fórmula de la bendición solemne. Tiempo pascual
Dios, que por la resurrección de su Unigénito os ha redimido y adoptado como hijos, os llene de alegría con sus bendiciones.
R. Amén.
Y ya que por la redención de Cristo recibisteis el don de la libertad verdadera, por su bondad recibáis también la herencia eterna.
R. Amén.
Y, pues confesando la fe habéis resucitado con Cristo en el bautismo, por vuestras buenas obras merezcáis ser admitidos en la patria del cielo.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
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