PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 12 DE SEPTIEMBRE
- Horario de la
parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Eucaristía del
Domingo de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.)
Para ver la transmisión en directo,pincha aquí
- Rezo del Santo
Rosario (a las 20.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la XXIV Semana
del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.)
Para ver la transmisión en directo, pincha aquí
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Homilía del Domingo XXIV del T. O.
(Misa de la mañana, 10.09.2021)
(video del 09.09.2021)
Actualidad Comentada por el P. Santiago Martín FM (09.09.2021)
SANTORAL DE HOY
Elogio: El dulcísimo Nombre de la Bienaventurada Virgen María. En este día se recuerda el inefable amor de la Madre de Dios hacia su santísimo Hijo, y su figura de Madre del Redentor es propuesta a los fieles para su veneración.
Otros santos de este día:
San Autónomo de Bitinia, obispo y mártir
En Bitinia, san Autónomo, obispo y mártir.
En Alejandría de Egipto, santos Crónidas, Leoncio y Serapión, mártires en
tiempo del emperador Maximino, que fueron arrojados al mar, según se dice, por
confesar a Cristo.
En Emly, en la provincia de Momonia, en Hibernia, san Albeo, obispo,
peregrino y predicador del Evangelio a muchas gentes.
En Anderlech, en Brabante, cerca de Bruselas, san Guido o Guy, primer
sacristán en la iglesia de Nuestra Señora de Laken, que fue dadivoso con los
pobres y peregrinó a los santos lugares por siete años y, vuelto a su tierra,
murió piadosamente.
En Omura, en Japón, beatos Apolinar Franco, de la Orden de los Hermanos
Menores, y Tomás Zumárraga, de la Orden de Predicadores, ambos presbíteros,
mártires junto con cuatro compañeros. Todos los cuales primero fueron
encarcelados por quienes odiaban su fe cristiana y luego quemados vivos. Sus
nombres son: beatos Francisco de San Buenaventura y Pedro de Santa Clara,
religiosos de la Orden de Hermanos Menores, Domingo Magoshichi y Mateo de Santo
Tomás Chiwiato, religiosos de la Orden dominicana.
En el litoral de Rochefort, en Francia, beato Pedro Sulpicio Cristóbal
Faverge, hermano de las Escuelas Cristianas y mártir, que encarcelado durante
la Revolución Francesa por ser religioso. prestó diligente ayuda a los compañeros
de cautiverio hasta morir contagiado en su servicio.
En Seúl, en Corea, san Francisco Ch'oe Kyong-hwan. mártir, que era
catequista, y al no querer renegar de su fe cristiana ante el prefecto, padeció
la cárcel, donde se dedicó a la oración y a la catequesis hasta consumar su
vida con el martirio.
LITURGIA
DE HOY
Misa del Domingo (verde).
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Audio y comentario del Evangelio de hoy (I)
Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)
R. Caminaré
en presencia del Señor en el país de los vivos.
La fe, si no tiene obras, está muerta
R. Gloria a ti, Señor.
ÁNGELUS.
Domingo, 16 de septiembre de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el pasaje evangélico de hoy (cf. Mc 8, 27-35) vuelve la pregunta que
atraviesa todo el Evangelio de Marcos: ¿Quién es Jesús? Pero esta vez es Jesús
mismo quien la hace a los discípulos, ayudándolos gradualmente a afrontar el
interrogativo sobre su identidad. Antes de interpelarlos directamente, a los
Doce, Jesús quiere escuchar de ellos qué piensa de Él la gente y sabe bien que
los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro. Por eso,
pregunta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» (Mc 8, 27) De ahí emerge que
Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, a
Él no le interesan los sondeos de las habladurías de la gente. Tampoco acepta
que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas,
citando a personajes famosos de la Sagrada Escritura, porque una fe que se
reduce a las fórmulas es una fe miope.
El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan con Él
una relación personal, y así lo acojan en el centro de sus vidas. Por este
motivo los exhorta a ponerse con toda la verdad ante sí mismos y les pregunta:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8, 29). Jesús, hoy, nos vuelve a
dirigir esta pregunta tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: «¿Tú
quién dices que soy? ¿Vosotros quién decís que soy? ¿Quién soy yo para ti?».
Cada uno de nosotros está llamado a responder, en su corazón, dejándose
iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede
sucedernos a nosotros lo mismo que le sucedió a Pedro, y afirmar con
entusiasmo: «Tú eres el Cristo».
