PROGRAMA PARROQUIAL:LUNES, 25 DE JULIO- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Horario de despacho: de lunes a viernes, de 10.30 h. a 13.30 h y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Rezo del Santo Rosario y Eucaristía de la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrono de España, en la Parroquia (a las 20.00 h.).
- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Horario de despacho: de lunes a viernes, de 10.30 h. a 13.30 h y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Rezo del Santo Rosario y Eucaristía de la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrono de España, en la Parroquia (a las 20.00 h.).
MENSAJE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA II JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS MAYORES
(24 de julio de 2022)
"En la vejez seguirán dando
fruto" (Sal 92,15)
Querida
hermana, querido hermano:
El
versículo del salmo 92 «en la vejez seguirán dando frutos» (v. 15) es una buena
noticia, un verdadero “evangelio”, que podemos anunciar al mundo con ocasión de
la segunda Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Esto va a
contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y
también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, ancianos,
que siguen adelante con poca esperanza y sin aguardar ya nada del futuro.
La
ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con
la que es mejor no entrar en contacto. Los ancianos no nos conciernen —piensan—
y es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en
instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus
preocupaciones. Es la “cultura del descarte”, esa mentalidad que, mientras nos
hace sentir diferentes de los más débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza
a imaginar caminos separados entre “nosotros” y “ellos”. Pero, en realidad, una
larga vida —así enseña la Escritura— es una bendición, y los ancianos no son
parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad
de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un
anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!
La
ancianidad, en efecto, no es una estación fácil de comprender, tampoco para
nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo
camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara
por sorpresa. Las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de
la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no
proyectos de existencia [1]. Por eso es difícil mirar al
futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte,
estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que
somos siempre jóvenes, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin
ilusión, resignados a no tener ya “frutos para dar”.
El final
de la actividad laboral y los hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos
por los que hemos gastado muchas de nuestras energías. La consciencia de que
las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en crisis
nuestras certezas. El mundo —con sus tiempos acelerados, ante los cuales nos
cuesta mantener el paso— parece que no nos deja alternativa y nos lleva a
interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a
exclamar: «No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten
las fuerzas» (71,9).
Pero el
mismo salmo —que descubre la presencia del Señor en las diferentes estaciones
de la existencia— nos invita a seguir esperando. Al llegar la vejez y las
canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal.
Confiando en Él, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más (cf. vv.
14-20) y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural
del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida.
¡Envejecer no es una condena, es una bendición!
Por ello,
debemos vigilar sobre nosotros mismos y aprender a llevar una ancianidad activa
también desde el punto de vista espiritual, cultivando nuestra vida interior
por medio de la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la
práctica de los sacramentos y la participación en la liturgia. Y, junto a la
relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo con la familia, los
hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto lleno de
atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas, a las que podemos
acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos
meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a “balconear”, a
mirar desde la ventana. Afinando, en cambio, nuestros sentidos para reconocer
la presencia del Señor [2], seremos como “verdes olivos
en la casa de Dios” (cf. Sal 52,10), y podremos ser una
bendición para quienes viven a nuestro lado.
La
ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando
los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay
una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el
futuro. «La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por
las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos,
debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de
los ancianos hacia las nuevas generaciones» [3]. Es nuestro aporte a la revolución
de la ternura [4], una revolución espiritual y
pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a
ser protagonistas.
El mundo
vive un tiempo de dura prueba, marcado primero por la tempestad inesperada y
furiosa de la pandemia, luego, por una guerra que afecta la paz y el desarrollo
a escala mundial. No es casual que la guerra haya vuelto en Europa en el
momento en que la generación que la vivió en el siglo pasado está desapareciendo.
Y estas grandes crisis pueden volvernos insensibles al hecho de que hay otras
“epidemias” y otras formas extendidas de violencia que amenazan a la familia
humana y a nuestra casa común.
Frente a
todo esto, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los
corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano. Y
nosotros, abuelos y mayores, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las
mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada
comprensiva y tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra
humanidad haciéndonos cargo de los demás, y hoy podemos ser maestros de una
forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles. Nuestra actitud tal vez
pueda ser confundida con debilidad o sumisión, pero serán los mansos, no los
agresivos ni los prevaricadores, los que heredarán la tierra (cf. Mt 5,5).
