PROGRAMA PARROQUIAL:DOMINGO, 24 DE JULIO- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Exequias de +JUAN ISIDORO BLANCO RODRÍGUEZ, en la Capilla de San Sebastián (a las 10.00 h.).
- Eucaristía del Domingo de la XVII Semana del Tiempo Ordinario, en la Parroquia (a las 11.00 h.).
- Exequias de +MANOLA DÍAZ CORDERO, en la Capilla de San Sebastián (a las 19.00 h.).
- Rezo del Santo Rosario (20.00 h.) y Eucaristía I Vísperas de la solemnidad del apóstol Santiago, Patrono de España, en la Parroquia (a las 20.30 h.).
- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Exequias de +JUAN ISIDORO BLANCO RODRÍGUEZ, en la Capilla de San Sebastián (a las 10.00 h.).
- Eucaristía del Domingo de la XVII Semana del Tiempo Ordinario, en la Parroquia (a las 11.00 h.).
- Exequias de +MANOLA DÍAZ CORDERO, en la Capilla de San Sebastián (a las 19.00 h.).
- Rezo del Santo Rosario (20.00 h.) y Eucaristía I Vísperas de la solemnidad del apóstol Santiago, Patrono de España, en la Parroquia (a las 20.30 h.).
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Elogio: En Bolsena, ciudad de la Toscana, santa Cristina, virgen y mártir.
Patronazgos: patrona de Bolsena, Palermo y Torcello, cerca de Venecia, de los molineros, los arqueros y los marineros.
Elogio: Elogio: En Angers, en Francia, beato Juan Soreth, presbítero de la Orden de Carmelitas, en la que introdujo una observancia más estrecha y amplió con conventos para monjas.
Refieren a este santo: Beata Francisca de Amboise.
Otros santos de este día:
San Victorino de Amiterno, mártir
En Amiterno, en la Sabina, en la vía Salaria, san Victorino, mártir.
San Fantino el Viejo, laico
En Tauriana, de Calabria, san Fantino el Viejo, de sobrenombre «Taumaturgo».
Santa Eufrasia, eremita
En la Tebaida, en Egipto, santa Eufrasia, virgen, que, siendo de familia senatorial, optó por hacer vida eremítica en el desierto, en humildad, pobreza y obediencia.
San Declano, obispo
En Ardmore, en la provincia irlandesa de Momonia (Waterford), san Declano, que esta Iglesia venera con gran devoción como su primer obispo.
Santa Sigolena, religiosa
En la región de Albi, de Aquitania, santa Sigolena, religiosa.
Santos Boris y Gleb, mártires
En Rusia, santos Boris y Gleb, mártires, príncipes de Rus e hijos de san Vladimiro, que prefirieron morir antes que oponerse por la fuerza a su hermano Svatopolk. Boris consiguió la palma del martirio cerca de Pereislavia, junto al río Altam, y Gleb, poco después, junto al río Dneper, cerca de Smolensko.
San Balduíno, abad
En Rieti, ciudad de la Sabina, san Balduino, abad, discípulo de san Bernardo en el monasterio de Claraval, que fue enviado por el mismo san Bernardo a esta ciudad para fundar y regir el cenobio de San Mateo de Montecchio.
Beata Cristina «la Admirable», virgen
En el convento de Saint-Trond, en Brabante, beata Cristina, llamada la «Admirable», porque en ella, la mortificación del cuerpo y el éxtasis místico en el Señor obró admirables maravillas.
Santa Kinga o Cunegunda, virgen
En Stary Sacz, de Tarnow, en Polonia, santa Kinga o Cunegunda, hija del rey de Hungría y casada con el príncipe Boleslao, que de acuerdo con su esposo conservó su virginidad y, muerto éste, profesó la vida religiosa bajo la Regla de santa Clara, en el monasterio fundado por ella misma.
Beato Juan de Tossignano Tavelli, obispo
En Ferrara, ciudad de la Emilia, beato Juan de Tossiniano Tavelli, obispo, de la Orden de los Jesuatos.
Traslación de los tres magos
En Colonia, de la Lotaringia, traslación de los tres magos, que, sabios procedentes de Oriente, fueron a Belén para ofrecer dones y contemplar en un niño el misterio insondable del Unigénito.
Beato Antonio Torriani, presbítero y eremita
En l´Aquila, en la región Vestina, beato Antonio Torriani, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, médico de cuerpos y almas.
Beata Luisa de Saboya, religiosa
En Orbe, lugar de Saboya, beata Luisa, religiosa, hija del duque beato Amadeo, que contrajo matrimonio con el príncipe Hugo de Châlon-Arlay, y después de su muerte abrazó con fidelidad y humildad la Regla de santa Clara, según la reforma de santa Coleta.
