DOMINGO DE LA XXVIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO,
Oficio del Domingo de la IV Semana del Salterio
Ángelus del Papa Francisco
(02.10.2022)
SANTORAL DE HOY
Elogio: Santos Dionisio, obispo, y compañeros, mártires. Según la tradición, Dionisio, enviado por el Romano Pontífice a la Galia, fue el primer obispo de París, y allí, junto con el presbítero Rústico y el diácono Eleuterio, padecieron todos en las afueras de la ciudad.
Patronazgos: patrono de los tiradores; protector contra los dolores de cabeza, la rabia, el remordimiento y el sufrimiento mental, las mordeduras de perro y la sífilis.
Refieren a este santo: San Dionisio Areopagita, San Eutropio de Saintes, Santos Luciano, Maximiano y Juliano, San Marcial de Limoges, San Pablo de Narbona, San Trófimo de Arlés.
Elogio: San Juan Leonardi, presbítero, que dejó la ciudad de Lucca, en la región italiana de Toscana, donde ejercía como farmacéutico, para llegar a ser sacerdote, y con el fin de enseñar a los niños la doctrina cristiana, restaurar la vida apostólica del clero y propagar la fe católica, instituyó la Orden de Clérigos Regulares, más tarde llamados de la Madre de Dios, lo que le llevó a sufrir muchas contradicciones. También inició el Colegio de Propaganda Fide, en Roma, donde, agotado por los trabajos, descansó piadosamente.
Patronazgos: patrono de los farmacéuticos.
Refieren a este santo: Beato Pedro de la Natividad de Santa María Virgen Casani.
Otros santos de este día:
San Abrahán, santo del AT
Conmemoración de san Abrahán, patriarca y padre de todos los creyentes, que, llamado por Dios, salió de su patria, la ciudad de Ur de Caldea, y peregrinó por la tierra que el Altísimo le había prometido a él y a sus descendientes. Manifestó toda su fe en Dios, esperando contra toda esperanza al no negarse a ofrecer en sacrificio al hijo unigénito, Isaac, que el Señor le había dado, ya anciano, de su esposa Sara.
Santos Diodoro, Diomedes y Dídimo, mártires
En Laodicea, de Siria, pasión de los santos Diodoro, Diomedes y Dídimo.
San Domino, mártir
En la ciudad llamada Julia (hoy Fidenza), en el territorio de Parma, en la vía Claudia, san Domino, mártir.
Santa Publia, monja
En Antioquia de Siria, conmemoración de santa Publia, quien, al morir su marido, entró en un monasterio. En este lugar, mientras cantaba con sus compañeras vírgenes las palabras del salmo «los ídolos de los gentiles son oro y plata» y «sean semejantes los que los hacen», fueron escuchadas por el emperador Juliano el Apóstata, que pasaba por allí, quien ordenó que la abofeteasen y reprendiesen con aspereza.
San Sabino, eremita
En la región de Bigorre, a los pies de los Pirineos, san Sabino, eremita, que ilustró la vida monástica en Aquitania.
San Domnino, eremita
En Tiferno, junto al Tíber, en la Umbría, san Domnino, eremita.
San Gisleno, monje
En la región de Hainaut, en Austrasia, san Gisleno, que vivió como monje en una celda que él mismo se había construido.
San Deusdedit, abad y confesor
En el monasterio de Montecasino, san Deusdedit, abad, que fue encarcelado por el tirano Sicardo y, consumido por el hambre y las privaciones, entregó su espíritu a Dios.
San Guntero, eremita
En el monasterio de Brevnov, en Bohemia, san Guntero, eremita, que, abandonando los bienes de la tierra, abrazó la vida monástica y luego se retiró a la soledad de los bosques entre Baviera y Bohemia, donde vivió y murió desligado de todo, pero al mismo tiempo muy unido a Dios y a los hombres.
San Bernardo de Rodez, abad
En el monasterio de Montsalvy, en Francia, san Bernardo de Rodez, abad de los canónigos regulares de ese cenobio.
San Luis Bertrán, religioso presbítero
En Valencia, en España, san Luis Bertrán, presbítero de la Orden de Predicadores, que en América meridional predicó el evangelio de Cristo y defendió a varios pueblos indígenas.