Uno de
los frutos que estamos llamados a dar es el de proteger el mundo. «Todos hemos
pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos» [5]; pero hoy es el tiempo de
tener sobre nuestras rodillas —con la ayuda concreta o al menos con la
oración—, junto con los nuestros, a todos aquellos nietos atemorizados que aún
no hemos conocido y que quizá huyen de la guerra o sufren por su causa.
Llevemos en nuestro corazón —como hacía san José, padre tierno y solícito— a
los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur.
Muchos de
nosotros hemos madurado una sabia y humilde conciencia, que el mundo tanto
necesita. No nos salvamos solos, la felicidad es un pan que se come juntos.
Testimoniémoslo a aquellos que se engañan pensando encontrar realización
personal y éxito en el enfrentamiento. Todos, también los más débiles, pueden
hacerlo. Incluso dejar que nos cuiden —a menudo personas que provienen de otros
países— es un modo para decir que vivir juntos no sólo es posible, sino
necesario.
Queridas
abuelas y queridos abuelos, queridas ancianas y queridos ancianos, en este
mundo nuestro estamos llamados a ser artífices de la revolución de la
ternura. Hagámoslo, aprendiendo a utilizar cada vez más y mejor el
instrumento más valioso que tenemos, y que es el más apropiado para nuestra
edad: el de la oración. «Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la
oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a
apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios» [6]. Nuestra invocación confiada
puede hacer mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede
contribuir a cambiar los corazones. Podemos ser «el “coro” permanente de un
gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza
sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida» [7].
Es por
eso que la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores es una ocasión para
decir una vez más, con alegría, que la Iglesia quiere festejar con aquellos a
los que el Señor —como dice la Biblia— les ha concedido “una edad avanzada”.
¡Celebrémosla juntos! Los invito a anunciar esta Jornada en sus parroquias y
comunidades, a ir a visitar a los ancianos que están más solos, en sus casas o
en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad.
Tener alguien a quien esperar puede cambiar el sentido de los días de quien ya
no aguarda nada bueno del futuro; y de un primer encuentro puede nacer una
nueva amistad. La visita a los ancianos que están solos es una obra de
misericordia de nuestro tiempo.
Pidamos a
la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución
de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y
del demonio de la guerra.
Que mi
Bendición, con la seguridad de mi cercanía afectuosa, llegue a todos ustedes y
a sus seres queridos. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Roma, San
Juan de Letrán, 3 de mayo de 2022, fiesta de los santos apóstoles Felipe y
Santiago.
FRANCISCO
[1] Catequesis
sobre la vejez, 1: “La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la
vida” (23 febrero 2022).
[2] Ibíd.,
5: “La fidelidad a la visita de Dios para la generación que viene” (30
marzo 2022).
[3] Ibíd.,
3: “La ancianidad, recurso para la juventud despreocupada” (16 marzo
2022).
[4] Catequesis
sobre san José, 8: “San José padre en la ternura” (19 enero 2022).
[5] Homilía
durante la Santa Misa, I Jornada Mundial de los Abuelos y de los
Mayores (25 julio 2021).
[6] Catequesis
sobre la familia, 7: “Los abuelos” (11 marzo 2015).
MENSAJE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA II JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS MAYORES
(24 de julio de 2022)
"En la vejez seguirán dando
fruto" (Sal 92,15)
Querida
hermana, querido hermano:
El
versículo del salmo 92 «en la vejez seguirán dando frutos» (v. 15) es una buena
noticia, un verdadero “evangelio”, que podemos anunciar al mundo con ocasión de
la segunda Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Esto va a
contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y
también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, ancianos,
que siguen adelante con poca esperanza y sin aguardar ya nada del futuro.
La
ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con
la que es mejor no entrar en contacto. Los ancianos no nos conciernen —piensan—
y es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en
instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus
preocupaciones. Es la “cultura del descarte”, esa mentalidad que, mientras nos
hace sentir diferentes de los más débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza
a imaginar caminos separados entre “nosotros” y “ellos”. Pero, en realidad, una
larga vida —así enseña la Escritura— es una bendición, y los ancianos no son
parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad
de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un
anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!
La
ancianidad, en efecto, no es una estación fácil de comprender, tampoco para
nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo
camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara
por sorpresa. Las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de
la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no
proyectos de existencia [1]. Por eso es difícil mirar al
futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte,
estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que
somos siempre jóvenes, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin
ilusión, resignados a no tener ya “frutos para dar”.
