MENSAJE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
VI
JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 13 de noviembre
de 2022
“Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (cf. 2 Co 8,9)
1.
“Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (cf. 2 Co 8,9). Con estas palabras el
apóstol Pablo se dirige a los primeros cristianos de Corinto, para dar
fundamento a su compromiso solidario con los hermanos necesitados. La Jornada
Mundial de los Pobres se presenta también este año como una sana provocación
para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas
pobrezas del momento presente.
Algunos
meses atrás, el mundo estaba saliendo de la tempestad de la pandemia, mostrando
signos de recuperación económica que traerían alivio a millones de personas
empobrecidas por la pérdida del empleo. Se vislumbraba un poco de serenidad
que, sin olvidar el dolor por la pérdida de los seres queridos, prometía
finalmente poder regresar a las relaciones interpersonales directas, a
reencontrarnos sin limitaciones o restricciones. Y es entonces que ha aparecido
en el horizonte una nueva catástrofe, destinada a imponer al mundo un escenario
diferente.
La guerra
en Ucrania vino a agregarse a las guerras regionales que en estos años están
trayendo muerte y destrucción. Pero aquí el cuadro se presenta más complejo por
la directa intervención de una “superpotencia”, que pretende imponer su
voluntad contra el principio de autodeterminación de los pueblos. Se repiten
escenas de trágica memoria y una vez más el chantaje recíproco de algunos
poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz.
2.
¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se
constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles.
Deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para
desarraigarlos e imponerles otra identidad. Se vuelven actuales las palabras
del Salmista ante la destrucción de Jerusalén y el exilio de los jóvenes
hebreos: «Junto a los ríos de Babilonia / nos sentábamos a llorar, / acordándonos
de Sión. / En los sauces de las orillas / teníamos colgadas nuestras cítaras. /
Allí nuestros carceleros / nos pedían cantos, / y nuestros opresores, alegría.
/ [...] ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor / en tierra extranjera?» (Sal
137,1-4).
Son
millones las mujeres, los niños, los ancianos obligados a desafiar el peligro
de las bombas con tal de ponerse a salvo buscando amparo como refugiados en los
países vecinos. Los que permanecen en las zonas de conflicto, conviven cada día
con el miedo y la falta de alimentos, agua, atención médica y sobre todo de
cariño. En estas situaciones, la razón se oscurece y quienes sufren las
consecuencias son muchas personas comunes, que se suman al ya gran número de
indigentes. ¿Cómo dar una respuesta adecuada que lleve alivio y paz a tantas
personas, dejadas a merced de la incertidumbre y la precariedad?
3. En
este contexto tan contradictorio se enmarca la VI Jornada Mundial de los
Pobres, con la invitación —tomada del apóstol Pablo— a tener la mirada fija en
Jesús, el cual «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos
con su pobreza» (2 Co 8,9). En su visita a Jerusalén, Pablo se había encontrado
con Pedro, Santiago y Juan, quienes le habían pedido que no se olvidara de los
pobres. La comunidad de Jerusalén, en efecto, se encontraba en graves
dificultades por la carestía que azotaba al país, y el Apóstol se había
preocupado inmediatamente de organizar una gran colecta en favor de los pobres.
Los cristianos de Corinto se mostraron muy sensibles y disponibles. Por
indicación de Pablo, cada primer día de la semana recogían lo que habían
logrado ahorrar y todos eran muy generosos.
Como si
el tiempo no hubiera transcurrido desde aquel momento, también nosotros cada
domingo, durante la celebración de la Santa Eucaristía, realizamos el mismo
gesto, poniendo en común nuestras ofrendas para que la comunidad pueda proveer
a las exigencias de los más pobres. Es un signo que los cristianos siempre han
realizado con alegría y sentido de responsabilidad, para que a ninguna hermana
o hermano le falte lo necesario. Lo atestigua ya san Justino, que, en el
segundo siglo, explicando la celebración dominical de los cristianos al
emperador Antonio Pío, escribía así: «En el día llamado “del Sol” se reúnen
todos juntos, habitantes de la ciudad o del campo, y se leen las memorias de
los Apóstoles o los escritos de los profetas según el tiempo lo permita. […]
Luego se hace la fracción y distribución de los elementos consagrados a cada
uno y a través de los diáconos se envía a los ausentes. Los adinerados y los
que lo desean dan libremente, cada uno lo que quiere y lo que se recoge viene
depositado con el sacerdote. Este socorre a los huérfanos, a las viudas, y a
quien es indigente por enfermedad o por cualquier otra causa, a los
encarcelados, a los extranjeros que se encuentran entre nosotros: en resumen,
tiene cuidado de cualquiera que esté en necesidad» (Primera Apología, LXVII,
1-6).
4.
Regresando a la comunidad de Corinto, después del entusiasmo inicial, su
compromiso comenzó a disminuir y la iniciativa propuesta por el Apóstol perdió
fuerza. Es este el motivo que estimula a Pablo a escribir de manera apasionada
insistiendo en la colecta, «llévenla ahora a término, para que los hechos
respondan, según las posibilidades de cada uno, a la decisión de la voluntad»
(2 Co 8,11).