Santos Inocencio de la Inmaculada Canoura Arnau, y ocho compañeros, mártires
En la localidad de Turón, en la región española de Asturias, santos mártires Inocencio de la Inmaculada (Manuel) Canoura Arnau, presbítero de la Congregación de la Pasión, y ocho compañeros de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que durante la revolución fueron asesinados sin juicio previo por quienes odiaban la fe, y alcanzaron así la victoria. Sus nombres son: santos Cirilo Bertrán (José) Sanz Tejidor. Marciano José (Filomeno) López López, Victoriano Pío (Claudio) Bernabé Cano, Julián-Alfredo (Vilfrido) Fernández Zapico, Benjamín Julián (Vicente) Alonso Andrés, Augusto Andrés (Román) Martín Fernández, Benito de Jesús (Héctor) Valdivielso Sáez y Aniceto Adolfo (Manuel) Seco Gutiérrez.
Santa Sara, Santa del AT
Conmemoración popular de Santa Sara, esposa del patriarca Abraham, cuya celebración en el Martirologio Romano ocurre hoy.
LITURGIA DE HOYMisa del
Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- 2 Re 5, 14-17. Volvió Naamán al hombre de Dios y alabó al Señor.
- Sal 97. R. El Señor revela a las naciones su salvación.
- 2 Tim 2, 8-13. Si perseveramos, también reinaremos con Cristo.
- Lc 17, 11-19. ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios
más que este extranjero?
La salvación no solo es para los judíos sino para todos los hombres de
cualquier raza, pueblo o nación. Así, la 1 lect. de hoy nos presenta la
curación de Naamán, un sirio de religión pagana, que, curado de la lepra por el
profeta Eliseo, se convirtió al único Dios verdadero, el Dios de Israel; lo
alabó e hizo el propósito de no ofrecer ya más sacrificios a otros dioses. De
manera análoga, el samaritano del Ev., curado por Jesús, junto con otros nueve
que eran judíos, fue el único capaz de volver a Jesús dándole gracias; y esa
fe, así expresada, le alcanzó la salvación. En la eucaristía de hoy debemos
alabar al Señor y bendecirlo por habernos limpiado no ya de la lepra,
bañándonos siete veces en el río Jordán como Naamán, sino del pecado en las aguas
del bautismo.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 10 de
octubre, pág. 603.
Antífona de entrada Cf. Sal 129, 3-4
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti
procede el perdón, Dios de Israel.
Monición de entrada
El día del Señor, la comunidad de
los creyentes en Cristo Jesús, guiados por el Espíritu Santo, nos reunimos para
celebrar la eucaristía, la acción de gracias al Padre por Jesucristo. La
celebración de la santa misa siempre nos ayuda a despertar sentimientos de
gratitud y alabanza a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros. Al comenzar
la celebración seamos conscientes de la presencia de Cristo entre nosotros y
seamos agradecidos.
Acto penitencial
- En ti
confiamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- A ti acudimos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- En ti esperamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe,
y nos
sostenga continuamente en las buenas obras.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
PRIMERA
LECTURA
Volvió Naamán al hombre de Dios y alabó al Señor
Lectura del segundo libro de los
Reyes (2 Re 5, 14-17)
EN AQUELLOS DÍAS, el sirio Naamán
bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el
hombre de Dios, Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó
limpio de su lepra.
Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de
Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe,
pues, un presente de tu siervo».
Pero Eliseo respondió:
«Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada». Y le insistió en
que aceptase, pero él rehusó.
Naamán dijo entonces:
«Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos,
porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más
que al Señor».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL (Sal
97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4 [R.: cf. 2])
R. El Señor revela a las
naciones su salvación.
V. Cantad al Señor un cántico
nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
R. El Señor revela a las naciones su salvación.
V. El Señor da a conocer
su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
R. El Señor revela a las naciones su salvación.
V. Los confines de la tierra
han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.
R. El Señor revela a las naciones su salvación.
SEGUNDA
LECTURA
Si perseveramos, también reinaremos con Cristo
Lectura de la segunda carta del
apóstol san Pablo a Timoteo (2 Tim 2, 8-13)
QUERIDO HERMANO:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de
David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un
malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la
salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, también viviremos con él;
si perseveramos, también reinaremos con él;
si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel,
porque no puede negarse a sí mismo.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya 1
Ts 5, 18
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Dar gracias en toda ocasión:
ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús
respecto de vosotros. R.