El final
de la actividad laboral y los hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos
por los que hemos gastado muchas de nuestras energías. La consciencia de que
las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en crisis
nuestras certezas. El mundo —con sus tiempos acelerados, ante los cuales nos
cuesta mantener el paso— parece que no nos deja alternativa y nos lleva a
interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a
exclamar: «No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten
las fuerzas» (71,9).
Pero el
mismo salmo —que descubre la presencia del Señor en las diferentes estaciones
de la existencia— nos invita a seguir esperando. Al llegar la vejez y las
canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal.
Confiando en Él, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más (cf. vv.
14-20) y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural
del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida.
¡Envejecer no es una condena, es una bendición!
Por ello,
debemos vigilar sobre nosotros mismos y aprender a llevar una ancianidad activa
también desde el punto de vista espiritual, cultivando nuestra vida interior
por medio de la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la
práctica de los sacramentos y la participación en la liturgia. Y, junto a la
relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo con la familia, los
hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto lleno de
atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas, a las que podemos
acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos
meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a “balconear”, a
mirar desde la ventana. Afinando, en cambio, nuestros sentidos para reconocer
la presencia del Señor [2], seremos como “verdes olivos
en la casa de Dios” (cf. Sal 52,10), y podremos ser una
bendición para quienes viven a nuestro lado.
La
ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando
los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay
una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el
futuro. «La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por
las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos,
debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de
los ancianos hacia las nuevas generaciones» [3]. Es nuestro aporte a la revolución
de la ternura [4], una revolución espiritual y
pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a
ser protagonistas.
El mundo
vive un tiempo de dura prueba, marcado primero por la tempestad inesperada y
furiosa de la pandemia, luego, por una guerra que afecta la paz y el desarrollo
a escala mundial. No es casual que la guerra haya vuelto en Europa en el
momento en que la generación que la vivió en el siglo pasado está desapareciendo.
Y estas grandes crisis pueden volvernos insensibles al hecho de que hay otras
“epidemias” y otras formas extendidas de violencia que amenazan a la familia
humana y a nuestra casa común.
Frente a
todo esto, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los
corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano. Y
nosotros, abuelos y mayores, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las
mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada
comprensiva y tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra
humanidad haciéndonos cargo de los demás, y hoy podemos ser maestros de una
forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles. Nuestra actitud tal vez
pueda ser confundida con debilidad o sumisión, pero serán los mansos, no los
agresivos ni los prevaricadores, los que heredarán la tierra (cf. Mt 5,5).
Uno de
los frutos que estamos llamados a dar es el de proteger el mundo. «Todos hemos
pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos» [5]; pero hoy es el tiempo de
tener sobre nuestras rodillas —con la ayuda concreta o al menos con la
oración—, junto con los nuestros, a todos aquellos nietos atemorizados que aún
no hemos conocido y que quizá huyen de la guerra o sufren por su causa.
Llevemos en nuestro corazón —como hacía san José, padre tierno y solícito— a
los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur.
Muchos de
nosotros hemos madurado una sabia y humilde conciencia, que el mundo tanto
necesita. No nos salvamos solos, la felicidad es un pan que se come juntos.
Testimoniémoslo a aquellos que se engañan pensando encontrar realización
personal y éxito en el enfrentamiento. Todos, también los más débiles, pueden
hacerlo. Incluso dejar que nos cuiden —a menudo personas que provienen de otros
países— es un modo para decir que vivir juntos no sólo es posible, sino
necesario.
Queridas
abuelas y queridos abuelos, queridas ancianas y queridos ancianos, en este
mundo nuestro estamos llamados a ser artífices de la revolución de la
ternura. Hagámoslo, aprendiendo a utilizar cada vez más y mejor el
instrumento más valioso que tenemos, y que es el más apropiado para nuestra
edad: el de la oración. «Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la
oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a
apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios» [6]. Nuestra invocación confiada
puede hacer mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede
contribuir a cambiar los corazones. Podemos ser «el “coro” permanente de un
gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza
sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida» [7].
Es por
eso que la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores es una ocasión para
decir una vez más, con alegría, que la Iglesia quiere festejar con aquellos a
los que el Señor —como dice la Biblia— les ha concedido “una edad avanzada”.
¡Celebrémosla juntos! Los invito a anunciar esta Jornada en sus parroquias y
comunidades, a ir a visitar a los ancianos que están más solos, en sus casas o
en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad.
