Elogio: Conmemoración de san Cleofás, discípulo del Señor, al que con el otro compañero itinerante le ardía el corazón, cuando Cristo, en la tarde de Pascua, se les apareció en el camino explicándoles las Escrituras, y después, en la casa de Cleofás, en Emaús, al conocer al Salvador en la fracción del pan.
Otros santos de este día:
San Fermín de Amiens, obispo y mártir
En Amiens, en la Galia Bélgica, san Fermín, venerado como obispo y mártir.
Santos Pablo y Tata, y sus hijos, mártires
En Damasco, en Siria, santos mártires Pablo y Tata, cónyuges, con sus hijos Sabiniano, Máximo, Rufo y Eugenio, que, acusados todos ellos de ser cristianos, entregaron su espíritu a Dios atormentados con azotes y otros suplicios.
San Solemne de Chartres, obispo
En Chartres, en la Galia Lugdunense, san Solemne, obispo.
San Principio de Soissons, obispo
En Soissons, en la Galia Bélgica, san Principio, obispo, hermano de san Remigio.
San Finbarro de Cork, obispo
En Cork, en la provincia de Momonia, en Hibernia, san Finbarro, obispo.
San Aunacario de Auxerre, obispo
En Auxerre, de Neustria, san Aunacario o Anacario, obispo, durante cuyo episcopado se concluyó el llamado Martirologio Jeronimiano.
San Ermenfrido, abad
En Cusance, en la región de Besançon, también en Neustria, san Ermenfrido, abad.
San Sergio de Radonez, abad
En el monasterio de la Santísima Trinidad, en la región de Moscú, en Rusia, san Sergio de Radonez, quien, elegido como hegúmeno o abad, propagó la vida eremítica y cenobítica que él había practicado primero, y además, como hombre de carácter afable, fue consejero de príncipes y consolador de fieles cristianos.
Beato Marcos Criado, presbítero y mártir
En la sierra de las Alpujarras, cerca de la ciudad hispánica de Granada, beato Marcos Criado, presbítero de la Orden de la Santísima Trinidad para la redención de cautivos y mártir, víctima de los moriscos.
Beatos Juan-Pedro Bengoa Aranguren, Pablo María Leoz y Portillo, y Jesús Hita Miranda, mártires
En la villa de Carrión de Calatrava, cerca de Ciudad Real, en España, beatos Juan-Pedro (José) Bengoa Aranguren, presbítero, Pablo María (Pedro) Leoz y Portillo, religioso de la Congregación de la Pasión, y Jesús Hita Miranda, religioso de la Compañía de María, los tres fusilados por los milicianos que odiaban la Iglesia, durante el furor de la persecución religiosa.
Beato José Antón Gómez, presbítero y mártir
En la Ciudad Universitaria, Madrid, beato José Antón Gómez, sacerdote profeso benedictino, prior del priorato de Montserrat, dependiente de la abadía de Santo Domingo de Silos.
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Am 6, 1a. 4-7. Ahora se acabará la orgía de los disolutos. - Sal
145. R. ¡Alaba, alma mía, al Señor!
- 1 Tim 6, 11-16.Guarda el mandamiento hasta la manifestación
del Señor.
- Lc 16, 19-31. Recibiste bienes, y Lázaro males: ahora él es
aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
En este domingo las lecturas ponen en crisis nuestra entrega idolátrica al
placer o al dinero, olvidándonos de Dios. Ya el profeta Amós denunció la vida
disoluta de la gente de su tiempo y a esto se liga el anuncio del destierro que
sufrirían luego (cf. 1 lect.). El Evangelio del rico y del pobre Lázaro nos
recuerda que, cuando nos entregamos plenamente a los bienes materiales, nos
cegamos para ayudar a los necesitados. El rico de la parábola irá al infierno
no porque le hubiera robado nada a Lázaro, sino porque ni siquiera se había
dado cuenta de que estaba allí en su puerta tirado, muerto de hambre, mientras
él banqueteaba un día y otro. Para el cristiano el valor fundamental debe ser
«guardar el mandamiento hasta la manifestación del Señor», (cf. 2 lect.) amando
plenamente a los hermanos.
