12 de septiembre - DOMINGO DE LA XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Fiesta del Dulce Nombre de la Bienaventurada Virgen María.

 


 

DOMINGO DE LA XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO,
Fiesta del Dulce Nombre de la Bienaventurada Virgen María.

  

PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 12 DE SEPTIEMBRE

- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.

- Eucaristía del Domingo de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.) 

Para ver la transmisión en directo,pincha aquí

 

- Rezo del Santo Rosario (a las 20.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.)

 

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NOTICIAS DE ACTUALIDAD 


Homilía del Domingo XXIV del T. O.

(Misa de la mañana, 10.09.2021)


La mañana de este domingo, poco después de las 6:00 horas, el vuelo que lleva al Santo Padre al corazón de Europa despegó desde el aeropuerto de Fiumicino, y aterrizó en Budapest a las 7:42 horas para realizar la primera etapa de su viaje. Después de unas siete horas, el vuelo partirá hacia Eslovaquia. Con ello, ya son 54 los países del mundo visitados por el Papa Francisco desde el inicio de su pontificado.


Con las notas triunfales del himno del 52º Congreso Eucarístico Internacional, la procesión eucarística terminó en la Plaza de los Héroes de Budapest. En la víspera de la Santa Misa de clausura que presidirá el Papa Francisco hacia las 11.30 de esta mañana, la plaza se iluminó con los miles de antorchas que los fieles llevaron por las calles del centro, cantando y rezando, para acoger los dones del Espíritu Santo. Primero, frente al Parlamento húngaro, la celebración eucarística presidida por el cardenal Péter Erdő, y después la entrega de un ejemplar de la cruz misionera al arzobispo de Quito, que acogerá el próximo Congreso Eucarístico, previsto para 2024.



Dos citas ecuménicas para el Papa Francisco en el primer día de su 34º viaje: a las 10.00 horas en la Sala de Mármol del Museo de Bellas Artes de Budapest, Hungría, y a las 16.30 horas en la sala de la Nunciatura Apostólica de Bratislava, Eslovaquia. El Papa se dirigirá a los miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias establecido en los dos países y en el que están representadas casi todas las Iglesias no católicas. Algunas de las comunidades judías de Hungría también estarán presentes.



La mañana de este 11 de septiembre, el Papa Francisco ha dirigido un mensaje a los participantes de la XIV Peregrinación Nacional de las Familias por la Familia: “Gracias por el testimonio de comunión y alegría con el que decís al unísono que "la familia está viva".



Actualidad Comentada por el P. Santiago Martín FM (09.09.2021)

"De rodillas ante Dios solo"



SANTORAL DE HOY 

Elogio: El dulcísimo Nombre de la Bienaventurada Virgen María. En este día se recuerda el inefable amor de la Madre de Dios hacia su santísimo Hijo, y su figura de Madre del Redentor es propuesta a los fieles para su veneración.


Otros santos de este día:

    San Autónomo de Bitinia, obispo y mártir

En Bitinia, san Autónomo, obispo y mártir.

   Santos Crónidas, Leoncio y Serapión, mártires

En Alejandría de Egipto, santos Crónidas, Leoncio y Serapión, mártires en tiempo del emperador Maximino, que fueron arrojados al mar, según se dice, por confesar a Cristo.

   * San Albeo de Emly, obispo

En Emly, en la provincia de Momonia, en Hibernia, san Albeo, obispo, peregrino y predicador del Evangelio a muchas gentes.

   San Guido o Guy, peregrino

En Anderlech, en Brabante, cerca de Bruselas, san Guido o Guy, primer sacristán en la iglesia de Nuestra Señora de Laken, que fue dadivoso con los pobres y peregrinó a los santos lugares por siete años y, vuelto a su tierra, murió piadosamente.