Cuando Jesús les dice claramente aquello que dice a los discípulos, es
decir, que su misión se cumple no en el amplio camino del triunfo, sino en el
arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado,
entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar y rebelarnos
porque eso contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas.
En esos momentos, también nosotros nos merecemos el reproche de Jesús:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios,
sino los de los hombres» (Mc 8, 33).
Hermanos y hermanas, la profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse
en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos, de una
vida marcada por el amor de Dios, de una vida grande, de una vida con tanto
amor al prójimo. Jesús nos dice que, para seguirle, para ser sus discípulos, se
necesita negarse a uno mismo (cf. Mc 8, 34), es decir, los pretextos del propio
orgullo egoísta y cargar con la cruz. Después da a todos una regla fundamental.
¿Y cuál es esta regla? «Quien quiera salvar su vida, la perderá». A menudo, en
la vida, por muchos motivos, nos equivocamos de camino, buscando la felicidad
solo en las cosas o en las personas a las que tratamos como cosas. Pero la
felicidad la encontramos solamente cuando el amor, el verdadero, nos encuentra,
nos sorprende, nos cambia. ¡El amor cambia todo! Y el amor puede cambiarnos
también a nosotros, a cada uno de nosotros. Lo demuestran los testimonios de
los santos.
Que la Virgen María, que ha vivido su fe siguiendo fielmente a su Hijo
Jesús, nos ayude también a nosotros a caminar en su camino, gastando
generosamente nuestra vida por Él y por los hermanos.
* * * * *
ÁNGELUS.
Domingo 13 de septiembre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, en camino hacia Cesarea de
Filipo, interroga a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,
27). Ellos respondieron lo que decía la gente: algunos lo consideran Juan el
Bautista, redivivo, otros Elías o uno de los grandes profetas. La gente
apreciaba a Jesús, lo consideraba un «enviado de Dios», pero no lograba aún
reconocerlo como el Mesías, el Mesías preanunciado y esperado por todos. Jesús
mira a los apóstoles y pregunta una vez más: «Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?» (Mc 8, 29). Esta es la pregunta más importante, con la que Jesús se dirige
directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar su fe. Pedro, en
nombre de todos, exclama con naturalidad: «Tú eres el Mesías» (Mc 8, 29). Jesús
queda impresionado con la fe de Pedro, reconoce que ésta es fruto de una
gracia, de una gracia especial de Dios Padre. Y entonces revela abiertamente a
los discípulos lo que le espera en Jerusalén, es decir, que "el Hijo del
hombre tiene que padecer mucho? ser ejecutado y resucitar a los tres días» (Mc
8, 31).
Al escuchar esto, el mismo Pedro, que acaba de profesar su fe en Jesús
como Mesías, se escandaliza. Llama aparte al Maestro y lo reprende Y, ¿cómo
reacciona Jesús? A su vez increpa a Pedro por esto, con palabras muy severas:
«¡Aléjate de mí, Satanás!» –le dice Satanás– «tú piensas como los hombres, no
como Dios» (Mc 8, 33). Jesús se da cuenta de que en Pedro, como en los demás
discípulos –¡también en cada uno de nosotros!– a la gracia del Padre se opone
la tentación del Maligno, que quiere apartarnos de la voluntad de Dios.
Anunciando que deberá sufrir y ser condenado a muerte para después resucitar,
Jesús quiere hacer comprender a quienes lo siguen que Él es un Mesías humilde y
servidor. Él es el Siervo obediente a la palabra y a la voluntad del Padre,
hasta el sacrificio completo de su propia vida. Por esto, dirigiéndose a toda
la multitud que estaba allí, declara que quien quiere ser su discípulo debe
aceptar ser siervo, como Él se ha hecho siervo, y advierte: «El que quiera
venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga»
(Mc 8, 34).
Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz –todos la tenemos?– para
acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la
gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, que nos libera
del egoísmo y del pecado. Se trata de realizar un neto rechazo de esa
mentalidad mundana que pone el propio «yo» y los propios intereses en el centro
de la existencia: ¡eso no es lo que Jesús quiere de nosotros! Por el contrario,
Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para
recibirla renovada, realizada, y auténtica. Podemos estar seguros, gracias a
Jesús, que este camino lleva, al final, a la resurrección, a la vida plena y
definitiva con Dios. Decidir seguirlo a Él, nuestro Maestro y Señor que se ha
hecho Siervo de todos, exige caminar detrás de Él y escucharlo atentamente en
su Palabra –acordaos de leer todos los días un pasaje del Evangelio– y en los
Sacramentos.