* JORNADA
MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO (pontificia). Liturgia del día (por
mandato o con permiso del Ordinario del lugar puede usarse el formulario «Por
los prófugos y los exiliados», cf. OGMR, 373), alusión en la mon. de entrada y
en la hom., intención en la orac. univ.
Liturgia de las Horas:oficio dominical. Te
Deum. Comp. Dom. II.
Martirologio: elogs. del 26 de septiembre, pág. 576.
CALENDARIOS: Segovia-ciudad: Nuestra Señora de la Fuencisla (S).
León:Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Julián López
Martín, obispo, emérito (1994).
Antífona de entrada Cf. Dan 3, 31. 29. 30. 43. 42
Cuanto has hecho
con nosotros, Señor, es un castigo merecido, porque hemos pecado contra ti y no
hemos obedecido tus mandamientos; pero da gloria a tu nombre y trátanos según
tu gran misericordia.
Monición de
entrada
Al celebrar la
Eucaristía en el día del Señor anticipamos aquello que estamos llamados a vivir
por toda la eternidad: nuestra comunión con Dios. Esta esperanza en la vida
eterna nos lleva a vigilar sobre nuestra vida ya en este mundo y a evitar que
por nuestra falta de amor al prójimo nos apartemos del amor a Dios.
Participemos con intensidad espiritual en esta celebración.
Acto penitencial
- En ti
creemos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Queremos convertirnos a ti: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- En ti ponemos nuestra esperanza: Señor, ten piedad.
ESTO DICE el
Señor omnipotente: «¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion, confiados en la montaña de Samaría! Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José. Por eso irán al
destierro, a la cabeza de los deportados, y se acabará la orgía de los disolutos». Palabra de Dios. R. Te
alabamos, Señor.
V. El Señor
mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a
los oprimidos, da pan a los
hambrientos. El Señor liberta
a los cautivos.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
V. El Señor
abre los ojos al ciego, el Señor
endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a
los justos. El Señor guarda
a los peregrinos.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
V. Sustenta
al huérfano y a la viuda y trastorna el
camino de los malvados. El Señor reina
eternamente, tu Dios, Sión,
de edad en edad.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
SEGUNDA LECTURA
Guarda el mandamiento hasta la manifestación del
Señor
Lectura de la
primera carta apóstol san Pablo a Timoteo (1 Tim 6, 11-16)
HOMBRE DE DIOS, busca
la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste
llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos. Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó
tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único
Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la
inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni
puede ver. A él honor y poder eterno. Amén. Palabra de Dios. R. Te
alabamos, Señor.
Aleluya 2Co
8, 9
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
R. Jesucristo,
siendo rico, se hizo pobre,
para enriqueceros con su pobreza. R.
EVANGELIO
Recibiste bienes, y Lázaro males:
ahora él es
aquí consolado, mientras que tú eres atormentado
╬ Lectura
del santo Evangelio según san Lucas (Lc 16, 19-31) R. Gloria a
ti, Señor.
EN AQUEL TIEMPO,
dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada
día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y
con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de
los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su
seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del
dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males:
por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los
que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco
pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco
hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan
a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite
un muerto”».
Palabra del Señor. R. Gloria a
ti, Señor Jesús.
Papa Francisco
SANTA MISA CON OCASIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL
DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro. XXVI Domingo
del Tiempo Ordinario. 29 de septiembre de 2019
En el Salmo Responsorial se nos recuerda que el Señor sostiene a los
forasteros, así como a las viudas y a los huérfanos del pueblo. El salmista
menciona de forma explícita aquellas categorías que son especialmente
vulnerables, a menudo olvidadas y expuestas a abusos. Los forasteros, las
viudas y los huérfanos son los que carecen de derechos, los excluidos, los
marginados, por quienes el Señor muestra una particular solicitud. Por esta
razón, Dios les pide a los israelitas que les presten una especial atención.
En el libro del Éxodo, el Señor advierte al pueblo de no maltratar de ningún
modo a las viudas y a los huérfanos, porque Él escucha su clamor (cf. 22,23).