Pienso en
este momento en la disponibilidad que, en los últimos años, ha movido a enteras
poblaciones a abrir las puertas para acoger millones de refugiados de las
guerras en Oriente Medio, en África central y ahora en Ucrania. Las familias
han abierto de par en par sus casas para hacer espacio a otras familias, y las
comunidades han recibido con generosidad tantas mujeres y niños para ofrecerles
la debida dignidad. Sin embargo, mientras más dura el conflicto, más se agravan
sus consecuencias. A los pueblos que acogen les resulta cada vez más difícil
dar continuidad a la ayuda; las familias y las comunidades empiezan a sentir el
peso de una situación que va más allá de la emergencia. Este es el momento de
no ceder y de renovar la motivación inicial. Lo que hemos comenzado necesita
ser llevado a cumplimiento con la misma responsabilidad.
5. La
solidaridad, en efecto, es precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con
quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido
de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la
solidaridad. Por otra parte, es necesario considerar que hay países donde, en
las últimas décadas, se ha producido un importante aumento del bienestar para
muchas familias, que han alcanzado un estado de vida seguro. Este es un
resultado positivo debido a la iniciativa privada y a leyes que han apoyado el
crecimiento económico articulado con un incentivo concreto a las políticas
familiares y a la responsabilidad social. El patrimonio de seguridad y
estabilidad logrado pueda ahora ser compartido con aquellos que se han visto
obligados a abandonar su hogar y su país para salvarse y sobrevivir. Como
miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de
libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos
encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de
nuestro ser y nuestro actuar.
6. Es
interesante observar que el Apóstol no quiere obligar a los cristianos
forzándolos a una obra de caridad. De hecho, escribe: «Esta no es una orden» (2
Co 8,8); más bien, pretende “manifestar la sinceridad” de su amor en la
atención y solicitud por los pobres (cf. ibíd.). Como fundamento de la petición
de Pablo está ciertamente la necesidad de una ayuda concreta, pero su intención
va más allá. Él invita a realizar la colecta para que sea un signo del amor,
tal como lo ha testimoniado el mismo Jesús. En definitiva, la generosidad hacia
los pobres encuentra su motivación más fuerte en la elección del Hijo de Dios
que quiso hacerse pobre Él mismo.
El
Apóstol, en efecto, no teme afirmar que esta elección de Cristo, este “despojo”
suyo, es una «gracia», más aún, «la gracia de nuestro Señor Jesucristo» (2 Co
8,9), y sólo acogiéndola podemos dar expresión concreta y coherente a nuestra
fe. La enseñanza de todo el Nuevo Testamento tiene su unidad en torno a este
tema, que también se refleja en las palabras del apóstol Santiago: «Pongan en
práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen
a ustedes mismos. El que oye la Palabra y no la practica, se parece a un hombre
que se mira en el espejo, pero en seguida se va y se olvida de cómo es. En
cambio, el que considera atentamente la Ley perfecta, que nos hace libres, y se
aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor
de la Ley, será feliz al practicarla» (St 1,22-25).
7. Frente
a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se
practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie. A veces, en
cambio, puede prevalecer una forma de relajación, lo que conduce a
comportamientos incoherentes, como la indiferencia hacia los pobres. Sucede
también que algunos cristianos, por un excesivo apego al dinero, se empantanan
en el mal uso de los bienes y del patrimonio. Son situaciones que manifiestan
una fe débil y una esperanza endeble y miope.
Sabemos
que el problema no es el dinero en sí, porque este forma parte de la vida
cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. Más bien, lo que
debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para nosotros: no
puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal. Tal apego
impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo
ver las necesidades de los demás. Nada más dañino le puede acontecer a un
cristiano y a una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza,
que termina encadenando a una visión de la vida efímera y fracasada.
Por lo
tanto, no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres,
como suele suceder; es necesario, en cambio, hacer un esfuerzo para que a nadie
le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención
sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que
tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído. Por
eso, «nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus
opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una
excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e
incluso eclesiales. […] Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por
los pobres y por la justicia social» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 201). Es
urgente encontrar nuevos caminos que puedan ir más allá del marco de aquellas
políticas sociales «concebidas como una política hacia los pobres pero nunca
con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que
reunifique a los pueblos» (Carta enc. Fratelli tutti, 169). En cambio, es
necesario tender a asumir la actitud del Apóstol que podía escribir a los
corintios: «No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en
la abundancia, sino de que haya igualdad» (2 Co 8,13).
8. Hay
una paradoja que hoy como en el pasado es difícil de aceptar, porque contrasta
con la lógica humana: hay una pobreza que enriquece. Haciendo referencia a la
“gracia” de Jesucristo, Pablo quiere confirmar lo que Él mismo predicó, es
decir, que la verdadera riqueza no consiste en acumular «tesoros en la tierra,
donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las
paredes y los roban» (Mt 6,19), sino en el amor recíproco que nos hace llevar
las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido. La
experiencia de debilidad y limitación que hemos vivido en los últimos años, y
ahora la tragedia de una guerra con repercusiones globales, nos debe enseñar
algo decisivo: no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se
les permita tener una vida digna y feliz. El mensaje de Jesús nos muestra el
camino y nos hace descubrir que hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra
pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices.
