DOMINGO DE LA XXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO,
Memoria
de Santa Teresa Gonhxa Bojaxhiu, «Madre Teresa de Calcuta», virgen y fundadora
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Homilía del Sábado 04.09.2021
SANTORAL DE HOY
Elogio: En Calcuta, en la India, santa Teresa (Inés) Gonhxa Bojaxhiu, virgen, la cual, nacida en Albania, trató de apagar la sed de Cristo clavado en la cruz atendiendo con eximia caridad a los hermanos más pobres y fundando las congregaciones de Misioneros y de Misioneras de la Caridad, para servir a los enfermos y abandonados.
Otros santos de este día:
Santos Aconto, Nono, Herculano y
Taurino, mártires
En Porto Romano, cerca del actual Fiumicino, santos Aconto, Nono,
Herculano y Taurino, mártires.
San Quinto, mártir
En Capua, de la Campania, san Quinto, mártir.
Santos Urbano, Teodoro, Menedemo y
compañeros, mártires
En Nicomedia, de Bitinia, santos Urbano, Teodoro, Menedemo y otros
compañeros, tanto clérigos como laicos, los cuales, por su fe católica, fueron
embarcados en una pequeña nave y quemados en altamar por orden del emperador
Valente.
San Bertino, abad
En el distrito de Thérouanne, en Flandes, san Bertino, abad de Sithin,
sepultado en el monasterio que lleva su nombre, y que había fundado él mismo
junto con san Mumolino.
San Alperto, abad
En Tortona, región de Liguria, san Alperto, fundador y primer abad del
monasterio de Butrium.
Beato Juan Bueno de Siponto, abad
En Dalmacia, beato Juan Bueno de Siponto, abad y fundador del monasterio
de San Miguel, ubicado en el litoral de Dalmacia, frente al monte Gargano.
Beato Guillermo Browne, mártir
En Ripon, en el condado de York, en Inglaterra, beato Guillermo Browne,
mártir, que, condenado a pena capital bajo el reinado de Jacobo I por haber
inducido a otros a abrazar la fe católica, fue ahorcado y cruelmente descuartizado.
Beato Florencio Dumontet de
Cardaillac, presbítero y mártir
En una vieja embarcación anclada en el mar, frente a Rochefort, en
Francia, beato Florencio Dumontet de Cardaillac, presbítero y mártir, el cual,
condenado durante la Revolución Francesa por ser sacerdote, completó el
martirio víctima de enfermedad, y atendiendo con celo y caridad a los enfermos
concautivos.
Santos Pedro Nguyen Van Tu y José
Hoang Luong Canh, mártires
En Ninh Tai, en Tonkin, santos mártires Pedro Nguyen Van Tu, presbítero
de la Orden de Predicadores, y José Hoang Luong Canh, médico, decapitados por
quienes odiaban el nombre cristiano.
LITURGIA
DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (B).
- Is 35, 4-7a. Los oídos de los sordos se abrirán, y cantará la
lengua del mudo.
- Sal 145. R. Alaba, alma mía, al Señor.
- Sant 2, 1-5. ¿Acaso no eligió Dios a los pobres como herederos
del Reino?
- Mc 7, 31-37. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
En la 1 lect. de hoy, se anuncia la venida de Dios para salvar a su pueblo: los
ciegos verán, los oídos del sordo se abrirán... Por eso, en el sal. resp.
alabaremos al Señor que, a pesar de nuestros pecados y debilidades, mantiene su
fidelidad perpetuamente. En Jesucristo se cumplen plenamente las profecías
cuando cura un sordomudo, metiéndole los dedos en los oídos, tocándole con la
saliva la lengua y pronunciando la palabra «Effetá» (Ev.). En el bautismo se
puede hacer el rito con el mismo nombre: el celebrante toca los oídos y la boca
del bautizado y pide al Señor que pueda escuchar su Palabra y profesar la fe
para alabanza y gloria de Dios Padre.
Liturgia de las Horas: oficio
dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 6 de septiembre, pág. 536.
CALENDARIOS: Urgell: Aniversario de la ordenación episcopal de
Mons. Joan Enric Vives Sicilia, arzobispo-obispo (1993).
Antífona de entrada Sal 118, 137. 124
Señor, tú eres justo, tus mandamientos
son rectos. Trata con misericordia a tu siervo.