La misma admonición se repite dos veces en el Deuteronomio (cf. 24,17; 27,19),
incluyendo a los extranjeros entre las categorías protegidas. La razón de esta
advertencia se explica claramente en el mismo libro: el Dios de Israel es Aquel
que «hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole
pan y vestido» (10,18). Esta preocupación amorosa por los menos favorecidos se
presenta como un rasgo distintivo del Dios de Israel, y también se le requiere,
como un deber moral, a todos los que quieran pertenecer a su pueblo.
Por eso debemos prestar especial atención a los forasteros, como también a las
viudas, a los huérfanos y a todos los que son descartados en nuestros días. En
el Mensaje para esta 105 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado,
el lema se repite como un estribillo: “No se trata sólo de migrantes”. Y es
verdad: no se trata sólo de forasteros, se trata de todos los habitantes de las
periferias existenciales que, junto con los migrantes y los refugiados, son
víctimas de la cultura del descarte. El Señor nos pide que pongamos en práctica
la caridad hacia ellos; nos pide que restauremos su humanidad, a la vez que la
nuestra, sin excluir a nadie, sin dejar a nadie afuera.
Pero, junto con el ejercicio de la caridad, el Señor nos pide que reflexionemos
sobre las injusticias que generan exclusión, en particular sobre los
privilegios de unos pocos, que perjudican a muchos otros cuando perduran. «El
mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos. Es una verdad
que causa dolor: este mundo es cada día más elitista, más cruel con los
excluidos. Los países en vías de desarrollo siguen agotando sus mejores
recursos naturales y humanos en beneficio de unos pocos mercados privilegiados.
Las guerras afectan sólo a algunas regiones del mundo; sin embargo, la
fabricación de armas y su venta se lleva a cabo en otras regiones, que luego no
quieren hacerse cargo de los refugiados que dichos conflictos generan. Quienes
padecen las consecuencias son siempre los pequeños, los pobres, los más
vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se les deja sólo las
“migajas” del banquete» (Mensaje para la 105 Jornada Mundial del Migrante y
del Refugiado).
Así se entienden las duras palabras del profeta Amós, proclamadas en la primera
lectura (6,1.4-7). ¡Ay, ay de los que viven despreocupadamente y buscando
placer en Sion, que no se preocupan por la ruina del pueblo de Dios, que sin
embargo está a la vista de todos! No se dan cuenta de la ruina de Israel,
porque están demasiado ocupados asegurándose una buena vida, alimentos
exquisitos y bebidas refinadas. Sorprende ver cómo, después de 28 siglos, estas
advertencias conservan toda su actualidad. De hecho, también hoy día la
«cultura del bienestar [...] nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace
insensibles al grito de los otros, [...] lleva a la indiferencia hacia los
otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia» (Homilía en
Lampedusa, 8 julio 2013).
Al final, también nosotros corremos el riesgo de convertirnos en ese hombre
rico del que nos habla el Evangelio, que no se preocupa por el pobre Lázaro
«cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del
rico» (Lc 16,20-21). Demasiado ocupado en comprarse vestidos elegantes y
organizar banquetes espléndidos, el rico de la parábola no advierte el
sufrimiento de Lázaro. Y también nosotros, demasiado concentrados en preservar
nuestro bienestar, corremos el riesgo de no ver al hermano y a la hermana en
dificultad.
Pero como cristianos no podemos permanecer indiferentes ante el drama de las
viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la discriminación
de quienes no pertenecen a “nuestro” grupo. No podemos permanecer insensibles,
con el corazón anestesiado, ante la miseria de tantas personas inocentes. No
podemos sino llorar. No podemos dejar de reaccionar. Pidámosle al Señor la
gracia de llorar, la gracia de aquel llanto que convierte el corazón ante esos
pecados.
Si queremos ser hombres y mujeres de Dios, como le pide san Pablo a Timoteo,
debemos guardar «el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación
de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tm 6,14); y el mandamiento es amar a Dios y
amar al prójimo. No podemos separarlos. Y amar al prójimo como a uno mismo
significa también comprometerse seriamente en la construcción de un mundo más
justo, donde todos puedan acceder a los bienes de la tierra, donde todos tengan
la posibilidad de realizarse como personas y como familias, donde los derechos
fundamentales y la dignidad estén garantizados para todos.