Beatos Nicolás Garlick, Roberto Ludlam y Ricardo Simpson, presbíteros y mártires
En la ciudad de Derby, en Inglaterra, beatos Nicolás Garlick, Roberto Ludlam y Ricardo Simpson, presbíteros y mártires, que, en tiempo de la reina Isabel I, después de haber sufrido toda clase de vejaciones por su condición de sacerdotes, alcanzaron la gloria celestial al ser decapitados.
Beato José Lambton, presbítero y mártir
En Newcastle-on-Tyne, también en Inglaterra, beato José Lambton, presbítero y mártir, que, a los veinticuatro años, por ser sacerdote, fue atrozmente descuartizado.
San Juan Boste, presbítero y mártir
En Durham, de nuevo en Inglaterra, san Juan Boste, presbítero, que en el mismo reinado de Isabel I, por ser sacerdote sufrió el martirio y ante el juez no cesó de confortar a sus compañeros.
San José Fernández, presbítero y mártir
En la ciudad de Nam Dinh, en Tonquín, san José Fernández, presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, decapitado a causa de su fe en Cristo, siendo emperador Minh Mang.
Beato Modestino de Jesús y de María Mazzarello, religioso presbítero
En Nápoles, ciudad de la Campania, beato Modestino de Jesús y de María (Domingo) Mazzarello, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, cercano siempre a toda clase de pobres y afligidos, durante una epidemia de cólera, al asistir a los moribundos, murió contagiado de la misma enfermedad.
Beatas María Pilar de San Francisco Borja Martínez García, Teresa del Niño Jesús García y García, y María Ángeles de San José Valtierra Tordesillas, vírgenes y mártires
En la ciudad de Guadalajara, en España, beatas María Pilar de San Francisco de Borja (Jacoba) Martínez García, Teresa del Niño Jesús (Eusebia) García y García, y Ángeles de San José (Marciana) Valtierra Tordesillas, de la Orden de Carmelitas Descalzas, vírgenes y mártires, coronadas todas ellas con el martirio en tiempo de persecución religiosa, mientras aclamaban a Cristo, su Esposo.
Beata María de la Merced Prat, virgen y mártir
En Barcelona, también en España, beata María de la Merced Prat, de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, virgen y mártir, que durante la misma persecución padeció el martirio por ser religiosa.
Beato Javier Bordas Piferrer, religioso y mártir
De nuevo en Barcelona, beato Javier Bordas Piferrer, religioso salesiano, que con su propio martirio testimonió claramente ser discípulo del divino Maestro.
Beatos Juan Antonio Pérez Mayo, Francisco Polvorinos Gómez y seis compañeros, mártires
En Pozuelo de Alarcon, Madrid, España, beatos Juan Antonio Pérez Mayo, Francisco Polvorinos Gómez, Manuel Gutiérrez Martín, Cecilio Vega Domínguez, Juan Pedro Del Cotillo Fernández, Justo González Lorente, Pascual Aláez Medina, sacerdotes profesos de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, y Cándido Castán San José, laico, casado, muertos en tiempos de la Guerra Civil por defender el nombre de Cristo.
LITURGIA DE HOY
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Convocados para
escuchar la Palabra de Cristo y alimentarnos con su Cuerpo y Sangre, las
lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre la oración, que es la vida del
Espíritu Santo en nosotros. Que esta celebración sea ya la oración suprema,
donde, como comunidad, oramos con Cristo, realmente presente en medio de su
pueblo en la acción de gracias al Padre, que quiere que seamos sal y luz para
el mundo.
Acto penitencial
Se dice Gloria.
sin tí nada es fuerte ni santo;
multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia,
para que, bajo tu guía providente,
de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros,
que podamos adherirnos a los eternos.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy (I)
Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)
No se enfade mi Señor si sigo hablando
Lectura del libro del Génesis (Gn 18, 20-32)
R. Te alabamos, Señor.
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario.
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
V. El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;
extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo.
V. Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (Col 2, 12-14)
R. Te alabamos, Señor.
╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 11, 1-13)
R. Gloria a ti, Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
PAPA FRANCISCO
Audiencia general, Miércoles, 9 de enero de 2019
El Padre nuestro (IV)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy hace referencia al Evangelio de Lucas. De hecho, es sobre todo este Evangelio, desde los relatos de la infancia, el que describe la figura del Cristo en una atmósfera densa de oración. En él, están contenidos los tres himnos que marcan la oración de la iglesia cada día: el Benedictus, el Magnificat y el Nunc dimittis.
