PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 11 DE SEPTIEMBRE
- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 22.30 h.
- Horario de despacho: de lunes a viernes, de 10.30 h. a 13.30 h y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Solemne Eucaristía II Vísperas del Domingo de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.): Misa de Toma de Posesión de nuestro nuevo Párroco y su Vicario parroquial.
PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 11 DE SEPTIEMBRE
- Horario de la parroquia: abierta de 10.00 h. a 13.30 h. y de 18.00 h. a 22.30 h.
- Horario de despacho: de lunes a viernes, de 10.30 h. a 13.30 h y de 18.00 h. a 21.00 h.
- Solemne Eucaristía II Vísperas del Domingo de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario (a las 20.30 h.): Misa de Toma de Posesión de nuestro nuevo Párroco y su Vicario parroquial.
APOTEÓSICO DÍA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA,
NTRA. SRA. DE MONTEMAYORSolemne Eucaristía
Espectacular Procesión de la Virgen
Gran petalada en honor a la Virgen
NTRA. SRA. DE MONTEMAYOR
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Ángelus del Papa Francisco(11.09.2022)
SANTORAL DE HOY
Elogio: En Roma, en el cementerio de Basila, de la vía Salaria Antigua, sepultura de los santos mártires Proto y Jacinto, a quienes el papa san Dámaso, después de recuperar sus túmulos ocultos bajo tierra, dedicó unos versos, y donde, quince siglos más tarde, se encontró el sepulcro intacto de san Jacinto y su cuerpo abrasado.
Otros santos de este día:
Santos Félix y Régula, mártires
En la antigua ciudad de Turico, entre los helvecios, santos mártires Félix y Régula.
Conmemoración de san Pafnucio, obispo en Egipto, que fue uno de aquellos confesores que en tiempo del emperador Galerio Maximino fueron torturados sacándoles el ojo derecho, desjarretándoles la panto-rrilla izquierda y condenados luego a las minas. A pesar de ello, pudo asistir después al Concilio de Nicea y no cejó de luchar denodadamente por la fe católica contra el arrianismo.
En Lyon, de la Galia, san Paciente, obispo, que, movido por la caridad, distribuyó gratuitamente alimentos por todas las ciudades a orillas del Ródano y del Saona, ayudando a los pueblos oprimidos por el hambre. Ejerció el apostolado por doquier, para conversion de herejes y cuidado de los necesitados.
En París, también en la Galia, tránsito de san Sacerdote, obispo de Lyon, que vivió en el amor y temor de Dios, y murió en aquella ciudad durante un concilio.
En la isla de Bardsey, en el litoral de Cambria septentrional, san Daniel, obispo y abad de Bangor.
En el monasterio de Luxeuil, en Burgundia, tránsito de san Adelfio, abad del monasterio de Remiremont, que lloró profusamente por una disensión de menor importancia.
En Toul, de Austrasia, san Leudino o Bodón, obispo, que estando casado se hizo monje, y después también su esposa Odila, aconsejada por él, abrazó la vida monástica.
En el monasterio de Aulinas, en la Calabria, san Elías, conocido con el sobrenombre de «Espeleota», insigne promotor de la vida eremítica y cenobítica.
En Nagasaki, en Japón, beatos Gaspar Koteda, catequista, y los niños Francisco Takeya y Pedro Shichiemon, mártires, cuyos padres habían sufrido igualmente el martirio el día anterior. Todos ellos, allí mismo y con igual firmeza, sufrieron por Cristo idéntico suplicio de decapitación.
En Roma, beato Buenaventura de Barcelona (Miguel) Gran, religioso de la Orden de Hermanos Menores, que, amante de la observancia regular, instituyó conventos para retiros espirituales en muchos lugares del territorio romano, y mostró siempre máxima austeridad de vida y caridad para con los pobres.
En el litoral de Francia, cerca de Rochefort, en una nave anclada en el mar, beato Francisco Mayaudon, presbítero y mártir, que, encarcelado en tiempo de la Revolución Francesa por ser sacerdote, murió finalmente en ese barco-prisión, consumido por agotamiento físico.
