PROGRAMA PARROQUIAL:MARTES, 26 DE JULIO- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Horario de despacho: de lunes a viernes, de 10.30 h. a 13.30 h y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Exequias de +ÁNGELES MÁRQUEZ CRUZADO, en la Parroquia (a las 10.30 h.).
- Rezo del Santo Rosario (20.00 h.) y Eucaristía del Martes de la XVII Semana del Tiempo Ordinario, en la Parroquia (a las 20.30 h.).
- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 21.30 h.
- Horario de despacho: de lunes a viernes, de 10.30 h. a 13.30 h y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Exequias de +ÁNGELES MÁRQUEZ CRUZADO, en la Parroquia (a las 10.30 h.).
- Rezo del Santo Rosario (20.00 h.) y Eucaristía del Martes de la XVII Semana del Tiempo Ordinario, en la Parroquia (a las 20.30 h.).
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA II JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS MAYORES
(24 de julio de 2022)
"En la vejez seguirán dando fruto" (Sal 92,15)
Querida hermana, querido hermano:
El versículo del salmo 92 «en la vejez seguirán dando frutos» (v. 15) es una buena noticia, un verdadero “evangelio”, que podemos anunciar al mundo con ocasión de la segunda Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Esto va a contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, ancianos, que siguen adelante con poca esperanza y sin aguardar ya nada del futuro.
La ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con la que es mejor no entrar en contacto. Los ancianos no nos conciernen —piensan— y es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus preocupaciones. Es la “cultura del descarte”, esa mentalidad que, mientras nos hace sentir diferentes de los más débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza a imaginar caminos separados entre “nosotros” y “ellos”. Pero, en realidad, una larga vida —así enseña la Escritura— es una bendición, y los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!
La ancianidad, en efecto, no es una estación fácil de comprender, tampoco para nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara por sorpresa. Las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no proyectos de existencia [1]. Por eso es difícil mirar al futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte, estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin ilusión, resignados a no tener ya “frutos para dar”.
El final de la actividad laboral y los hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos por los que hemos gastado muchas de nuestras energías. La consciencia de que las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en crisis nuestras certezas. El mundo —con sus tiempos acelerados, ante los cuales nos cuesta mantener el paso— parece que no nos deja alternativa y nos lleva a interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a exclamar: «No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten las fuerzas» (71,9).
Pero el mismo salmo —que descubre la presencia del Señor en las diferentes estaciones de la existencia— nos invita a seguir esperando. Al llegar la vejez y las canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal. Confiando en Él, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más (cf. vv. 14-20) y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida. ¡Envejecer no es una condena, es una bendición!
Por ello, debemos vigilar sobre nosotros mismos y aprender a llevar una ancianidad activa también desde el punto de vista espiritual, cultivando nuestra vida interior por medio de la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la práctica de los sacramentos y la participación en la liturgia. Y, junto a la relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo con la familia, los hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto lleno de atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas, a las que podemos acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a “balconear”, a mirar desde la ventana. Afinando, en cambio, nuestros sentidos para reconocer la presencia del Señor [2], seremos como “verdes olivos en la casa de Dios” (cf. Sal 52,10), y podremos ser una bendición para quienes viven a nuestro lado.
La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro. «La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones» [3]. Es nuestro aporte a la revolución de la ternura [4], una revolución espiritual y pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas.
El mundo vive un tiempo de dura prueba, marcado primero por la tempestad inesperada y furiosa de la pandemia, luego, por una guerra que afecta la paz y el desarrollo a escala mundial. No es casual que la guerra haya vuelto en Europa en el momento en que la generación que la vivió en el siglo pasado está desapareciendo. Y estas grandes crisis pueden volvernos insensibles al hecho de que hay otras “epidemias” y otras formas extendidas de violencia que amenazan a la familia humana y a nuestra casa común.
Frente a todo esto, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano. Y nosotros, abuelos y mayores, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada comprensiva y tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra humanidad haciéndonos cargo de los demás, y hoy podemos ser maestros de una forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles. Nuestra actitud tal vez pueda ser confundida con debilidad o sumisión, pero serán los mansos, no los agresivos ni los prevaricadores, los que heredarán la tierra (cf. Mt 5,5).
Uno de los frutos que estamos llamados a dar es el de proteger el mundo. «Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos» [5]; pero hoy es el tiempo de tener sobre nuestras rodillas —con la ayuda concreta o al menos con la oración—, junto con los nuestros, a todos aquellos nietos atemorizados que aún no hemos conocido y que quizá huyen de la guerra o sufren por su causa. Llevemos en nuestro corazón —como hacía san José, padre tierno y solícito— a los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur.
