Mons. Santiago Gómez Sierra, con ocasión del Día de la Iglesia Diocesana 2022
«Gracias por tanto»
Queridos diocesanos:
El Día de la Iglesia diocesana vuelve a llamar nuestra atención hacia el misterio de nuestra Iglesia particular: «La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica» ( Christus Dominus, 11).
Es un momento de gratitud al Señor. Primero, porque nos hace vivir esta misteriosa comunión eclesial, que nos permite concretar lo que Él demanda de nosotros como miembros vivos de su Cuerpo. Además, nos hace experimentar en la oración la comunión de los santos, que abre nuestro corazón a un horizonte que va más allá de nuestros lugares cercanos y de las personas con las que nos relacionamos diariamente. Con la vivencia de la diocesaneidad se nos abre un mundo más amplio, universal o católico, que enriquece nuestra vivencia cristiana.
Es un momento de gratitud porque nuestro seguimiento de Cristo en la comunidad diocesana nos da la oportunidad de entregar nuestro tiempo y nuestras cualidades al Señor, para evangelizar ofreciendo lo mejor de nosotros mismos.
Y nuestra gratitud al Señor alcanza igualmente al hecho de la generosidad que Él pone en nuestros corazones, incluso para compartir nuestros bienes materiales como una expresión viva del amor para anunciar a Cristo, testimoniar su caridad y extender su Reino. Con la gratitud al Señor, en este Día de la Iglesia diocesana, surge también el agradecimiento a todos sus miembros que, a través de su oración, su ofrecimiento en tiempo y capacidades, o desde grandes aportaciones económicas hasta aquellas que recuerdan “al óbolo de la viuda”, forman ese entramado de la comunicación cristiana de bienes que hace posible lo que la Iglesia diocesana es y hace, reflejado en los datos que se aportan de su actividad celebrativa, pastoral, evangelizadora, educativa, caritativa y asistencial.
Gracias por tanto a Dios y a todos los miembros de la comunidad diocesana. A Él porque genera el obrar en nosotros, para continuar las obras de Cristo como prolongación de su Cuerpo que somos. Y a los miembros de la Iglesia que caminan en nuestra Diócesis porque con su generosidad lo hacen posible, como queda reflejado en los datos de su actividad pastoral y en el balance económico. Con motivo de este Día de la Iglesia Diocesana, vuestro Obispo os agradece cuanto hacéis por nuestra Iglesia particular de Huelva y os anima a seguir haciendo posible que el Señor sea anunciado, celebrado y testimoniado en nuestra tierra.
En Toniza, de Numidia, san Félix, mártir, del que habló san Agustín cuando, dirigiéndose al pueblo, dijo: «Verdaderamente feliz en el nombre y en la corona. Porque confesó y fue atormentado; y al otro día se encontró en la cárcel su cuerpo exánime».
San Pablo de Constantinopla, obispo y mártir
Conmemoración de san Pablo, obispo de Constantinopla y mártir, a quien expulsaron muchas veces los arrianos por mantener la fe nicena y otras tantas volvió a su sede, pero, al fin, el emperador Constancio le relegó a Cucuso, pequeña población de Capadocia, donde, según la tradición, fue cruelmente estrangulado por insidias de los arrianos.
San Melanio de Rennes, obispo
En Rennes, de la Bretaña Menor, san Melanio, obispo, que pasó al encuentro del Señor en el lugar llamado Placio, a la vera del río Vicenon, donde él mismo, con sus propias manos, había construido una iglesia y congregado a monjes para el servicio de Dios.
San Iltuto, abad
En el monasterio de Llanilltud Fawr, en Cambria, que lleva su nombre, san Iltuto, abad, que fundó un cenobio, donde la fama de su santidad y eximia doctrina congregó gran número de discípulos.
Santos Calinizo, Himerio, Teodoro y siete compañeros, mártires
En Jerusalén, santos mártires Calinizo, Himerio, Teodoro, Esteban, Pedro, Pablo, otro Teodoro, Juan, otro Juan y uno más cuyo nombre se desconoce, todos los cuales eran soldados en Gaza, y al ser ocupada la ciudad por los sarracenos fueron encarcelados, pero, animados por el obispo san Sofronio, confesaron a Cristo, y coronaron así su martirio por decapitación.
San Severo de Barcelona, obispo y mártir
En Barcelona, ciudad de Hispania, san Severo, obispo, que, según la tradición, obtuvo la corona del martirio.
