06 de noviembre - DOMINGO DE LA XXXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)



  DOMINGO DE LA XXXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)
  Oficio del Domingo de la IV Semana del Salterio
  (Liturgia de las Horas, Tomo IV: Oficio de Lecturas Laudes - TerciaSexta     Nona Vísperas - Completas)
 





NOTICIAS DE ACTUALIDAD




Presentación de la campaña
para el Día de la Iglesia Diocesana



 
Carta del obispo de Huelva,
Mons. Santiago Gómez Sierra, con ocasión del Día de la Iglesia Diocesana 2022


«Gracias por tanto»


Queridos diocesanos:

El Día de la Iglesia diocesana vuelve a llamar nuestra atención hacia el misterio de nuestra Iglesia particular: «La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica» ( Christus Dominus, 11).

Es un momento de gratitud al Señor. Primero, porque nos hace vivir esta misteriosa comunión eclesial, que nos permite concretar lo que Él demanda de nosotros como miembros vivos de su Cuerpo. Además, nos hace experimentar en la oración la comunión de los santos, que abre nuestro corazón a un horizonte que va más allá de nuestros lugares cercanos y de las personas con las que nos relacionamos diariamente. Con la vivencia de la diocesaneidad se nos abre un mundo más amplio, universal o católico, que enriquece nuestra vivencia cristiana.

Es un momento de gratitud porque nuestro seguimiento de Cristo en la comunidad diocesana nos da la oportunidad de entregar nuestro tiempo y nuestras cualidades al Señor, para evangelizar ofreciendo lo mejor de nosotros mismos.

Y nuestra gratitud al Señor alcanza igualmente al hecho de la generosidad que Él pone en nuestros corazones, incluso para compartir nuestros bienes materiales como una expresión viva del amor para anunciar a Cristo, testimoniar su caridad y extender su Reino. Con la gratitud al Señor, en este Día de la Iglesia diocesana, surge también el agradecimiento a todos sus miembros que, a través de su oración, su ofrecimiento en tiempo y capacidades, o desde grandes aportaciones económicas hasta aquellas que recuerdan “al óbolo de la viuda”, forman ese entramado de la comunicación cristiana de bienes que hace posible lo que la Iglesia diocesana es y hace, reflejado en los datos que se aportan de su actividad celebrativa, pastoral, evangelizadora, educativa, caritativa y asistencial.

Gracias por tanto a Dios y a todos los miembros de la comunidad diocesana. A Él porque genera el obrar en nosotros, para continuar las obras de Cristo como prolongación de su Cuerpo que somos. Y a los miembros de la Iglesia que caminan en nuestra Diócesis porque con su generosidad lo hacen posible, como queda reflejado en los datos de su actividad pastoral y en el balance económico. Con motivo de este Día de la Iglesia Diocesana, vuestro Obispo os agradece cuanto hacéis por nuestra Iglesia particular de Huelva y os anima a seguir haciendo posible que el Señor sea anunciado, celebrado y testimoniado en nuestra tierra.
 
+ Santiago Gómez Sierra,
Obispo de Huelva.


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SANTORAL DE HOY

Otros santos de este día:

   San Félix de Toniza, mártir  

En Toniza, de Numidia, san Félix, mártir, del que habló san Agustín cuando, dirigiéndose al pueblo, dijo: «Verdaderamente feliz en el nombre y en la corona. Porque confesó y fue atormentado; y al otro día se encontró en la cárcel su cuerpo exánime».

   San Pablo de Constantinopla, obispo y mártir  

Conmemoración de san Pablo, obispo de Constantinopla y mártir, a quien expulsaron muchas veces los arrianos por mantener la fe nicena y otras tantas volvió a su sede, pero, al fin, el emperador Constancio le relegó a Cucuso, pequeña población de Capadocia, donde, según la tradición, fue cruelmente estrangulado por insidias de los arrianos.

   San Melanio de Rennes, obispo  

En Rennes, de la Bretaña Menor, san Melanio, obispo, que pasó al encuentro del Señor en el lugar llamado Placio, a la vera del río Vicenon, donde él mismo, con sus propias manos, había construido una iglesia y congregado a monjes para el servicio de Dios.

