20 de noviembre - DOMINGO DE LA XXXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Solemnidad Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo


 
  DOMINGO DE LA XXXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria
  Oficio Propio de la Soleminidad de Cristo Rey, del Salterio
  (Liturgia de las Horas, Tomo IV: Oficio de Lecturas Laudes - TerciaSexta     Nona Vísperas - Completas)
 


PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 20 DE NOVIEMBRE

-Eucaristía del Domingo de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario, en la Parroquia del Carmen (a las 11.00 h.).

-Eucaristía del Domingo de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario, en la Parroquia de Los Dolores (a las 12.30 h.).

¡¡Hoy no retransmitiremos la Santa Misa.
Volveremos a retransmitir el martes, 22 de noviembre!!



NOTICIAS DE ACTUALIDAD

    Portada

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  ¿Quién es el Espíritu Santo? , por Duc in altum!




SANTORAL DE HOY

Elogio: En Inglaterra, san Edmundo, mártir, que, siendo rey de los anglos orientales, cayó prisionero en la batalla contra los invasores normandos y, por profesar la fe cristiana, fue coronado con el martirio.

Patronazgos: protector contra la peste.

   San Basilio de Antioquía, mártir

En Antioquía de Siria, san Basilio, mártir.

   San Crispín de Écija, obispo y mártir  

En la población de Écija, en la provincia hispánica de la Bética, san Crispín, obispo y mártir.

   San Dasio, mártir

En Silistra, de Mesia, san Dasio, mártir.

   Santos Octavio, Solutor y Adventor, mártires

En Turín, de la Liguria, santos Octavio, Solutor y Adventor, mártires.

   San Teonesto, mártir  

En Vercelli, también en la Liguria, san Teonesto, mártir, en cuyo honor edificó san Eusebio una basílica.

   San Doro de Benevento, obispo

En Benevento, de la Campania, san Doro, obispo.

   San Silvestre de Châlon-sur-Saône, obispo

En Châlon-sur-Saône, en Burgundia, san Silvestre, obispo, que a los cuarenta años de su sacerdocio, lleno de Dios y virtudes, voló al Señor.

   San Hipólito de Condat, abad y obispo

En los montes del Jura, en la región de la Galia lugdunense, san Hipólito, abad y obispo.

   San Gregorio Decapolita, monje  

En Constantinopla, san Gregorio Decapolita, monje, que primeramente abrazó la vida monástica y después la de anacoreta. Más tarde, peregrinando, permaneció bastante tiempo en Tesalónica, y finalmente se afincó en Constantinopla, donde, luchando fuertemente en defensa de las imágenes sagradas, entregó su alma al Señor.

   San Bernwardo de Hildesheim, obispo  

En Hildesheim, de Sajonia, en Germania, san Bernwardo, obispo, que defendió a sus fieles de las incursiones, restauró la disciplina del clero en numerosos sínodos y fomentó la vida monástica.

   San Cipriano de Calamizzi, abad

En Calabria, san Cipriano, abad de Calamizzi, que conservó con ejemplar fidelidad las tradiciones de Oriente y que, severo consigo mismo, era sin embargo generoso para con los pobres y buen consejero para todo el mundo.

   San Francisco Javier Can, catequista mártir  

En Hanoi, en Tonkin, san Francisco Javier Can, mártir, que, siendo catequista, a causa de su fe fue estrangulado y decapitado en tiempo del emperador Minh Mang.

   Beata María Fortunata Viti, monja  

En Veroli, cerca de Frosinone, en el Lacio, de Italia, beata María Fortunata (Ana Felicia) Viti, de la Orden de San Benito, que casi toda su vida estuvo al cuidado del ropero, intentando solamente ajustarse de todo corazón al cumplimiento de la Regla.