La
pobreza que mata es la miseria, hija de la injusticia, la explotación, la
violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza
desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no ofrece
perspectivas ni salidas. Es la miseria que, mientras constriñe a la condición
de extrema pobreza, también afecta la dimensión espiritual que, aunque a menudo
sea descuidada, no por esto no existe o no cuenta. Cuando la única ley es la
del cálculo de las ganancias al final del día, entonces ya no hay freno para
pasar a la lógica de la explotación de las personas: los demás son sólo medios.
No existen más salarios justos, horas de trabajo justas, y se crean nuevas
formas de esclavitud, sufridas por personas que no tienen otra alternativa y
deben aceptar esta venenosa injusticia con tal de obtener lo mínimo para su
sustento.
La
pobreza que libera, en cambio, es la que se nos presenta como una elección
responsable para aligerar el lastre y centrarnos en lo esencial. De hecho, se
puede encontrar fácilmente esa sensación de insatisfacción que muchos
experimentan, porque sienten que les falta algo importante y van en su búsqueda
como errantes sin una meta. Deseosos de encontrar lo que pueda satisfacerlos, tienen
necesidad de orientarse hacia los pequeños, los débiles, los pobres para
comprender finalmente aquello de lo que verdaderamente tenían necesidad. El
encuentro con los pobres permite poner fin a tantas angustias y miedos
inconsistentes, para llegar a lo que realmente importa en la vida y que nadie
nos puede robar: el amor verdadero y gratuito. Los pobres, en realidad, antes
que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de
las ataduras de la inquietud y la superficialidad.
Un padre
y doctor de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, en cuyos escritos se encuentran
fuertes denuncias contra el comportamiento de los cristianos hacia los más
pobres, escribió: «Si no puedes creer que la pobreza te enriquece, piensa en tu
Señor y deja de dudar de esto. Si Él no hubiera sido pobre, tú no serías rico;
esto es extraordinario, que de la pobreza surgió abundante riqueza. Pablo
quiere decir aquí con “riquezas” el conocimiento de la piedad, la purificación
de los pecados, la justicia, la santificación y otras mil cosas buenas que nos
han sido dadas ahora y siempre. Todo esto lo tenemos gracias a la pobreza»
(Homilías sobre la II Carta a los Corintios, 17,1).
9. El
texto del Apóstol al que se refiere esta VI Jornada Mundial de los Pobres
presenta la gran paradoja de la vida de fe: la pobreza de Cristo nos hace
ricos. Si Pablo pudo dar esta enseñanza —y la Iglesia difundirlo y
testimoniarlo a lo largo de los siglos— es porque Dios, en su Hijo Jesús,
eligió y siguió este camino. Si Él se hizo pobre por nosotros, entonces nuestra
misma vida se ilumina y se transforma, y adquiere un valor que el mundo no
conoce ni puede dar. La riqueza de Jesús es su amor, que no se cierra a nadie y
va al encuentro de todos, especialmente de los que son marginados y privados de
lo necesario. Por amor se despojó a sí mismo y asumió la condición humana. Por
amor se hizo siervo obediente, hasta morir y morir en la cruz (cf. Flp 2,6-8).
Por amor se hizo «pan de Vida» (Jn 6,35), para que a nadie le falte lo
necesario y pueda encontrar el alimento que nutre para la vida eterna. También
en nuestros días parece difícil, como lo fue entonces para los discípulos del
Señor, aceptar esta enseñanza (cf. Jn 6,60); pero la palabra de Jesús es clara.
Si queremos que la vida venza a la muerte y la dignidad sea rescatada de la
injusticia, el camino es el suyo: es seguir la pobreza de Jesucristo,
compartiendo la vida por amor, partiendo el pan de la propia existencia con los
hermanos y hermanas, empezando por los más pequeños, los que carecen de lo
necesario, para que se cree la igualdad, se libere a los pobres de la miseria y
a los ricos de la vanidad, ambos sin esperanza.
10. El
pasado 15 de mayo canonicé al hermano Charles de Foucauld, un hombre que,
nacido rico, renunció a todo para seguir a Jesús y hacerse con Él pobre y
hermano de todos. Su vida eremítica, primero en Nazaret y luego en el desierto
del Sahara, hecha de silencio, oración y compartir, es un testimonio ejemplar
de la pobreza cristiana. Nos hará bien meditar en estas palabras suyas: «No
despreciemos a los pobres, a los pequeños, a los trabajadores; ellos no sólo
son nuestros hermanos en Dios, sino que son también aquellos que del modo más
perfecto imitan a Jesús en su vida exterior. Ellos nos representan
perfectamente a Jesús, el Obrero de Nazaret. Son los primogénitos entre los
elegidos, los primeros llamados a la cuna del Salvador. Fueron la compañía
habitual de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte […]. Honrémoslos,
honremos en ellos las imágenes de Jesús y de sus santos padres […]. Tomemos
para nosotros [la condición] que Él tomó para sí mismo […]. No dejemos nunca de
ser pobres en todo, hermanos de los pobres, compañeros de los pobres, seamos
los más pobres de los pobres como Jesús, y como Él amemos a los pobres y
rodeémonos de ellos» ( Comentario al Evangelio de Lucas, Meditación 263) [1].
