14 de abril - JUEVES SANTO, feria (hasta la Hora de Nona) e inicio del Santo Triduo Pascual (después de la Hora de Nona)

 







  JUEVES SANTO, feria (hasta la hora de Nona)
  Jueves de la II Semana del Salterio (Liturgia de las Horas, Tomo II)



HORARIOS
PARA LOS DÍAS DE SEMANA SANTA



PROGRAMA PARROQUIAL:
JUEVES, 14 DE ABRIL

- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 h. a 13.30 h. y de 17.00 h. a 24.00 h.

- Horario de despacho: Hoy no hay despacho por ser día de fiesta.

- Celebración de la Misa de la Cena del Señor (in Coena Domini), a las 18.00 h.

- Contemplación del misterio de la Presencia del Señor en el Sagrario.


- Hora Santa y Vigilia de oración con el Señor ante el Sagrario (a las 23.00 h.).








NOTICIAS DE ACTUALIDAD


    Portada

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SANTORAL DE HOY

Elogio: En Schiedam, en Gueldres, santa Lidvina o Liduina, virgen, que, por la conversión de los pecadores y la liberación de las almas, soportó durante toda la vida enfermedades del cuerpo, confiada sólo en Dios.

Patronazgos: patrona de los enfermos y de la atención pastoral a los enfermos.


   Santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, mártires   

En Roma, en el cementerio de Pretextato, en la vía Apia, santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, mártires. († s. inc.)

   Santas Bernice, Prosdoca y Domnina, mártires   

En Antioquía de Siria, santas mártires Bernice y Prosdoca, vírgenes, y su madre Domnina, que en tiempo de persecución, para evitar a los que querían atentar contra su pureza, buscaron remedio en la fuga, pero hallaron finalmente el martirio al ser arrojadas a un río. († s. IV)

   San Frontón, abad

En el desierto de Nitria, en Egipto, san Frontón, abad, que, junto con setenta compañeros, se retiró a aquel lugar inhóspito. († c.s. IV)

   San Asaco de Elphin, obispo   

En Elphin, lugar de Irlanda, san Asaco, obispo, considerado como discípulo de san Patricio y primer obispo de esta Iglesia. († s. V)

   Santa Tomáide, mártir   

En Alejandría de Egipto, santa Tomáide, mártir. († 476)

   San Lamberto de Lyon, abad y obispo   

En Lyon, en Francia, san Lamberto, obispo, que antes había sido monje y abad del monasterio de Fontanelle. († c. 688)

   San Juan de Montemarano, obispo   

En Montemarano, de la Campania, san Juan, obispo, que se dedicó con empeño y pasión a ayudar a los pobres y a la santificación del clero. († s. XI/XII)

   San Bernardo de Tiron, abad   

En el monasterio de Tiron, junto a Chartres, en Francia, san Bernardo, abad, que llevó vida eremítica en los bosques y en la isla de Chausey, y fue maestro insigne de los discípulos que acudían a él en gran número, a los cuales encaminaba hacia la perfección evangélica. († 1117)

   San Benito de Aviñón, laico   

En Aviñón, en Francia, san Benito, joven pastor, que siendo adolescente se trasladó a esta ciudad y gracias a él, con la ayuda de Dios, se construyó un puente sobre el Ródano, muy útil para los ciudadanos. († 1184)

   Beato Pedro González «Telmo», religioso presbítero

En Tuy, en la región de Galicia, en España, beato Pedro González «Telmo», presbítero de la Orden de Predicadores, que trató de ser tan humilde como en el pasado había deseado la gloria, y se entregó a ayudar a los más menesterosos, sobre todo a los marineros y a los pescadores. († 1246)

   Santa Lidvina, virgen   

En Schiedam, en Gueldres, santa Lidvina o Liduina, virgen, que, por la conversión de los pecadores y la liberación de las almas, soportó durante toda la vida enfermedades del cuerpo, confiada sólo en Dios. († 1433)

   Beata Isabel Calduch Rovira, virgen y mártir

En el pueblo de Cuevas de Vinromá, en la provincia de Castellón de la Región Valenciana, en España, beata Isabel Calduch Rovira, virgen de la Orden de Clarisas Capuchinas y mártir, que en tiempo de persecución contra la fe entregó la vida por confesar a Cristo. († 1936)