   Beatos Apolinar Franco, Tomás Zumárraga, y cuatro compañeros, mártires

En Omura, en Japón, beatos Apolinar Franco, de la Orden de los Hermanos Menores, y Tomás Zumárraga, de la Orden de Predicadores, ambos presbíteros, mártires junto con cuatro compañeros. Todos los cuales primero fueron encarcelados por quienes odiaban su fe cristiana y luego quemados vivos. Sus nombres son: beatos Francisco de San Buenaventura y Pedro de Santa Clara, religiosos de la Orden de Hermanos Menores, Domingo Magoshichi y Mateo de Santo Tomás Chiwiato, religiosos de la Orden dominicana.

   Beato Pedro Sulpicio Cristóbal Faverge, religioso y mártir

En el litoral de Rochefort, en Francia, beato Pedro Sulpicio Cristóbal Faverge, hermano de las Escuelas Cristianas y mártir, que encarcelado durante la Revolución Francesa por ser religioso. prestó diligente ayuda a los compañeros de cautiverio hasta morir contagiado en su servicio.

   San Francisco Ch‘oe Kyong-hwam, catequista mártir

En Seúl, en Corea, san Francisco Ch'oe Kyong-hwan. mártir, que era catequista, y al no querer renegar de su fe cristiana ante el prefecto, padeció la cárcel, donde se dedicó a la oración y a la catequesis hasta consumar su vida con el martirio.

 

LITURGIA DE HOY

Misa del Domingo (verde).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (B).
- Is 50, 5-9a. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban.
- Sal 114. R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.
- Sant 2, 14-18. La fe, si no tiene obras, está muerta.
- Mc 8, 27-35. Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 13 de septiembre, pág. 550.
CALENDARIOS: Calahorra y La Calzada-Logroño: Bienaventurada Virgen María de Valvanera (S).
Cartujos de Barcelona y Valencia: Santa María de Montealegre (S).
Mondoñedo-Ferrol, ciudad de Mondoñedo: Nuestra Señora de los Remedios (S).
Marianistas y PP. Maristas: Dulce Nombre de María (S).
Misioneros de los Sagrados Corazones: Nuestra Señora de Lluc (S).


Antífona de entrada Cf. Eclo 36, 15

Señor, da la paz a los que esperan en ti, y saca veraces a tus profetas, escucha la súplica de tus siervos y de tu pueblo Israel.


Monición de entrada

Quien quiera seguir a Cristo ha de negarse a sí mismo para darse a los demás y cargar con la cruz de cada día. Los cristianos participamos de esta entrega en cruz del Señor, una entrega que actualizamos de manera singular en el sacrificio eucarístico, en el cual, junto con el pan y el vino, nos ofrecemos cada uno de nosotros.

En las lecturas de hoy vemos a Jesús como el Mesías esperado y enviado; pero su camino de salvación es el de su pasión, muerte y resurrección (Ev. y 1 lect.). Pedro, que lo había proclamado como Mesías, no quiso entender esto y fue rechazado por Jesús, que lo llamó Satanás y le dijo que pensaba como los hombres y no como Dios. Nosotros caemos muchas veces en la tentación de pensar que el camino de la Iglesia es el del triunfo y del aplauso de este mundo, olvidándonos de que el que quiera seguir a Cristo tiene que negarse a sí mismo y cargar con su cruz. Perder la vida por el Evangelio es el camino de la salvación (Ev.). Nada que ver con una vivencia facilona de una fe sin obras (cf. 2 lect.).

Acto penitencial

- Por tu Pasión y tu gloria: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

- Por tu muerte y resurrección: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.

- Por tu descenso al lugar de los muertos y tu exaltación a la derecha del Padre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.


Oración colecta

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas,
y concédenos servirte de todo corazón,
para que percibamos el fruto de tu misericordia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURAS DE LA MISA

Audio y comentario del Evangelio de hoy (I)

Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)


PRIMERA LECTURA 
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban

Lectura del libro de Isaías (Is 50, 5-9)

EL SEÑOR DIOS me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca,
¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos,
¿quién me acusará?
Que se acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda,
¿quién me condenará?