Para el hermano Charles estas no fueron sólo palabras, sino un estilo de vida
concreto, que lo llevó a compartir con Jesús el don de la vida misma.
Que esta
VI Jornada Mundial de los Pobres se convierta en una oportunidad de gracia,
para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la
pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.
Roma, San
Juan de Letrán, 13 de junio de 2022, Memoria de san Antonio de Padua.
FRANCISCO
[1]
Meditación n. 263 sobre Lc 2,8-20: C. DE FOUCAULD, La Bonté de Dieu.
Méditations sur les saints Evangiles (1), Nouvelle Cité, Montrouge 1996,
214-216.
VI JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 13 de noviembre de 2022
“Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (cf. 2 Co 8,9)
1.
“Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (cf. 2 Co 8,9). Con estas palabras el
apóstol Pablo se dirige a los primeros cristianos de Corinto, para dar
fundamento a su compromiso solidario con los hermanos necesitados. La Jornada
Mundial de los Pobres se presenta también este año como una sana provocación
para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas
pobrezas del momento presente.
Algunos
meses atrás, el mundo estaba saliendo de la tempestad de la pandemia, mostrando
signos de recuperación económica que traerían alivio a millones de personas
empobrecidas por la pérdida del empleo. Se vislumbraba un poco de serenidad
que, sin olvidar el dolor por la pérdida de los seres queridos, prometía
finalmente poder regresar a las relaciones interpersonales directas, a
reencontrarnos sin limitaciones o restricciones. Y es entonces que ha aparecido
en el horizonte una nueva catástrofe, destinada a imponer al mundo un escenario
diferente.
La guerra
en Ucrania vino a agregarse a las guerras regionales que en estos años están
trayendo muerte y destrucción. Pero aquí el cuadro se presenta más complejo por
la directa intervención de una “superpotencia”, que pretende imponer su
voluntad contra el principio de autodeterminación de los pueblos. Se repiten
escenas de trágica memoria y una vez más el chantaje recíproco de algunos
poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz.
2.
¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se
constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles.
Deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para
desarraigarlos e imponerles otra identidad. Se vuelven actuales las palabras
del Salmista ante la destrucción de Jerusalén y el exilio de los jóvenes
hebreos: «Junto a los ríos de Babilonia / nos sentábamos a llorar, / acordándonos
de Sión. / En los sauces de las orillas / teníamos colgadas nuestras cítaras. /
Allí nuestros carceleros / nos pedían cantos, / y nuestros opresores, alegría.
/ [...] ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor / en tierra extranjera?» (Sal
137,1-4).
Son
millones las mujeres, los niños, los ancianos obligados a desafiar el peligro
de las bombas con tal de ponerse a salvo buscando amparo como refugiados en los
países vecinos. Los que permanecen en las zonas de conflicto, conviven cada día
con el miedo y la falta de alimentos, agua, atención médica y sobre todo de
cariño. En estas situaciones, la razón se oscurece y quienes sufren las
consecuencias son muchas personas comunes, que se suman al ya gran número de
indigentes. ¿Cómo dar una respuesta adecuada que lleve alivio y paz a tantas
personas, dejadas a merced de la incertidumbre y la precariedad?
3. En
este contexto tan contradictorio se enmarca la VI Jornada Mundial de los
Pobres, con la invitación —tomada del apóstol Pablo— a tener la mirada fija en
Jesús, el cual «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos
con su pobreza» (2 Co 8,9). En su visita a Jerusalén, Pablo se había encontrado
con Pedro, Santiago y Juan, quienes le habían pedido que no se olvidara de los
pobres. La comunidad de Jerusalén, en efecto, se encontraba en graves
dificultades por la carestía que azotaba al país, y el Apóstol se había
preocupado inmediatamente de organizar una gran colecta en favor de los pobres.
Los cristianos de Corinto se mostraron muy sensibles y disponibles. Por
indicación de Pablo, cada primer día de la semana recogían lo que habían
logrado ahorrar y todos eran muy generosos.
Como si
el tiempo no hubiera transcurrido desde aquel momento, también nosotros cada
domingo, durante la celebración de la Santa Eucaristía, realizamos el mismo
gesto, poniendo en común nuestras ofrendas para que la comunidad pueda proveer
a las exigencias de los más pobres. Es un signo que los cristianos siempre han
realizado con alegría y sentido de responsabilidad, para que a ninguna hermana
o hermano le falte lo necesario. Lo atestigua ya san Justino, que, en el
segundo siglo, explicando la celebración dominical de los cristianos al
emperador Antonio Pío, escribía así: «En el día llamado “del Sol” se reúnen
todos juntos, habitantes de la ciudad o del campo, y se leen las memorias de
los Apóstoles o los escritos de los profetas según el tiempo lo permita. […]
Luego se hace la fracción y distribución de los elementos consagrados a cada
uno y a través de los diáconos se envía a los ausentes. Los adinerados y los
que lo desean dan libremente, cada uno lo que quiere y lo que se recoge viene
depositado con el sacerdote. Este socorre a los huérfanos, a las viudas, y a
quien es indigente por enfermedad o por cualquier otra causa, a los
encarcelados, a los extranjeros que se encuentran entre nosotros: en resumen,
tiene cuidado de cualquiera que esté en necesidad» (Primera Apología, LXVII,
1-6).