San Protasio de Lausanne, obispo
Entre los helvecios, en el reino de Burgundia, san Protasio, al que se venera como obispo de Lausanne.
San Winoco, abad
En la región Taruanense, de Austrasia, san Winoco, de origen bretón, que primero fue recibido por san Bertino en la comunidad de monjes de Sithiu, y después construyó el monasterio de Wormhoudt, que dirigió santamente como prior, trabajando mucho con sus propias manos.
San Esteban de Apt, obispo
En Apt, en la Provenza, de la Galia, san Esteban, obispo, famoso por su mansedumbre, que organizó dos peregrinaciones a Jerusalén y restauró la iglesia catedral.
San Teobaldo, presbítero
En el monasterio de Dorat, en la región de Limoges, de Aquitania, san Teobaldo, presbítero, que, siendo canónigo regular, fue encargado de la iglesia y nunca salía del cenobio más que para ponerse al servicio de los enfermos y atender a sus necesidades.
Beata Cristina de Stommeln, virgen
Cerca de Colonia, en la Lotaringia, de Germania, beata Cristina de Stommeln, virgen, que superó las tentaciones del mundo viviendo en comunión con la pasión de Cristo.
Beato Tomás de San Agustín Kintsuba Jihyoe,
presbítero y mártir
En
Nagasaki, Japón, beato Tomás de San Agustín Kintsuba Jihyoe, presbítero de la
Orden de San Agustín, quien realizó su apostolado disfrazado de samurai, pudiendo
así asistir a los cristianos detenidos en la cárcel, donde estaba preso también
su superior, hasta que finalmente fue capturado él mismo, y murió «horca y
fosa», donde mostró gran fortaleza.
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- 2 Mac 7, 1-2. 9-14.El Rey del universo nos resucitará para una
vida eterna.
- Sal 16. R. Al despertar me saciaré de tu semblante,
Señor.
- 2 Tes 2, 16 — 3, 5. Que el Señor os dé fuerza para toda clase
de palabras y obras buenas.
- Lc 20, 27-38.No es Dios de muertos, sino de vivos.
Hoy, la liturgia de la Palabra está orientada hacia lo referente al fin de los
tiempos y a la resurrección de los muertos y la vida eterna. Dios nos ha
regalado una gran esperanza, que no es otra que la salvación eterna (2 lect.).
Esa esperanza es la que nos ayuda a caminar en medio de las dificultades de la
vida: saber que un día veremos a Dios: «Al despertar me saciaré de tu
semblante, Señor» (sal. resp.). En el Ev. Jesús proclama claramente la
resurrección de los muertos y afirma que Dios no es un Dios de muertos sino de
vivos. De ello es un ejemplo lo que nos cuenta la 1 lect. de hoy. Los hermanos
Macabeos soportaron con fortaleza su martirio en esa esperanza: «Vale la pena
morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo
nos resucitará».
* DÍA
Y COLECTA DE LA IGLESIA DIOCESANA (dependiente de la CEE, optativa). Liturgia
del día, alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la oración
universal, colecta.
* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.
Liturgia
de las Horas:oficio
dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 7 de noviembre, pág. 654.
CALENDARIOS:
Córdoba: Aniversario de la muerte de Mons. José Antonio
Infantes Florido, obispo, emérito (2005)
Antífona de
entrada Sal 87, 3
Llegue hasta ti
mi súplica, inclina tu oído a mi clamor, Señor.
Monición de
entrada
El Dios de la
vida resucitó a Jesucristo de entre los muertos el primer día de la semana. Por
eso nos reunimos en su nombre cada domingo para celebrar la eucaristía y
hacemos memoria de este acontecimiento. Nuestro Dios es el Dios de vivos que
nos quiere comunicar la vida nueva del Resucitado: él nos alimenta con su
palabra y con su Cuerpo y su Sangre. Dispongámonos a participar con intensidad
en esta celebración, anticipo y prenda de la vida futura.
Acto penitencial
Todo
como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las
siguientes invocaciones:
- Tú, que no has venido a llamar a los justos, sino a los pecadores:
Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que acogías a los pecadores y comías con ellos: Cristo, ten
piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que fuiste acusado de pecador: Señor, ten piedad.
El rey del universo nos resucitará para una vida
eterna
Lectura del
segundo libro de los Macabeos (2 Mac 7, 1-2. 9-14)
EN AQUELLOS
DÍAS, sucedió que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo
azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida
por la ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás:
«Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que
quebrantar la ley de nuestros padres».