Monición
de entrada
La acción de Dios es siempre salvadora, es más, su misma presencia es ya
transformadora. Dejemos que el Señor abra nuestros oídos para escuchar,
comprender e interpretar su Palabra, para hacerla nuestra y que nos interpele.
Dejemos que abra nuestros labios para poder proclamar, de manera eficaz, sin
ningún temor esta Palabra de verdad que hemos recibido.
Acto penitencial
- Abre nuestros oídos a tu Palabra: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Apiádate de nuestras miserias y debilidades: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Quita de nosotros lo que nos impide ser valientes testigos tuyos: Señor, ten
piedad.
R. Señor, ten piedad.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención
y se nos ofrece la adopción filial;
mira con bondad a los hijos de tu amor,
para que cuantos creemos en Cristo
alcancemos
la libertad verdadera y la herencia eterna.
Por nuestro Señor
Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Los
oídos del sordo se abrirán, y cantará la lengua del mudo
Lectura del libro de Isaías (Is 35, 4-7a)
DECID a los inquietos:
«Sed fuertes, no temáis.
¡He aquí vuestro Dios!
Llega el desquite,
la retribución de Dios.
Viene en persona yos salvará».
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos,
los oídos de los sordos se abrirán;
entonces saltará el cojo como un ciervo
y cantará la lengua del mudo,
porque han brotado aguas en el desierto
y corrientes en la estepa.
El páramo se convertirá en estanque,
el suelo sediento en manantial».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 145, 7. 8-9a. 9bc- 10 [R.: 1b])
R. Alaba,
alma mía, al Señor.
O bien: Aleluya.
V. El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
R. Alaba, alma mía, al Señor.
V. El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.
R. Alaba, alma mía, al Señor.
V. Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
R. Alaba, alma mía, al Señor.
SEGUNDA LECTURA
¿Acaso no elegió
Dios a los pobres como herederos del Reino?
Lectura de la carta del apóstol Santiago (Sant 2, 1-5)
HERMANOS MÍOS, no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la
acepción de personas.
Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje
lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al
que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al
pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies»,
¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros y convirtiéndoos en jueces
de criterios inicuos?
Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el
mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Cf. Mt 4, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Jesús proclamaba el Evangelio del reino, y curaba toda dolencia del
pueblo. R.
EVANGELIO
Hace oír a los
sordos y hablar a los mudos
╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos (Mc 7, 31-37)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino
del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que,
además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y
hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más
insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Del Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 9 de
septiembre de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Mc 7, 31-37) se refiere al episodio de
la sanación milagrosa de un sordomudo, realizada por Jesús. Le llevaron a un
sordomudo, pidiéndole que le impusiera la mano. Él, sin embargo, realiza sobre
él diferentes gestos: antes de todo lo apartó lejos de la multitud. En esta
ocasión, como en otras, Jesús actúa siempre con discreción. No quiere
impresionar a la gente, Él no busca popularidad o éxito, sino que desea
solamente hacer el bien a las personas. Con esta actitud, Él nos enseña que el
bien se realiza sin clamores, sin ostentación, sin «hacer sonar la trompeta».
Se realiza en silencio.
Cuando se encontró apartado, Jesús puso los dedos en las orejas del
sordomudo y con la saliva le tocó la lengua. Esto recuerda a la Encarnación. El
Hijo de Dios es un hombre insertado en la realidad humana: se ha hecho hombre,
por tanto puede comprender la condición penosa de otro hombre e interviene con
un gesto en el cual está implicada su propia humanidad. Al mismo tiempo, Jesús
quiere hacer entender que el milagro sucede por motivo de su unión con el
Padre: por esto, levantó la mirada al cielo. Después emitió un suspiro y
pronunció la palabra resolutiva: «Effatá», que significa «Ábrete». Y en seguida
el hombre fue sanado: se le abrieron los oídos, se soltó la atadura de su
lengua. La sanación fue para él una «apertura» a los demás y al mundo.
Este pasaje del Evangelio subraya la exigencia de una doble sanación.
Sobre todo la sanación de la enfermedad y del sufrimiento físico, para
restituir la salud del cuerpo; incluso esta finalidad no es completamente
alcanzable en el horizonte terreno, a pesar de tantos esfuerzos de la ciencia y
de la medicina. Pero hay una segunda sanación, quizá más difícil, y es la
sanación del miedo. La sanación del miedo que nos empuja a marginar al enfermo,
a marginar al que sufre, al discapacitado. Y hay muchos modos de marginar,
también con una pseudo piedad o con la eliminación del problema; nos quedamos
sordos y mudos delante de los dolores de las personas marcadas por la
enfermedad, angustias y dificultades. Demasiadas veces el enfermo y el que sufre
se convierten en un problema, mientras que deberían ser ocasión para manifestar
la preocupación y la solidaridad de una sociedad en lo relacionado con los más
débiles.