4.
Regresando a la comunidad de Corinto, después del entusiasmo inicial, su
compromiso comenzó a disminuir y la iniciativa propuesta por el Apóstol perdió
fuerza. Es este el motivo que estimula a Pablo a escribir de manera apasionada
insistiendo en la colecta, «llévenla ahora a término, para que los hechos
respondan, según las posibilidades de cada uno, a la decisión de la voluntad»
(2 Co 8,11).
Pienso en
este momento en la disponibilidad que, en los últimos años, ha movido a enteras
poblaciones a abrir las puertas para acoger millones de refugiados de las
guerras en Oriente Medio, en África central y ahora en Ucrania. Las familias
han abierto de par en par sus casas para hacer espacio a otras familias, y las
comunidades han recibido con generosidad tantas mujeres y niños para ofrecerles
la debida dignidad. Sin embargo, mientras más dura el conflicto, más se agravan
sus consecuencias. A los pueblos que acogen les resulta cada vez más difícil
dar continuidad a la ayuda; las familias y las comunidades empiezan a sentir el
peso de una situación que va más allá de la emergencia. Este es el momento de
no ceder y de renovar la motivación inicial. Lo que hemos comenzado necesita
ser llevado a cumplimiento con la misma responsabilidad.
5. La
solidaridad, en efecto, es precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con
quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido
de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la
solidaridad. Por otra parte, es necesario considerar que hay países donde, en
las últimas décadas, se ha producido un importante aumento del bienestar para
muchas familias, que han alcanzado un estado de vida seguro. Este es un
resultado positivo debido a la iniciativa privada y a leyes que han apoyado el
crecimiento económico articulado con un incentivo concreto a las políticas
familiares y a la responsabilidad social. El patrimonio de seguridad y
estabilidad logrado pueda ahora ser compartido con aquellos que se han visto
obligados a abandonar su hogar y su país para salvarse y sobrevivir. Como
miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de
libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos
encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de
nuestro ser y nuestro actuar.
6. Es
interesante observar que el Apóstol no quiere obligar a los cristianos
forzándolos a una obra de caridad. De hecho, escribe: «Esta no es una orden» (2
Co 8,8); más bien, pretende “manifestar la sinceridad” de su amor en la
atención y solicitud por los pobres (cf. ibíd.). Como fundamento de la petición
de Pablo está ciertamente la necesidad de una ayuda concreta, pero su intención
va más allá. Él invita a realizar la colecta para que sea un signo del amor,
tal como lo ha testimoniado el mismo Jesús. En definitiva, la generosidad hacia
los pobres encuentra su motivación más fuerte en la elección del Hijo de Dios
que quiso hacerse pobre Él mismo.
El
Apóstol, en efecto, no teme afirmar que esta elección de Cristo, este “despojo”
suyo, es una «gracia», más aún, «la gracia de nuestro Señor Jesucristo» (2 Co
8,9), y sólo acogiéndola podemos dar expresión concreta y coherente a nuestra
fe. La enseñanza de todo el Nuevo Testamento tiene su unidad en torno a este
tema, que también se refleja en las palabras del apóstol Santiago: «Pongan en
práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen
a ustedes mismos. El que oye la Palabra y no la practica, se parece a un hombre
que se mira en el espejo, pero en seguida se va y se olvida de cómo es. En
cambio, el que considera atentamente la Ley perfecta, que nos hace libres, y se
aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor
de la Ley, será feliz al practicarla» (St 1,22-25).
7. Frente
a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se
practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie. A veces, en
cambio, puede prevalecer una forma de relajación, lo que conduce a
comportamientos incoherentes, como la indiferencia hacia los pobres. Sucede
también que algunos cristianos, por un excesivo apego al dinero, se empantanan
en el mal uso de los bienes y del patrimonio. Son situaciones que manifiestan
una fe débil y una esperanza endeble y miope.
Sabemos
que el problema no es el dinero en sí, porque este forma parte de la vida
cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. Más bien, lo que
debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para nosotros: no
puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal. Tal apego
impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo
ver las necesidades de los demás. Nada más dañino le puede acontecer a un
cristiano y a una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza,
que termina encadenando a una visión de la vida efímera y fracasada.
Por lo
tanto, no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres,
como suele suceder; es necesario, en cambio, hacer un esfuerzo para que a nadie
le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención
sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que
tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído. Por
eso, «nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus
opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una
excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e
incluso eclesiales. […] Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por
los pobres y por la justicia social» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 201). Es
urgente encontrar nuevos caminos que puedan ir más allá del marco de aquellas
políticas sociales «concebidas como una política hacia los pobres pero nunca
con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que
reunifique a los pueblos» (Carta enc. Fratelli tutti, 169). En cambio, es
necesario tender a asumir la actitud del Apóstol que podía escribir a los
corintios: «No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en
la abundancia, sino de que haya igualdad» (2 Co 8,13).