Muchos de nosotros hemos madurado una sabia y humilde conciencia, que el mundo tanto necesita. No nos salvamos solos, la felicidad es un pan que se come juntos. Testimoniémoslo a aquellos que se engañan pensando encontrar realización personal y éxito en el enfrentamiento. Todos, también los más débiles, pueden hacerlo. Incluso dejar que nos cuiden —a menudo personas que provienen de otros países— es un modo para decir que vivir juntos no sólo es posible, sino necesario.
Queridas abuelas y queridos abuelos, queridas ancianas y queridos ancianos, en este mundo nuestro estamos llamados a ser artífices de la revolución de la ternura. Hagámoslo, aprendiendo a utilizar cada vez más y mejor el instrumento más valioso que tenemos, y que es el más apropiado para nuestra edad: el de la oración. «Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios» [6]. Nuestra invocación confiada puede hacer mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede contribuir a cambiar los corazones. Podemos ser «el “coro” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida» [7].
Es por eso que la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores es una ocasión para decir una vez más, con alegría, que la Iglesia quiere festejar con aquellos a los que el Señor —como dice la Biblia— les ha concedido “una edad avanzada”. ¡Celebrémosla juntos! Los invito a anunciar esta Jornada en sus parroquias y comunidades, a ir a visitar a los ancianos que están más solos, en sus casas o en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad. Tener alguien a quien esperar puede cambiar el sentido de los días de quien ya no aguarda nada bueno del futuro; y de un primer encuentro puede nacer una nueva amistad. La visita a los ancianos que están solos es una obra de misericordia de nuestro tiempo.
Pidamos a la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y del demonio de la guerra.
Que mi Bendición, con la seguridad de mi cercanía afectuosa, llegue a todos ustedes y a sus seres queridos. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de mayo de 2022, fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago.
FRANCISCO
[1] Catequesis sobre la vejez, 1: “La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la vida” (23 febrero 2022).
[2] Ibíd., 5: “La fidelidad a la visita de Dios para la generación que viene” (30 marzo 2022).
[3] Ibíd., 3: “La ancianidad, recurso para la juventud despreocupada” (16 marzo 2022).
[4] Catequesis sobre san José, 8: “San José padre en la ternura” (19 enero 2022).
[5] Homilía durante la Santa Misa, I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores (25 julio 2021).
[6] Catequesis sobre la familia, 7: “Los abuelos” (11 marzo 2015).
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA II JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS MAYORES
(24 de julio de 2022)
"En la vejez seguirán dando fruto" (Sal 92,15)
Querida hermana, querido hermano:
El versículo del salmo 92 «en la vejez seguirán dando frutos» (v. 15) es una buena noticia, un verdadero “evangelio”, que podemos anunciar al mundo con ocasión de la segunda Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Esto va a contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, ancianos, que siguen adelante con poca esperanza y sin aguardar ya nada del futuro.
La ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con la que es mejor no entrar en contacto. Los ancianos no nos conciernen —piensan— y es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus preocupaciones. Es la “cultura del descarte”, esa mentalidad que, mientras nos hace sentir diferentes de los más débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza a imaginar caminos separados entre “nosotros” y “ellos”. Pero, en realidad, una larga vida —así enseña la Escritura— es una bendición, y los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!
La ancianidad, en efecto, no es una estación fácil de comprender, tampoco para nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara por sorpresa. Las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no proyectos de existencia [1]. Por eso es difícil mirar al futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte, estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin ilusión, resignados a no tener ya “frutos para dar”.
El final de la actividad laboral y los hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos por los que hemos gastado muchas de nuestras energías. La consciencia de que las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en crisis nuestras certezas. El mundo —con sus tiempos acelerados, ante los cuales nos cuesta mantener el paso— parece que no nos deja alternativa y nos lleva a interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a exclamar: «No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten las fuerzas» (71,9).
Pero el mismo salmo —que descubre la presencia del Señor en las diferentes estaciones de la existencia— nos invita a seguir esperando. Al llegar la vejez y las canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal. Confiando en Él, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más (cf. vv. 14-20) y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida. ¡Envejecer no es una condena, es una bendición!