En esta catequesis sobre el Padre nuestro vamos adelante, vemos a Jesús como orante. Jesús reza. En el relato de Lucas, por ejemplo, el episodio de la transfiguración brota de un momento de oración. Dice así: «Mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó y sus vestidos eran de una blancura fulgurante» (Lc 9, 29). Pero cada paso en la vida de Jesús está inspirado por el soplo del Espíritu que lo guía en todas sus acciones. Jesús reza en el bautismo en el Jordán, habla con el Padre antes de tomar las decisiones más importantes, a menudo se retira en soledad para orar, intercede por Pedro, quien en breve lo negará. Dice así: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lc 22, 31-32). Esto consuela: saber que Jesús ora por nosotros, ora por mí, por cada uno de nosotros para que nuestra fe no falle. Y esto es verdad. «Pero, padre, ¿todavía lo hace?» Él todavía lo hace, delante del Padre. Jesús ora por mí. Cada uno de nosotros puede decirlo. Y también podemos decirle a Jesús: «Estás orando por mí, sigue orando porque lo necesito». Así: valientes. Incluso la muerte del Mesías está inmersa en una atmósfera de oración, de modo que las horas de la pasión aparecen marcadas por una calma sorprendente: Jesús consuela a las mujeres, ora por sus crucificadores, promete el paraíso al buen ladrón y respira diciendo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23, 45). La oración de Jesús parece amortiguar las emociones más violentas, los deseos de venganza y revancha, reconcilia al hombre con su enemigo acérrimo, reconcilia al hombre con este enemigo, que es la muerte.
Es siempre en el Evangelio de Lucas donde encontramos la petición, expresada por uno de los discípulos, de poder ser educados por el mismo Jesús en la oración. Y así dice: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Lo vieron rezando. «Enséñanos, también podemos decirle al Señor: Señor, estás orando por mí, lo sé, pero enséñame a orar, para que también yo pueda orar». De esta petición, «Señor, enséñanos a orar», nace una enseñanza bastante extensa, a través de la cual Jesús explica a las suyos con qué palabras y con qué sentimientos deben dirigirse a Dios.
La primera parte de esta enseñanza es precisamente el Padre Nuestro. Oren así: «Padre, que estás en el cielo». «Padre»: esa hermosa palabra para decir. Podemos quedarnos todo el tiempo de la oración solo con esa palabra: «Padre». Y sentir que tenemos un padre: no un padre autoritario o un padrastro. No: un padre. El cristiano se dirige a Dios llamándolo por encima de todo «Padre».
En esta enseñanza que Jesús da a sus discípulos, es interesante detenerse en algunas instrucciones que coronan el texto de la oración. Para darnos confianza, Jesús explica algunas cosas que insisten en las actitudes del creyente que reza. Por ejemplo, está la parábola del amigo impío, que molesta a toda la familia que duerme porque, de repente, una persona ha llegado de un viaje y no tiene pan que ofrecerle. ¿Qué le dice Jesús a este que toca a la puerta y despierta al amigo? «Yo os digo –explica Jesús– pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá» (Lc 11, 9). Con esto él quiere enseñarnos a orar e insistir en la oración. E inmediatamente después da el ejemplo de un padre que tiene un hijo hambriento.
Todos vosotros, padres y abuelos, que estáis aquí, cuando el hijo o el nieto piden algo, tiene hambre, pide y pide, luego llora, grita, tiene hambre: «¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra?» (Lc 11, 11). Y todos vosotros tenéis la experiencia cuando el niño pide, vosotros le dais de comer y todo lo que pide por el bien de él. Con estas palabras, Jesús nos hace entender que Dios siempre responde, que ninguna oración quedará sin ser escuchada, ¿por qué? Porque es un Padre, y no olvida a sus hijos que sufren. Por supuesto, estas declaraciones nos ponen en crisis, porque muchas de nuestras oraciones parecen no obtener ningún resultado. ¿Cuántas veces hemos pedido y no hemos obtenido, todos lo hemos experimentado, cuántas veces hemos llamado y encontrado una puerta cerrada? Jesús nos insta, en esos momentos, a insistir y no rendirnos. La oración siempre transforma la realidad, siempre. Si las cosas no cambian a nuestro alrededor, al menos nosotros cambiamos, cambiamos nuestro corazón. Jesús prometió el don del Espíritu Santo a cada hombre y a cada mujer que reza.