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL (Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9 [R.: 9])

R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

O bien: Aleluya.

V. Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.

R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

V. Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida».

R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

V. El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó

R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

V. Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de los vivos.

R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.


SEGUNDA LECTURA
La fe, si no tiene obras, está muerta

Lectura de la carta del apóstol Santiago (Sant 2, 14-18)

¿DE QUÉ LE SIRVE A UNO, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá:
«Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


Aleluya Gá 6, 14

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

V. Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. R.

EVANGELIO
Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho

╬ Lectura del santo Evangelio según san Marcos (Mc 8, 27-35)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?».
Tomando la palabra Pedro le dijo:
«Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


Papa Francisco

ÁNGELUS. Domingo, 16 de septiembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje evangélico de hoy (cf. Mc 8, 27-35) vuelve la pregunta que atraviesa todo el Evangelio de Marcos: ¿Quién es Jesús? Pero esta vez es Jesús mismo quien la hace a los discípulos, ayudándolos gradualmente a afrontar el interrogativo sobre su identidad. Antes de interpelarlos directamente, a los Doce, Jesús quiere escuchar de ellos qué piensa de Él la gente y sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro. Por eso, pregunta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» (Mc 8, 27) De ahí emerge que Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, a Él no le interesan los sondeos de las habladurías de la gente. Tampoco acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando a personajes famosos de la Sagrada Escritura, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope.

El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan con Él una relación personal, y así lo acojan en el centro de sus vidas. Por este motivo los exhorta a ponerse con toda la verdad ante sí mismos y les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8, 29). Jesús, hoy, nos vuelve a dirigir esta pregunta tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: «¿Tú quién dices que soy? ¿Vosotros quién decís que soy? ¿Quién soy yo para ti?». Cada uno de nosotros está llamado a responder, en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedernos a nosotros lo mismo que le sucedió a Pedro, y afirmar con entusiasmo: «Tú eres el Cristo».

Cuando Jesús les dice claramente aquello que dice a los discípulos, es decir, que su misión se cumple no en el amplio camino del triunfo, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar y rebelarnos porque eso contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas. En esos momentos, también nosotros nos merecemos el reproche de Jesús: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mc 8, 33).

Hermanos y hermanas, la profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos, de una vida marcada por el amor de Dios, de una vida grande, de una vida con tanto amor al prójimo. Jesús nos dice que, para seguirle, para ser sus discípulos, se necesita negarse a uno mismo (cf. Mc 8, 34), es decir, los pretextos del propio orgullo egoísta y cargar con la cruz. Después da a todos una regla fundamental. ¿Y cuál es esta regla? «Quien quiera salvar su vida, la perderá». A menudo, en la vida, por muchos motivos, nos equivocamos de camino, buscando la felicidad solo en las cosas o en las personas a las que tratamos como cosas. Pero la felicidad la encontramos solamente cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. ¡El amor cambia todo! Y el amor puede cambiarnos también a nosotros, a cada uno de nosotros. Lo demuestran los testimonios de los santos.

Que la Virgen María, que ha vivido su fe siguiendo fielmente a su Hijo Jesús, nos ayude también a nosotros a caminar en su camino, gastando generosamente nuestra vida por Él y por los hermanos.

 * * * * *

ÁNGELUS. Domingo 13 de septiembre de 2015.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, en camino hacia Cesarea de Filipo, interroga a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8, 27). Ellos respondieron lo que decía la gente: algunos lo consideran Juan el Bautista, redivivo, otros Elías o uno de los grandes profetas. La gente apreciaba a Jesús, lo consideraba un «enviado de Dios», pero no lograba aún reconocerlo como el Mesías, el Mesías preanunciado y esperado por todos. Jesús mira a los apóstoles y pregunta una vez más: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8, 29). Esta es la pregunta más importante, con la que Jesús se dirige directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar su fe. Pedro, en nombre de todos, exclama con naturalidad: «Tú eres el Mesías» (Mc 8, 29). Jesús queda impresionado con la fe de Pedro, reconoce que ésta es fruto de una gracia, de una gracia especial de Dios Padre. Y entonces revela abiertamente a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, es decir, que "el Hijo del hombre tiene que padecer mucho? ser ejecutado y resucitar a los tres días» (Mc 8, 31).