El segundo, estando a punto de morir, dijo:
«Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su
ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna».
Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo
hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
«Del Cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del
mismo Dios».
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los
tormentos.
Cuando murió este, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba a
punto de morir, dijo:
«Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que
Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».
R. Al despertar me
saciaré de tu semblante, Señor.
V. Señor,
escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.
R. Al despertar me
saciaré de tu semblante, Señor.
V. Mis pies
estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
R. Al despertar me
saciaré de tu semblante, Señor.
V. Guárdame
como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
R. Al despertar me
saciaré de tu semblante, Señor.
SEGUNDA LECTURA
Que el Señor os dé fuerza para toda clase de
palabras y obras buenas
Lectura de la
segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (2 Tes 2, 16-3, 5)
HERMANOS:
Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado
y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros
corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas. Por lo
demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor siga
avanzando y sea glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que nos veamos
libres de la gente perversa y malvada, porque la fe no es de todos.
El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno.
En cuanto a vosotros, estamos seguros en el Señor de que ya cumplís y seguiréis
cumpliendo todo lo que os hemos mandado.
Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en
Cristo.
Palabra de Dios.
R. Te
alabamos, Señor.
Aleluya Ap 1,
5a y 6b
R. Aleluya,
aleluya, aleluya. V. Jesucristo
es el primogénito de entre los muertos; a él, la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. R.
EVANGELIO (forma
larga)
No es Dios de muertos, sino de vivos
╬ Lectura
del santo Evangelio según san Lucas (Lc 20, 27-38)
R. Gloria a
ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO,
se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y
preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando
mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su
hermano. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos.
El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos
sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la
resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron
como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que
sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de
entre los muertos
no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya
que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la
zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”.
No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Palabra del
Señor.
R. Gloria a
ti, Señor Jesús.
EVANGELIO (forma
breve)
No es Dios de muertos, sino de vivos
╬ Lectura
del santo Evangelio según san Lucas (Lc 20, 27. 34-38)
R. Gloria a
ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO,
Jesús, dirigiéndose a los saduceos, que dicen que no hay resurrección, les
dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean
juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre
los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden
morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la
resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la
zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”.
No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Palabra del
Señor.
R. Gloria a
ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San
Pedro. Domingo, 10 de noviembre de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página del Evangelio de hoy (cf. Lucas 20, 27-38) nos ofrece una enseñanza
maravillosa de Jesús sobre la resurrección de los muertos. Algunos saduceos,
que no creían en la resurrección, provocaron a Jesús con una pregunta algo
insidiosa: ¿De quién será esposa tras la resurrección una mujer que ha tenido
siete maridos sucesivos, todos ellos hermanos, y que han muerto uno tras otro?
Jesús no cae en la trampa y responde que los resucitados en el más allá «ni
ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como
ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección» (vv. 35-36). Así
responde Jesús.
Con esta respuesta, Jesús invita, en primer lugar, a sus interlocutores ―y a
nosotros también― a pensar que esta dimensión terrenal en la que vivimos ahora
no es la única dimensión, sino que hay otra, ya no sujeta a la muerte, en la
que se manifestará plenamente que somos hijos de Dios. Es un gran consuelo y
esperanza escuchar estas palabras sencillas y claras de Jesús sobre la vida más
allá de la muerte; las necesitamos sobre todo en nuestro tiempo, tan rico en
conocimientos sobre el universo pero tan pobre en sabiduría sobre la vida
eterna.
Esta clara certeza de Jesús sobre la resurrección se basa enteramente en la
fidelidad de Dios, que es el Dios de la vida. De hecho, detrás de la pregunta
de los saduceos se esconde una cuestión más profunda: no sólo de quién será
esposa la mujer viuda de siete maridos, sino de quién será su vida. Es una duda
que atormenta al hombre de todos los tiempos y también a nosotros: después de
esta peregrinación terrenal, ¿qué será de nuestras vidas? ¿Pertenecerá a la
nada, a la muerte?
Jesús responde que la vida pertenece a Dios, que nos ama y se preocupa mucho
por nosotros, hasta el punto de vincular su nombre al nuestro: es «el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Él no es un Dios de
muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (vv. 37-38). La vida
subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que
la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad.
Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros
mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte. Es egoísmo.
Si vivo para mí mismo, estoy sembrando la muerte en mi corazón.
