DOMINGO DE LA XXIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO,
Oficio del Domingo de la I Semana del Salterio
Elogio: Santa Eduvigis, religiosa, la cual, nacida en Baviera y duquesa de Silesia, demostró gran interés en ayudar a los pobres, para los cuales fundó hospicios. Fallecido su marido, se retiró en el monasterio de monjas cistercienses que ella misma había fundado, y del que era abadesa su hija Gertudis, lugar donde terminó su vida, en Trebnitz, el día quince de octubre.
Patronazgos: patrona de Silesia y Polonia, de Berlín, Wroclaw, Trebnitz y Cracovia, de las personas que migran y los cónyuges.
Oración
Señor, por intercesión de santa Eduvigis, cuya vida fue para todos un admirable ejemplo de humildad, concédenos siempre los auxilios de tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Elogio: Santa Margarita María Alacoque, virgen, monja de la Orden de la Visitación de la Virgen María, que progresó de modo admirable en la vía de la perfección y, enriquecida con gracias místicas, trabajó mucho para propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Murió en el monasterio de Paray-le-Monial, en la región de Autun, en Francia, el día diecisiete de octubre.
Oración
Infunde, Señor, en nuestros corazones el mismo espíritu con que enriqueciste a santa Margarita María de Alacoque, para que lleguemos a un conocimiento profundo del misterio incomparable del amor de Cristo y alcancemos nuestra plenitud según la plenitud total de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Otros santos de este día:
San Longinos, santo del NT
En Jerusalén, conmemoración de san Longinos, venerado como el soldado que abrió con la lanza el costado del Señor crucificado.
San Elifio, mártir
En la región de Toul, en la Galia, san Elifio, que es venerado como mártir.
Santos Martiniano, Saturiano y dos hermanos, mártires
Conmemoración de los santos Martiniano y Saturiano, mártires en África junto con dos hermanos suyos, todos los cuales, durante la persecución bajo el rey arriano Genserico, eran esclavos de un vándalo, y fueron convertidos a la fe de Cristo por otra esclava, santa Máxima, virgen. Por su constancia en la fe católica fueron apaleados con varas nudosas hasta descubrir sus huesos, y desterrados a la región de los mauritanos, por convertir a algunos de ellos a la fe de Cristo fueron condenados a muerte. Santa Máxima, después de superar muchos combates, terminó como madre de muchas vírgenes en un monasterio.
Santos Amando y Juniano, eremitas
En el territorio de Limoges, en Aquitania, san Amando y su discípulo san Juniano, eremitas.
San Galo, monje y presbítero
Cerca de Arbona, en Germania, san Galo, presbítero y monje, que aún adolescente fue recibido por san Columbano en el monasterio de Bangor, en Hibernia, para dedicarse después a propagar el Evangelio en estas regiones y enseñar a los hermanos la disciplina monástica. Descansó en el Señor ya casi centenario.
San Mumolino de Noyon, monje y obispo
En Noyon, de Neustria, san Mumolino, obispo, que, siendo monje, ayudó a san Audomaro en la tarea de evangelizar, hasta que fue elegido obispo para suceder a san Eloy.
San Lulo de Maguncia, obispo
En el monasterio de Hersfeld, en la Franconia, de Germania, san Lulo, obispo de Maguncia, que siendo compañero y colaborador de san Bonifacio en la misión de evangelizar, fue ordenado obispo por él, para que fuese maestro de los presbíteros, doctor de la Regla para los monjes, predicador fiel y pastor para el pueblo cristiano.
San Vidal, eremita
En la región de Retz, cerca de Nantes, en la Bretaña Menor, san Vidal, eremita.
San Gauderico, laico
En la región de Mirepoix, cerca de los Pirineos, en la Galia, san Gauderico, agricultor, célebre por su devoción a la Madre de Dios.
Santa Bonita, virgen
En Brioude, en la región de los arvernios, en Aquitania, santa Bonita, virgen.
San Anastasio de Cluny, monje
En Pamiers, junto a los Pirineos, también en la Galia, san Anastasio, monje, el cual, nacido en Venecia, abrazó la vida eremítica en la isla de Tombelaine, cerca de Mont-Saint-Michel, y pasó después al monasterio de Cluny, donde terminó viviendo en soledad los últimos años de su vida.
San Bertrán de Comminges, obispo
En Comminges, de nuevo junto a los Pirineos, en la Galia, san Bertrán, obispo, que, siguiendo los consejos del papa san Gregorio VII, trabajó incansable para la reforma de la Iglesia, reconstruyó su ciudad abandonada y derruida, edificó la iglesia catedral, e instituyó en ella una comunidad de canónigos regulares según la Regla de san Agustín.