En Wuchang, en la provincia de Hebei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, fue atormentado y, finalmente, colgado en una cruz y estrangulado.
En Barcelona, en España, beato Pedro de Alcántara (Lorenzo) Villanueva Larráyoz, religioso de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios y mártir, que por su condición de religioso obtuvo el martirio durante la despiadada persecución religiosa de aquel tiempo.
En la localidad de Genovés, de la provincia de Valencia, también en España, beato José María Segura Penadés, presbítero y mártir, que derramó su sangre por Cristo en la misma persecución.
En Los Areneros, en Oviedo, Asturias, beato Antonio González Alonso, laico perteneciente a la Adoración Nocturna, mártir en la cruel persecución religiosa que acompañó a la contienda civil.
En Sant Coloma de Gramenet, Barcelona, España, beato Joan Roig Diggle, mártir en la persecución religiosa que acompañó la guerra civil.
En Krasica, Croacia, beato Francisco Juan Bonifacio, presbítero y mártir.
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Éx 32, 7-11. 13-14. Se arrepintió el Señor de la amenaza que había
pronunciado.
- Sal 50. R. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi
padre.
- 1 Tim 1, 12-17. Cristo vino para salvar a los pecadores.
- Lc 15, 1-32. Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.
La misericordia
de Dios es el eje central de las lecturas de este domingo. Así, en la primera,
por la intercesión de Moisés, el Señor se arrepintió de la amenaza que había
pronunciado contra los israelitas que se habían puesto en el desierto a adorar
un toro de metal. El sal. resp. –«Me levantaré, me pondré en camino adonde está
mi padre»– nos llama a la conversión. El Ev. nos presenta las tres parábolas de
la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Las
tres terminan llamándonos a unirnos a la alegría que habrá en el cielo por un
solo pecador que se convierta. Jesús vino al mundo a llamar a los pecadores (2
lect.). Con Él debemos salir a buscar a los que están perdidos para que vuelvan
a la casa del Padre.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 12 de septiembre, pág. 548.
CALENDARIOS:
Mondoñedo-Ferrol: Nuestra Señora de los
Remedios (S).
Zaragoza: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Manuel Ureña Pastor,
arzobispo, emérito (1988).
Monición de entrada
Cada domingo
celebramos a Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Podemos
acercarnos confiadamente a la mesa eucarística, pues su misericordia es eterna
y llega a todos. El no solo trajo a la tierra el mensaje de la reconciliación
con Dios, sino que nos reconcilió para siempre con la entrega de su vida en la
cruz. Es lo que celebramos en la eucaristía. Abramos nuestro corazón al
arrepentimiento de nuestros pecados y démosle gracias porque siempre sigue
ofreciéndonos su misericordia.
Acto penitencial
LECTURAS DE LA MISA
Audio y comentario del Evangelio de hoy
Audio y comentario del Evangelio de hoy
Lectura del libro de Éxodo (Éx 32, 7-11.13-14)
EN AQUELLOS
DÍAS, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja de
la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto
se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro
de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:
“Este es tu
Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».
Y el Señor
añadió a Moisés:
«Veo que este
pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender
contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés
suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué,
Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con
gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a
quienes juraste por ti mismo:
“Multiplicaré
vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he
hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
R. Te alabamos, Señor.
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
y mi boca proclamará tu alabanza.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias.
Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente.
Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna.
Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
EN AQUEL TIEMPO,
solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y
los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los
pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo
esta parábola:
«¿Quién de
vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y
nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y,
cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar
a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!,
he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así
también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que
por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que
tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la
casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne
a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alegraos
conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma
alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les
dijo:
«Un hombre tenía
dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la
parte que me toca de la fortuna”.
El padre les
repartió los bienes.
No muchos días
después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y
allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había
gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar
necesidad.
Fue entonces y
se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a
apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos,
pero nadie le daba nada.