Que la Virgen María nos ayude a vivir cada día en la perspectiva de lo que
decimos en la parte final del Credo: «Creo en la resurrección de la carne y la
vida eterna». Esperamos el más allá.
ÁNGELUS, Domingo 6 de
noviembre de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Pocos días
después de la solemnidad de Todos los Santos y de la conmemoración de los
fieles difuntos, la Liturgia de este domingo nos invita, una vez más, a
reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos. El Evangelio
(cf. Lc 20, 27-38) presenta a Jesús confrontándose con algunos saduceos, que no
creían en la resurrección y concebían la relación con Dios sólo en la dimensión
de la vida terrenal. Entonces, para ridiculizar la resurrección y poner a Jesús
en una situación difícil, le presentan un caso paradójico y absurdo: una mujer
que ha tenido siete maridos, todos hermanos entre ellos, los cuales, uno detrás
de otro, han muerto. Y he aquí entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús:
Esa mujer, en la resurrección, ¿de quién será mujer? (Lc 20, 33).
Jesús no cae en la trampa y reafirma la verdad de la resurrección, explicando
que la existencia después de la muerte será distinta de la de la tierra. Él
hace entender a sus interlocutores que no es posible aplicar las categorías de
este mundo a las realidades que van más allá y que son más grandes de lo que
vemos en esta vida.
En efecto, dice: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que
alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de
entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20, 34-35). Con
estas palabras, Jesús pretende explicar que en este mundo vivimos de realidades
provisionales, que terminan; en cambio, en el más allá, después de la
resurrección, ya no tendremos la muerte como horizonte y viviremos todo,
también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios, de manera
transfigurada. También el matrimonio, signo e instrumento del amor de Dios en
este mundo, resplandecerá transformado en luz plena en la comunión gloriosa de
los santos en el Paraíso.
Los «hijos del cielo y de la resurrección» no son unos pocos privilegiados,
sino que son todos los hombres y todas las mujeres, porque la salvación traída
por Jesús es para cada uno de nosotros. Y la vida de los resucitados será
parecida a la de los ángeles (cf. Lc 20, 36), es decir, toda inmersa en la luz
de Dios, toda dedicada a su alabanza, en una eternidad llena de alegría y de
paz. ¡Pero cuidado! La resurrección no es sólo el hecho de resurgir después de
la muerte, sino que es una nueva clase de vida que ya experimentamos hoy; es la
victoria sobre la nada que ya podemos pregustar. ¡La resurrección es el
fundamento de la fe y de la esperanza cristiana! Si no hubiera referencia al
Paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una
filosofía de vida. En cambio, el mensaje de la fe cristiana viene del cielo, es
revelado por Dios y va más allá de este mundo. Creer en la resurrección es
esencial, para que cada acto de nuestro de amor cristiano no sea efímero y sin
más utilidad, sino que se convierta en una semilla destinada a florecer en el
jardín de Dios, y producir frutos de vida eterna.
Que la Virgen María, Reina del cielo y de la tierra, nos confirme en la
esperanza de la resurrección y nos ayude a hacer fructificar en obras buenas la
palabra de su Hijo sembrada en nuestros corazones.
ÁNGELUS, Domingo 10 de
noviembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús enfrentando a los saduceos,
quienes negaban la resurrección. Y es precisamente sobre este tema que ellos
hacen una pregunta a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en
la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: "Una mujer
tuvo siete maridos, que murieron uno tras otro", y preguntan a Jesús:
"¿De cuál de ellos será esposa esa mujer después de su muerte?".
Jesús, siempre apacible y paciente, en primer lugar responde que la vida
después de la muerte no tiene los mismos parámetros de la vida terrena. La vida
eterna es otra vida, en otra dimensión donde, entre otras cosas, ya no existirá
el matrimonio, que está vinculado a nuestra existencia en este mundo. Los
resucitados –dice Jesús– serán como los ángeles, y vivirán en un estado
diverso, que ahora no podemos experimentar y ni siquiera imaginar. Así lo
explica Jesús.
Pero luego Jesús, por decirlo así, pasa al contraataque. Y lo hace citando la
Sagrada Escritura, con una sencillez y una originalidad que nos dejan llenos de
admiración por nuestro Maestro, el único Maestro. La prueba de la resurrección
Jesús la encuentra en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente (cf. Ex 3,
1-6), allí donde Dios se revela como el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
El nombre de Dios está relacionado a los nombres de los hombres y las mujeres
con quienes Él se vincula, y este vínculo es más fuerte que la muerte. Y
nosotros podemos decir también de la relación de Dios con nosotros, con cada
uno de nosotros: ¡Él es nuestro Dios! ¡Él es el Dios de cada uno de nosotros!