Jesús nos ha desvelado el secreto de un milagro que podemos repetir
también nosotros, convirtiéndonos en protagonistas del «Effatá», de esa palabra
«Ábrete» con la cual Él dio de nuevo la palabra y el oído al sordomudo. Se
trata de abrirnos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y necesitan
ayuda, escapando del egoísmo y la cerrazón del corazón. Es precisamente el
corazón, es decir el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús ha venido a
«abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir plenamente la relación con
Dios y con los demás. Él se hizo hombre para que el hombre, que se ha vuelto
interiormente sordo y mudo por el pecado, pueda escuchar la voz de Dios, la voz
del Amor que habla a su corazón, y así aprenda a hablar a su vez el lenguaje
del amor, traduciéndolo en gestos de generosidad y de donación de sí.
Que María, Aquella que se ha «abierto» totalmente al amor del Señor, nos
conceda experimentar cada día, en la fe, el milagro del «Effatá», para vivir en
comunión con Dios y con los hermanos.
ÁNGELUS, Domingo 6 de septiembre de
2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) relata la curación de un sordomudo por parte
de Jesús, un acontecimiento prodigioso que muestra cómo Jesús restablece la
plena comunicación del hombre con Dios y con los otros hombres. El milagro está
ambientado en la zona de la Decápolis, es decir, en pleno territorio pagano;
por lo tanto, ese sordomudo que es llevado ante Jesús se transforma en el
símbolo del no-creyente que cumple un camino hacia la fe. En efecto, su sordera
expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no sólo las palabras de los
hombres, sino también la Palabra de Dios. Y san Pablo nos recuerda que «la fe
nace del mensaje que se escucha» (Rm 10, 17).
La primera cosa que Jesús hace es llevar a ese hombre lejos de la multitud: no
quiere dar publicidad al gesto que va a realizar, pero no quiere tampoco que su
palabra sea cubierta por la confusión de las voces y de las habladurías del
entorno. La Palabra de Dios que Cristo nos transmite necesita silencio para ser
acogida como Palabra que sana, que reconcilia y restablece la comunicación.
Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca las orejas y la lengua del
sordomudo. Para restablecer la relación con ese hombre «bloqueado» en la
comunicación, busca primero restablecer el contacto. Pero el milagro es un don
que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por eso, eleva los ojos al
cielo y ordena: «¡Ábrete!». Y los oídos del sordo se abren, se desata el nudo
de su lengua y comienza a hablar correctamente (cf. Mc 7, 35). La enseñanza que
sacamos de este episodio es que Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se
abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia,
supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a
nuestro encuentro. Para realizar esta comunicación con el hombre, Dios se hace
hombre: no le basta hablarnos a través de la ley y de los profetas, sino que se
hace presente en la persona de su Hijo, la Palabra hecha carne. Jesús es el
gran «constructor de puentes» que construye en sí mismo el gran puente de la
comunión plena con el Padre.
Pero este Evangelio nos habla también de nosotros: a menudo nosotros estamos
replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos muchas islas inaccesibles
e inhóspitas. Incluso las relaciones humanas más elementales a veces crean
realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja cerrada, la familia
cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada, la patria cerrada? Y esto no
es de Dios. Esto es nuestro, es nuestro pecado.
Sin embargo, en el origen de nuestra vida cristiana, en el Bautismo, están
precisamente aquel gesto y aquella palabra de Jesús: «¡Effatá! ? ¡Ábrete!». Y
el milagro se cumplió: hemos sido curados de la sordera del egoísmo y del
mutismo de la cerrazón y del pecado y hemos sido incorporados en la gran
familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos habla y comunicar su
Palabra a cuantos no la han escuchado nunca o a quien la ha olvidado y
sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños del mundo.
Pidamos a la Virgen santa, mujer de la escucha y del testimonio alegre, que nos
sostenga en el compromiso de profesar nuestra fe y de comunicar las maravillas
del Señor a quienes encontramos en nuestro camino.