8. Hay
una paradoja que hoy como en el pasado es difícil de aceptar, porque contrasta
con la lógica humana: hay una pobreza que enriquece. Haciendo referencia a la
“gracia” de Jesucristo, Pablo quiere confirmar lo que Él mismo predicó, es
decir, que la verdadera riqueza no consiste en acumular «tesoros en la tierra,
donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las
paredes y los roban» (Mt 6,19), sino en el amor recíproco que nos hace llevar
las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido. La
experiencia de debilidad y limitación que hemos vivido en los últimos años, y
ahora la tragedia de una guerra con repercusiones globales, nos debe enseñar
algo decisivo: no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se
les permita tener una vida digna y feliz. El mensaje de Jesús nos muestra el
camino y nos hace descubrir que hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra
pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices.
La
pobreza que mata es la miseria, hija de la injusticia, la explotación, la
violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza
desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no ofrece
perspectivas ni salidas. Es la miseria que, mientras constriñe a la condición
de extrema pobreza, también afecta la dimensión espiritual que, aunque a menudo
sea descuidada, no por esto no existe o no cuenta. Cuando la única ley es la
del cálculo de las ganancias al final del día, entonces ya no hay freno para
pasar a la lógica de la explotación de las personas: los demás son sólo medios.
No existen más salarios justos, horas de trabajo justas, y se crean nuevas
formas de esclavitud, sufridas por personas que no tienen otra alternativa y
deben aceptar esta venenosa injusticia con tal de obtener lo mínimo para su
sustento.
La
pobreza que libera, en cambio, es la que se nos presenta como una elección
responsable para aligerar el lastre y centrarnos en lo esencial. De hecho, se
puede encontrar fácilmente esa sensación de insatisfacción que muchos
experimentan, porque sienten que les falta algo importante y van en su búsqueda
como errantes sin una meta. Deseosos de encontrar lo que pueda satisfacerlos, tienen
necesidad de orientarse hacia los pequeños, los débiles, los pobres para
comprender finalmente aquello de lo que verdaderamente tenían necesidad. El
encuentro con los pobres permite poner fin a tantas angustias y miedos
inconsistentes, para llegar a lo que realmente importa en la vida y que nadie
nos puede robar: el amor verdadero y gratuito. Los pobres, en realidad, antes
que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de
las ataduras de la inquietud y la superficialidad.
Un padre
y doctor de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, en cuyos escritos se encuentran
fuertes denuncias contra el comportamiento de los cristianos hacia los más
pobres, escribió: «Si no puedes creer que la pobreza te enriquece, piensa en tu
Señor y deja de dudar de esto. Si Él no hubiera sido pobre, tú no serías rico;
esto es extraordinario, que de la pobreza surgió abundante riqueza. Pablo
quiere decir aquí con “riquezas” el conocimiento de la piedad, la purificación
de los pecados, la justicia, la santificación y otras mil cosas buenas que nos
han sido dadas ahora y siempre. Todo esto lo tenemos gracias a la pobreza»
(Homilías sobre la II Carta a los Corintios, 17,1).
9. El
texto del Apóstol al que se refiere esta VI Jornada Mundial de los Pobres
presenta la gran paradoja de la vida de fe: la pobreza de Cristo nos hace
ricos. Si Pablo pudo dar esta enseñanza —y la Iglesia difundirlo y
testimoniarlo a lo largo de los siglos— es porque Dios, en su Hijo Jesús,
eligió y siguió este camino. Si Él se hizo pobre por nosotros, entonces nuestra
misma vida se ilumina y se transforma, y adquiere un valor que el mundo no
conoce ni puede dar. La riqueza de Jesús es su amor, que no se cierra a nadie y
va al encuentro de todos, especialmente de los que son marginados y privados de
lo necesario. Por amor se despojó a sí mismo y asumió la condición humana. Por
amor se hizo siervo obediente, hasta morir y morir en la cruz (cf. Flp 2,6-8).
Por amor se hizo «pan de Vida» (Jn 6,35), para que a nadie le falte lo
necesario y pueda encontrar el alimento que nutre para la vida eterna. También
en nuestros días parece difícil, como lo fue entonces para los discípulos del
Señor, aceptar esta enseñanza (cf. Jn 6,60); pero la palabra de Jesús es clara.
Si queremos que la vida venza a la muerte y la dignidad sea rescatada de la
injusticia, el camino es el suyo: es seguir la pobreza de Jesucristo,
compartiendo la vida por amor, partiendo el pan de la propia existencia con los
hermanos y hermanas, empezando por los más pequeños, los que carecen de lo
necesario, para que se cree la igualdad, se libere a los pobres de la miseria y
a los ricos de la vanidad, ambos sin esperanza.
