Fiesta del Martirio de San Juan Bautista (no se celebra por ser Domingo)
PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 29 DE AGOSTO
- Horario de la
parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Eucaristía del
Domingo de la XXII Semana del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.)
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- Rezo del Santo Rosario (a las 20.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de la XXII Semana del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.)
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NOTICIAS DE ACTUALIDAD
(28.08.2021)
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SANTORAL DE HOY
(†s. I)
Elogio: Memoria del martirio de san Juan Bautista, a quien el rey Herodes Antipas retuvo encarcelado en la fortaleza de Maqueronte, en el actual Israel, y al cual mandó decapitar en el día de su cumpleaños, a petición de la hija de Herodías. De esta suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente, tanto en la muerte como en la vida dio testimonio de la verdad.
Patronazgos: San Juan Bautista es patrono de muchos países, regiones y ciudades, entre ellos Malta y Jordania. También de muchos oficios: tejedores, curtidores, peleteros, talabarteros, trabajadores del alimento, bodegueros, toneleros, carpinteros, arquitectos, albañiles, canteros, deshollinadores, herreros, pastores, agricultores, cantantes, bailarines, músicos, exhibidores de cine, comunicadores de masas; protector también de los corderos, las ovejas, los animales de compañía y las vides; para invocar contra el alcoholismo, los dolores de cabeza, mareos, ansiedad, epilepsia, espasmos, ronquera, enfermedades de la infancia, el miedo.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú has querido que san Juan Bautista fuese el precursor del nacimiento y de la muerte de tu Hijo; concédenos, por su intercesión, que, así como él murió mártir de la verdad y la justicia, luchemos nosotros valerosamente por la confesión de nuestra fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Otros santos de este día:
En Sirmio, de Panonia, santa Basila.
En Roma, conmemoración de santa Sabina, cuya iglesia titular
construida en el monte Aventino recibe su nombre, digno de veneración.
En Metz, de la Galia Bélgica, san Adelfo, obispo.
En la región de Nantes, en la Bretaña Menor, san Víctor,
solitario, que vivió recluido en un pequeño oratorio, construido por él mismo
junto a Bonchamp.
En Londres, en Inglaterra, conmemoración de san Sebbo, rey
de los sajones orientales muy devoto del Señor, que dejó la corona y quiso
morir con el hábito monacal, deseado desde largo tiempo atrás.
En París, en Neustria, san Mederico, presbítero y abad de
Autun, que vivió en una celda cercana a la ciudad.
Beatos Juan de Perugia y Pedro de Sassoferrato,
religiosos mártires
En Valencia, de España, beatos mártires Juan de Perugia,
presbítero, y Pedro de Sassoferrato, religioso, ambos de la Orden de los
Hermanos Menores, que enviados a predicar la fe entre los musulmanes de aquel
lugar, alcanzaron la palma del martirio al ser decapitados en la plaza pública
por orden del rey.
Cerca de Cracovia, en Polonia, beata Bronislava, virgen de
la Orden Premonstratense, que quiso llevar una existencia humilde y retirada, y
destruido su monasterio por los tártaros, vivió a solas con Dios en una choza.
En Lancaster, en Inglaterra, beato Ricardo Herst, mártir,
padre de familia y labrador, que, acusado falsamente de un homicidio, por su fe
en Cristo fue condenado a morir en la horca, en tiempo del rey Jacobo I.
Beato Luis Vulfilocio Huppy, presbítero y mártir
En el litoral frente a Rochefort, en Francia, beato Luis
Vulfilocio Huppy, presbítero y mártir, que encarcelado de manera inhumana, por
ser sacerdote, en una vieja nave durante la Revolución Francesa, murió víctima
de enfermedad.
Beato Edmundo Ignacio Rice, fundador
En Waterford, en Irlanda, beato Edmundo Ignacio Rice, que
con gran entusiasmo y perseverancia se entregó a la formación de los niños y de
los jóvenes de condición modesta y, para el auge de esta obra, fundó la
Congregación de los Hermanos Cristianos y la de los Hermanos de la
Presentación.
Santa María de la Cruz Jugan, virgen y fundadora
Cerca de Renes, en Francia, santa María de la Cruz (Juana)
Jugan, virgen, que fundó la Congregación de las Hermanitas de los Pobres para
pedir limosna para los necesitados y para Dios, pero injustamente alejada de la
dirección del Instituto, pasó el resto de su vida en la oración y en la
humildad.
Beato Flaviano Miguel Melki, presbítero y mártir
En Cizre, Turquía, beato Flaviano Miguel Melki, presbítero
de los Hermanos de San Efrén, eparquía de Jazira de los Sirios, muerto por odio
a la fe.