   San Iltuto, abad  

En el monasterio de Llanilltud Fawr, en Cambria, que lleva su nombre, san Iltuto, abad, que fundó un cenobio, donde la fama de su santidad y eximia doctrina congregó gran número de discípulos.

   Santos Calinizo, Himerio, Teodoro y siete compañeros, mártires

En Jerusalén, santos mártires Calinizo, Himerio, Teodoro, Esteban, Pedro, Pablo, otro Teodoro, Juan, otro Juan y uno más cuyo nombre se desconoce, todos los cuales eran soldados en Gaza, y al ser ocupada la ciudad por los sarracenos fueron encarcelados, pero, animados por el obispo san Sofronio, confesaron a Cristo, y coronaron así su martirio por decapitación.

   San Severo de Barcelona, obispo y mártir  

En Barcelona, ciudad de Hispania, san Severo, obispo, que, según la tradición, obtuvo la corona del martirio.

   San Protasio de Lausanne, obispo

Entre los helvecios, en el reino de Burgundia, san Protasio, al que se venera como obispo de Lausanne.

   San Winoco, abad  

En la región Taruanense, de Austrasia, san Winoco, de origen bretón, que primero fue recibido por san Bertino en la comunidad de monjes de Sithiu, y después construyó el monasterio de Wormhoudt, que dirigió santamente como prior, trabajando mucho con sus propias manos.

   San Esteban de Apt, obispo

En Apt, en la Provenza, de la Galia, san Esteban, obispo, famoso por su mansedumbre, que organizó dos peregrinaciones a Jerusalén y restauró la iglesia catedral.

   San Teobaldo, presbítero

En el monasterio de Dorat, en la región de Limoges, de Aquitania, san Teobaldo, presbítero, que, siendo canónigo regular, fue encargado de la iglesia y nunca salía del cenobio más que para ponerse al servicio de los enfermos y atender a sus necesidades.

   Beata Cristina de Stommeln, virgen  

Cerca de Colonia, en la Lotaringia, de Germania, beata Cristina de Stommeln, virgen, que superó las tentaciones del mundo viviendo en comunión con la pasión de Cristo.

   Beato Tomás de San Agustín Kintsuba Jihyoe, presbítero y mártir

En Nagasaki, Japón, beato Tomás de San Agustín Kintsuba Jihyoe, presbítero de la Orden de San Agustín, quien realizó su apostolado disfrazado de samurai, pudiendo así asistir a los cristianos detenidos en la cárcel, donde estaba preso también su superior, hasta que finalmente fue capturado él mismo, y murió «horca y fosa», donde mostró gran fortaleza.


LITURGIA DE HOY

Misa del Domingo (verde).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.

LECC.: vol. I (C).

- 2 Mac 7, 1-2. 9-14. El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
- Sal 16. R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
- 2 Tes 2, 16 — 3, 5. Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.
- Lc 20, 27-38. No es Dios de muertos, sino de vivos.

Hoy, la liturgia de la Palabra está orientada hacia lo referente al fin de los tiempos y a la resurrección de los muertos y la vida eterna. Dios nos ha regalado una gran esperanza, que no es otra que la salvación eterna (2 lect.). Esa esperanza es la que nos ayuda a caminar en medio de las dificultades de la vida: saber que un día veremos a Dios: «Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor» (sal. resp.). En el Ev. Jesús proclama claramente la resurrección de los muertos y afirma que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. De ello es un ejemplo lo que nos cuenta la 1 lect. de hoy. Los hermanos Macabeos soportaron con fortaleza su martirio en esa esperanza: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará».

DÍA Y COLECTA DE LA IGLESIA DIOCESANA (dependiente de la CEE, optativa). Liturgia del día, alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la oración universal, colecta.

Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 7 de noviembre, pág. 654.

CALENDARIOS: Córdoba: Aniversario de la muerte de Mons. José Antonio Infantes Florido, obispo, emérito (2005)

Antífona de entrada Sal 87, 3
Llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor, Señor.