10. El
pasado 15 de mayo canonicé al hermano Charles de Foucauld, un hombre que,
nacido rico, renunció a todo para seguir a Jesús y hacerse con Él pobre y
hermano de todos. Su vida eremítica, primero en Nazaret y luego en el desierto
del Sahara, hecha de silencio, oración y compartir, es un testimonio ejemplar
de la pobreza cristiana. Nos hará bien meditar en estas palabras suyas: «No
despreciemos a los pobres, a los pequeños, a los trabajadores; ellos no sólo
son nuestros hermanos en Dios, sino que son también aquellos que del modo más
perfecto imitan a Jesús en su vida exterior. Ellos nos representan
perfectamente a Jesús, el Obrero de Nazaret. Son los primogénitos entre los
elegidos, los primeros llamados a la cuna del Salvador. Fueron la compañía
habitual de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte […]. Honrémoslos,
honremos en ellos las imágenes de Jesús y de sus santos padres […]. Tomemos
para nosotros [la condición] que Él tomó para sí mismo […]. No dejemos nunca de
ser pobres en todo, hermanos de los pobres, compañeros de los pobres, seamos
los más pobres de los pobres como Jesús, y como Él amemos a los pobres y
rodeémonos de ellos» ( Comentario al Evangelio de Lucas, Meditación 263) [1].
Para el hermano Charles estas no fueron sólo palabras, sino un estilo de vida
concreto, que lo llevó a compartir con Jesús el don de la vida misma.
Que esta
VI Jornada Mundial de los Pobres se convierta en una oportunidad de gracia,
para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la
pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.
Roma, San
Juan de Letrán, 13 de junio de 2022, Memoria de san Antonio de Padua.
FRANCISCO
[1]
Meditación n. 263 sobre Lc 2,8-20: C. DE FOUCAULD, La Bonté de Dieu.
Méditations sur les saints Evangiles (1), Nouvelle Cité, Montrouge 1996,
214-216.
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Elogio: Memoria de san Josafat (Juan) Kuncewicz, obispo de Polotsk, en Rutenia, y mártir, que con ardor incesante impulsó a su pueblo hacia la unidad católica, cultivó con piadosa dedicación el rito bizantino-eslavo en Witebsk, que entonces estaba bajo la jurisdicción de Polonia, y, cruelmente perseguido por una chusma enemiga, murió por la unidad de la Iglesia y la defensa de la verdad católica.
Patronazgos: patrono de Ucrania y del movimiento ecuménico.
Oración
Aviva, Señor, en tu Iglesia, el Espíritu que impulsó a san Josafat, obispo y mártir, a dar la vida por su rebaño, y concédenos, por su intercesión, que ese mismo Espíritu nos de fuerza a nosotros para entregar la vida por nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Elogio: Memoria de san Josafat (Juan) Kuncewicz, obispo de Polotsk, en Rutenia, y mártir, que con ardor incesante impulsó a su pueblo hacia la unidad católica, cultivó con piadosa dedicación el rito bizantino-eslavo en Witebsk, que entonces estaba bajo la jurisdicción de Polonia, y, cruelmente perseguido por una chusma enemiga, murió por la unidad de la Iglesia y la defensa de la verdad católica.
Patronazgos: patrono de Ucrania y del movimiento ecuménico.
Oración
Aviva, Señor, en tu Iglesia, el Espíritu que impulsó a san Josafat, obispo y mártir, a dar la vida por su rebaño, y concédenos, por su intercesión, que ese mismo Espíritu nos de fuerza a nosotros para entregar la vida por nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Nilo, abad
En Ancira, de Galacia, san Nilo, abad, que, considerado discípulo de san Juan Crisóstomo, estuvo al frente de su monasterio durante largo tiempo y difundió en sus escritos la doctrina ascética.
San Macario de Mull, obispo
En la isla de Mull, en Escocia, san Macario, obispo, oriundo de Irlanda, a quien se considera discípulo de san Columba y fundador de esta Iglesia.
San Hesiquio de Vienne, obispo
En Vienne, en Burgundia, san Hesiquio, obispo, promovido desde la dignidad de senador a la episcopal. Sus hijos fueron san Apolinar, obispo de la Iglesia de Balance, y Avito, que le sucedió en la sede de Vienne.
San Millán de la Cogolla, monje y presbítero
En los montes de la región de la Cogolla, no lejos de Logroño, en España, san Millán o Emiliano, presbítero, que después de llevar vida eremítica y clerical abrazó la monástica, y se hizo famoso por su generosidad para con los pobres y el don de profecía.
San Cuniberto de Colonia, obispo
En Colonia, en Austrasia, san Cuniberto, obispo, que después de las invasiones de los bárbaros renovó en la ciudad y en todos los pueblos la vida de la Iglesia y la piedad de los fieles.
San Labuino, monje y presbítero
En Daventer, de Frisia, san Labuino, presbítero y monje, procedente de Inglaterra, que se dedicó a procurar la paz y salvación de Cristo a todos los habitantes de la región.
Santos Benito, Juan, Mateo, Isaac y Cristiano, mártires
En Kasimierz, junto al río Warta, en Polonia, santos Benito, Juan, Mateo e Isaac, mártires, que, enviados a propagar la fe en tierras de aquel país, fueron degollados una noche por los ladrones. Con ellos se conmemora también a Cristiano, su criado, ahorcado en los aledaños de la capilla.