Beato Constantino Fernández Álvarez, presbítero y
mártir
En Valencia, en España, beato Constantino Fernández Álvarez,
presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, que en el tiempo de
persecución llevó a cabo su prueba por la fe.
Beato Francisco Monzón Romeo, presbítero y mártir
En la localidad de Híjar, cerca de Teruel, también en
España, beato Francisco Monzón Romero, presbítero de la Orden de Predicadores y
mártir, que, durante la misma persecución, confirmó con la propia sangre su
fidelidad para con el Señor.
Beato Pedro de Asúa y Mendía, presbítero y mártir
En Liendo, Cantabria, también en España, beato Pedro de
Asúa, presbítero de la diócesis de Vitoria y mártir, testigo cruento de la fe
en los años de la Guerra Civil.
Beato Domingo Jedrzejewski, presbítero y mártir
En el campo de concentración de Dachau, cercano a la ciudad
de Munich, en Alemania, beato Domingo Jedrzejewski, presbítero y mártir, que en
el furor de la guerra, deportado de Polonia y encarcelado en aquel lugar, murió
por Cristo bajo crueles torturas.
Beata Sancha Szymkowiak, virgen
En Poznan, en Polonia, beata Sancha (Joanina) Szymkowiak,
virgen, de la Congregación de las Hijas de la Virgen de los Dolores, que, en
medio de las dificultades de la guerra, se ocupó con gran entrega de la
asistencia a los encarcelados.
Beata Teresa Bracco, virgen y mártir
En la aldea de Santa Giulia, en la región del Piamonte, en
Italia, beata Teresa Bracco, virgen y mártir, que en tiempo de guerra, cuando
estaba trabajando en el campo, murió a causa de las heridas que le causaron los
golpes de unos soldados, al defender valientemente su castidad.
Santa Eufrasia del Sagrado Corazón de Jesús
Eluvathingal, virgen
En Trichur, India, santa Eufrasia del Sagrado Corazón de
Jesús (Rosa) Eluvathingal, virgen.
LITURGIA
DE HOY
Misa del Domingo (verde).
Monición de entrada
Lectura de la carta del apóstol Santiago (Sant 1, 16b-18. 21b-22. 27)
ÁNGELUS.
Domingo, 2 de septiembre de 2018.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En este domingo retomamos la lectura del Evangelio de Marcos. En el
pasaje de hoy (cfr Mc 7, 1-8.14-15.21-23), Jesús afronta un tema importante
para todos nosotros creyentes: la autenticidad de nuestra obediencia a la
Palabra de Dios, contra toda contaminación mundana o formalismo legalista. El
pasaje se abre con la objeción que los escribas y los fariseos dirigen a Jesús,
acusando a sus discípulos de no seguir los preceptos rituales según las
tradiciones. De esta manera, los interlocutores pretendían golpear la
confiabilidad y la autoridad de Jesús como maestro porque decían: «Pero este
maestro deja que los discípulos no cumplan las prescripciones de la tradición».
Pero Jesús replica fuerte y replica diciendo: «Bien profetizó Isaías de
vosotros, hipócritas, según esta escrito: "Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que
enseñan doctrinas que son preceptos de hombres"» (Mc 7, 6-7). Así dice
Jesús, ¡Palabras claras y fuertes! Hipócrita es, por así decir, uno de los
adjetivos más fuertes que Jesús usa en el Evangelio y lo pronuncia dirigiéndose
a los maestros de la religión: doctores de la ley, escribas… «Hipócrita», dice
Jesús.
Jesús de hecho quiere sacudir a los escribas y los fariseos del error en
el que han caído, ¿y cuál es este error? El de alterar la voluntad de Dios,
descuidando sus mandamientos para cumplir las tradiciones humanas. La reacción
de Jesús es severa porque es mucho lo que hay en juego: se trata de la verdad
de la relación entre el hombre y Dios, de la autenticidad de la vida religiosa.
El hipócrita es un mentiroso, no es auténtico.