Monición de entrada

El Dios de la vida resucitó a Jesucristo de entre los muertos el primer día de la semana. Por eso nos reunimos en su nombre cada domingo para celebrar la eucaristía y hacemos memoria de este acontecimiento. Nuestro Dios es el Dios de vivos que nos quiere comunicar la vida nueva del Resucitado: él nos alimenta con su palabra y con su Cuerpo y su Sangre. Dispongámonos a participar con intensidad en esta celebración, anticipo y prenda de la vida futura.

 

Acto penitencial

Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:

- Tú, que no has venido a llamar a los justos, sino a los pecadores: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que acogías a los pecadores y comías con ellos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que fuiste acusado de pecador: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Oración colecta

Dios de poder y misericordia,
aparta, propicio, de nosotros toda adversidad,
para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu,
podamos aspirar libremente a lo que te pertenece.
Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURAS DE LA MISA

Audio y comentario del Evangelio de hoy

Audio y comentario del Evangelio de hoy


PRIMERA LECTURA
El rey del universo nos resucitará para una vida eterna

Lectura del segundo libro de los Macabeos (2 Mac 7, 1-2. 9-14)

EN AQUELLOS DÍAS, sucedió que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás:
«Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres».
El segundo, estando a punto de morir, dijo:
«Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna».
Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
«Del Cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios».
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió este, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba a punto de morir, dijo:
«Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».

 

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

 

SALMO RESPONSORIAL (Sal 16, 1bcde. 5-6. 8 y 15 [R.: 15])

R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

V. Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.

R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

V. Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.

R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

V. Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.

R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

 

SEGUNDA LECTURA
Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (2 Tes 2, 16-3, 5)

HERMANOS:
Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas. Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que nos veamos libres de la gente perversa y malvada, porque la fe no es de todos.
El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno.
En cuanto a vosotros, estamos seguros en el Señor de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos mandado.
Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

 

Aleluya Ap 1, 5a y 6b
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Jesucristo es el primogénito de entre los muertos;
a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. R.

EVANGELIO (forma larga)
No es Dios de muertos, sino de vivos
╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 20, 27-38)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos
no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

EVANGELIO (forma breve)
No es Dios de muertos, sino de vivos
╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 20, 27. 34-38)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, Jesús, dirigiéndose a los saduceos, que dicen que no hay resurrección, les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». 

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San Pedro. Domingo, 10 de noviembre de 2019

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página del Evangelio de hoy (cf. Lucas 20, 27-38) nos ofrece una enseñanza maravillosa de Jesús sobre la resurrección de los muertos. Algunos saduceos, que no creían en la resurrección, provocaron a Jesús con una pregunta algo insidiosa: ¿De quién será esposa tras la resurrección una mujer que ha tenido siete maridos sucesivos, todos ellos hermanos, y que han muerto uno tras otro? Jesús no cae en la trampa y responde que los resucitados en el más allá «ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección» (vv. 35-36). Así responde Jesús.
Con esta respuesta, Jesús invita, en primer lugar, a sus interlocutores ―y a nosotros también― a pensar que esta dimensión terrenal en la que vivimos ahora no es la única dimensión, sino que hay otra, ya no sujeta a la muerte, en la que se manifestará plenamente que somos hijos de Dios. Es un gran consuelo y esperanza escuchar estas palabras sencillas y claras de Jesús sobre la vida más allá de la muerte; las necesitamos sobre todo en nuestro tiempo, tan rico en conocimientos sobre el universo pero tan pobre en sabiduría sobre la vida eterna.
Esta clara certeza de Jesús sobre la resurrección se basa enteramente en la fidelidad de Dios, que es el Dios de la vida. De hecho, detrás de la pregunta de los saduceos se esconde una cuestión más profunda: no sólo de quién será esposa la mujer viuda de siete maridos, sino de quién será su vida. Es una duda que atormenta al hombre de todos los tiempos y también a nosotros: después de esta peregrinación terrenal, ¿qué será de nuestras vidas? ¿Pertenecerá a la nada, a la muerte?
Jesús responde que la vida pertenece a Dios, que nos ama y se preocupa mucho por nosotros, hasta el punto de vincular su nombre al nuestro: es «el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (vv. 37-38). La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte. Es egoísmo. Si vivo para mí mismo, estoy sembrando la muerte en mi corazón.
Que la Virgen María nos ayude a vivir cada día en la perspectiva de lo que decimos en la parte final del Credo: «Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna». Esperamos el más allá.