Beato Juan Cini, religioso
En Pisa, de la Toscana, beato Juan Cini, llamado «de la Paz», que pasó del servicio militar al servicio de Dios en la Tercera Orden Regular de San Francisco.
San Diego de Alcalá, religioso
En Alcalá de Henares, en España, san Diego, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, que se distinguió tanto en las islas Canarias como en la iglesia de Santa María de Araceli, en Roma, por su humildad y caridad en el cuidado de los enfermos.
San Margarito Flores García, presbítero y mártir
En la ciudad de Tulimán, en México, san Margarito Flores García, presbítero y mártir, que, en la gran persecución contra la Iglesia, debido a su condición de sacerdote obtuvo la gloria del martirio al ser encarcelado y fusilado.
Beato José Medes Ferris, mártir
En la villa Alcudia de Carlet, en la región de Valencia, de España, beato José Medes Ferris, mártir, que durante la persecución contra la fe, por su valiente fidelidad, el Señor le concedió el premio eterno.
LITURGIA DE HOY
(Hasta la Hora Nona:)
Misa de la memoria (rojo).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- 3 Jn 5-8. Debemos sostener a los hermanos, para hacernos
colaboradores de la verdad.
- Sal 111. R. Dichoso quien teme al Señor.
- Lc 18, 1-8. Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante
él.
o bien: cf. vol. IV.
Liturgia
de las Horas: oficio de la
memoria.
Martirologio: elogs. del 13 de noviembre, pág. 663.
CALENDARIOS: Familia de
Misioneras del Divino Maestro y Cooperadores Seglares del Divino Maestro: Jesucristo, Divino Maestro (S).
Hijas del Patrocinio de María: Virgen del Patrocinio (S).
Hijas de Santa María de la Providencia: María, Madre de la Divina
Providencia (S).
Misioneros Oblatos de María Inmaculada: Dedicación de la propia
iglesia (S).
Calahorra y La Calzada-Logroño: San Millán, presbítero (MO).
Asidonia-Jerez: El Patrocinio de Nuestra Señora (ML).
Santander: San Millán de la Cogolla, presbítero (ML), o san
Josafat, obispo y mártir (ML).
Benedictinos, O. Cist. y OCSO: San Teodoro Estudita, abad (ML).
Combonianos: Conmemoración de los hermanos, familiares y
bienhechores difuntos.
12 de noviembre
San Josafat, obispo y
mártir
Memoria
Antífona de entrada
Por la alianza
del Señor y La ley de nuestros padres, los santos de Dios perseveraron en el amor
fraterno: mantuvieron un mismo espíritu y una misma fe.
Monición de entrada
Se celebra hoy la memoria de san Josafat, nacido
en Ucrania hacia el año 1580, obispo de la Iglesia grecocatólica. Selló con su
sangre la firme resolución de trabajar por la unidad de las Iglesias de Oriente
Occidente porque esta pretensión concitó el odio de muchos que se у oponían a
la reconciliación. Fue cruelmente perseguido y martirizado en el año 1623.
Oración colecta
Señor, aviva en tu Iglesia el Espíritu que impulsó a san Josafat a dar la
vida por su rebaño, y concédenos, por su intercesión, que el mismo Espíritu nos
dé fuerza para que no vacilemos en entregar nuestra vida por los hermanos. Por
nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
Audioy comentario del Evangelio de hoy
Lectura de la
tercera carta del apóstol san Juan (3 Jn 5-8)
QUERIDO GAYO:
Te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que
para ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad ante la Iglesia.
Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en
camino para trabajar por el Nombre, sin aceptar nada de los paganos. Por eso
debemos sostener nosotros a hombres como estos, para hacernos colaboradores de
la verdad.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 111, 1b-2. 3-4. 5-6 [R.: 1b])
R. Dichoso quien teme al Señor.
O bien: Aleluya.
V. Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.
R. Dichoso quien teme al Señor.
V. En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad dura por siempre.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
R. Dichoso quien teme al Señor.
V. Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
porque jamás vacilará.
El recuerdo del justo será perpetuo.
R. Dichoso quien teme al Señor.
╬ Lectura del santo Evangelio según san
Lucas (Lc 18, 1-8)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que
es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a
importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les
hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco, Homilía
16-octubre-2016
Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus
elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18, 7). Este es el misterio de la
oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las
manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a
través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es
evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que
también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos
enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida» (Santa Teresa de Jesús).
«La creación se hizo para ser espacio de oración. La creación está ahí para que adoremos a Dios. Decía san Benito en su regla: ‘Que nada se prefiera al servicio de Dios’» (Benedicto XVI).
«Cuando se empieza a orar se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.732).
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida» (Santa Teresa de Jesús).
«La creación se hizo para ser espacio de oración. La creación está ahí para que adoremos a Dios. Decía san Benito en su regla: ‘Que nada se prefiera al servicio de Dios’» (Benedicto XVI).
«Cuando se empieza a orar se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.732).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Mal 3, 19-20a. A vosotros os iluminará un sol de justicia.
- Sal 97. R. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
- 2 Tes 3, 7-12. Si alguno no quiere trabajar, que no coma.
- Lc 21, 5-19. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
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