Amar al prójimo significa sentir compasión por el sufrimiento de los hermanos y
las hermanas, acercarse, tocar sus llagas, compartir sus historias, para
manifestarles concretamente la ternura que Dios les tiene. Significa hacerse
prójimo de todos los viandantes apaleados y abandonados en los caminos del
mundo, para aliviar sus heridas y llevarlos al lugar de acogida más cercano,
donde se les pueda atender en sus necesidades.
Este santo mandamiento, Dios se lo dio a su pueblo, y lo selló con la sangre de
su Hijo Jesús, para que sea fuente de bendición para toda la humanidad. Porque
todos juntos podemos comprometernos en la edificación de la familia humana
según el plan original, revelado en Jesucristo: todos hermanos, hijos del único
Padre.
Hoy tenemos también necesidad de una madre, y encomendamos hoy al amor maternal
de María, Nuestra Señora del Camino, Nuestra Señora de los muchos caminos
dolorosos, encomendamos a ella a los migrantes y refugiados, junto con los
habitantes de las periferias del mundo y a quienes se hacen sus compañeros de
viaje.
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Palacio Apostólico de Castelgandolfo,
Domingo 26 de septiembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo (Lc 16, 19-31) Jesús narra la parábola del
hombre rico y del pobre Lázaro. El primero vive en el lujo y en el egoísmo, y
cuando muere, acaba en el infierno. El pobre, en cambio, que se alimenta de las
sobras de la mesa del rico, a su muerte es llevado por los ángeles a la morada
eterna de Dios y de los santos. "Bienaventurados los pobres –había
proclamado el Señor a sus discípulos– porque vuestro es el reino de Dios"
(Lc 6, 20). Pero el mensaje de la parábola va más allá: recuerda que, mientras
estamos en este mundo, debemos escuchar al Señor, que nos habla mediante las
sagradas Escrituras, y vivir según su voluntad; si no, después de la muerte,
será demasiado tarde para enmendarse. Por lo tanto, esta parábola nos dice dos
cosas: la primera es que Dios ama a los pobres y les levanta de su humillación;
la segunda es que nuestro destino eterno está condicionado por nuestra actitud;
nos corresponde a nosotros seguir el camino que Dios nos ha mostrado para
llegar a la vida, y este camino es el amor, no entendido como sentimiento, sino
como servicio a los demás, en la caridad de Cristo.
Por una feliz coincidencia, mañana celebraremos la memoria litúrgica de san
Vicente de Paúl, patrono de las organizaciones caritativas católicas, de quien
se recuerda el 350º aniversario de fallecimiento. En la Francia del 1600,
precisamente, conoció de primera mano el fuerte contraste entre los más ricos y
los más pobres. De hecho, como sacerdote, tuvo ocasión de frecuentar tanto los
ambientes aristocráticos como los campos, igual que las barriadas de París.
Impulsado por el amor de Cristo, Vicente de Paúl supo organizar formas estables
de servicio a las personas marginadas, dando vida a las llamadas "Charitées",
las "Caridades", o bien grupos de mujeres que ponían su tiempo y sus
bienes a disposición de los más marginados. De estas voluntarias, algunas
eligieron consagrarse totalmente a Dios y a los pobres, y así, junto a santa
Luisa de Marillac, san Vicente fundó las "Hijas de la Caridad", primera
congregación femenina que vivió la consagración "en el mundo", entre
la gente, con los enfermos y los necesitados.
Queridos amigos, ¡sólo el Amor con la "A" mayúscula da la verdadera
felicidad! Lo demuestra también otro testigo, una joven que ayer fue proclamada
beata aquí, en Roma. Hablo de Chiara Badano, una muchacha italiana, nacida en
1971, a quien una enfermedad llevó a la muerte en poco menos de 19 años, pero
que fue para todos un rayo de luz, como dice su sobrenombre: "Chiara
Luce". Su parroquia, la diócesis de Acqui Terme, y el Movimiento de los
Focolares, al que pertenecía, están hoy de fiesta –y es una fiesta para todos
los jóvenes, que pueden encontrar en ella un ejemplo de coherencia cristiana–.