Del Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Castelgandolfo. Domingo 9
de septiembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
En el centro del Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) hay una pequeña palabra, muy
importante. Una palabra que –en su sentido profundo– resume todo el mensaje y
toda la obra de Cristo. El evangelista san Marcos la menciona en la misma
lengua de Jesús, en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos aún
más viva. Esta palabra es "Effetá", que significa:
"ábrete". Veamos el contexto en el que está situada. Jesús estaba
atravesando la región llamada "Decápolis", entre el litoral de Tiro y
Sidón y Galilea; una zona, por tanto, no judía. Le llevaron a un sordomudo,
para que lo curara: evidentemente la fama de Jesús se había difundido hasta
allí. Jesús, apartándolo de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó
la lengua; después, mirando al cielo, suspiró y dijo: "Effetá", que
significa precisamente: "Ábrete". Y al momento aquel hombre comenzó a
oír y a hablar correctamente (cf. Mc 7, 35). He aquí el significado histórico,
literal, de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús,
"se abrió"; antes estaba cerrado, aislado; para él era muy difícil
comunicar; la curación fue para él una "apertura" a los demás y al
mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba
toda su persona y su vida: por fin podía comunicar y, por tanto, relacionarse
de modo nuevo.
Pero todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no depende sólo
de sus órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne al
núcleo profundo de la persona, al que la Biblia llama el "corazón".
Esto es lo que Jesús vino a "abrir", a liberar, para hacernos capaces
de vivir en plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso decía que
esta pequeña palabra, "Effetá" –"ábrete"– resume en sí toda
la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se
volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz
del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el
lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás. Por este motivo la
palabra y el gesto del "Effetá" han sido insertados en el rito del
Bautismo, como uno de los signos que explican su significado: el sacerdote,
tocando la boca y los oídos del recién bautizado, dice: "Effetá",
orando para que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Por
el Bautismo, la persona humana comienza, por decirlo así, a
"respirar" el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del
Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo.
Nos dirigimos ahora en oración a María santísima, cuya Natividad celebramos
ayer. Por su singular relación con el Verbo encarnado, María está plenamente
"abierta" al amor del Señor; su corazón está constantemente en escucha
de su Palabra. Que su maternal intercesión nos obtenga experimentar cada día,
en la fe, el milagro del "Effetá", para vivir en comunión con Dios y
con los hermanos.
Se dice Credo.
Oración
de los fieles
Oremos al Señor. Sus oídos están atentos a la voz de nuestras súplicas.
- Para que la Iglesia, abierta al diálogo con el mundo de hoy, pueda llevar a
los oídos de todos la Buena Noticia de la salvación. Roguemos al Señor.
– Para que los gobernantes respeten y valoren la libertad de información.
Roguemos al Señor.
- Para que los discapacitados psíquicos reciban la necesaria educación, que los
capacite para la vida de relación con los demás. Roguemos al Señor.
- Para que todos nosotros escuchemos con gusto e interés la Palabra de Dios,
meditándola en nuestro corazón. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, tú nos has enviado a Jesucristo
para curar nuestra
sordera y nuestro mutismo;
atiende a nuestras súplicas.
Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, autor de la piedad sincera y de la paz,
te pedimos que con esta
ofrenda veneremos dignamente tu grandeza
y nuestra unión se haga más fuerte por
la participación en este sagrado misterio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio III Dominical del Tiempo Ordinario
El hombre salvado por un hombre
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque reconocemos como obra de tu poder admirable
no sólo socorrer a los mortales
con tu divinidad,
sino haber previsto el remedio en nuestra misma condición
humana,
y de lo que era nuestra ruina haber hecho nuestra salvación,
por
Cristo, Señor nuestro.
Por él, los coros de los ángeles
adoran tu gloria eternamente, gozosos en tu presencia.
Permítenos asociarnos a sus voces cantando con ellos tu alabanza:
Santo,
Santo, Santo…
Antífona de la comunión Sal 41, 2-3Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.
O bien: Cf. Jn 8, 12
Yo soy la
luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz
de la vida, dice el Señor.
Oración
después de la comunión
Concede, Señor, a tus fieles, alimentados con tu palabra
y vivificados con el
sacramento del cielo,
beneficiarse de los dones de tu Hijo amado,
de tal
manera que merezcamos participar siempre de su vida.
Él, que vive y reina por
los siglos de los siglos.
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