Podemos estar seguros de que Dios responderá. La única incertidumbre se debe a los tiempos, pero no dudamos de que Él responderá. Tal vez tengamos que insistir toda la vida, pero Él responderá. Nos prometió: no es como un padre que da una serpiente en lugar de un pez. No hay nada más seguro: un día se cumplirá el deseo de felicidad que todos llevamos en nuestros corazones. Jesús dice: «Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche y les hace esperar?» (Lc 18, 7). Sí, él hará justicia, nos escuchará. ¡Qué día de gloria y resurrección será! Orar es ahora la victoria sobre la soledad y la desesperación. Rezar. La oración cambia la realidad, no la olvidemos. O cambia las cosas o cambia nuestros corazones, pero siempre cambia. Orar es ahora la victoria sobre la soledad y la desesperación. Es como ver cada fragmento de la creación hirviendo en el torpor de una historia que a veces no comprendemos el porqué. Pero está en movimiento, está en camino, y al final de cada camino, ¿qué hay al final de nuestro camino? Al final de la oración, al final de un tiempo en el que estamos rezando, al final de la vida: ¿qué hay allí? Hay un Padre que espera todo y espera a todos con los brazos abiertos. Miremos a este Padre.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Había una cosa
fascinante en la oración de Jesús, tan fascinante que un día sus discípulos
pidieron ser partícipes. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que
entre los evangelistas es el que mayormente documentó el misterio del Cristo
"orante": el Señor rezaba. Los discípulos de Jesús están impactados
por el hecho de que Él, especialmente por la mañana y por la tarde, se retira
en soledad y se "sumerge" en la oración. Y por esto, un día, le piden
que les enseñen a rezar a ellos también (Lc 11, 1). Es entonces cuando Jesús
transmite la que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el
padrenuestro. En verdad, Lucas, respecto a Mateo, nos devuelve la oración de
Jesús en una forma un poco abreviada, que comienza con la simple invocación:
«Padre» (Lc 11, 2).
Todo el misterio
de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el valor de
llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando,
invitándonos a la oración comunitaria de la oración de Jesús, utiliza la
expresión «nos atrevemos decir». Efectivamente, llamar a Dios con el nombre de
"Padre" no es para nada un hecho descontado. Nos surgiría usar los
títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos por su trascendencia. En
cambio, invocarlo como "Padre" nos pone en una relación de
confidencia con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado
y cuidado por él. Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la
psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, que siempre nos fascina y
nos hace sentir pequeños, pero ya no da miedo, no nos oprime, no nos angustia.
Esta es una revolución difícil de aceptar en nuestro ánimo humano; tanto es así
que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres,
después de haber visto la tumba vacía y al ángel, «huyeron […], pues un gran
temblor y espanto se había apoderado de ellas» (Mc 16, 8). Pero Jesús nos revela
que Dios es Padre bueno, y nos dice: "¡No tengáis miedo!".
Pensemos en la
parábola del padre misericordioso (cf Lc 15, 11-32). Jesús habla de un padre
que sabe ser solo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su
arrogancia y que es capaz incluso de confiarle su parte de herencia y dejarle
irse de casa. Dios es Padre, dice Jesús, pero no de la manera humana, porque no
hay ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta
parábola. Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre arbitrio
del hombre, capaz solo de conjugar el verbo "amar". Cuando el hijo
rebelde después de haber despilfarrado todo, vuelve finalmente a la casa natal,
ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino que siente sobre todo
necesidad de perdonar, y con su abrazo hace entender al hijo que durante todo
ese largo tiempo de ausencia le ha echado de menos, ha sido dolorosamente
echado de menos por su amor de padre. ¡Qué misterio insondable es un Dios que
nutre este tipo de amor hacia sus hijos! Quizás es por esta razón que, evocando
el centro del misterio cristiano, el apóstol Pablo no es capaz de traducir en
griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba "abbà". Dos
veces san Pablo, en su epistolario (cf. Rm 8, 15; Ga 4, 6), toca este tema, y
en dos ocasiones deja esa palabra sin traducir, en la misma forma en la cual ha
florecido en boca de Jesús, "abbà", un término aún más íntimo
respecto a "padre", y que alguno traduce "papá".
Queridos
hermanos y hermanas, nunca estamos solos. Podemos estar lejanos, hostiles,
podemos también profesarnos "sin Dios". Pero el Evangelio de
Jesucristo nos revela que Dios que no puede estar sin nosotros: Él no será
nunca un Dios "sin el hombre"; ¡es Él quien no puede estar sin
nosotros, y esto es un misterio grande! Dios no puede ser Dios sin el hombre:
¡este es un gran misterio! Y esta certeza es el manantial de nuestra esperanza,
que encontramos custodiada en todas las invocaciones del padrenuestro. Cuando
necesitamos ayuda, Jesús no nos dice que nos resignemos y nos cerremos en
nosotros mismos, sino que nos dirijamos al Padre y le pidamos a Él con
confianza. Todas nuestras necesidades, desde aquellas más evidentes y
cotidianas, como la comida, la salud, el trabajo, hasta la de ser perdonados y apoyados
en las tentaciones, no son solo el espejo de nuestra soledad: sin embargo hay
un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona.