Tener alguien a quien esperar puede cambiar el sentido de los días de quien ya
no aguarda nada bueno del futuro; y de un primer encuentro puede nacer una
nueva amistad. La visita a los ancianos que están solos es una obra de
misericordia de nuestro tiempo.
Pidamos a
la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución
de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y
del demonio de la guerra.
Que mi
Bendición, con la seguridad de mi cercanía afectuosa, llegue a todos ustedes y
a sus seres queridos. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Roma, San
Juan de Letrán, 3 de mayo de 2022, fiesta de los santos apóstoles Felipe y
Santiago.
FRANCISCO
[1] Catequesis
sobre la vejez, 1: “La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la
vida” (23 febrero 2022).
[2] Ibíd.,
5: “La fidelidad a la visita de Dios para la generación que viene” (30
marzo 2022).
[3] Ibíd.,
3: “La ancianidad, recurso para la juventud despreocupada” (16 marzo
2022).
[4] Catequesis
sobre san José, 8: “San José padre en la ternura” (19 enero 2022).
[5] Homilía
durante la Santa Misa, I Jornada Mundial de los Abuelos y de los
Mayores (25 julio 2021).
[6] Catequesis
sobre la familia, 7: “Los abuelos” (11 marzo 2015).
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
El avión papal con los periodistas y el sequito ha aterrizado a las 11.09 horas, tal y como estaba previsto -19.09 horas en Italia-, en el Aeropuerto Internacional de Edmonton, primera parada del 37º viaje apostólico del Papa Francisco. El Pontífice es recibido por las autoridades civiles y religiosas. A partir de mañana el programa de la visita se centrará en el proceso de reconciliación con los pueblos indígenas.
Para ir allí, donde la herida aún sangra. En su editorial, el director de L'Osservatore Romano lee así la "peregrinación penitencial" que Francisco realiza del 24 al 30 de julio. Un "delicado, agotador y doloroso viaje de curación y purificación".
SANTORAL DE HOY
Elogio: Solemnidad del apóstol Santiago, hijo del
Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de
la transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta
de Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la
corona del martirio.
Patronazgos: patrono de España, Guatemala y Nicaragua;
de los guerreros, trabajadores, porteadores, sombrereros, calceteros,
fabricantes de velas, herreros, farmacéuticos y boticarios; de los peregrinos;
para invocar por el crecimiento de las manzanas y los cultivos; contra el
reumatismo.
Tradiciones, refranes,
devociones: El verano
en la montaña, empieza en Santiago y acaba en Santa Ana (es decir, al día
siguiente)
Santiago de chuvias, ano de alubias.
Entre san Xoán e Santiago Deus nos libre dun nubrado.
Refieren a este santo: Santos Felipe y Santiago.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que consagraste los primeros trabajos
de los apóstoles con la sangre de Santiago, haz que, por su martirio, sea
fortalecida tu Iglesia y, por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo
hasta el final de los tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos. Amén (oración litúrgica).
Otros santos de este día:
San Cristóbal, mártir
En Licia, san Cristóbal, mártir.
San
Cucufate, mártir
En Barcelona, ciudad de la Hispania Tarraconense, san Cucufate, mártir,
que, herido con espada durante la persecución desencadenada por el emperador
Diocleciano, subió victorioso al cielo.
Santos
Valentina, Tea y Pablo, mártires
santos Valentina, Tea y Pablo, mártires durante la persecución llevada a
cabo en tiempo del emperador Maximiano, siendo prefecto Firmiliano. Valentina,
virgen, por haber derribado de un puntapié el ara levantada en honor de los
dioses, fue arrojada al fuego junto con Tea, virgen también, después de haber
sido ambas cruelmente atormentadas, y así volaron al encuentro del Esposo.
Pablo, condenado a muerte, habiendo conseguido un breve tiempo para orar, rogó
encarecidamente por la salvación de todos y seguidamente recibió la corona del
martirio al ser decapitado.
Santa
Olimpíada, viuda
En Nicomedia, de Bitinia, tránsito de santa Olimpíada, que, habiendo
enviudado cuando era aún joven, pasó el resto de su vida piísimamente en
Constantinopla, entre las mujeres consagradas a Dios, sirviendo a los pobres.
Permaneció siempre fiel a san Juan Crisóstomo, al que acompañó en su exilio.