Al escuchar esto, el mismo Pedro, que acaba de profesar su fe en Jesús como Mesías, se escandaliza. Llama aparte al Maestro y lo reprende Y, ¿cómo reacciona Jesús? A su vez increpa a Pedro por esto, con palabras muy severas: «¡Aléjate de mí, Satanás!» –le dice Satanás– «tú piensas como los hombres, no como Dios» (Mc 8, 33). Jesús se da cuenta de que en Pedro, como en los demás discípulos –¡también en cada uno de nosotros!– a la gracia del Padre se opone la tentación del Maligno, que quiere apartarnos de la voluntad de Dios. Anunciando que deberá sufrir y ser condenado a muerte para después resucitar, Jesús quiere hacer comprender a quienes lo siguen que Él es un Mesías humilde y servidor. Él es el Siervo obediente a la palabra y a la voluntad del Padre, hasta el sacrificio completo de su propia vida. Por esto, dirigiéndose a toda la multitud que estaba allí, declara que quien quiere ser su discípulo debe aceptar ser siervo, como Él se ha hecho siervo, y advierte: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mc 8, 34).

Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz –todos la tenemos?– para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, que nos libera del egoísmo y del pecado. Se trata de realizar un neto rechazo de esa mentalidad mundana que pone el propio «yo» y los propios intereses en el centro de la existencia: ¡eso no es lo que Jesús quiere de nosotros! Por el contrario, Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada, y auténtica. Podemos estar seguros, gracias a Jesús, que este camino lleva, al final, a la resurrección, a la vida plena y definitiva con Dios. Decidir seguirlo a Él, nuestro Maestro y Señor que se ha hecho Siervo de todos, exige caminar detrás de Él y escucharlo atentamente en su Palabra –acordaos de leer todos los días un pasaje del Evangelio– y en los Sacramentos.

Hay jóvenes aquí, en la plaza: chicos y chicas. Yo os pregunto: ¿habéis sentido ganas de seguir a Jesús más de cerca? Pensad. Rezad. Y dejad que el Señor os hable.

Que la Virgen María, que ha seguido a Jesús hasta el Calvario, nos ayude a purificar siempre nuestra fe de falsas imágenes de Dios, para adherirnos plenamente a Cristo y a su Evangelio.

 

Papa Benedicto XVI

Ángelus. Castelgandolfo. Domingo 13 de septiembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo –XXIV del tiempo ordinario– la Palabra de Dios nos interpela con dos cuestiones cruciales que resumiría así: "¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?". Y a continuación: "¿Tu fe se traduce en obras o no?". El primer interrogante lo encontramos en el Evangelio de hoy, cuando Jesús pregunta a sus discípulos: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mc 8, 29). La respuesta de Pedro es clara e inmediata: "Tú eres el Cristo", esto es, el Mesías, el consagrado de Dios enviado a salvar a su pueblo. Así pues, Pedro y los demás Apóstoles, a diferencia de la mayor parte de la gente, creen que Jesús no es sólo un gran maestro o un profeta, sino mucho más. Tienen fe: creen que en él está presente y actúa Dios. Inmediatamente después de esta profesión de fe, sin embargo, cuando Jesús por primera vez anuncia abiertamente que tendrá que padecer y morir, el propio Pedro se opone a la perspectiva de sufrimiento y de muerte. Entonces Jesús tiene que reprocharle con fuerza para hacerle comprender que no basta creer que él es Dios, sino que, impulsados por la caridad, es necesario seguirlo por su mismo camino, el de la cruz (cf. Mc 8, 31-33). Jesús no vino a enseñarnos una filosofía, sino a mostrarnos una senda; más aún, la senda que conduce a la vida.