   Beato Lucien Botovasoa, mártir   

En Ambohimanarivo, Madagascar, beato Lucien Botovasoa, mártir, que dio testimonio de Cristo entre su pueblo con su vida, y lo completó con su gloriosa muerte. († 1947)


LITURGIA DE HOY


(Hasta la Hora Nona):

JUEVES SANTO, misa crismal

La misa crismal, que el obispo celebra con su presbiterio, y dentro de la cual consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos, es como una manifestación de comunión de los presbíteros con el propio obispo (cf. OGMR, 203). Con el Santo Crisma consagrado por el obispo se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados, y se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y los altares en su dedicación. Con el óleo de los catecúmenos, estos se preparan y disponen al Bautismo. Con el óleo de los enfermos, estos reciben el alivio en su debilidad.


Misa crismal (blanco).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., sin Cr., Pf. I de las ordenaciones.

LECC.: vol. II.

- Is 61, 1-3a. 6a. 8b-9. El Señor me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, y darles un perfume de fiesta.
- Sal 88. R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
- Ap 1, 5-8. Nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios Padre.
- Lc 4, 16-21. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.


* Esta celebración tendrá lugar antes del Triduo pascual, y no precederá inmediatamente a la misa vespertina de la Cena del Señor.

Según la costumbre tradicional de la liturgia latina, la bendición del óleo de los enfermos se hace antes de finalizar la plegaria eucarística; la del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma se hacen después de la comunión. Pero por razones pastorales, está permitido hacer todo el rito de bendición después de la liturgia de la Palabra.

* Los fieles que han comulgado en la misa crismal pueden también comulgar de nuevo en la misa vespertina de la Cena del Señor.

Se toman y se llevan a las iglesias los nuevos óleos benditos; los viejos se queman o se dejan que ardan en la lámpara del Santísimo.

* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

* En el Oficio de lectura es aconsejable tomar el salmo 68 (viernes de la semana III del salterio).

Martirologio: hoy se omite su lectura.

CALENDARIOS: Alcalá de Henares: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Juan Antonio Reig Pla, obispo (1996).

Según una antiquísima tradición, en este día se prohíben todas las misas sin participación del pueblo.

Misa Crismal

El obispo ha de ser tenido como el gran sacerdote de su grey, del cual se deriva y depende, en cierto modo, la vida de sus fieles en Cristo.

La misa crismal que concelebra el obispo con su presbiterio ha de ser como una manifestación de la comunión de los presbíteros con él; conviene, pues, que todos los presbíteros, en cuanto sea posible, participen en ella y comulguen bajo las dos especies. Para significar la unidad del presbiterio diocesano, conviene que los presbíteros, procedentes de las diversas zonas de la diócesis, concelebren con el obispo.

La liturgia cristiana recoge el uso del Antiguo Testamento, en el que eran ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa «el Ungido del Señor».

Con el santo crisma consagrado por el obispo, se ungen los nuevos bautizados y los confirmados son sellados, se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y el altar en su dedicación. Con el óleo de los catecúmenos, estos se preparan y se disponen al bautismo. Con el óleo de los enfermos, estos reciben alivio en su enfermedad.

Del mismo modo se significa con el santo crisma que los cristianos, injertados por el bautismo en el Misterio pascual de Cristo, han muerto, han sido sepultados y resucitados con él, participando de su sacerdocio real y profético, y recibiendo por la confirmación la unción espiritual del Espíritu Santo que se les da.

Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados reciben la fuerza para que puedan renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida.

El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua Santiago, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados.

La bendición del óleo de los enfermos y del óleo de los catecúmenos, así como la consagración del crisma, ordinariamente se hacen por el obispo el día de Jueves Santo, en la misa propia que se celebra por la mañana, siguiendo el orden establecido en el Pontifical Romano.

Pero si el clero y el pueblo tienen dificultad para reunirse con el obispo en este día, la misa crismal se puede anticipar a otro día, pero cercano a la Pascua.

La materia apta del sacramento es el óleo de las olivas u, oportunamente, otro aceite vegetal.

El crisma se confecciona con óleo y aromas o esencias aromáticas.

El obispo puede preparar el crisma privadamente antes de la celebración o bien dentro de la misma acción litúrgica.