Ahora os hago
una propuesta: cada uno de nosotros tiene muchos problemas y muchas
necesidades. Pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y estas
necesidades. Pensemos también en el Padre, en nuestro Padre, que no puede estar
sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos, con
confianza y esperanza, recemos: "Padre nuestro, que estás en los
Cielos…"!
¡Gracias!
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús recogido en oración, un poco apartado de sus discípulos. Cuando concluyó, uno de ellos le dijo: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11, 1). Jesús no puso objeciones, ni habló de fórmulas extrañas o esotéricas, sino que, con mucha sencillez, dijo: "Cuando oréis, decid: "Padre..."", y enseñó el Padre Nuestro (cf. Lc 11, 2-4), sacándolo de su propia oración, con la que se dirigía a Dios, su Padre. San Lucas nos transmite el Padre Nuestro en una forma más breve respecto a la del Evangelio de san Mateo, que ha entrado en el uso común. Estamos ante las primeras palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños. Se imprimen en la memoria, plasman nuestra vida, nos acompañan hasta el último aliento. Desvelan que "no somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de llegar a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos equivale a seguir a Jesús" (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 172).
Esta oración recoge y expresa también las necesidades humanas materiales y espirituales: "Danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados" (Lc 11, 3-4). Y precisamente a causa de las necesidades y de las dificultades de cada día, Jesús exhorta con fuerza: "Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá" (Lc 11, 9-10). No se trata de pedir para satisfacer los propios deseos, sino más bien para mantener despierta la amistad con Dios, quien –sigue diciendo el Evangelio– "dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan" (Lc 11, 13). Lo experimentaron los antiguos "padres del desierto" y los contemplativos de todos los tiempos, que llegaron a ser, por razón de la oración, amigos de Dios, como Abraham, que imploró al Señor librar a los pocos justos del exterminio de la ciudad de Sodoma (cf. Gn 18, 23-32). Santa Teresa de Ávila invitaba a sus hermanas de comunidad diciendo: "Debemos suplicar a Dios que nos libre de estos peligros para siempre y nos preserve de todo mal. Y aunque no sea nuestro deseo con perfección, esforcémonos por pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos al Todopoderoso?" (Camino de Perfección 42, 4: Obras completas, Madrid, 1984, p. 822). Cada vez que rezamos el Padre Nuestro, nuestra voz se entrelaza con la de la Iglesia, porque quien ora jamás está solo. "Todos los fieles deberán buscar y podrán encontrar el propio camino, el propio modo de hacer oración, en la variedad y riqueza de la oración cristiana, enseñada por la Iglesia... cada uno se dejará conducir... por el Espíritu Santo, que lo guía, a través de Cristo, al Padre" (Congregación para la doctrina de la fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15.X.89, 29).
Hoy se celebra la fiesta del apóstol Santiago, llamado "el Mayor",
quien dejó a su padre y el trabajo de pescador para seguir a Jesús, y por él
dio la vida, el primero entre los Apóstoles. De corazón dirijo un pensamiento
especial a los peregrinos que, en gran número, han llegado a Santiago de
Compostela. Que la Virgen María nos ayude a redescubrir la belleza y la profundidad
de la oración cristiana.
Oración de los fieles
«Pedid y se os
dará, porque todo el que pide recibe», nos ha dicho el Señor. Oremos
confiadamente.
O bien: Mt 5, 7-8
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado, para que yo le ame a Él ¡con locura…!» (Santa Teresa de Lisieux).
«El Señor nos dice cómo hemos de orar. Lucas pone el “Padrenuestro” en relación con la oración personal de Jesús mismo. Él nos hace partícipes de su propia oración, nos introduce en el diálogo interior del Amor trinitario» (Benedicto XVI).
«Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.765).
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado, para que yo le ame a Él ¡con locura…!» (Santa Teresa de Lisieux).
«El Señor nos dice cómo hemos de orar. Lucas pone el “Padrenuestro” en relación con la oración personal de Jesús mismo. Él nos hace partícipes de su propia oración, nos introduce en el diálogo interior del Amor trinitario» (Benedicto XVI).
«Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.765).
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