Sus últimas palabras, de plena adhesión a la voluntad de Dios, fueron:
"Mamá, adiós. Sé feliz porque yo lo soy". Alabemos a Dios, pues su
amor es más fuerte que el mal y que la muerte; y demos gracias a la Virgen
María, que guía a los jóvenes, también a través de las dificultades y los
sufrimientos, a enamorarse de Jesús y a descubrir la belleza de la vida.
ÁNGELUS, Domingo 30 de septiembre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy el evangelio de san Lucas presenta la parábola del hombre rico y del pobre
Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). El rico personifica el uso injusto de las riquezas
por parte de quien las utiliza para un lujo desenfrenado y egoísta, pensando
solamente en satisfacerse a sí mismo, sin tener en cuenta de ningún modo al
mendigo que está a su puerta. El pobre, al contrario, representa a la persona
de la que solamente Dios se cuida: a diferencia del rico, tiene un nombre,
Lázaro, abreviatura de Eleázaro (Eleazar), que significa precisamente
"Dios le ayuda". A quien está olvidado de todos, Dios no lo olvida;
quien no vale nada a los ojos de los hombres, es valioso a los del Señor. La
narración muestra cómo la iniquidad terrena es vencida por la justicia divina:
después de la muerte, Lázaro es acogido "en el seno de Abraham", es
decir, en la bienaventuranza eterna, mientras que el rico acaba "en el
infierno, en medio de los tormentos". Se trata de una nueva situación
inapelable y definitiva, por lo cual es necesario arrepentirse durante la vida;
hacerlo después de la muerte no sirve para nada.
Esta parábola se presta también a una lectura en clave social. Sigue siendo
memorable la que hizo hace precisamente cuarenta años el Papa Pablo VI en la
encíclica Populorum progressio. Hablando de la lucha contra el
hambre, escribió: "Se trata de construir un mundo donde todo hombre (...)
pueda vivir una vida plenamente humana, (...) donde el pobre Lázaro pueda
sentarse a la misma mesa que el rico" (n. 47). Las causas de las numerosas
situaciones de miseria son -recuerda la encíclica-, por una parte, "las
servidumbres que le vienen de la parte de los hombres" y, por otra,
"una naturaleza insuficientemente dominada" (ib.). Por desgracia,
ciertas poblaciones sufren por ambos factores a la vez. ¿Cómo no pensar, en
este momento, especialmente en los países de África subsahariana, afectados
durante los días pasados por graves inundaciones? Pero no podemos olvidar otras
muchas situaciones de emergencia humanitaria en diversas regiones del planeta,
en las que los conflictos por el poder político y económico contribuyen a
agravar problemas ambientales ya serios. El llamamiento que en aquel entonces
hizo Pablo VI: "Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento
dramático, a los pueblos opulentos" (Populorum progressio, 3),
conserva hoy toda su urgencia. No podemos decir que no conocemos el camino que
hay que recorrer: tenemos la ley y los profetas, nos dice Jesús en el
Evangelio. Quien no quiere escucharlos, no cambiará ni siquiera si alguien de
entre los muertos vuelve para amonestarlo.
La Virgen María nos ayude a aprovechar el tiempo presente para escuchar y poner
en práctica esta palabra de Dios. Nos obtenga que estemos más atentos a los
hermanos necesitados, para compartir con ellos lo mucho o lo poco que tenemos,
y contribuir, comenzando por nosotros mismos, a difundir la lógica y el estilo
de la auténtica solidaridad.
Papa Benedicto XVI
Encíclica Spes
salvi (44-45)
En la parábola
del rico epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), Jesús ha presentado como
advertencia la imagen de un alma similar, arruinada por la arrogancia y la
opulencia, que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre:
el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido del otro
y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora en una sed ardiente y ya
irremediable. Hemos de notar aquí que, en esta parábola, Jesús no habla del
destino definitivo después del Juicio universal, sino que se refiere a una de
las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una condición intermedia
entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la sentencia última.