Beato Gererdo de Clairvaux, abad
En el monasterio de Igny, en la región de Reims, en la Galia, muerte del beato Gererdo, abad de Clairvaux, que, durante la visita que hacía en este monasterio, fue asesinado por un monje al que había reprendido.
San Gerardo Majella, religioso
En el lugar de Materdomini, en la Campania, san Gerardo Majella, religioso de la Congregación del Santísimo Redentor, que, lleno de amor por Dios, abrazó un género de vida austera, y consumido por el celo por Dios y las almas, aún joven descansó en el Señor.
Beatos Aniceto Koplinski y José Jankowski, presbíteros y mártires
Cerca de Cracovia, en Polonia, en el campo de concentración de Oswiecim o Auschwitz, beatos Aniceto Koplinski, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, y José Jankowski, de la Sociedad del Apostolado Católico, presbíteros y mártires, que durante la ocupación militar de su patria por gente contraria a Dios y a la fe, proclamaron su fe en Cristo hasta la muerte, el primero en la cámara de gas y el segundo asesinado por los guardias del campo.
Beato Agustín Thevarparampil «Kunjachan», presbítero
En Ramapuram, Palai, India, beato Agustín Thevarparampil «Kunjachan», presbítero.
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Éx 17, 8-13. Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía
Israel.
- Sal 120. R. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que
hizo el cielo y la tierra.
- 2 Tim 3, 14 — 4, 2. El hombre de Dios sea perfecto y esté
preparado para toda obra buena.
- Lc 18, 1-8. Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante
él.
La oración a Dios, especialmente la de petición, debe estar basada en la máxima
confianza en Dios: «Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el
oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra
de tus alas escóndeme» (ant. de entrada). Pero muchas veces nos desanimamos
porque parece que Dios no nos escucha. Por ello debemos oír con atención el Ev.
de hoy, en el que el Señor nos dice que debemos orar siempre sin desfallecer.
Pero muchas veces nos falta la fe, y serán ella y la confianza en Dios las que
nos ayudarán a orar siempre, máxime cuando tenemos por mediador no ya a Moisés
(cf. 1 lect.) sino a Jesucristo, sabiendo que Él nos guarda de todo mal ahora y
por siempre (cf. sal. resp.). Pidámosle todos los días que aumente nuestra fe.
Liturgia
de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 17 de octubre, pág. 616.
Antífona de entrada Sal 16, 6. 8
Yo te invoco
porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme.
Monición de
entrada
El Señor nos
reúne para celebrar la eucaristía: quienes confesamos nuestra fe en Cristo
resucitado somos invitados a alimentarnos de la mesa de la palabra de Dios y de
la mesa eucarística con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Hoy se nos invita, de
manera especial, a crecer en la confianza en Dios, sabiendo que él escucha
siempre nuestras súplicas, que él es nuestro auxilio.
Acto penitencial
- En nuestra necesidad recurrimos a ti: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Sin ti no podemos nada: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Lo podemos todo, si tú nos confortas: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Dios todopoderoso
y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a
tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy
PRIMERA LECTURA
Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía
Israel
Lectura del
libro del Éxodo (Éx 17, 8-13)
EN AQUELLOS
DÍAS, Amalec vino y atacó a Israel en Refidín. Moises dijo a Josue:
«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré
en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».
Hizo Josué ¡o que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón
y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía
bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron
una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur
le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a
Amalec y a su pueblo, a filo de espada.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL (Sal 120, 1bc-2. 3-4. 5-6. 7-8 [R.: cf. 2])
R. Nuestro auxilio
es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
V. Levanto
mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
R. Nuestro auxilio
es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
V. No
permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de
Israel.
R. Nuestro auxilio
es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
V. El Señor
te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
R. Nuestro auxilio
es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
V. El Señor
te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por
siempre.
R. Nuestro auxilio
es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
SEGUNDA LECTURA
El hombre de Dios sea perfecto y esté
preparado para toda obra buena
Lectura de la
segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2 Tim 3, 14-4, 2)
QUERIDO HERMANO:
Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste,
y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la
sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir,
para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto y esté preparado para toda obra buena.
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a
muertos, por su manifestación y por su reino:
proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta
con toda magnanimidad y doctrina.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Aleluya Hb 4,
12ad
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. La
palabra de Dios es viva y eficaz;
juzga los deseos e intenciones del corazón. R.
EVANGELIO
Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él
╬ Lectura
del santo Evangelio según san Lucas (Lc 18, 1-8)
R. Gloria a
ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO,
Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar
siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
«Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a
importunarme”».
Y el Señor
añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les
hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?».
Palabra del
Señor.
R. Gloria a
ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
Homilía, Domingo 16 de octubre de 2016
Al inicio de la
celebración eucarística de hoy hemos dirigido al Señor esta oración: «Crea en
nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad
y pureza de espíritu» (Oración Colecta).
Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, sólo Dios puede
hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como
«creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el tema de la
oración, que está en el centro de las Lecturas bíblicas de este domingo y que
nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización de algunos
nuevos Santos y Santas. Ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón
generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han
luchado y han vencido.
Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo hombre de Dios, hombre de
oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de la batalla contra Amalec, de pie
en la cima del monte con los brazos levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer
los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón
y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados,
hasta la victoria final.
Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la
guerra, sino para vencer la paz.
En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el compromiso de la oración
necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no
podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar,
hasta que el Señor concluya su obra.
San Pablo, escribiendo a su discípulo y colaborador Timoteo le recomienda que
permanezca firme en lo que ha aprendido y creído con convicción (cf. 2Tm 3,
14). Pero tampoco Timoteo no podía hacerlo solo: no se vence la «batalla» de la
perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino
hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: «Orar siempre sin desanimarse»
(Lc 18, 1). Este es el modo del obrar cristiano: estar firmes en la oración
para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Y de nuevo surge una voz
dentro de nosotros: «Pero Señor, ¿cómo es posible no cansarse? Somos seres
humanos, incluso Moisés se cansó». Es cierto, cada uno de nosotros se cansa.
Pero no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de
Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la
presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y sólo en la Iglesia y gracias
a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el
testimonio.
Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus
elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18, 7). Este es el misterio de la
oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las
manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a
través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es
evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que
también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos
enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.
Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la
oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo
orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y
vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos. También
estos siete testigos que hoy han sido canonizados, han combatido con la oración
la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe
con el corazón generoso y fiel. Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos
conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche
a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar
sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta
que triunfe la Misericordia Divina.
Audiencia general, Miércoles 25 de mayo de 2016.
Es preciso orar siempre sin desfallecer
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La parábola evangélica que acabamos de escuchar (cf. Lc 18, 1-8) contiene una
enseñanza importante: «Es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1). Por
lo tanto, no se trata de rezar alguna vez, cuando tengo ganas. No, Jesús dice
que hay que «rezar siempre, sin desfallecer». Y presenta el ejemplo de la viuda
y del juez.
El juez es un personaje poderoso, llamado a dar una sentencia según la Ley de Moisés.
Por esto la tradición bíblica recomendaba que los jueces fuesen personas
temerosas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (cf. Ex 18, 21).
Al contrario, este juez «ni temía a Dios ni respetaba a los hombres» (Lc 18,
2). Era un juez inicuo, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta la ley sino que
hacía lo que quería, según su interés. A él se dirige una viuda para obtener
justicia. Las viudas, junto con los huérfanos y los extranjeros, eran las
categorías más débiles de la sociedad. Los derechos que les aseguraba la Ley
podían ser pisoteados con facilidad porque, al ser personas solas y sin
defensa, difícilmente podían hacerse valer: una pobre viuda, allí, sola, nadie
la defendía, podían ignorarla, incluso no ofrecerle justicia. Así también el
huérfano, así el extranjero, el inmigrante: en esa época era muy fuerte esta
problemática. Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma:
continuar insistentemente a importunarlo, presentándole su petición de
justicia. Y precisamente con esta perseverancia alcanza el objetivo. El juez,
en efecto, a un cierto punto la escucha, no por misericordia, ni porque la
conciencia se lo impone; sencillamente admite: «Como esta viuda me causa
molestia, le voy hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme»
(Lc 18, 5).
De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda logra convencer
al juez deshonesto con sus peticiones insistentes, cuánto más Dios, que es
Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día
y noche»; y además no «les hará esperar mucho tiempo», sino que actuará «con
prontitud» (cf. Lc 18, 7-8).
Por esto Jesús exhorta a rezar «sin desfallecer». Todos experimentamos momentos
de cansancio y de desaliento, sobre todo cuando nuestra oración parece
ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, Dios
escucha con prontitud a sus hijos, si bien esto no significa que lo haga en los
tiempos y en las formas que nosotros quisiéramos. La oración no es una varita
mágica. Ella ayuda a conservar la fe en Dios, a encomendarnos a Él incluso
cuando no comprendemos la voluntad. En esto, Jesús mismo –¡que oraba mucho!– es
un ejemplo para nosotros. La carta a los Hebreos recuerda que «habiendo
ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y
lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud
reverente» (Lc 18, 5, 7). A primera vista esta afirmación parece inverosímil,
porque Jesús murió en la cruz. Sin embargo, la carta a los Hebreos no se
equivoca: Dios salvó de verdad a Jesús de la muerte dándole sobre ella la
completa victoria, pero el camino recorrido para obtenerla pasó a través de la
muerte misma. La referencia a las súplicas que Dios escuchó remiten a la
oración de Jesús en Getsemaní. Asaltado por la angustia inminente, Jesús ora al
Padre que lo libre del cáliz amargo de la Pasión, pero su oración está invadida
por la confianza en el Padre y se entrega sin reservas a su voluntad: «Pero
–dice Jesús– no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26, 39). El
objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que importa ante todo es la
relación con el Padre. He aquí lo que hace la oración: transforma el deseo y lo
modela según la voluntad de Dios, sea cual fuera, porque quien reza aspira ante
todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso.