Recapacitando
entonces, se dijo:
«Cuántos
jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de
hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré:
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo:
trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y
vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo
cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre
dijo a sus criados:
“Sacad enseguida
la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los
pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete,
porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos
encontrado”.
Y empezaron a
celebrar el banquete.
Su hijo mayor
estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la
danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu
hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado
con salud”.
Él se indignó y
no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él
respondió a su padre:
“Mira: en tantos
años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has
dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha
venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el
ternero cebado”.
El padre le
dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
R. Gloria a ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO,
solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los
fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los
pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo
esta parábola:
«¿Quién de
vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y
nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y,
cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar
a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos
conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así
también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que
por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que
tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la
casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne
a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alegraos
conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la
misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se
convierta».
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de
hoy nos propone el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, considerado el capítulo
de la misericordia, que recoge tres parábolas con las cuales Jesús responde a
las murmuraciones de los escribas y los fariseos. Los cuales critican su
comportamiento y dicen: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,
2). Con estas tres narraciones, Jesús quiere hacer entender que Dios Padre es el
primero en tener una actitud acogedora y misericordiosa hacia los pecadores.
Dios tiene esta actitud. En la primera parábola Dios es presentado como un
pastor que deja las noventa y nueve ovejas para ir en busca de la que se ha
perdido. En la segunda, es comparado con una mujer que ha perdido una moneda y
la busca hasta que la encuentra. En la tercera parábola Dios es imaginado como
un padre que acoge al hijo que se había alejado; la figura del padre desvela el
corazón de Dios, de Dios misericordioso, manifestado en Jesús.
Un elemento
común en estas parábolas es el expresado por los verbos que significan
alegrarse juntos, celebrar. No se habla de estar de luto. El pastor llama a
amigos y vecinos y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que
se me había perdido» (Lc 15, 6); la mujer llama a las amigas y a las vecinas
diciendo: «alegraos conmigo porque he hallado la dracma que había perdido» (Lc
15, 9); el padre dice al otro hijo: «convenía celebrar una fiesta y alegrarse,
porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido,
y ha sido hallado» (Lc 15, 32). En las dos primeras parábolas se pone el acento
en la alegría tan incontenible como para tener que compartirla con «amigos y
vecinos». En la tercera parábola se pone en la fiesta que nace del corazón del
padre misericordioso y se expande a toda su casa. Esta fiesta de Dios para
quienes vuelven a Él arrepentidos es más que nunca entonada en el Año jubilar
que estamos viviendo, como dice el mismo término «Jubileo», es decir júbilo.
Con estas tres
parábolas, Jesús nos presenta el verdadero rostro de Dios, un Padre con los
brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión. La parábola
que más conmueve –conmueve a todos–, porque manifiesta el infinito amor de
Dios, es la del padre que estrecha, que abraza al hijo encontrado. Y lo que
llama la atención no es tanto la triste historia de un joven que precipita en
la degradación, sino sus palabras decisivas: «Me levantaré, iré a mi padre» (Lc
15, 18). El camino de vuelta a casa es el camino de la esperanza y de la vida
nueva.
Dios espera
siempre nuestro reanudar el viaje, nos espera con paciencia, nos ve cuando
todavía estamos lejos, sale a nuestro encuentro, nos abraza, nos besa, nos
perdona. ¡Así es Dios! ¡Así es nuestro Padre! Y su perdón borra el pasado y nos
regenera en el amor. Olvida el pasado: ésta es la debilidad de Dios. Cuando nos
abraza y nos perdona, pierde la memoria, ¡no tiene memoria! Olvida el pasado.
Cuando nosotros pecadores nos convertimos y dejamos que nos encuentre Dios, no
nos esperan reproches y asperezas, porque Dios salva, nos vuelve a acoger en
casa con alegría y lo celebra. Jesús mismo en el Evangelio de hoy dice así:
«habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por
noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión» (Lc 15, 7). Y os
hago una pregunta: ¿habéis pensado alguna vez que cada vez que nos acercamos a
un confesionario hay alegría en el cielo? ¿Habéis pensado en esto? ¡Qué bonito!