Por ello, debemos vigilar sobre nosotros mismos y aprender a llevar una ancianidad activa también desde el punto de vista espiritual, cultivando nuestra vida interior por medio de la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la práctica de los sacramentos y la participación en la liturgia. Y, junto a la relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo con la familia, los hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto lleno de atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas, a las que podemos acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a “balconear”, a mirar desde la ventana. Afinando, en cambio, nuestros sentidos para reconocer la presencia del Señor [2], seremos como “verdes olivos en la casa de Dios” (cf. Sal 52,10), y podremos ser una bendición para quienes viven a nuestro lado.
La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro. «La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones» [3]. Es nuestro aporte a la revolución de la ternura [4], una revolución espiritual y pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas.
El mundo vive un tiempo de dura prueba, marcado primero por la tempestad inesperada y furiosa de la pandemia, luego, por una guerra que afecta la paz y el desarrollo a escala mundial. No es casual que la guerra haya vuelto en Europa en el momento en que la generación que la vivió en el siglo pasado está desapareciendo. Y estas grandes crisis pueden volvernos insensibles al hecho de que hay otras “epidemias” y otras formas extendidas de violencia que amenazan a la familia humana y a nuestra casa común.
Frente a todo esto, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano. Y nosotros, abuelos y mayores, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada comprensiva y tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra humanidad haciéndonos cargo de los demás, y hoy podemos ser maestros de una forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles. Nuestra actitud tal vez pueda ser confundida con debilidad o sumisión, pero serán los mansos, no los agresivos ni los prevaricadores, los que heredarán la tierra (cf. Mt 5,5).
Uno de los frutos que estamos llamados a dar es el de proteger el mundo. «Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos» [5]; pero hoy es el tiempo de tener sobre nuestras rodillas —con la ayuda concreta o al menos con la oración—, junto con los nuestros, a todos aquellos nietos atemorizados que aún no hemos conocido y que quizá huyen de la guerra o sufren por su causa. Llevemos en nuestro corazón —como hacía san José, padre tierno y solícito— a los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur.
Muchos de nosotros hemos madurado una sabia y humilde conciencia, que el mundo tanto necesita. No nos salvamos solos, la felicidad es un pan que se come juntos. Testimoniémoslo a aquellos que se engañan pensando encontrar realización personal y éxito en el enfrentamiento. Todos, también los más débiles, pueden hacerlo. Incluso dejar que nos cuiden —a menudo personas que provienen de otros países— es un modo para decir que vivir juntos no sólo es posible, sino necesario.
Queridas abuelas y queridos abuelos, queridas ancianas y queridos ancianos, en este mundo nuestro estamos llamados a ser artífices de la revolución de la ternura. Hagámoslo, aprendiendo a utilizar cada vez más y mejor el instrumento más valioso que tenemos, y que es el más apropiado para nuestra edad: el de la oración. «Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios» [6]. Nuestra invocación confiada puede hacer mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede contribuir a cambiar los corazones. Podemos ser «el “coro” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida» [7].
Es por eso que la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores es una ocasión para decir una vez más, con alegría, que la Iglesia quiere festejar con aquellos a los que el Señor —como dice la Biblia— les ha concedido “una edad avanzada”. ¡Celebrémosla juntos! Los invito a anunciar esta Jornada en sus parroquias y comunidades, a ir a visitar a los ancianos que están más solos, en sus casas o en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad. Tener alguien a quien esperar puede cambiar el sentido de los días de quien ya no aguarda nada bueno del futuro; y de un primer encuentro puede nacer una nueva amistad. La visita a los ancianos que están solos es una obra de misericordia de nuestro tiempo.
Pidamos a la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y del demonio de la guerra.
Que mi Bendición, con la seguridad de mi cercanía afectuosa, llegue a todos ustedes y a sus seres queridos. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de mayo de 2022, fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago.
FRANCISCO
[1] Catequesis sobre la vejez, 1: “La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la vida” (23 febrero 2022).
[2] Ibíd., 5: “La fidelidad a la visita de Dios para la generación que viene” (30 marzo 2022).
[3] Ibíd., 3: “La ancianidad, recurso para la juventud despreocupada” (16 marzo 2022).
[4] Catequesis sobre san José, 8: “San José padre en la ternura” (19 enero 2022).
[5] Homilía durante la Santa Misa, I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores (25 julio 2021).
[6] Catequesis sobre la familia, 7: “Los abuelos” (11 marzo 2015).
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
El avión papal con los periodistas y el sequito ha aterrizado a las 11.09 horas, tal y como estaba previsto -19.09 horas en Italia-, en el Aeropuerto Internacional de Edmonton, primera parada del 37º viaje apostólico del Papa Francisco. El Pontífice es recibido por las autoridades civiles y religiosas. A partir de mañana el programa de la visita se centrará en el proceso de reconciliación con los pueblos indígenas.