También hoy el Señor nos invita a huir del peligro de dar más importancia
a la forma que a la sustancia. Nos llama a reconocer, siempre de nuevo, eso que
es el verdadero centro de la experiencia de fe, es decir el amor de Dios y el
amor del prójimo, purificándola de la hipocresía del legalismo y del
ritualismo. El mensaje del Evangelio hoy está reforzado también por la voz del
apóstol Santiago, que nos dice en síntesis como debe ser la verdadera religión,
y dice así: la verdadera religión es «visitar a los huérfanos y a las viudas en
su tribulación y conservarse incontaminado del mundo» (Mc 7, 27). «Visitar a
los huérfanos y a las viudas» significa practicar la caridad hacia el prójimo a
partir de las personas más necesitadas, más frágiles, más a los márgenes. Son
las personas de las cuales Dios cuida de forma especial, y nos pide a nosotros
hacer lo mismo. «No dejarse contaminar de este mundo» no quiere decir aislarse
y cerrarse a la realidad. No. Tampoco aquí debe ser una actitud exterior sino
interior, de sustancia: significa vigilar para que nuestra forma de pensar y de
actuar no esté contaminada por la mentalidad mundana, o sea de la vanidad, la
avaricia, la soberbia. En realidad, un hombre o una mujer que vive en la
vanidad, en la avaricia, en la soberbia y al mismo tiempo cree que se hace ver
como religiosa e incluso llega a condenar a los otros, es un hipócrita. Hagamos
un examen de conciencia para ver cómo acogemos la Palabra de Dios. El domingo
la escuchamos en la misa. Si la escuchamos de forma distraída o superficial,
esta no nos servirá de mucho. Debemos, sin embargo, acoger la Palabra con mente
y corazón abiertos, como un terreno bueno, de forma que sea asimilada y lleve
fruto en la vida concreta. Así la Palabra misma nos purifica el corazón y las
acciones y nuestra relación con Dios y con los otros es liberada de la
hipocresía.
El ejemplo y la intercesión de la Virgen María nos ayuden a honrar siempre
al Señor con el corazón, testimoniando nuestro amor por Él en las elecciones
concretas por el bien de los hermanos.
Papa
Benedicto XVI
ÁNGELUS.
Castelgandolfo. Domingo 2 de septiembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia de la Palabra de este domingo destaca el tema de la Ley de
Dios, de su mandamiento: un elemento esencial de la religión judía e incluso de
la cristiana, donde encuentra su plenitud en el amor (cf. Rm 13, 10). La Ley de
Dios es su Palabra que guía al hombre en el camino de la vida, lo libera de la
esclavitud del egoísmo y lo introduce en la "tierra" de la verdadera
libertad y de la vida. Por eso en la Biblia la Ley no se ve como un peso, como
una limitación que oprime, sino como el don más precioso del Señor, el
testimonio de su amor paterno, de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de
ser su Aliado y escribir con él una historia de amor.
El israelita piadoso reza así: "Tus decretos son mi delicia, no
olvidaré tus palabras. (...) Guíame por la senda de tus mandatos, porque ella
es mi gozo" (Sal 119, 16.35). En el Antiguo Testamento, es Moisés quien en
nombre de Dios transmite la Ley al pueblo. Él, después del largo camino por el
desierto, en el umbral de la tierra prometida, proclama: "Ahora, Israel,
escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos,
viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros
padres, os va a dar" (Dt 4, 1).
Y aquí está el problema: cuando el pueblo se establece en la tierra, y es
depositario de la Ley, siente la tentación de poner su seguridad y su gozo en
algo que ya no es la Palabra del Señor: en los bienes, en el poder, en otros
"dioses" que en realidad son vanos, son ídolos.
Ciertamente, la Ley de Dios permanece, pero ya no es lo más importante,
ya no es la regla de la vida; se convierte más bien en un revestimiento, en una
cobertura, mientras que la vida sigue otros caminos, otras reglas, intereses a
menudo egoístas, individuales y de grupo.
Así la religión pierde su auténtico significado, que es vivir en escucha
de Dios para hacer su voluntad –que es la verdad de nuestro ser–, y así vivir
bien, en la verdadera libertad, y se reduce a la práctica de costumbres
secundarias, que satisfacen más bien la necesidad humana de sentirse bien con
Dios. Y este es un riesgo grave para toda religión, que Jesús encontró en su
tiempo, pero que se puede verificar, por desgracia, también en el cristianismo.
Por eso, las palabras de Jesús en el evangelio de hoy contra los escribas
y los fariseos nos deben hacer pensar también a nosotros. Jesús hace suyas las
palabras del profeta Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina
que enseñan son preceptos humanos" (Mc 7, 6-7; cf. Is 29, 13). Y luego
concluye: "Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres" (Mc 7, 8).
También el apóstol Santiago, en su carta, pone en guardia contra el
peligro de una falsa religiosidad. Escribe a los cristianos: "Poned en
práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros
mismos" (St 1, 22). Que la Virgen María, a la que nos dirigimos ahora en
oración, nos ayude a escuchar con un corazón abierto y sincero la Palabra de Dios,
para que oriente todos los días nuestros pensamientos, nuestras decisiones y
nuestras acciones.
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