EVANGELIO
¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
╬ Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (Lc 17, 11-19)
R. Gloria a ti, Señor.
UNA VEZ, yendo Jesús camino de
Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad,
vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a
gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo
que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los
pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha
habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
SANTA MISA Y CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS: JUAN ENRIQUE NEWMAN, JOSEFINA
VANNINI, MARÍA TERESA CHIRAMEL MANKIDIYAN, DULCE LOPES PONTES, MARGARITA
BAYS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCESCO
Plaza de San Pedro. Domingo, 13 de
octubre de 2019
«Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19). Es el punto de llegada del evangelio
de hoy, que nos muestra el camino de la fe. En este itinerario de fe vemos tres
etapas, señaladas por los leprosos curados, que invocan, caminan y agradecen.
En primer lugar, invocar. Los leprosos se encontraban en una condición
terrible, no sólo por sufrir la enfermedad que, incluso en la actualidad, se
combate con mucho esfuerzo, sino por la exclusión social. En tiempos de Jesús
eran considerados inmundos y en cuanto tales debían estar aislados, al margen
(cf. Lv 13,46). De hecho, vemos que, cuando acuden a Jesús, “se detienen a lo
lejos” (cf. Lc 17,12). Pero, aun cuando su situación los deja a un lado, dice
el evangelio que invocan a Jesús «a gritos» (v. 13). No se dejan paralizar por las
exclusiones de los hombres y gritan a Dios, que no excluye a nadie. Es así como
se acortan las distancias, como se vence la soledad: no encerrándose en sí
mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los juicios de los otros,
sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito del que está solo.
Como esos leprosos, también nosotros necesitamos ser curados, todos.
Necesitamos ser sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la
vida, en el futuro; de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de
tantas cerrazones, dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión,
al teléfono, al juicio de los demás. El Señor libera y cura el corazón, si lo
invocamos, si le decimos: “Señor, yo creo que puedes sanarme; cúrame de mis cerrazones,
libérame del mal y del miedo, Jesús”. Los leprosos son los primeros, en este
evangelio, en invocar el nombre de Jesús. Después lo harán también un ciego y
un malhechor en la cruz: gente necesitada invoca el nombre de Jesús, que
significa Dios salva. Llaman a Dios por su nombre, de modo directo, espontáneo.
Llamar por el nombre es signo de confianza, y al Señor le gusta. La fe crece
así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con el
corazón abierto, sin esconder nuestras miserias. Invoquemos con confianza cada
día el nombre de Jesús: Dios salva. Repitámoslo: es rezar, decir “Jesús” es
rezar. La oración es la puerta de la fe, la oración es la medicina del corazón.
La segunda palabra es caminar. Es la segunda etapa.. En el breve evangelio de
hoy aparece una decena de verbos de movimiento. Pero, sobre todo, impacta el
hecho de que los leprosos no se curan cuando están delante de Jesús, sino
después, al caminar: «Mientras iban de camino, quedaron limpios», dice el
Evangelio (v. 14). Se curan al ir a Jerusalén, es decir, cuando afrontan un
camino en subida. Somos purificados en el camino de la vida, un camino que a
menudo es en subida, porque conduce hacia lo alto. La fe requiere un camino,
una salida, hace milagros si salimos de nuestras certezas acomodadas, si
dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables. La fe aumenta
con el don y crece con el riesgo. La fe avanza cuando vamos equipados de la
confianza en Dios. La fe se abre camino a través de pasos humildes y concretos,
como humildes y concretos fueron el camino de los leprosos y el baño en el río
Jordán de Naamán (cf. 2 Re 5,14-17). También es así para nosotros: avanzamos en
la fe con el amor humilde y concreto, con la paciencia cotidiana, invocando a
Jesús y siguiendo hacia adelante.
Hay otro aspecto interesante en el camino de los leprosos: avanzan juntos.
«Iban» y «quedaron limpios», dice el evangelio (v. 14), siempre en plural: la
fe es también caminar juntos, nunca solos. Pero, una vez curados, nueve se van
y sólo uno vuelve a agradecer. Entonces Jesús expresa toda su amargura: «Los
otros nueve, ¿dónde están?» (v. 17). Casi parece que pide cuenta de los otros
nueve al único que regresó. Es verdad, es nuestra tarea —de nosotros que
estamos aquí para “celebrar la Eucaristía”, es decir, para agradecer—, es
nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido
el rumbo: todos nosotros somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos
intercesores para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a
responder y preocuparnos por ellos. ¿Quieres crecer en la fe? Tú, que hoy estás
aquí, ¿quieres crecer en la fe? Hazte cargo de un hermano alejado, de una
hermana alejada.