Esta visión del
antiguo judaísmo de la condición intermedia incluye la idea de que las almas no
se encuentran simplemente en una especie de recinto provisional, sino que
padecen ya un castigo, como demuestra la parábola del rico epulón, o que por el
contrario gozan ya de formas provisionales de bienaventuranza. Y, en fin,
tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también
purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con
Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que después se
ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del
purgatorio. No necesitamos examinar aquí el complicado proceso histórico de
este desarrollo; nos preguntamos solamente de qué se trata realmente. La opción
de vida del hombre se hace en definitiva con la muerte; esta vida suya está
ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida,
puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente
en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas
en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el
odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva
terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir
con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada
remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se
indica con la palabra infierno (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1033-1037).
Por otro lado,
puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de
Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya
comunión con Dios orienta ya desde ahora todo su ser y cuyo caminar hacia Dios
les lleva sólo a culminar lo que ya son (Cf. ibíd., n. 1023-1029).
Jesús de Nazaret I.
La parábola del rico
epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31)
De nuevo nos
encontramos en esta historia dos figuras contrastantes: el rico, que lleva una
vida disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las
migajas que los comensales tiran de la mesa, siguiendo la costumbre de la época
de limpiarse las manos con trozos de pan y luego arrojarlos al suelo. En parte,
los Padres han aplicado a esta parábola el esquema de los dos hermanos,
refiriéndolo a la relación entre Israel (el rico) y la Iglesia (el pobre
Lázaro), pero con ello han perdido la tipología completamente diversa que aquí
se plantea. Esto se ve ya en el distinto desenlace. Mientras los textos
precedentes sobre los dos hermanos quedan abiertos, terminan con una pregunta y
una invitación, aquí se describe el destino irrevocable tanto de uno como del
otro protagonista.
Como trasfondo
que nos permite entender este relato hay que considerar la serie de Salmos en
los que se eleva a Dios la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece
a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que
desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la
tierra. Lázaro forma parte de aquellos pobres cuya voz escuchamos, por ejemplo,
en el Salmo 44: "Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y
burla de los que nos rodean... Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan
como ovejas de matanza" (Sal 44, 14 . 23; cf. Rm 8, 36). La antigua
sabiduría de Israel se fundaba sobre el presupuesto de que Dios premia a los
justos y castiga a los pecadores, de que, por tanto, al pecado le corresponde
la infelicidad y a la justicia la felicidad. Esta sabiduría había entrado en
crisis al menos desde el exilio. No era sólo el hecho de que Israel como pueblo
sufriera más en conjunto que los pueblos de su alrededor, sino que lo
expulsaron al exilio y lo oprimieron; también en el ámbito privado se mostraba
cada vez más claro que el cinismo es ventajoso y que, en este mundo, el justo
está destinado a sufrir. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía
vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción, un nuevo intento de
convertirse en "sabio", de entender correctamente la vida, de
encontrar y comprender de un modo nuevo a Dios, que parece injusto o incluso
del todo ausente.
Uno de los
textos más penetrantes de esta búsqueda, el Salmo 73, puede considerarse en
este sentido como el trasfondo espiritual de nuestra parábola. Allí vemos como
cincelada la figura del rico que lleva una vida regalada, ante el cual el
orante -Lázaro- se lamenta: "Envidiaba a los perversos, viendo prosperar a
los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos; no pasan las
fatigas humanas ni sufren como los demás. Por eso su collar es el orgullo... De
las carnes les rezuma la maldad... su boca se atreve con el cielo... Por eso mi
pueblo se vuelve a ellos y se bebe sus palabras. Ellos dicen: "¿Es que
Dios lo va a saber, se va a enterar el Altísimo?"" (Sal 73, 3-11).
El justo que
sufre, y que ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. ¿Es que
realmente Dios no ve? ¿No oye? ¿No le preocupa el destino de los hombres?
"Para qué he purificado yo mi corazón... ? ¿Para qué aguanto yo todo el
día y me corrijo cada mañana...? Mi corazón se agriaba..." (Sal 73, 13
s.21). El cambio llega de repente, cuando el justo que sufre mira a Dios en el
santuario y, mirándolo, ensancha su horizonte. Ahora ve que la aparente
inteligencia de los
cínicos ricos y
exitosos, puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser
"necio e ignorante", ser "como un animal" (cf. Sal 73,
22).Se quedan en la perspectiva del animal y pierden la perspectiva del hombre
que va más allá de lo material: hacia Dios y la vida eterna.