Para ir allí, donde la herida aún sangra. En su editorial, el director de L'Osservatore Romano lee así la "peregrinación penitencial" que Francisco realiza del 24 al 30 de julio. Un "delicado, agotador y doloroso viaje de curación y purificación".
SANTORAL DE HOY


Otros santos de este día:
San Erasto, santo del NT
Conmemoración de san Erasto, tesorero de la ciudad de Corinto, que estuvo al servicio del apóstol Pablo.
San Simeón de Polirone, eremita
En el monasterio de San Benito, junto al río Po, en el territorio de Mantua, san Simeón, monje y ermitaño.
San Austindo de Auch, obispo
En Auch, ciudad de Aquitania, san Austindo, obispo, que construyó la iglesia catedral de esta ciudad, mejoró las costumbres del pueblo y fue modelo en la casa de Dios.
Beatos Evangelista y Peregrino, presbíteros
En Verona, en los confines de Venecia, beatos Evangelista y Peregrino, presbíteros.
Beato Hugo de Actis, monje
En Sassoferrato, del Piceno, beato Hugo de Actis, monje de la Congregación de Monjes Silvestrinos de la Orden de San Benito.
Beata Camila Gentili, mártir
En Septémpeda, de nuevo en el Piceno, beata Camila Gentili, martirizada por su propio esposo.
Beato Juan Ingram, presbítero y mártir
En Gateshead, pueblo cercano a Newcastle-on-Tyne, en Inglaterra, beato Juan Ingram, presbítero y mártir, que, inglés de nacimiento, una vez ordenado en la basílica Lateranense ejerció su ministerio en Escocia hasta que, habiendo pasado a Inglaterra, en tiempo de la reina Isabel I fue ahorcado por ser sacerdote.
Beato Jorge Swallowell, mártir
En Darlington, también en Inglaterra, beato Jorge Swallowell, mártir, condenado a muerte el mismo año en que había vuelto a la Iglesia católica, y aun cuando al ser atrozmente atormentado fue presa de gran pavor, permaneció firme en la fe católica y aceptó los crueles suplicios a que le sometieron.
Beatos Eduardo Thwing y Roberto Nuter, presbíteros y mártires
En Lancaster, igualmente en Inglaterra, beatos Eduardo Thwing, de la Orden de Predicadores, y Roberto Nuter, ambos presbíteros y mártires, que tras árduos trabajos en el cuidado de la viña del Señor, en tiempo de la reina Isabel I fueron condenados a muerte por ser sacerdotes, alcanzando así la gloria del martirio.
Beato Guillermo Webster, presbítero y mártir
En Londres, de nuevo en Inglaterra, beato Guillermo Webster, presbítero y mártir, que después de haber ejercido el ministerio a lo largo de más de veinte años en diversas cárceles, durante el reinado de Carlos I fue apresado por ser sacerdote y llevó a término su martirio en el patíbulo de Tyburn.
Beato Andrés, catequista mártir
En Phû Yên, pueblo de Annam, beato Andrés, catequista, que, al exacerbarse la persecución contra la enseñanza de la doctrina cristiana, fue hecho prisionero y, tras ser condenado a muerte, derramó su sangre por Cristo como el primer mártir de la Iglesia de este país.
Beatos Marcelo Gaucherii Labigne de Reignefort y Pedro José Le Groing de la Romagère, presbíteros y mártires
En una sórdida nave anclada ante las costas de Rochefort, en Francia, beatos Marcelo Gaucherii Labigne de Reignefort, de la Sociedad de Misioneros, y Pedro José Le Groing de la Romagère, ambos presbíteros y mártires. El primero vivía en el territorio de Limoges y el segundo en Bourges, y ambos, detenidos durante la Revolución Francesa por quienes odiaban la religión, murieron consumidos por el hambre y la enfermedad.
Beatas María Margarita de San Agustín Bonnet y cuatro compañeras, vírgenes y mártires
En Orange, población también de Francia, beatas María Margarita de San Agustín Bonnet y cuatro compañeras, vírgenes de la Orden de Santa Úrsula, que fueron martirizadas durante la misma revolución. Sus nombres son: beatas Catalina de Jesús (María Magdalena) de Jastamont, Ana de San Basilio Cartier, Clara de Santa Rosalia (Maria Clara) du Bac e Isabel Teresa del Corazón de Jesús Consolin.