Esta senda es el amor, que es la expresión de la verdadera fe. Si uno ama al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios. En cambio, si alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no habita en él. Lo afirma claramente Santiago en la segunda lectura de la misa de este domingo: "La fe, si no tiene obras, está realmente muerta" (St 2, 17). Al respecto me agrada citar un escrito de san Juan Crisóstomo, uno de los grandes Padres de la Iglesia que el calendario litúrgico nos invita hoy a recordar. Justamente comentando el pasaje citado de la carta de Santiago, escribe: "Uno puede incluso tener una recta fe en el Padre y en el Hijo, como en el Espíritu Santo, pero si carece de una vida recta, su fe no le servirá para la salvación. Así que cuando lees en el Evangelio: "Esta es la vida eterna: que te conozcan ti, el único Dios verdadero" (Jn 17, 3), no pienses que este versículo basta para salvarnos: se necesitan una vida y un comportamiento purísimos" (cit. en J.A. Cramer, Catenae graecorum Patrum in N.T., vol. VIII: In Epist. Cath. et Apoc., Oxford 1844).

Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y al día siguiente la Virgen de los Dolores. La Virgen María, que creyó en la Palabra del Señor, no perdió su fe en Dios cuando vio a su Hijo rechazado, ultrajado y crucificado. Antes bien, permaneció junto a Jesús, sufriendo y orando, hasta el final. Y vio el alba radiante de su Resurrección. Aprendamos de ella a testimoniar nuestra fe con una vida de humilde servicio, dispuestos a sufrir en carne propia por permanecer fieles al Evangelio de la caridad y de la verdad, seguros de que nada de cuanto hagamos se pierde.

Se dice Credo.


Oración de los fieles

Oremos a Dios Padre. Él inclina su oído hacia nosotros.

- Por el papa y los obispos en comunión con él, encargados de velar por la autenticidad de la fe y de guiar a la Iglesia por el camino de Cristo. Roguemos al Señor.

- Por todos los responsables del gobierno de las naciones para que eviten las injusticias y todo lo que vaya contra la dignidad humana. Roguemos al Señor.

- Por los que buscan mesías, redentores, y no han descubierto al verdadero Mesías. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, aquí reunidos, llamados a manifestar en nuestra vida lo que creemos y celebramos. Roguemos al Señor.

Sálvanos, Señor;
ayúdanos a caminar en tu presencia;
escucha nuestras súplicas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Oración sobre las ofrendas

Sé propicio a nuestras súplicas, Señor,
y recibe complacido estas ofrendas de tus siervos,
para que la oblación que ofrece cada uno en honor de tu nombre
sirva para la salvación de todos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Prefacio IV Dominical del Tiempo Ordinario

Las etapas de la Historia de la Salvación en Cristo

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación 
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Porque él, con su nacimiento, renovó la vieja condición humana;
con su pasión destruyó nuestro pecado;
al resucitar de entre los muertos, nos aseguró el acceso a la vida eterna;
y en su ascensión al Padre, abrió las puertas del cielo.

Por eso, con los ángeles
y la multitud de los santos,
te cantamos el himno de alabanza diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo…


Antífona de la comunión Sal 35, 8
Qué inapreciable es tu misericordia, oh, Dios. Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.

O bien: Cf. 1 Cor 10, 16

El cáliz de la bendición que bendecimos es comunión de la Sangre de Cristo; el pan que partimos es participación en el Cuerpo del Señor.


Oración después de la comunión

Te pedimos, Señor, que el fruto del don del cielo
penetre nuestros cuerpos y almas,
para que sea su efecto, y no nuestro sentimiento,
el que prevalezca siempre en nosotros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

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