En este punto
podemos recurrir a otro Salmo, en el que uno que es perseguido dice al final:
"De tu despensa les llenarás el vientre, se saciarán sus hijos... Pero yo
con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu
semblante" (Sal 17, 14 s). Aquí se contraponen dos tipos de saciedad: el
hartarse de bienes materiales y el llenarse "de tu semblante", la
saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. "Al
despertar" hace referencia en definitiva al despertar a una vida nueva,
eterna; pero también se refiere a un "despertar" más profundo ya en
este mundo: despertar a la verdad, que ya ahora da al hombre una nueva forma de
saciedad.
El Salmo 73
habla de este despertar en la oración. En efecto, ahora el orante ve que la
felicidad del cínico, tan envidiada, es sólo "como un sueño al
despertar"; ve que el Señor, al despertar, "desprecia sus
sombras" (cf. Sal 73, 20). Y entonces el orante reconoce la verdadera
felicidad: "Pero yo siempre estaré contigo, tú agarras mi mano derecha...
¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra?... Para
mí lo bueno es estar junto a Dios..." (Sal 73, 23.25.28). No se trata de
una vaga esperanza en el más allá, sino del despertar a la percepción de la auténtica
grandeza del ser humano, de la que forma parte también naturalmente la llamada
a la vida eterna.
Con esto nos
hemos alejado de la parábola sólo en apariencia. En realidad, con este relato
el Señor nos quiere introducir en ese proceso del "despertar" que los
Salmos describen. No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los
ricos nacida de la envidia. En los Salmos que hemos considerado brevemente está
superada la envidia; más aún, para el orante es obvio que la envidia por este
tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Tras la
crucifixión de Jesús, nos encontramos a dos hombres acaudalados -Nicodemo y
José de Arimatea- que han encontrado al Señor y se están
"despertando". El Señor nos quiere hacer pasar de un ingenio necio a
la verdadera sabiduría, enseñarnos a reconocer el bien verdadero. Así, aunque
no aparezca en el texto, a partir de los Salmos podemos decir que el rico de
vida licenciosa era ya en este mundo un hombre de corazón fatuo, que con su
despilfarro sólo quería ahogar el vacío en el que se encontraba: en el más allá
aparece sólo la verdad que ya existía en este mundo. Naturalmente, esta
parábola, al despertarnos, es al mismo tiempo una exhortación al amor que ahora
debemos dar a nuestros hermanos pobres y a la responsabilidad que debemos tener
respecto a ellos, tanto a gran escala, en la sociedad mundial, como en el
ámbito más reducido de nuestra vida diaria.
En la
descripción del más allá que sigue después en la parábola, Jesús se atiene a
las ideas corrientes en el judaísmo de su tiempo. En este sentido no se puede
forzar esta parte del texto: Jesús toma representaciones ya existentes sin por
ello incorporarlas formalmente a su doctrina sobre el más allá. No obstante,
aprueba claramente lo esencial de las imágenes usadas. Por eso no carece de
importancia que Jesús recurra aquí a las ideas sobre el estado intermedio entre
muerte y resurrección, que ya se habían generalizado en la fe judía. El rico se
encuentra en el Hades como un lugar provisional, no en la
"Gehenna"(el infierno), que es el nombre del estado final (Jeremias,
p. 152). Jesús no conoce una "resurrección en la muerte", pero, como
se ha dicho, esto no es lo que el Señor nos quiere enseñar con esta parábola.
Se trata más bien, como Jeremias ha explicado de modo convincente, de la
petición de signos, que aparece en un segundo punto de la parábola.
El hombre rico
dice a Abraham desde el Hades lo que muchos hombres, entonces como ahora, dicen
o les gustaría decir a Dios: si quieres que te creamos y que nuestras vidas se
rijan por la palabra de revelación de la Biblia, entonces debes ser más claro.
Mándanos a alguien desde el más allá que nos pueda decir que eso es realmente
así. El problema de la petición de pruebas, la exigencia de una mayor evidencia
de la revelación, aparece a lo largo de todo el Evangelio. La respuesta de
Abraham, así como, al margen de la parábola, la que da Jesús a la petición de
pruebas por parte de sus contemporáneos, es clara: quien no crea en la palabra
de la Escritura tampoco creerá a uno que venga del más allá. Las verdades
supremas no pueden someterse a la misma evidencia empírica que, por definición,
es propia sólo de las cosas materiales.
Abraham no puede
enviar a Lázaro a la casa paterna del rico epulón. Pero hay algo que nos llama
la atención. Pensemos en la resurrección de Lázaro de Betania que nos narra el
Evangelio de Juan. ¿Qué ocurre? "Muchos judíos... creyeron en él",
nos dice el evangelista. Van a los fariseos y les cuentan lo ocurrido, tras lo
cual se reúne el Sanedrín para deliberar. Allí se ve la cuestión desde el punto
de vista político: se podía producir un movimiento popular que alertaría a los
romanos y provocar una situación peligrosa. Entonces se decide matar a Jesús:
el milagro no conduce a la fe, sino al endurecimiento (cf. Jn 11, 45-53).
Pero nuestros
pensamientos van más allá. ¿Acaso no reconocemos tras la figura de Lázaro, que
yace cubierto de llagas a la puerta del rico, el misterio de Jesús, que
"padeció fuera de la ciudad" (Hb 13, 12) y, desnudo y clavado en la
cruz, su cuerpo cubierto de sangre y heridas, fue expuesto a la burla y al
desprecio de la multitud?: "Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza
de la gente, desprecio del pueblo" (Sal 22, 7).
Este Lázaro
auténtico ha resucitado, ha venido para decírnoslo. Así pues, si en la historia
de Lázaro vemos la respuesta de Jesús a la petición de signos por parte de sus
contemporáneos, estamos de acuerdo con la respuesta central que Jesús da a esta
exigencia. En Mateo se dice: "Esta generación perversa y adúltera exige
una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y
tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, pues tres días y tres
noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra" (Mt 12, 39 s). En
Lucas leemos: "Esta generación es una generación perversa. Pide un signo,
pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo
para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta
generación" (Lc 11, 29 s).
No necesitamos
analizar aquí las diferencias entre estas dos versiones. Una cosa está clara:
la señal de Dios para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. Y lo es
de manera profunda en su misterio pascual, en el misterio de muerte y
resurrección. Él mismo es el "signo de Jonás". El, el crucificado y
resucitado, es el verdadero Lázaro: creer en Él y seguirlo, es el gran signo de
Dios, es la invitación de la parábola, que es más que una parábola. Ella habla
de la realidad, de la realidad decisiva de la historia por excelencia.
Se
dice Credo.
Oración de los
fieles.
Oremos al Señor,
nuestro Dios. El hace justicia a los oprimidos.
- Para que la Iglesia sepa dar a sus bienes un destino pastoral y
social. Roguemos al Señor.
- Para que los economistas, en la ejecución de sus planes, no
pierdan nunca de vista el desarrollo integral de la persona. Roguemos al Señor.
- Para que los ricos de nuestras sociedades opulentas, refinadas,
caigan en la cuenta de los pobres Lázaros que están a la puerta de sus
banquetes, esperando sus migajas. Roguemos al Señor.
- Para que no se endurezca nuestro corazón y seamos sensibles a la
llamada de Dios a través de los pobres de este mundo. Roguemos al Señor.
Enséñanos, Señor, a ser misericordiosos,
guardando el mandamiento de tu
Hijo, sin mancha ni reproche,
y así alcancemos tu misericordia.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Oración sobre las
ofrendas
Concédenos, Dios de misericordia, aceptar esta ofrenda nuestra
y que, por
ella, se abra para nosotros
la fuente de toda bendición.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Antífona de comunión Sal 118, 49-50
Recuerda la
palabra que diste a tu siervo, Señor, de la que hiciste mi esperanza; este es
mi consuelo en la aflicción.
O bien: Cf. 1Jn 3,
16
En esto hemos
conocido el amor de Dios: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros
debemos dar nuestra vida por los hermanos.
Oración después de
la comunión
Señor, que el sacramento del cielo
renueve nuestro cuerpo y espíritu,
para
que seamos coherederos en la gloria de aquel
cuya muerte hemos anunciado y
compartido.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
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