Esto nos infunde
una gran esperanza, porque no hay pecado en el cual hayamos caído y del cual,
con la gracia de Dios, no podamos resurgir; no hay persona irrecuperable,
¡ninguno es irrecuperable! Porque Dios no deja nunca de querer nuestro bien,
¡incluso cuando pecamos!
Que la Virgen
María, refugio de los pecadores, haga surgir en nuestros corazones la confianza
que se encendió en el corazón del hijo pródigo: «Me levantaré, iré a mi padre y
le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti» (Lc 15, 18).
Por este camino,
nosotros podemos dar alegría a Dios, y su alegría puede convertirse en su
fiesta y la nuestra.
ÁNGELUS, Domingo 16 de septiembre de 2007
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy la liturgia
vuelve a proponer a nuestra meditación el capítulo XV del evangelio de san
Lucas, una de las páginas más elevadas y conmovedoras de toda la sagrada Escritura.
Es hermoso pensar que en todo el mundo, dondequiera que la comunidad cristiana
se reúne para celebrar la Eucaristía dominical, resuena hoy esta buena nueva de
verdad y de salvación: Dios es amor misericordioso. El evangelista san Lucas
recogió en este capítulo tres parábolas sobre la misericordia divina: las dos
más breves, que tiene en común con san Mateo y san Marcos, son las de la oveja
perdida y la moneda perdida; la tercera, larga, articulada y sólo recogida por
él, es la célebre parábola del Padre misericordioso, llamada habitualmente del
"hijo pródigo".
En esta página
evangélica nos parece escuchar la voz de Jesús, que nos revela el rostro del
Padre suyo y Padre nuestro. En el fondo, vino al mundo para hablarnos del
Padre, para dárnoslo a conocer a nosotros, hijos perdidos, y para suscitar en
nuestro corazón la alegría de pertenecerle, la esperanza de ser perdonados y de
recuperar nuestra plena dignidad, y el deseo de habitar para siempre en su
casa, que es también nuestra casa.
Jesús narró las
tres parábolas de la misericordia porque los fariseos y los escribas hablaban
mal de él, al ver que permitía que los pecadores se le acercaran, e incluso
comía con ellos (cf. Lc 15, 1-3). Entonces explicó, con su lenguaje típico, que
Dios no quiere que se pierda ni siquiera uno de sus hijos y que su corazón
rebosa de alegría cuando un pecador se convierte.
La verdadera
religión consiste, por tanto, en entrar en sintonía con este Corazón "rico
en misericordia", que nos pide amar a todos, incluso a los lejanos y a los
enemigos, imitando al Padre celestial, que respeta la libertad de cada uno y
atrae a todos hacia sí con la fuerza invencible de su fidelidad. El camino que
Jesús muestra a los que quieren ser sus discípulos es este: "No
juzguéis..., no condenéis...; perdonad y seréis perdonados...; dad y se os
dará; sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,
36-38). En estas palabras encontramos indicaciones muy concretas para nuestro
comportamiento diario de creyentes.
En nuestro
tiempo, la humanidad necesita que se proclame y testimonie con vigor la
misericordia de Dios. El amado Juan Pablo II, que fue un gran apóstol de la
Misericordia divina, intuyó de modo profético esta urgencia pastoral. Dedicó al
Padre misericordioso su segunda encíclica, y durante todo su pontificado se
hizo misionero del amor de Dios a todos los pueblos. Después de los trágicos
acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, que oscurecieron el alba del
tercer milenio, invitó a los cristianos y a los hombres de buena voluntad a
creer que la misericordia de Dios es más fuerte que cualquier mal, y que sólo
en la cruz de Cristo se encuentra la salvación del mundo.
La Virgen María, Madre de la Misericordia, a quien ayer contemplamos como Virgen de los Dolores al pie de la cruz, nos obtenga el don de confiar siempre en el amor de Dios y nos ayude a ser misericordiosos como nuestro Padre que está en los cielos.
Se
dice Credo.
Oración de los fieles
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