Como si Él llevase nuestro nombre. A Él le gusta decirlo, y ésta es la alianza.
He aquí por qué Jesús afirma: "No es Dios de muertos, sino de vivos:
porque para Él todos están vivos" (Lc 20, 38). Y éste es el vínculo
decisivo, la alianza fundamental, la alianza con Jesús: Él mismo es la Alianza,
Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado venció la
muerte. En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a todos, y gracias a Él
todos tienen la esperanza de una vida aún más auténtica que ésta. La vida que
Dios nos prepara no es un sencillo embellecimiento de esta vida actual: ella
supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor
y con su misericordia.
Por lo tanto, lo que sucederá es precisamente lo contrario de cuanto esperaban
los saduceos. No es esta vida la que hace referencia a la eternidad, a la otra
vida, la que nos espera, sino que es la eternidad –aquella vida– la que ilumina
y da esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros. Si miramos sólo con
ojo humano, estamos predispuestos a decir que el camino del hombre va de la
vida hacia la muerte. ¡Esto se ve! Pero esto es sólo si lo miramos con ojo
humano. Jesús le da un giro a esta perspectiva y afirma que nuestra
peregrinación va de la muerte a la vida: la vida plena. Nosotros estamos en
camino, en peregrinación hacia la vida plena, y esa vida plena es la que
ilumina nuestro camino. Por lo tanto, la muerte está detrás, a la espalda, no
delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivientes, el Dios
de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre, como Él dijo:
"Yo soy el Dios de Abrahán, Isaac, Jacob", también el Dios con mi
nombre, con tu nombre, con tu nombre..., con nuestro nombre. ¡Dios de los
vivientes! ... Está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, el inicio de
un nuevo tiempo de alegría y luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la
oración, en los Sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús y su amor,
y así podemos pregustar algo de la vida resucitada. La experiencia que hacemos
de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y
aumenta nuestra fe en la resurrección. En efecto, si Dios es fiel y ama, no
puede serlo a tiempo limitado: la fidelidad es eterna, no puede cambiar. El
amor de Dios es eterno, no puede cambiar. No es a tiempo limitado: es para
siempre. Es para seguir adelante. Él es fiel para siempre y Él nos espera, a
cada uno de nosotros, acompaña a cada uno de nosotros con esta fidelidad
eterna.
Se dice Credo.
Oración de los
fieles
Oremos al Señor,
nuestro Dios, que quiere que todos alcancemos la plenitud de la vida.
- Por la Iglesia, para que con la palabra y los signos de vida
cristiana lleve a todos los hombres la esperanza de la resurrección. Roguemos
al Señor.
- Por nuestra Iglesia diocesana, para que cada día crezca en la
comunión con el Señor y con los hermanos, en fidelidad a la vocación de cada
uno, en compromiso apostólico y evangelizador, y en cercanía y servicio a los
pobres y a los que sufren. Roguemos al Señor.
- Por los que se dedican a la política, para que aúnen sus
esfuerzos en la consecución de trabajo y pan para todos. Roguemos al Señor
- Por todas las gentes que viven todavía en la ignorancia y la
carencia de lo necesario, para que puedan resurgir de su situación desesperada
y llevar su vida con dignidad. Roguemos al Señor.
- Por los aquí reunidos, para que la palabra de Dios prosiga el
avance glorioso que comenzó entre nosotros. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia,
que quiere hacer suyos los anhelos
de toda la humanidad,
y concédenos lo que te pedimos.
Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Oración sobre las
ofrendas
Mira con bondad, Señor, los sacrificios que te presentamos, para que
alcancemos con piadoso afecto lo que actualizamos sacramentalmente de la pasión
de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Antífona de
comunión Sal 22, 1-
El Señor es mi
pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia
fuentes tranquilas.
O bien: Cf. Lc 24, 35
Los discípulos
reconocieron al Señor Jesús al partir el pan.
Oración después de la comunión
Alimentados con este don sagrado, te damos gracias, Señor,
invocando tu
misericordia, para que, mediante la acción de tu Espíritu,
permanezca la gracia
de la verdad en quienes penetró la fuerza del cielo.
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