ÁNGELUS, Domingo 6 de noviembre de 2016

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Pocos días después de la solemnidad de Todos los Santos y de la conmemoración de los fieles difuntos, la Liturgia de este domingo nos invita, una vez más, a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos. El Evangelio (cf. Lc 20, 27-38) presenta a Jesús confrontándose con algunos saduceos, que no creían en la resurrección y concebían la relación con Dios sólo en la dimensión de la vida terrenal. Entonces, para ridiculizar la resurrección y poner a Jesús en una situación difícil, le presentan un caso paradójico y absurdo: una mujer que ha tenido siete maridos, todos hermanos entre ellos, los cuales, uno detrás de otro, han muerto. Y he aquí entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús: Esa mujer, en la resurrección, ¿de quién será mujer? (Lc 20, 33).
Jesús no cae en la trampa y reafirma la verdad de la resurrección, explicando que la existencia después de la muerte será distinta de la de la tierra. Él hace entender a sus interlocutores que no es posible aplicar las categorías de este mundo a las realidades que van más allá y que son más grandes de lo que vemos en esta vida.
En efecto, dice: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20, 34-35). Con estas palabras, Jesús pretende explicar que en este mundo vivimos de realidades provisionales, que terminan; en cambio, en el más allá, después de la resurrección, ya no tendremos la muerte como horizonte y viviremos todo, también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios, de manera transfigurada. También el matrimonio, signo e instrumento del amor de Dios en este mundo, resplandecerá transformado en luz plena en la comunión gloriosa de los santos en el Paraíso.
Los «hijos del cielo y de la resurrección» no son unos pocos privilegiados, sino que son todos los hombres y todas las mujeres, porque la salvación traída por Jesús es para cada uno de nosotros. Y la vida de los resucitados será parecida a la de los ángeles (cf. Lc 20, 36), es decir, toda inmersa en la luz de Dios, toda dedicada a su alabanza, en una eternidad llena de alegría y de paz. ¡Pero cuidado! La resurrección no es sólo el hecho de resurgir después de la muerte, sino que es una nueva clase de vida que ya experimentamos hoy; es la victoria sobre la nada que ya podemos pregustar. ¡La resurrección es el fundamento de la fe y de la esperanza cristiana! Si no hubiera referencia al Paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía de vida. En cambio, el mensaje de la fe cristiana viene del cielo, es revelado por Dios y va más allá de este mundo. Creer en la resurrección es esencial, para que cada acto de nuestro de amor cristiano no sea efímero y sin más utilidad, sino que se convierta en una semilla destinada a florecer en el jardín de Dios, y producir frutos de vida eterna.
Que la Virgen María, Reina del cielo y de la tierra, nos confirme en la esperanza de la resurrección y nos ayude a hacer fructificar en obras buenas la palabra de su Hijo sembrada en nuestros corazones.