San
Magnerico de Tréveris, obispo
En Tréveris, ciudad de Renania, en Austrasia, san Magnerico, obispo,
discípulo de san Niceto, a quien acompañó fielmente cuando éste fue desterrado,
y al que emuló, al sucederle en el episcopado, en el celo por la salvación de
los almas.
Santos
Beato y Banto, presbíteros y eremitas
En Tréveris también, santos Beato y Banto, presbíteros, que llevaron vida
eremítica en tiempo de san Magnerico.
Santa
Glodesindis, abadesa
En Metz, ciudad de la Galia Bélgica, santa Glodesindis, abadesa.
San
Teodomiro, monje mártir
En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Teodomiro, monje de
Carmona, martirizado, siendo aún joven, durante la persecución desencadenada
por los sarracenos.
Beato
Juan Soreth, religioso presbítero
En Angers, en Francia, beato Juan Soreth, presbítero de la Orden de
Carmelitas, en la que introdujo una observancia más estrecha y amplió con
conventos para monjas.
Beato
Pedro Corradini de Mogliano, religioso presbítero
En Camerino, del Piceno, beato Pedro Corradini de Mogliano, presbítero de
la Orden de los Hermanos Menores, insigne por la predicación del Evangelio, por
el ejemplo de sus virtudes y por la fama de sus milagros.
Beatos
Rodolfo Aquaviva, Alfonso Pacheco, Pedro Berna, Antonio Francisco y Francisco
Aranha, religiosos mártires
En la región de Salsette, en la India, beatos mártires Rodolfo Aquaviva,
Alfonso Pacheco, Pedro Berna y Antonio Francisco, presbíteros, y Francisco
Aranha, religioso, todos jesuitas, asesinados por los infieles por haber
exaltado la Cruz.
Beato
Antonio Lucci, religioso y obispo
En Bobino, en la Apulia, beato Antonio Lucci, obispo, de la Orden de los
Hermanos Menores Conventuales, que refulgió por su extraordinaria doctrina, y
se entregó de tal modo a ayudar a los pobres que se olvidaba de atender la más
mínima de sus propias necesidades.
Beato
Miguel Ludovico Brulard, presbítero y mártir
En una nave anclada ante la costa de Rochefort, en Francia, beato Miguel
Ludovico Brulard, presbítero de la Orden de los Carmelitas Descalzos, mártir,
el cual, durante la Revolución Francesa, por ser sacerdote fue encerrado en
dicha nave en condiciones inhumanas, muriendo en ella consumido por la enfermedad.
Santa
María del Carmen Sallés y Barangueras, virgen y fundadora
En Madrid, capital de España, santa María del Carmen Sallés y
Barangueras, virgen, fundadora de la Congregación de las Hermanas de la
Inmaculada Concepción, para la educación de mujeres piadosas e incultas.
Beato
Darío Acosta Zurita, presbítero y mártir
En Veracruz, México, beato Darío Acosta Zurita, presbítero y mártir.
Beatos
Pedro del Sagrado Corazón Redondo, Félix de las Cinco Llagas Ugalde Irurzun y
Benito de la Virgen del Villar Solano Ruiz, religiosos mártires
En Urda, lugar de la provincia española de Toledo, beatos mártires-Pedro
del Sagrado Corazón Largo Redondo, presbítero, Félix de las Cinco Llagas Ugalde
Irurzún y Pedro de la Virgen del Villar Solana Ruiz, religiosos de la
Congregación de la Pasión, que consiguieron la gloriosa palma del martirio al
ser fusilados por su fe cristiana en la persecución religiosa desencadenada en
tiempo de guerra.
Beatos
Federico Rubio Álvarez, Primo Martínez de San Vicente Castillo, Jerónimo Ochoa
Urdangarín y Juan de la Cruz Delgado Pastor, religiosos mártires
Cerca de Talavera de la Reina, también en la provincia de Toledo, en
España, beatos mártires Federico (Carlos) Rubio Álvarez, presbítero, Primo
Martínez de San Vicente Castillo, Jerónimo Ochoa Urdangarín, Juan de la Cruz
(Eligio) Delgado Pastor, religiosos todos de la Orden Hospitalaria San Juan de
Dios, que, sin previo juicio, durante la misma persecución religiosa obtuvieron
la corona del martirio.
Beato
Dionisio Pamplona Polo, presbítero y mártir
En Monzón, cerca de Huesca, en la región española de Aragón, beato
Dionisio Pamplona Polo, presbítero, de la Orden de Clérigos Regulares de las
Escuelas Pías, asesinado por quienes odiaban la fe en la misma persecución
desencadena contra la religión.