   Beatas Ángela de San José Lloret Martí y catorce compañeras, vírgenes y mártires

Cerca de Valencia, en España, beata Angela de San José (Francisca) Lloret Martí y catorce compañeras, vírgenes y mártires. Una era superiora general, y las demás, religiosas de la Congregación de Hermanas de la Doctrina Cristiana. Todas ellas padecieron a causa de la fe en Cristo durante la persecución contra la Iglesia, en la devastadora guerra civil. Sus nombres son: beata María del Sufragio (Antonia María) Orts Baldó, María de los Dolores (María de Montserrat) Llimona Planas, Teresa de San José (Ascensión) Duart y Roig, Isabel Ferrer Sabriá, María de la Asunción (Josefa) Mongoche Homs, María de la Concepción (Emilia) Martí Lacal, María Gracia (Paula) de San Antonio, Corazón de Jesús (María de la Purificación) Gómez Vives, María del Socorro (Teresa) Jiménez Baldoví, María de los Dolores (Gertrudis) Suris Brusola, Ignacia del Santísimo Sacramento (Josefa) Pascual Pallardó, María del Rosario (Catalina) Calpe Ibáñez, María de la Paz (María Isabel) López García y Marcela de Santo Tomás (Áurea) Navarro.

   Beata María de los Milagros Ortells Gimeno, virgen y mártir  

En el Picadero de Paterna, también en la región de Valencia, en España, beata María de los Milagros Ortells Gimeno, virgen de la Orden de las Clarisas Capuchinas y mártir en testimonio de Cristo durante la citada persecución.


LITURGIA DE HOY

Misa de la solemnidad (blanco). 

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. prop. No se puede decir la PE IV. 

LECC.: vol. I (C). 

- 2 Sam 5, 1-3. Ellos ungieron a David como rey de Israel. 

- Sal 121. R. Vamos alegres a la casa del Señor. 

- Col 1, 12-20. Nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor. 

- Lc 23, 35-43. Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. 


En la fiesta de hoy contemplamos el misterio del reino de Dios, que alcanzará su plenitud al fin de los tiempos (cf. 1.ª orac.). La unción de David como rey de Israel (1 lect.) ya anunciaba a Cristo glorioso y resucitado como Rey del universo, ungido por el Espíritu Santo con el óleo de la alegría (cf. Pf.). Para alcanzar esa plenitud del reino de Dios que esperamos, tenemos que vivir con el Señor el misterio de la cruz, donde Él reina coronado de espinas. En la cruz Cristo consumó el misterio de la redención humana y sometió a su poder la creación entera (cf. Pf.). Y, como el buen ladrón (Ev.), tenemos que pedir todos los días: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». La eucaristía es siempre la prenda del reino futuro que esperamos alcanzar, obedeciendo los mandatos de Cristo, Rey del universo (cf. orac. después de la comunión).


* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial. 


Liturgia de las Horas: oficio de la solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II. 

Martirologio: elogs. del 21 de noviembre, pág. 680.


Último domingo del tiempo ordinario
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Solemnidad

Antífona de entrada Ap 5, 12; 1, 6

Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Monición de entrada

Celebramos hoy la solemnidad de Cristo Rey. Con este domingo concluimos el ciclo del año cristiano. Cristo es el centro de la historia; hacia él nos encaminamos. El es también al que recordamos y celebramos siempre. En su nombre nos reunimos. El nos convoca, nos habla y nos sienta a su mesa. Y quiere también hacerse presente en nuestra vida. A él la gloria por los siglos.

 

Acto penitencial

- Tú, que eres la salvación de Dios para todos los hombres: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú, que eres el hombre modelo de la humanidad futura: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que atraes hacia ti los corazones de todos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.


Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno,
que quisiste recapitular todas las cosas
en tu Hijo muy amado, Rey del Universo,
haz que la creación entera, liberada de la esclavitud,
sirva a tu majestad y te glorifique sin fin.
Él, que vive y reina contigo.


 LECTURAS DE LA MISA


PRIMERA LECTURA 
Ellos ungieron a David como rey de Israel

Lectura del segundo libro de Samuel (2 Sam 5, 1-3)

EN AQUELLOS DÍAS, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron:
«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: “Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 121, 1bc-2. 4-5 [R.: 1bc])
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
V. Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
V. Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
 
SEGUNDA LECTURA 
Nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (Col 1, 12-20)

HERMANOS:
Demos gracias a Dios Padre, 
que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado
al reino del Hijo de su amor,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. 
Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
 
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
 
Aleluya Mc 11, 9-10

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! R.
 
EVANGELIO 
Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino

╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 23, 35-43)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».


Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


Papa Francisco
Homilía. Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, Nagasaki 24 de noviembre de 2019

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42).
En este último domingo del año litúrgico unimos nuestras voces a la del malhechor que, crucificado junto con Jesús, lo reconoció y lo proclamó rey. Allí, en el momento menos triunfal y glorioso, bajo los gritos de burlas y humillación, el bandido fue capaz de alzar la voz y realizar su profesión de fe. Son las últimas palabras que Jesús escucha y, a su vez, son las últimas palabras que Él dirige antes de entregarse al Padre: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). El pasado tortuoso del ladrón parece, por un instante, cobrar un nuevo sentido: acompañar de cerca el suplicio del Señor; y este instante no hace más que corroborar la vida del Señor: ofrecer siempre y en todas partes la salvación. El calvario, lugar de desconcierto e injusticia, donde la impotencia y la incomprensión se encuentran acompañadas por el murmullo y cuchicheo indiferente y justificador de los burlones de turno ante la muerte del inocente, se transforma, gracias a la actitud del buen ladrón, en una palabra de esperanza para toda la humanidad. Las burlas y los gritos de sálvate a ti mismo frente al inocente sufriente no serán la última palabra; es más, despertarán la voz de aquellos que se dejen tocar el corazón y se decidan por la compasión como auténtica forma para construir la historia.
Hoy aquí queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso; conocemos bien la historia de nuestras fallas, pecados y limitaciones, al igual que el buen ladrón, pero no queremos que eso sea lo que determine o defina nuestro presente y futuro. Sabemos que no son pocas las veces que podemos caer en la atmósfera comodona del grito fácil e indiferente del "sálvate a ti mismo", y perder la memoria de lo que significa cargar con el sufrimiento de tantos inocentes. Estas tierras experimentaron, como pocas, la capacidad destructora a la que puede llegar el ser humano. Por eso, como el buen ladrón, queremos vivir ese instante donde poder levantar nuestras voces y profesar nuestra fe en la defensa y en el servicio del Señor, el Inocente sufriente. Queremos acompañar su suplicio, sostener su soledad y abandono, y escuchar, una vez más, que la salvación es la palabra que el Padre nos quiere ofrecer a todos: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Salvación y certeza que testimoniaron valientemente con su vida san Pablo Miki y sus compañeros, así como los miles de mártires que jalonan vuestro patrimonio espiritual. Queremos caminar sobre sus huellas, queremos andar sobre sus pasos para profesar con valentía que el amor dado, entregado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer sobre todo tipo de odio, egoísmo, burla o evasión; es capaz de vencer sobre todo pesimismo inoperante o bienestar narcotizante, que termina por paralizar cualquier buena acción y elección. Nos lo recordaba el Concilio Vaticano II: lejos están de la verdad quienes sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, piensan que por ello podemos descuidar nuestros deberes terrenos, no advirtiendo que, precisamente, por esa misma fe profesada estamos obligados a realizarlos de una manera tal que den cuenta y transparenten la nobleza de la vocación con la que hemos sido llamados (cf. Const. past. Gaudium et spes, 43).
Nuestra fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia la plenitud de vida. Él está vivo y nos quiere vivos. Cristo es nuestra esperanza (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 1). Lo imploramos cada día: venga a nosotros tu Reino, Señor. Y al hacerlo queremos también que nuestra vida y nuestras acciones se vuelvan una alabanza. Si nuestra misión como discípulos misioneros es la de ser testigos y heraldos de lo que vendrá, no podemos resignarnos ante el mal y los males, sino que nos impulsa a ser levadura de su Reino dondequiera que estemos: familia, trabajo, sociedad; nos impulsa a ser una pequeña abertura en la que el Espíritu siga soplando esperanza entre los pueblos. El Reino de los cielos es nuestra meta común, una meta que no puede ser sólo para el mañana, sino que la imploramos y la comenzamos a vivir hoy, al lado de la indiferencia que rodea y que silencia tantas veces a nuestros enfermos y discapacitados, a los ancianos y abandonados, a los refugiados y trabajadores extranjeros: todos ellos sacramento vivo de Cristo, nuestro Rey (cf. Mt 25, 31-46); porque «si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse» (S. Juan Pablo II, Carta ap. Novo Millennio Ineunte, 49).
Aquel día, en el Calvario, muchas voces callaban, tantas otras se burlaban, tan sólo la del ladrón fue capaz de alzarse y defender al inocente sufriente; toda una valiente profesión de fe. En cada uno de nosotros está la decisión de callar, burlar o profetizar. Queridos hermanos: Nagasaki lleva en su alma una herida difícil de curar, signo del sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas atropelladas por las guerras de ayer pero que siguen sufriendo hoy en esta tercera guerra mundial a pedazos. Alcemos nuestras voces aquí en una plegaria común por todos aquellos que hoy están sufriendo en su carne este pecado que clama al cielo, y para que cada vez sean más los que, como el buen ladrón, sean capaces de no callar ni burlarse, sino con su voz profetizar un reino de verdad y justicia, de santidad y gracia, de amor y de paz [Cf. Misal Romano, Prefacio de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo].

* * * * *

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentran su culminación en el perdón.
Jesús perdona: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). No sólo son palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al «buen ladrón», que estaba junto a Él. San Lucas escribe sobre dos delincuentes crucificados con Jesús, los cuales se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero le insulta, como le insultaba toda la gente, ahí, como hacen los jefes del pueblo, pero este pobre hombre, llevado por la desesperación dice: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti mismo y a nosotros!» (Lc 23, 39). Este grito atestigua la angustia del hombre ante el misterio de la muerte y la trágica conciencia de que sólo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar en la cruz sin hacer nada para salvarse. Y no entendían esto. No entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y en cambio, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Todos nosotros sabemos que no es fácil «permanecer en la cruz», en nuestras pequeñas cruces de cada día. Él en esta gran cruz, con este gran sufrimiento, ha permanecido así y les ha salvado; nos ha mostrado su omnipotencia y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y surge para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él testimonia que la salvación de Dios puede llegar a cualquier hombre en cualquier condición, incluso en la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos, nadie excluido. Es un regalo para todos. Por eso el Jubileo es tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, para los que están sanos y los que sufren. Acordaos de la parábola que narra cuando Jesús en la fiesta de la boda del hijo de un poderoso de la tierra: cuando los invitados no quisieron ir dice a sus siervos: «Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda» (Mt 22, 9). Estamos llamados todos: buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos o para aquellos que parecen buenos o se creen buenos; la Iglesia es para todos, y además preferiblemente para los malos, porque la Iglesia es misericordia. Y este tiempo de gracia y de misericordia nos hace recordar que ¡nada nos puede separar del amor de Cristo! (cf. Rm 8, 39). A quien está postrado en una cama de hospital, a quien vive encerrado en una prisión, a los que están atrapados por las guerras, yo digo: mirad el Crucifijo; Dios está con vosotros, permanece con vosotros en la cruz y a todos se ofrece como Salvador, a todos nosotros. A vosotros que sufrís tanto digo, Jesús ha sido crucificado por vosotros, por nosotros, por todos. Dejad que la fuerza del Evangelio entre en vuestros corazones y os consuele, os dé esperanza y la íntima certeza de que nadie está excluido de su perdón. Pero vosotros podéis preguntarme: «Pero Padre dígame ¿El que ha hecho las cosas más malas durante la vida, tiene la posibilidad de ser perdonado?» – «¡Sí! Sí: ninguno está excluido del perdón de Dios. Solamente tiene que acercarse arrepentido a Jesús y con ganas de ser abrazado por Él».
Este era el primer delincuente. El otro es el llamado «buen ladrón». Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Primero, él se dirige a su compañero: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?» (Lc 23, 40). Así pone de relieve el punto de partida del arrepentimiento: el temor a Dios. Pero no el miedo a Dios, no: el temor filial de Dios. No es el miedo, sino ese respeto que se debe a Dios porque Él es Dios. Es un respeto filial porque Él es Padre. El buen ladrón recuerda la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la conciencia de su omnipotencia y de su infinita bondad. Este es el respeto confiado que ayuda a dejar espacio a Dios y a encomendarse a su misericordia, incluso en la oscuridad más densa.
Después, declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente su propia culpa: «Y nosotros con razón porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho» (Lc 23, 41). Jesús está ahí en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él les ofrece la salvación. Lo cual es un escándalo para los jefes y para el primer ladrón, para los que estaban ahí y se burlaban de Jesús, sin embargo esto es el fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la Gracia; ha ocurrido lo impensable: Dios me ha amado hasta tal punto que ha muerto en la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es verdad, era ladrón, era un ladrón, había robado toda su vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, mirando a Jesús tan bueno y misericordioso logró robarse el cielo: ¡éste es un buen ladrón!
El buen ladrón se dirige directamente a Jesús, pidiendo su ayuda: «Jesús acuérdate de mí cuando vengas con tu reino» (Lc 23, 42). Le llama por nombre, «Jesús», con confianza, y así confiesa lo que este nombre indica: «el Señor salva», esto significa el nombre de «Jesús». Ese hombre pide a Jesús que se acuerde de él. ¡Cuánta ternura en esta expresión, cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, de que Dios le esté siempre cerca. De esta manera un condenado a muerte se convierte en modelo del cristiano que confía en Jesús.
Un condenado a muerte es un modelo para nosotros, un modelo para un hombre, para un cristiano que confía en Jesús; y también un modelo de la Iglesia que en la liturgia tantas veces invoca al Señor diciendo: «Acuérdate? Acuérdate? Acuérdate de tu amor?».
Mientras el buen ladrón habla del futuro: «cuando vengas con tu reino», la respuesta de Jesús no se hace esperar; habla en presente: dice «hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo llega a su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: es decir, salvar a los pecadores. Al inicio de su ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado: «la liberación a los cautivos» (Lc 4, 18); en Jericó, en la casa del público pecador Zaqueo, había declarado que «el hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 9). En la cruz, el último acto confirma la realización de este diseño salvífico. Desde el principio hasta el final Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es verdaderamente el rostro de la misericordia del Padre. Y el buen ladrón le ha llamado por su nombre: «Jesús». Es una invocación breve, y todos nosotros podemos hacerla durante el día muchas veces: «Jesús». «Jesús», simplemente. Hacedla durante todo el día.


Homilía. Clausura del año de la fe, Domingo 24 de noviembre de 2013

La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.
Dirijo también un saludo cordial y fraterno a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio.
Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.
Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro, Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.
1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio: Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas (cf. Col 1, 12-20). Señor de la creación, Señor de la reconciliación.
Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo, nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.
2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí, en el centro. Ahora está aquí en la Palabra, y estará aquí en el altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5, 1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo.
Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el "hermano" alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único pueblo unido a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en él como centro, encontramos la identidad como pueblo.
3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.
Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio -"Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz"- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, al final se agarra a Jesús crucificado implorando: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino" (Lc 23, 42). Y Jesús le promete: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de atender una petición como esa. Hoy todos podemos pensar en nuestra historia, nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes. En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: "Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en tu Reino." ¡Qué bien! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, muchas veces. "Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estas en tu Reino."
La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino.
Jesús es el centro de nuestros deseos de gozo y salvación. Vayamos todos juntos por este camino.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Cristo Rey, 21 de noviembre de 2010

Queridos hermanos y hermanas:
Acaba de concluir en la basílica vaticana la liturgia de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo, concelebrada también por los 24 nuevos cardenales, creados en el consistorio de ayer. La solemnidad de Cristo Rey fue instituida por el Papa Pío XI en 1925 y más tarde, después del concilio Vaticano II, se colocó al final del año litúrgico. El Evangelio de san Lucas presenta, como en un gran cuadro, la realeza de Jesús en el momento de la crucifixión. Los jefes del pueblo y los soldados se burlan del "primogénito de toda la creación" (Col 1, 15) y lo ponen a prueba para ver si tiene poder para salvarse de la muerte (cf. Lc 23, 35-37). Sin embargo, precisamente "en la cruz, Jesús se encuentra a la "altura" de Dios, que es Amor. Allí se le puede "reconocer". (...) Jesús nos da la "vida" porque nos da a Dios. Puede dárnoslo porque él es uno con Dios" (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, pp. 403-404.409). De hecho, mientras que el Señor parece pasar desapercibido entre dos malhechores, uno de ellos, consciente de sus pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora "al rey de los judíos": "Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino" (Lc 23, 42). De quien "existe antes de todas las cosas y en él todas subsisten" (Col 1, 17) el llamado "buen ladrón" recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos. "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43). Con estas palabras Jesús, desde el trono de la cruz, acoge a todos los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio comenta que "es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy pronto al ladrón se le concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición; de hecho, el Señor –dice san Ambrosio– siempre concede más de lo que se le pide (...) La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino" (Expositio Evangelii secundum Lucam X, 121: ccl 14, 379).
Queridos amigos, el camino del amor, que el Señor nos revela y nos invita a recorrer, se puede contemplar también en el arte cristiano. De hecho, antiguamente, "en la configuración de los edificios sagrados (...) se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor que regresa como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental estaba el Juicio final, como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida" (Spe salvi, 41): esperanza en el amor infinito de Dios y compromiso de ordenar nuestra vida según el amor de Dios. Cuando contemplamos las representaciones de Jesús inspiradas en el Nuevo Testamento, como enseña un antiguo Concilio, se nos lleva a "comprender (...) la sublimidad de la humillación del Verbo de Dios y (...) a recordar su vida en la carne, su pasión y muerte salvífica, y la redención que de allí se deriva para el mundo" (Concilio de Trullo [año 691 o 692], canon 82). "Sí, las necesitamos para poder reconocer en el corazón traspasado del Crucificado el misterio de Dios" (Joseph Ratzinger, Teologia della liturgia. La fondazione sacramentale dell'esistenza cristiana, LEV, 2010, 69).
En la celebración de su Presentación en el templo encomendamos a la Virgen María a los nuevos purpurados del Colegio cardenalicio y nuestra peregrinación terrena hacia la eternidad.

 

Monición al Credo

Se dice Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.

Confesamos la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la unidad de la santa Iglesia.

 

Oración de los fieles

Dirijamos al Padre las súplicas que hace suyas Jesucristo, Rey del universo.

- Por la Iglesia, para que sea testigo del reino de Cristo en el mundo. Roguemos al Señor.

- Por los que ejercen autoridad en las naciones, para que se hagan servidores del bien de los demás. Roguemos al Señor.

- Por los que se sienten despreciados y oprimidos, para que todos aprendamos a respetar su dignidad y la de toda persona humana. Roguemos al Señor.

- Por los que sufren injusticia, para que sepamos defender sus justos derechos. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, para que busquemos sinceramente la verdad, la justicia y la paz, y contribuyamos así a la extensión del reino de Jesucristo en el mundo. Roguemos al Señor.

Escucha benigno, Señor y Dios nuestro,
las oraciones de tu Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Oración sobre las ofrendas

Al ofrecerte, Señor, el sacrificio de la reconciliación humana,
pedimos humildemente que tu Hijo conceda a todos los pueblos 
los dones de la paz y de la unidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Prefacio: Cristo, Rey del Universo

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo
a tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo,
ungiéndolo con óleo de alegría,
para que, ofreciéndose a sí mismo,
como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz,
consumara el misterio de la redención humana
y, sometiendo a su poder la creación entera,
entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal:
el reino de la verdad y la vida,
el reino de la santidad y la gracia,
el reino de la justicia, el amor y la paz.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
tronos y dominaciones,
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
R. Santo, Santo, Santo...


Antífona de comunión Sal 28, 10-11

El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz.


Oración después de la comunión

Después de recibir el alimento de la inmortalidad, te pedimos, Señor,
que quienes nos gloriamos de obedecer
los mandatos de Cristo, Rey del universo,
podamos vivir eternamente con él en el reino del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Entre los hombres, a la confesión sigue el castigo; ante Dios, en cambio, a la confesión sigue la salvación» (San Juan Crisóstomo).

«La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino» (Francisco).

«(…) La parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23,43) (…) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16,26) que puede ser diferente para unos y para otros» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.021).


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