Invocar, caminar y agradecer: es la última etapa. Sólo al que agradece Jesús le
dice: «Tu fe te ha salvado» (v. 19). No sólo está sano, sino también salvado.
Esto nos dice que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el
encuentro con Jesús. La salvación no es beber un vaso de agua para estar en
forma, es ir a la fuente, que es Jesús. Sólo Él libra del mal y sana el
corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa. Cuando
encontramos a Jesús, el “gracias” nace espontáneo, porque se descubre lo más
importante de la vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema,
sino abrazar al Señor de la vida. Y esto es lo más importante de la vida:
abrazar al Señor de la vida.
Es hermoso ver que ese hombre sanado, que era un samaritano, expresa la alegría
con todo su ser: alaba a Dios a grandes gritos, se postra, agradece (cf. vv.
15-16). El culmen del camino de fe es vivir dando gracias. Podemos
preguntarnos: nosotros, que tenemos fe, ¿vivimos la jornada como un peso a
soportar o como una alabanza para ofrecer? ¿Permanecemos centrados en nosotros
mismos a la espera de pedir la próxima gracia o encontramos nuestra alegría en
la acción de gracias? Cuando agradecemos, el Padre se conmueve y derrama sobre
nosotros el Espíritu Santo. Agradecer no es cuestión de cortesía, de buenos
modales, es cuestión de fe. Un corazón que agradece se mantiene joven. Decir:
“Gracias, Señor” al despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar es
el antídoto al envejecimiento del corazón, porque el corazón envejece y se
malacostumbra. Así también en la familia, entre los esposos: acordarse de decir
gracias. Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa.
Invocar, caminar, agradecer. Hoy damos gracias al Señor por los nuevos santos,
que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores. Tres son
religiosas y nos muestran que la vida consagrada es un camino de amor en las
periferias existenciales del mundo. Santa Margarita Bays, en cambio, era una
costurera y nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia
paciente, la entrega silenciosa. A través de estas cosas, el Señor ha hecho
revivir en ella, en su humildad, el esplendor de la Pascua. Es la santidad de
lo cotidiano, a la que se refiere el santo Cardenal Newman cuando dice: «El
cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve.
[…] El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin
pretensiones, […] con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a
primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente» (Parochial and
Plain Sermons, V,5). Pidamos ser así, “luces amables” en medio de la oscuridad
del mundo. Jesús, «quédate con nosotros y así comenzaremos a brillar como
brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás» (Meditations on Christian
Doctrine, VII,3). Amén.
Papa BenedictoXVI
Mensaje
para la XX Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 2012
"¡Levántate,
vete; tu fe te ha salvado!" (Lc 17, 19)
Queridos hermanos y hermanas!
En ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo 11 de
febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, deseo renovar
mi cercanía espiritual a todos los enfermos que se están hospitalizados o son
atendidos por las familias, y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de
toda la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre
todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su
testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante
los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
1. Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne
Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de
2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf.
Lc 10, 29-37), quisiera poner el acento en los "sacramentos de
curación", es decir, en el sacramento de la penitencia y de la
reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera
natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san
Lucas (cf. Lc 17, 11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a
uno de ellos: "¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!" (v. 19),
ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados
por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con
él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto,
Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y
sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar
nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2, 1-12).
La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve
enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su
reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más
precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos
da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha
salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de
que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa
en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física,
expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el
hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada uno de los
sacramentos, además, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de
manera absolutamente gratuita, "nos toca por medio de realidades
materiales ..., que él toma a su servicio y las convierte en instrumentos del
encuentro entre nosotros y Él mismo" (Homilía, S. Misa Crismal, 1.IV.10).
"La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son
expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre
entero" (Homilía, S. Misa Crismal, 21.IV.11).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios,
"pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación:
"... para curar los corazones desgarrados" (Is 61, 1)" (ibíd.),
según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9, 1-2; Mt 10,
1.5-14; Mc 6, 7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma
lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los "sacramentos de
curación".
2. El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de
los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida
cristiana, ya que "toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos
restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad"
(Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de
perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la
humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol
Pablo: "Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo
os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os
reconciliéis con Dios" (2Co 5, 20). Jesús, con su vida anuncia y hace
presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para
perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del
sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la
penitencia, en la "medicina de la confesión", la experiencia del
pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y
transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et
Paenitentia, 31).