Beatos
Deogracias Palacios, León Inchausti, José Rada, Julián Moreno, presbíteros, y
José Ricardo Díez, religiosos mártires
En Motril, pueblo en el litoral de la provincia española de Granada,
beatos mártires Deogracias Palacios, León Inchausti, José Rada, Julián Moreno
Moreno, presbíteros, y José Ricardo Díez, religioso, miembros de la Orden de
Agustinos Recoletos, detenidos inesperadamente por el populacho durante la
citada persecución e inmediatamente fusilados en el camino.
Beata
María Teresa Kowalska, virgen y mártir
En el campo de concentración de Dzialdowo, en Polonia, beata María Teresa
Kowalska, virgen de la Orden de Clarisas Capuchinas y mártir, la cual,
encarcelada en aquel lugar durante la ocupación militar de Polonia, permaneció
firme en la fe y alcanzó, así, la vida eterna.
Beato
Wenceslao Pedernera, mártir
En Chilecito, La Rioja, República Argentina, beato Wenceslao Pedernera,
mártir, laico casado, miembro del Movimiento Rural Diocesano y catequista.
LITURGIA DE HOY
Solemnidad del apóstol Santiago, hijo del Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de la transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta de Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la corona del martirio. (elog. del Martirologio Romano).
Misa de la
solemnidad (rojo).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. prop.,
conveniente PE I. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. IV.
- Hch 4, 33; 5, 12.
27-33; 12, 2. El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago.
- Sal 66. R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
- 2 Cor 4, 7-15. Llevamos siempre y en todas partes en el cuerpo
la muerte de Jesús.
- Mt 20, 20-28. Mi cáliz lo beberéis.
Santiago, hijo de Zebedeo, hermano del apóstol san Juan, fue el primero de los apóstoles en beber el cáliz del Señor, cuando participó en su Pasión, al ser decapitado por orden del rey Herodes. De esa manera anunció el reino que viene por la muerte y resurrección de Cristo (cf. Pf.). Estando sus restos en Galicia, es patrono de los pueblos de España. Pidamos por su intercesión que España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos (1ª orac.). Una petición muy necesaria hoy día, cuando la fe y los valores cristianos están tan en crisis en nuestra sociedad. Pidamos también que seamos testigos de esta fe, como Santiago, dispuestos a beber el cáliz del Señor.
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las
Horas: oficio de la
solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 26 de julio, pág. 445.
Antífona de
entrada Cf. Mt 4, 18.
21; Mc 3, 17
Jesús paseando junto al mar de Galilea, vio a Santiago, hijo de Zebedeo,
y a Juan, su hermano, que estaban repasando las redes, y los llamó, y les puso
el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno.
Monición de entrada
Celebramos hoy la solemnidad del apóstol Santiago, hijo de Zebedeo y
hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de la
transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta de
Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la
corona del martirio; sucedió en el siglo I. Patrono de España, su sepulcro en
Compostela atrae a innumerables peregrinos de todo el mundo.
Acto penitencial
- Tú, que llamaste a Santiago para que dejara
las redes y alentara a los que peregrinan hacia ti: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que elegiste a Santiago para estar
contigo en el Tabor y en Getsemaní: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que enviaste a los apóstoles con la fuerza del Espíritu para
que nos anunciasen el perdón de los pecados: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Se dice Gloria.
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2)
EN AQUELLOS DÍAS, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del
Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Por mano
de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.
Les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los
interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese nombre? En
cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos
responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros
padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero.
Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a
Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos
nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 66, 2-3. 5. 7-8 [R.: 4])
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra.
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V. La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra.
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2 Cor 4, 7-15)
HERMANOS:
Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza
tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros:
Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados;
perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando
siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte
por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra
carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.
Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí,
por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien
resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos
presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Astro brillante de España, apóstol Santiago,
tu cuerpo descansa en la paz, tu gloria pervive entre nosotros. R.
EN AQUEL TIEMPO, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con
sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha
y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me
toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi
Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y
llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los
oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros,
que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea
vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
"Santiago, el
Mayor"
Proseguimos la serie de retratos de los Apóstoles elegidos directamente
por Jesús durante su vida terrena. Hemos hablado de san Pedro y de su hermano
Andrés. Hoy hablamos del apóstol Santiago.