La parábola termina con una pregunta: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga,
¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8). Y con esta pregunta nos alerta
a todos: no debemos renunciar a la oración incluso si no se obtiene respuesta.
La oración conserva la fe, sin la oración la fe vacila. Pidamos al Señor una fe
que se convierta en oración incesante, perseverante, como la da la viuda de la
parábola, una fe que se nutre del deseo de su venida. Y en la oración
experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre viene al encuentro de
sus hijos lleno de amor misericordioso.
Papa Benedicto XVI
Homilía en Canonización, Plaza de San Pedro
Domingo 17 de octubre de 2010
Queridos
hermanos y hermanas:
Se renueva hoy
en la plaza de San Pedro la fiesta de la santidad. Con alegría os doy mi
cordial bienvenida a vosotros, que habéis llegado, incluso de muy lejos, para
participar en ella. (...) Juntos procuremos acoger lo que el Señor nos dice en
las Sagradas Escrituras que se acaban de proclamar. La liturgia de este domingo
nos ofrece una enseñanza fundamental: la necesidad de orar siempre, sin
cansarse. A veces nos cansamos de orar, tenemos la impresión de que la oración
no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por ello, tenemos la tentación
de dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios humanos para alcanzar
nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús, en cambio, afirma que hay
que orar siempre, y lo hace mediante una parábola específica (cf. Lc 18, 1-8).
En ella se habla
de un juez que no teme a Dios y no siente respeto por nadie, un juez que no
tiene una actitud positiva, sino que sólo busca su interés. No tiene temor del
juicio de Dios ni respeto por el prójimo. El otro personaje es una viuda, una
persona en una situación de debilidad. En la Biblia la viuda y el huérfano son
las categorías más necesitadas, porque están indefensas y sin medios. La viuda
va al juez y le pide justicia. Sus posibilidades de ser escuchada son casi
nulas, porque el juez la desprecia y ella no puede hacer ninguna presión sobre
él. Tampoco puede apelar a principios religiosos, porque el juez no teme a
Dios. Por lo tanto, al parecer esta viuda no tiene ninguna posibilidad. Pero
ella insiste, pide sin cansarse, es importuna; así, al final logra obtener del
juez el resultado. Aquí Jesús hace una reflexión, usando el argumento a
fortiori: si un juez injusto al final se deja convencer por el ruego de una
viuda, mucho más Dios, que es bueno, escuchará a quien le ruega. En efecto,
Dios es la generosidad en persona, es misericordioso y, por consiguiente,
siempre está dispuesto a escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos
desesperar, sino insistir siempre en la oración.
La conclusión
del pasaje evangélico habla de la fe: "Pero cuando el Hijo del hombre
venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?" (Lc 18, 8). Es una pregunta que
quiere suscitar un aumento de fe por nuestra parte. De hecho, es evidente que
la oración debe ser expresión de fe; de otro modo no es verdadera oración. Si
uno no cree en la bondad de Dios, no puede orar de modo verdaderamente
adecuado. La fe es esencial como base de la actitud de la oración (...).
Se dice Credo.
Oración de fieles
Oremos a Dios,
nuestro Padre.
- Por la Iglesia, para que toda ella recupere el sentido, el gusto
de la oración y encuentre en ella el alimento de la fe. Roguemos al Señor.
- Por todas las naciones, para que vivan todos en paz y se realice
un auténtico progreso, Roguemos al Señor.
- Por los que sufren injustamente, para que su grito de dolor halle
eco en el corazón de los que administran justicia. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, para que aprendamos a orar con confianza, sin
desanimarnos. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, en la oscuridad, en la lucha, en el sufrimiento, acudimos
a ti, como Moisés, como la viuda de la parábola, como tu mismo Hijo en la cruz;
haznos justicia sin tardar. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las
Ofrendas
Concédenos, Señor, estar al servicio de tus dones con un corazón libre,
para que, con la purificación de tu gracia, nos sintamos limpios por los mismos
misterios que celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de la comunión Sal 32, 18-19
Los ojos del
Señor están puestos quien lo teme, en los que esperan su misericordia, para
librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
O bien: Mc 10, 45
El Hijo del
hombre ha venido para dar su vida en rescate por muchos.
Oración después de la comunión
Señor, haz que nos sea provechosa la celebración de las realidades del
cielo, para que nos auxilien los bienes temporales y seamos instruidos por los
eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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