Dios, "rico en misericordia" (Ef 2, 4), como el padre de la parábola
evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos,
sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la
comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a
reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la
reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la
tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede
transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de
la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y
fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de
regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia
sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a
él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
3. De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una
particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus
discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10, 8; Lc 9, 2; Lc 10, 9), sino que
también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los
enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental
ya en la primera comunidad cristiana (cf. St 5, 14-16): con la unción de los
enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia
encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie
sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión
y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de
Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los
Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le
indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de
prueba, él es el mediador "llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el
sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios,
llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así
realmente al momento de la redención" (Lectio divina, Encuentro con el
clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero "el Huerto de los Olivos es
también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la
Redención ... Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre
"activo" también en el óleo sacramental de la Iglesia ... signo de la
bondad de Dios que llega a nosotros" (Homilía, S. Misa Crismal, 1.IV.10).
En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece,
por decirlo así, "como medicina de Dios ... que ahora nos da la certeza de
su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más
allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf.
St 5, 14)" (ibíd.).
Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión
teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los
contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones
humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la
vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no
debe ser considerada como "un sacramento menor" respecto a los otros.
La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de
la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también
espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que
todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,
40).
4. A propósito de los "sacramentos de la curación", san Agustín
afirma: "Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus
enfermedades serán curadas ... Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar
sus manos" (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata
de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse,
cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de
Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia
de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de
manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con
el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al
Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad
parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con
frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad,
no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas
se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y
resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma
misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que
prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de
los enfermos se sientan verdaderos " "ministros de los
enfermos", signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar
a todo hombre marcado por el sufrimiento" (Mensaje para la XVIII Jornada
Mundial del Enfermo, 22.XI.09).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante
la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular
cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de
la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor:
"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día" (Jn 6, 54). En efecto, la eucaristía, sobre
todo como viático, es -según la definición de san Ignacio de Antioquia-
"fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte" (Carta a los
Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este
mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo,
"¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!", se refiere también al
próximo "Año de la fe", que comenzará el 11 de octubre de 2012,
ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe,
para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf.
Carta ap. Porta fidei, 11.XI.11). Deseo animar a los enfermos y a los que
sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha
de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que
invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los
sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que
les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más
débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de
Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95,
1: PL 33, 351-352).
A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias
que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi
agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y
tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S.
Misa Crismal, 21.IV.11).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra
mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo
agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona
enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del
espíritu.
Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial
Bendición Apostólica.
Se dice Credo.
Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios, rico
en misericordia para todos los que lo invocan.
- Por la Iglesia, para que, en sus instituciones de caridad,
manifieste a los que sufren el rostro compasivo de Cristo. Roguemos al Señor.
- Por los responsables de la salud pública, para que promuevan los
valores morales del respeto a la vida en el mundo hospitalario. Roguemos al
Señor.
- Por los pueblos subdesarrollados, que viven en precarias
condiciones de sanidad, para que encuentren la ayuda necesaria por parte de los
países ricos. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que, superando el
individualismo, aprendamos a vivir en caridad y misericordia. Roguemos al
Señor.
Escucha, Señor, nuestras súplicas,
junto con nuestra
alabanza y nuestra acción de gracias.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las
ofrendas
Acepta
las súplicas de tus fieles, Señor,
juntamente con estas ofrendas,
para que
lleguemos a la gloria del cielo
mediante esta piadosa celebración.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio VIII Dominical del Tiempo Ordinario
La Iglesia unificada por virtud y a imagen
de la Trinidad
En verdad es justo
y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo
lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque has querido reunir de nuevo,
por la sangre de tu Hijo y la fuerza del
Espíritu,
a los hijos dispersos por el pecado;
de este modo tu Iglesia,
unificada por virtud y a imagen de la Trinidad,
aparece ante el mundo como
cuerpo de Cristo y templo del Espíritu,
para alabanza de tu infinita sabiduría.
Por eso, unidos a los coros angélicos,
te alabamos proclamando llenos de alegría:
Santo,
Santo, Santo…
Antífona de la comunión Sal 33, 11
Los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen
de nada.
O bien: Cf. 1 Jn 3, 2
Cuando se manifieste el Señor, seremos semejantes a él, porque lo veremos
tal cual es.
Oración después de la comunión
Señor, pedimos humildemente a tu majestad
que, así como nos fortaleces
con el alimento
del santísimo Cuerpo y Sangre de tu Hijo,
nos hagas participar
de su naturaleza divina.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
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