Las listas bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este
nombre: Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3,
17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago
el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no pretenden
medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que reciben en
los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la vida
terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos
personajes homónimos.
El nombre Santiago es la traducción de Iákobos,
trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así
llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa
el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según
san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los
evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras
que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf.
Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de
los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos
importantes de su vida.
Dado que hace mucho calor, quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos
de estas ocasiones. Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en
el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el
acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de
situaciones muy diversas entre sí: en un caso, Santiago, con los otros
dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y
Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se
encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el
Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.
Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de
maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista,
de la primera: tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío
como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria,
sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza
precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.
Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu
Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando llegó el momento del
testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el
rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san Lucas,
"por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e
hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan" (Hch 12, 1-2). La
concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de
manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio
del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición
destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había
desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.
Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla,
habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del
imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido
trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.
Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y
sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa
sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de
Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características
del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la "buena nueva", y
características de la peregrinación de la vida cristiana.
Por consiguiente, de Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud
para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la
"barca" de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo
por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la
disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta
el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como
ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había
pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su
reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir
con los Apóstoles el martirio.
Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior
sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte
de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano
II. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las
dificultades, que vamos por el buen camino.
Amadísimos Hermanos en Jesucristo:
Doy gracias a Dios por el don de poder estar aquí, en esta espléndida
plaza repleta de arte, cultura y significado espiritual. En este Año Santo,
llego como peregrino entre los peregrinos, acompañando a tantos como vienen
hasta aquí sedientos de la fe en Cristo resucitado. Fe anunciada y transmitida
fielmente por los Apóstoles, como Santiago el Mayor, a quien se venera en
Compostela desde tiempo inmemorial.
Agradezco las gentiles palabras de bienvenida de Monseñor Julián Barrio
Barrio, Arzobispo de esta Iglesia particular, y la amable presencia de Sus
Altezas Reales los Príncipes de Asturias, de los Señores Cardenales, así como
de los numerosos Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio. Vaya también mi
saludo cordial a los Parlamentarios Europeos, miembros del intergrupo
"Camino de Santiago", así como a las distinguidas Autoridades
Nacionales, Autonómicas y Locales que han querido estar presentes en esta
celebración. Todo ello es signo de deferencia para con el Sucesor de Pedro y
también del sentimiento entrañable que Santiago de Compostela despierta en
Galicia y en los demás pueblos de España, que reconoce al Apóstol como su
Patrón y protector. Un caluroso saludo igualmente a las personas consagradas,
seminaristas y fieles que participan en esta Eucaristía y, con una emoción
particular, a los peregrinos, forjadores del genuino espíritu jacobeo, sin el
cual poco o nada se entendería de lo que aquí tiene lugar.
Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: "Los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor"
(Hch 4, 33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo
ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios,
que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que
lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la
muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la
historia.
"Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a
los que le obedecen" (Hch 5, 32), dicen los apóstoles. Así pues, ellos
dieron testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús, a quien
conocieron mientras predicaba y hacía milagros. A nosotros, queridos hermanos,
nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día
más y dando un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro
que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos. Así imitaremos también a San
Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades, proclamaba
exultante: "Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea
que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros"
(2Co 4, 7).
Junto a estas palabras del Apóstol de los gentiles, están las propias
palabras del Evangelio que acabamos de escuchar, y que invitan a vivir desde la
humildad de Cristo que, siguiendo en todo la voluntad del Padre, ha venido para
servir, "para dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para
los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos
ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se
mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino
porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus
dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos. Al
proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica
del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los "jefes de los
pueblos", porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de
prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción
humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre todo a los jóvenes:
precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía
para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como
tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente
y ser semilla de esperanza.
Esto es lo que nos recuerda también la celebración de este Año Santo
Compostelano. Y esto es lo que en el secreto del corazón, sabiéndolo
explícitamente o sintiéndolo sin saber expresarlo con palabras, viven tantos
peregrinos que caminan a Santiago de Compostela para abrazar al Apóstol. El
cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra
nacionalidad, los abren a lo más profundo y común que nos une a los humanos:
seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia
de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención. Y en lo más recóndito
de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu
Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a
las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos, al hombre que ora, Dios le
alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo. Quien peregrina a
Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre todo con Dios que, reflejado
en la majestad de Cristo, lo acoge y bendice al llegar al Pórtico de la Gloria.
Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron
con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela.
¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la
aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha
recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y
proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como
ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es
absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de
todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero
insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de
Jesús cuando escribió: "Sólo Dios basta".
Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y
divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo
de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios,
que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que
todos tengan vida eterna (cf. Jn 3, 16).
El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo para el cual Dios es
envidioso o despectivo del hombre: ¿Cómo hubiera creado Dios todas las cosas si
no las hubiera amado, Él que en su plenitud infinita no necesita nada? (cf. Sb
11, 24-26). ¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por
ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra
libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y
cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se
haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida
humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera
intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin
ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol
de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el
derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que
Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra
santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a
fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es
necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del
trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.
Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con
su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores
tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de
época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones
filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa.
Ese Dios y ese hombre son los que se han manifestado concreta e
históricamente en Cristo. A ese Cristo que podemos hallar en los caminos hasta
llegar a Compostela, pues en ellos hay una cruz que acoge y orienta en las
encrucijadas. Esa cruz, supremo signo del amor llevado hasta el extremo, y por
eso don y perdón al mismo tiempo, debe ser nuestra estrella orientadora en la
noche del tiempo. Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra
historia, porque Cristo se dejó clavar en ella para darnos el supremo
testimonio de su amor, para invitarnos al perdón y la reconciliación, para
enseñarnos a vencer el mal con el bien. No dejéis de aprender las lecciones de
ese Cristo de las encrucijadas de los caminos y de la vida, en el que nos sale
al encuentro Dios como amigo, padre y guía. ¡Oh Cruz bendita, brilla siempre en
tierras de Europa!
Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las
amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarios,
por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres. No se
puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre
sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La
Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la
cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la
fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre
vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por
Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en
Jesucristo.
Queridos amigos, levantemos una mirada esperanzadora hacia todo lo que
Dios nos ha prometido y nos ofrece. Que Él nos dé su fortaleza, que aliente a
esta Archidiócesis compostelana, que vivifique la fe de sus hijos y los ayude a
seguir fieles a su vocación de sembrar y dar vigor al Evangelio, también en
otras tierras.
Que Santiago, el amigo del Señor, alcance abundantes bendiciones para
Galicia, para los demás pueblos de España, de Europa y de tantos otros lugares
allende los mares, donde el Apóstol es signo de identidad cristiana y promotor
del anuncio de Cristo. Amen.
Monición al Credo
Se dice Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Confesamos nuestra fe: la fe que nos trajo el apóstol Santiago; la fe que
él nos proclamó y la que selló con su sangre.
Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre por medio de Cristo, que eligió al apóstol Santiago como servidor, el cual fue el primero que bebió su mismo cáliz.
- Por toda la Iglesia, para que siguiendo el ejemplo de los apóstoles anuncie a Jesucristo como el Salvador de todos. Roguemos al Señor.
- Por nuestros gobernantes, para que sean verdaderos servidores de todos y favorezcan siempre la justicia y la verdad. Roguemos al Señor.
- Por todas las regiones de España, para que logremos la convivencia
pacífica a través del diálogo y la mutua comprensión. Roguemos al Señor.
- Por los que viven alejados de nuestra patria, para que hallen comprensión y una vida digna en los lugares donde se encuentren. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, para que, como al apóstol Santiago, el Señor nos conceda crecer en la amistad con él. Roguemos al Señor.
que reconoce al apóstol Santiago
como patrono e intercesor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar, Señor,
Padre santo, Dios todopoderoso, Pastor eterno.
Porque Santiago, testigo predilecto,
anunció el reino que viene por la muerte y resurrección de tu Hijo,
y, el primero entre los apóstoles, bebió el cáliz del Señor:
con su guía y patrocinio se conserva la fe en España y en los pueblos hermanos
y se dilata por toda la tierra,
mientras tu apóstol alienta a los que peregrinan para que lleguen finalmente a ti,
por Cristo, Señor nuestro.
Por eso, Señor, con todos los ángeles
te alabamos ahora y por siempre,
diciendo con humilde fe:
R. Santo, Santo, Santo...
Antífona de la
comunión Cf. Mt 20, 22-23
Bebieron el cáliz del Señor y se hicieron amigos de Dios.
Oración después de la comunión
Se puede utilizar la bendición solemne de los Apóstoles.
R. Amén.
R. Amén.
R. Amén.
R. Amén.
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