Hay jóvenes aquí, en la plaza: chicos y chicas. Yo os pregunto: ¿habéis
sentido ganas de seguir a Jesús más de cerca? Pensad. Rezad. Y dejad que el
Señor os hable.
Que la Virgen María, que ha seguido a Jesús hasta el Calvario, nos ayude
a purificar siempre nuestra fe de falsas imágenes de Dios, para adherirnos
plenamente a Cristo y a su Evangelio.
Papa
Benedicto XVI
Ángelus.
Castelgandolfo. Domingo 13 de septiembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo –XXIV del tiempo ordinario– la Palabra de Dios nos interpela
con dos cuestiones cruciales que resumiría así: "¿Quién es para ti Jesús
de Nazaret?". Y a continuación: "¿Tu fe se traduce en obras o
no?". El primer interrogante lo encontramos en el Evangelio de hoy, cuando
Jesús pregunta a sus discípulos: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
(Mc 8, 29). La respuesta de Pedro es clara e inmediata: "Tú eres el
Cristo", esto es, el Mesías, el consagrado de Dios enviado a salvar a su
pueblo. Así pues, Pedro y los demás Apóstoles, a diferencia de la mayor parte
de la gente, creen que Jesús no es sólo un gran maestro o un profeta, sino
mucho más. Tienen fe: creen que en él está presente y actúa Dios.
Inmediatamente después de esta profesión de fe, sin embargo, cuando Jesús por
primera vez anuncia abiertamente que tendrá que padecer y morir, el propio
Pedro se opone a la perspectiva de sufrimiento y de muerte. Entonces Jesús
tiene que reprocharle con fuerza para hacerle comprender que no basta creer que
él es Dios, sino que, impulsados por la caridad, es necesario seguirlo por su
mismo camino, el de la cruz (cf. Mc 8, 31-33). Jesús no vino a enseñarnos una
filosofía, sino a mostrarnos una senda; más aún, la senda que conduce a la
vida.
Esta senda es el amor, que es la expresión de la verdadera fe. Si uno ama
al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente
a Dios. En cambio, si alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no
es un verdadero creyente. Dios no habita en él. Lo afirma claramente Santiago
en la segunda lectura de la misa de este domingo: "La fe, si no tiene
obras, está realmente muerta" (St 2, 17). Al respecto me agrada citar un
escrito de san Juan Crisóstomo, uno de los grandes Padres de la Iglesia que el
calendario litúrgico nos invita hoy a recordar. Justamente comentando el pasaje
citado de la carta de Santiago, escribe: "Uno puede incluso tener una
recta fe en el Padre y en el Hijo, como en el Espíritu Santo, pero si carece de
una vida recta, su fe no le servirá para la salvación. Así que cuando lees en
el Evangelio: "Esta es la vida eterna: que te conozcan ti, el único Dios
verdadero" (Jn 17, 3), no pienses que este versículo basta para salvarnos:
se necesitan una vida y un comportamiento purísimos" (cit. en J.A. Cramer,
Catenae graecorum Patrum in N.T., vol. VIII: In Epist. Cath. et Apoc., Oxford
1844).
Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz, y al día siguiente la Virgen de los Dolores. La Virgen María, que
creyó en la Palabra del Señor, no perdió su fe en Dios cuando vio a su Hijo
rechazado, ultrajado y crucificado. Antes bien, permaneció junto a Jesús,
sufriendo y orando, hasta el final. Y vio el alba radiante de su Resurrección.
Aprendamos de ella a testimoniar nuestra fe con una vida de humilde servicio,
dispuestos a sufrir en carne propia por permanecer fieles al Evangelio de la
caridad y de la verdad, seguros de que nada de cuanto hagamos se pierde.
Oremos a Dios Padre. Él inclina su oído hacia nosotros.
- Por el papa y los obispos en comunión con él, encargados de velar por
la autenticidad de la fe y de guiar a la Iglesia por el camino de Cristo.
Roguemos al Señor.
- Por todos los responsables del gobierno de las naciones para que eviten
las injusticias y todo lo que vaya contra la dignidad humana. Roguemos al
Señor.
- Por los que buscan mesías, redentores, y no han descubierto al
verdadero Mesías. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, llamados a manifestar en nuestra vida lo
que creemos y celebramos. Roguemos al Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario