MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Jer 1, 4-5. 17-19. Te constituí profeta de las naciones.
- Sal 70. R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
- 1 Cor 12, 31 — 13, 13. Quedan la fe, la esperanza y el amor.
La más grande es el amor.
- Lc 4, 21-30. Jesús, como Elías y Eliseo, no solo es enviado a
los judíos.
La oración colecta de hoy es un modelo de lo que todos lo días hemos de pedir:
el amor a Dios y al prójimo. Porque si no tenemos en nosotros el don del amor
de Dios, nuestra lucha contra el pecado será más difícil, así como el
crecimiento en la virtud (cf. 2 lect.). El Ev. nos presenta la raíz del
carácter misionero de la Iglesia: Jesús, como Elías y Eliseo, no fue enviado
solo a los judíos. La 1 lect. hace referencia también a esa apertura de la predicación
profética hacia los gentiles, cuando Dios le dice a Jeremías: «Te nombré
profeta de los gentiles». Aunque llevar a todos el Evangelio nos pueda producir
incomprensiones y persecuciones, no hemos de tener miedo porque el Señor está
con nosotros para liberarnos.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 31 de
enero, pág. 138.
Antífona de entrada Sal 105, 17
Sálvanos, Señor. Dios nuestro, reúnenos
de entre los gentiles: daremos gracias a tu santo nombre, y alabarte será
nuestra gloria.
Monición de entrada
Nuestra celebración dominical nos recuerda que cada uno de nosotros hemos
sido elegidos por el Señor. Cada eucaristía renueva en nosotros esta vocación y
hace crecer en nosotros la fe, la esperanza y el amor, virtudes que son nuestro
sustento y que nos hacen fuertes en Cristo. Con alegría nos disponemos, como
comunidad, a participar de este sacramento de vida.
Acto
penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la
tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
- Tú
eres la Palabra de Dios; ayúdanos a superar nuestra incredulidad: Señor, ten
piedad.
R. Señor, ten piedad.
-Tu Palabra es la verdad; en ti confiamos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Queremos escuchar tu Palabra y guardarla en nuestro corazón:
Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede
celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
Se dice Gloria.
Oración colecta
Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma
amar a todos los
hombres con afecto espiritual.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy (I)
Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)
PRIMERA LECTURA
Te
constituí profeta de las naciones
Lectura del libro de Jeremías (Jer 1, 4-5. 17-19)
EN LOS DÍAS de Josías, el Señor me dirigió la palabra:
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno
materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones.
Tú cíñete los lomos:
prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo,
o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte,
en columna de hierro y muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte
—oráculo del Señor—».
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15ab y 17 [R.: cf.
15ab])
V. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre.
Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído y sálvame.
R. Mi
boca contará tu salvación, Señor.
V. Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
V. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías.
R. Mi
boca contará tu salvación, Señor.
V. Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación,
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.
R. Mi
boca contará tu salvación, Señor.
SEGUNDA LECTURA (forma larga)
Quedan
la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1 Cor
12, 31 — 13, 13)
HERMANOS:
Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más
excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no
sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber;
si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a
las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se
engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no
se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa
nunca.
Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el
conocimiento se acabará.
Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando
venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un
niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi
conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande
es el amor.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
SEGUNDA LECTURA
(forma breve)
Quedan
la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1 Cor
13, 4-13)
HERMANOS:
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se
engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no
se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa
nunca.
Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el
conocimiento se acabará.
Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando
venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un
niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi
conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande
es el amor.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Aleluya Lc 4, 18
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a
los cautivos la libertad. R.
EVANGELIO
Jesús,
como Elías y Eliseo, no solo es enviado a los judíos
╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 4, 21-30)
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia
que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también
aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo
aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando
estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo
el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de
Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en
tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino
Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo
echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el
que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se
abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Plaza de San
Pedro. Domingo, 3 de febrero de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El domingo pasado, la liturgia proponía el episodio de la sinagoga de Nazaret,
donde Jesús lee un pasaje del profeta Isaías y al final revelan que esas
palabras se cumplen “hoy” en él. Jesús se presenta como aquel en quien se posó
el Espíritu del Señor, el Espíritu Santo que lo consagró y lo envió a cumplir
la misión de salvación para la humanidad. El Evangelio de hoy (cf. Lc 4, 21-30)
es la continuación de esa historia y nos muestra el asombro de sus paisanos al
ver que uno de su pueblo, «el hijo de José» (v.22), pretende ser el Cristo, el
enviado del Padre.
Jesús, con su capacidad de penetrar en las mentes y los corazones, entiende
inmediatamente lo que piensan sus paisanos. Creen que, dado que él es uno de
ellos, deba demostrar esta extraña “pretensión” haciendo milagros allí, en
Nazaret, como había hecho en los pueblos vecinos (cf. v. 23). Pero Jesús no
quiere y no puede aceptar esta lógica, porque no corresponde al plan de Dios:
Dios quiere fe, ellos quieren milagros, señales; Dios quiere salvar a todos, y
ellos quieren un Mesías en su beneficio. Y para explicar la lógica de Dios,
Jesús pone el ejemplo de dos grandes profetas antiguos: Elías y Eliseo, a
quienes Dios envió para sanar y salvar a personas no judías, de otros pueblos,
pero que habían confiado en su palabra.
Ante esta invitación a abrir sus corazones a la gratuidad y universalidad de la
salvación, los ciudadanos de Nazaret se rebelan, e incluso adoptan una actitud
agresiva, que degenera hasta el punto de que «levantándose, le arrojaron fuera de
la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte [...], para
despeñarlo» (v. 29). La admiración del primer momento se había convertido en
una agresión, una rebelión contra él.
Y este Evangelio nos muestra que el ministerio público de Jesús comienza con un
rechazo y con una amenaza de muerte, paradójicamente por parte de sus paisanos.
Jesús, al vivir la misión que el Padre le confió, sabe que debe enfrentar la
fatiga, el rechazo, la persecución y la derrota. Un precio que, ayer como hoy,
la auténtica profecía está llamada a pagar. El duro rechazo, sin embargo, no
desanima a Jesús, ni detiene el camino ni la fecundidad de su acción profética.
El sigue adelante por su camino (cf. v. 30), confiando en el amor del Padre.
También hoy el mundo necesita ver en los discípulos del Señor, profetas, es
decir, personas valientes y perseverantes en responder a la vocación cristiana.
Gente que sigue el “empuje” del Espíritu Santo, que los envía a anunciar
esperanza y salvación a los pobres y excluidos; personas que siguen la lógica
de la fe y no de la milagrería; personas dedicadas al servicio de todos, sin
privilegios ni exclusiones. En resumen: las personas que están abiertas a
aceptar en sí mismas la voluntad del Padre y se comprometen a testimoniarla
fielmente a los demás.
Recemos a María Santísima, para que podamos crecer y caminar con el mismo celo
apostólico por el Reino de Dios que animó la misión de Jesús.
Papa
Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 3 de febrero de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de hoy –tomado del capítulo cuarto de san Lucas– es la
continuación del domingo pasado. Nos hallamos todavía en la sinagoga de
Nazaret, el lugar donde Jesús creció y donde todos le conocen, a Él y a su
familia. Después de un período de ausencia, ha regresado de un modo nuevo:
durante la liturgia del sábado lee una profecía de Isaías sobre el Mesías y
anuncia su cumplimiento, dando a entender que esa palabra se refiere a Él, que
Isaías hablaba de Él. Este hecho provoca el desconcierto de los nazarenos: por
un lado, "todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras
de gracia que salían de su boca" (Lc 4, 22); san Marcos refiere que muchos
decían: "¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido
dada?" (Mc 6, 2); pero por otro lado sus conciudadanos le conocen
demasiado bien: "Es uno como nosotros –dicen–. Su pretensión no podía ser
más que una presunción" (cf. La infancia de Jesús, 11). "¿No es éste
el hijo de José?" (Lc 4, 22), que es como decir: un carpintero de Nazaret,
¿qué aspiraciones puede tener?
Conociendo justamente esta cerrazón, que confirma el proverbio "ningún
profeta es bien recibido en su tierra", Jesús dirige a la gente, en la
sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros
realizados por los grandes profetas Elías y Eliseo en ayuda de no israelitas,
para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. En ese momento la
reacción es unánime: todos se levantan y le echan fuera, y hasta intentan
despeñarle; pero Él, con calma soberana, pasa entre la gente enfurecida y se
aleja. Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿cómo es que Jesús quiso
provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez
habría podido lograr cierto consenso... Pero esa es precisamente la cuestión:
Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino –como dirá al
final a Pilato– para "dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). El
verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la
verdad, dispuesto a pagarlo en persona. Es verdad que Jesús es el profeta del
amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la
misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia del día resuenan también
estas palabras de san Pablo: "El amor... no presume, no se engríe; no es
indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de
la injusticia, sino que goza con la verdad" (1Co 13, 4-6). Creer en Dios
significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto en
quien Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce
también a reconocerle y a servirle en los demás.
En esto es iluminadora la actitud de María. ¿Quién tuvo más familiaridad que
ella con la humanidad de Jesús? Pero nunca se escandalizó como sus conciudadanos
de Nazaret. Ella guardaba el misterio en su corazón y supo acogerlo cada vez
más y cada vez de nuevo, en el camino de la fe, hasta la noche de la Cruz y la
luz plena de la Resurrección. Que María nos ayude también a nosotros a recorrer
con fidelidad y alegría este camino.
Se dice Credo.
Oración
de los fieles (Año
C)
Oremos al Señor nuestro Dios. El inclina su oído a nosotros y nos salva.
- Por
los que han recibido la misión de anunciar el Evangelio para que lo anuncien
sin temor, denunciando el pecado, llamando a la esperanza, consolando,
iluminando. Roguemos al Señor.
- Por los que cumplen la ardua tarea de educar a los demás, para
que enseñen con autoridad, con coherencia, con la palabra y el testimonio de
vida. Roguemos al Señor.
- Por aquellos a quienes les cuesta reconocer la palabra de Dios en
la envoltura de la palabra humana, para que sepan aceptarla con fe y humildad
Roguemos al Señor.
- Por nosotros, para que no rechacemos la palabra de Dios que nos
interpela, incluso cuando contradice nuestra manera de pensar y de vivir.
Roguemos al Señor.
Señor, tú eres nuestra esperanza;
que nuestra boca pueda contar tu
auxilio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu altar
como signo de nuestro
reconocimiento;
concédenos, al aceptarlas con bondad,
transformarlas en
sacramento de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio IV Dominical del Tiempo Ordinario
Las etapas de La Historia de la Salvación en Cristo
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor,
Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por
Cristo, Señor nuestro.
Porque él, con su nacimiento, renovó la vieja condición humana;
con su pasión
destruyó nuestro pecado;
al resucitar de entre los muertos, nos aseguró el
acceso a la vida eterna;
y en su ascensión al Padre, abrió las puertas del
cielo.
Por eso, con los ángeles y la multitud de los santos,
te cantamos el himno de
alabanza diciendo sin cesar:
Santo,
Santo, Santo…
Antífona de comunión Sal 30, 17-18
Haz brillar tu rostro sobre tu
siervo, sálvame por tu misericordia, Señor, no quede yo defraudado tras haber
acudido a ti.
O bien: Mt 5, 3-4
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos
heredarán la tierra.
Oración
después de la comunión
Alimentados por estos dones de nuestra redención,
te suplicamos, Señor, que,
con este auxilio de salvación eterna,
crezca continuamente la fe verdadera.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
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