Santa Bartolomea Capitanio, virgen y fundadora
En Lovere, en la Lombardía, santa Bartolomea Capitanio, virgen, fundadora, junto con santa Vicenta Gerosa, de la Congregación de Hermanas de la Caridad de la Virgen Niña. Murió a los veintisiete años, atacada por la tisis, o más bien consumida por la caridad.
Beatos Vicente Pinilla y Manuel Martín Sierra, presbíteros y mártires
En Motril, pueblo de la provincia de Granada, en España, beatos Vicente Pinilla, agustino recoleto, y Manuel Martín Sierra, presbíteros y mártires, que en tiempo de persecución religiosa fueron sacados por la fuerza de la iglesia y fusilados al día siguiente.
Beato Tito Brandsma, presbítero y mártir
En el campo de concentración de Dachau, cercano a Munich, en Alemania, beato Tito Brandsma, presbítero de la Orden de Carmelitas y mártir, holandés de nacimiento, que, por defender la Iglesia y la dignidad del hombre, padeció con ánimo sereno toda clase de sufrimientos y vejaciones, y dio ejemplo de una caridad sin límites, tanto en favor de sus hermanos concautivos como de sus mismos verdugos.
Beata Josefa María de Micheli, religiosa
En Centonara d’Artò, Madonna del Sasso, beata Josefa María (María Pierina) de Micheli, religiosa de las Hermanas de la Inmaculada Concepción.
San Jorge Preca, presbítero y fundador
En La Valetta, capital de la isla de Malta, san Jorge Preca, presbítero, que se entregó amorosamente a la formación catequética de los niños y fundó la Sociedad de la Doctrina Cristiana, con la misión de testimoniar la Palabra de Dios y propagarla al pueblo.
LITURGIA DE HOY
Misa de la memoria (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
26 de julio
San Joaquín y santa Ana,
padres de la Virgen María
Memoria
Antífona de
entrada Cf. Eclo 44, 1. 25
Alabemos a Joaquín y a Ana por su hija: porque el
Señor les dio la bendición de todos los hombres.
Monición de entrada
Celebramos hoy
la memoria de los santos Joaquín y Ana, padres de la bienaventurada Virgen
María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a la tradición de
los cristianos desde el siglo II. El culto de san Joaquín y santa Ana se
difundió por Oriente en tiempos de Justiniano, en el siglo VI, mientras que en
Occidente solo comenzó a tener una amplia difusión a comienzos de la Edad
Media.
que concediste a los santos Joaquín y Ana
la gracia de que naciera de ellos la Madre de tu Hijo encarnado,
concédenos, por la plegaria de ambos, la salvación prometida a tu pueblo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy
Audio y comentario del Evangelio de hoy
Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos
San Juan Crisóstomo, homiliae
in Matthaeum, hom. 47, 2
Es, en efecto,
obra del diablo el mezclar el error con la verdad. Sigue: "La mies es la
consumación del siglo". Dice en otro lugar, pero hablando de los
samaritanos: "Levantad vuestros ojos y considerad las regiones que ya
están blancas para la siega" ( Jn 4, 35). Y: "la mies, en verdad, es
mucha, sus operarios pocos" ( Mt 9, 37; Lc 10), en cuyas palabras expresa
que la siega ha llegado ya. ¿Cómo, pues, dice aquí que llegará? Porque está
tomada en sentido diferente la palabra siega. Allí ( Jn 4) se dice: "Uno
es el que siembra, y otro es el que siega"; y aquí se dice que es uno
mismo el que siembra y el que siega. Cuando establece la distinción entre el
que siembra y el que siega, diferencia a los apóstoles, no de si mismo, sino
los profetas, porque el mismo Cristo es el que sembró por medio de los profetas
entre los judíos y los samaritanos. El toma, pues, bajo dos aspectos en este
pasaje, las palabras simiente y siega. Así, cuando habla de la obediencia y de
la persuasión a la fe, usa la palabra siega, porque es la perfección de las
cosas. Pero cuando trata del fruto que se saca de oír la palabra de Dios, llama
a la siega consumación, como sucede en este lugar.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).
«Tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces» (Benedicto XVI).
«(…) Jesús habla con frecuencia de la ‘gehenna’ y del ‘fuego que nunca se apaga’ reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en términos graves que ‘enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo’ (Mt 13,41-42), y que pronunciará la condenación: ‘¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!’ (Mt 25,41)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.034).
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).
«Tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces» (Benedicto XVI).
«(…) Jesús habla con frecuencia de la ‘gehenna’ y del ‘fuego que nunca se apaga’ reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en términos graves que ‘enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo’ (Mt 13,41-42), y que pronunciará la condenación: ‘¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!’ (Mt 25,41)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.034).
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