ÁNGELUS, Domingo 10 de noviembre de 2013

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús enfrentando a los saduceos, quienes negaban la resurrección. Y es precisamente sobre este tema que ellos hacen una pregunta a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: "Una mujer tuvo siete maridos, que murieron uno tras otro", y preguntan a Jesús: "¿De cuál de ellos será esposa esa mujer después de su muerte?". Jesús, siempre apacible y paciente, en primer lugar responde que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de la vida terrena. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión donde, entre otras cosas, ya no existirá el matrimonio, que está vinculado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados –dice Jesús– serán como los ángeles, y vivirán en un estado diverso, que ahora no podemos experimentar y ni siquiera imaginar. Así lo explica Jesús.
Pero luego Jesús, por decirlo así, pasa al contraataque. Y lo hace citando la Sagrada Escritura, con una sencillez y una originalidad que nos dejan llenos de admiración por nuestro Maestro, el único Maestro. La prueba de la resurrección Jesús la encuentra en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente (cf. Ex 3, 1-6), allí donde Dios se revela como el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está relacionado a los nombres de los hombres y las mujeres con quienes Él se vincula, y este vínculo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir también de la relación de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros: ¡Él es nuestro Dios! ¡Él es el Dios de cada uno de nosotros! Como si Él llevase nuestro nombre. A Él le gusta decirlo, y ésta es la alianza. He aquí por qué Jesús afirma: "No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para Él todos están vivos" (Lc 20, 38). Y éste es el vínculo decisivo, la alianza fundamental, la alianza con Jesús: Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado venció la muerte. En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a todos, y gracias a Él todos tienen la esperanza de una vida aún más auténtica que ésta. La vida que Dios nos prepara no es un sencillo embellecimiento de esta vida actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia.
Por lo tanto, lo que sucederá es precisamente lo contrario de cuanto esperaban los saduceos. No es esta vida la que hace referencia a la eternidad, a la otra vida, la que nos espera, sino que es la eternidad –aquella vida– la que ilumina y da esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros. Si miramos sólo con ojo humano, estamos predispuestos a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte. ¡Esto se ve! Pero esto es sólo si lo miramos con ojo humano. Jesús le da un giro a esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: la vida plena. Nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena, y esa vida plena es la que ilumina nuestro camino. Por lo tanto, la muerte está detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivientes, el Dios de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre, como Él dijo: "Yo soy el Dios de Abrahán, Isaac, Jacob", también el Dios con mi nombre, con tu nombre, con tu nombre..., con nuestro nombre. ¡Dios de los vivientes! ... Está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, el inicio de un nuevo tiempo de alegría y luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la oración, en los Sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús y su amor, y así podemos pregustar algo de la vida resucitada. La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. En efecto, si Dios es fiel y ama, no puede serlo a tiempo limitado: la fidelidad es eterna, no puede cambiar. El amor de Dios es eterno, no puede cambiar. No es a tiempo limitado: es para siempre. Es para seguir adelante. Él es fiel para siempre y Él nos espera, a cada uno de nosotros, acompaña a cada uno de nosotros con esta fidelidad eterna.

Se dice Credo.

 

Oración de los fieles

Oremos al Señor, nuestro Dios, que quiere que todos alcancemos la plenitud de la vida.

- Por la Iglesia, para que con la palabra y los signos de vida cristiana lleve a todos los hombres la esperanza de la resurrección. Roguemos al Señor.

- Por nuestra Iglesia diocesana, para que cada día crezca en la comunión con el Señor y con los hermanos, en fidelidad a la vocación de cada uno, en compromiso apostólico y evangelizador, y en cercanía y servicio a los pobres y a los que sufren. Roguemos al Señor.

- Por los que se dedican a la política, para que aúnen sus esfuerzos en la consecución de trabajo y pan para todos. Roguemos al Señor

- Por todas las gentes que viven todavía en la ignorancia y la carencia de lo necesario, para que puedan resurgir de su situación desesperada y llevar su vida con dignidad. Roguemos al Señor.

- Por los aquí reunidos, para que la palabra de Dios prosiga el avance glorioso que comenzó entre nosotros. Roguemos al Señor.

Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia, 
que quiere hacer suyos los anhelos de toda la humanidad,
y concédenos lo que te pedimos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

Oración sobre las ofrendas

Mira con bondad, Señor, los sacrificios que te presentamos, para que alcancemos con piadoso afecto lo que actualizamos sacramentalmente de la pasión de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Antífona de comunión Sal 22, 1-

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas.

O bien: Cf. Lc 24, 35

Los discípulos reconocieron al Señor Jesús al partir el pan.


Oración después de la comunión

Alimentados con este don sagrado, te damos gracias, Señor,
invocando tu misericordia, para que, mediante la acción de tu Espíritu,
permanezca la gracia de la verdad en quienes penetró la fuerza del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

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