La consagración del crisma es de competencia exclusiva del obispo.

El óleo de los catecúmenos es bendecido por el obispo, juntamente con los otros óleos, en la misa crismal.

Sin embargo, la facultad de bendecir el óleo de los catecúmenos se concede a los sacerdotes, cuando en el bautismo de adultos deben hacer la unción en la correspondiente etapa del catecumenado.

El óleo para la unción de los enfermos debe estar bendecido por el obispo o por un sacerdote que por derecho propio o por peculiar concesión de la Santa Sede goce de esta facultad.

Por derecho propio pueden bendecir el óleo de los enfermos:

a) El que, por derecho, se equipara al obispo diocesano.

b) Cualquier sacerdote, en caso de verdadera necesidad.

Según la costumbre tradicional de la liturgia latina, la bendición del óleo de los enfermos se hace antes de finalizar la plegaria eucarística, mientras que la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma se hacen después de la comunión.

Pero por razones pastorales, está permitido hacer todo el rito de bendición después de la liturgia de la Palabra, observando el orden que se describe más adelante. La preparación del obispo, de los concelebrantes y demás ministros, su entrada en la iglesia y todo lo que hacen desde el comienzo de la misa hasta el final de la liturgia de la Palabra, se realiza como en la misa estacional. Los diáconos que toman parte en la bendición de los óleos, se dirigen al altar delante de los presbíteros concelebrantes. En esta misa no se dice Credo.

La oración de los fieles, que tiene formulario propio, está unida a la renovación de las promesas sacerdotales.

Quienes comulgan en esta misa pueden volver a comulgar en la misa vespertina.


Antífona de entrada Cf. Ap 1, 6

Jesucristo nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Se dice Gloria.


Oración colecta

Oh, Dios, que por la unción del Espíritu Santo
constituiste a tu Hijo Mesías y Señor,
concede, propicio, a quienes hiciste partícipes de su consagración,
ser testigos de la redención en el mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA
El Señor me ha ungido y me ha enviado
para dar la buena noticia a los pobres, y darles un perfume de fiesta

Lectura del libro del profeta Isaías (Is 61, 1-3a. 6a. 8b-9)

EL ESPÍRITU DEL SEÑOR está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres,
para curar los corazones desgarrados,
proclamar la amnistía a los cautivos,
y a los prisioneros la libertad;
para proclamar un año de gracia del Señor,
un día de venganza de nuestro Dios,
para consolar a los afligidos,
para dar a los afligidos de Sion
una diadema en lugar de cenizas,
perfume de fiesta en lugar de duelo,
un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido.
Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor»,
dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios».
Les daré su salario fielmente
y haré con ellos un pacto perpetuo.
Su estirpe será célebre entre las naciones,
y sus vástagos entre los pueblos.
Los que los vean reconocerán
que son la estirpe que bendijo el Señor.


Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 88, 21-22. 25 y 27 [R.: cf. 2a])
V. Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso.
 
R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
 
V. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora».
 
R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

 

SEGUNDA LECTURA
Nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios Padre

Lectura del libro del Apocalipsis (Ap 1, 5-8)

GRACIA Y PAZ a vosotros
de parte de Jesucristo,
el testigo fiel,
el primogénito de entre los muertos,
el príncipe de los reyes de la tierra.
Al que nos ama,
y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre.
A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.
Sí, amén.
Dice el Señor Dios:
«Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso».

Palabra de Dios.

R. Te alabamos, Señor.


Versículo antes del Evangelio Cf. Is 61, 1 (Lc 4, 18ac)
El Espíritu del Señor está sobre mí: me he enviado a evangelizar a los pobres.
 

EVANGELIO
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido

╬ Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 4, 16-21)
R. Gloria a ti, Señor.

EN AQUEL TIEMPO, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».


Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Una vez proclamado el Evangelio, el obispo pronuncia la homilía, en la cual, a partir del texto de las lecturas de la liturgia de la Palabra, instruye al pueblo sobre la unción sacerdotal, exhorta a los presbíteros a conservar la fidelidad a su ministerio y les invita a renovar públicamente sus promesas sacerdotales.


SANTA MISA CRISMAL
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro. Jueves Santo, 1 de abril de 2021

El Evangelio nos presenta un cambio de sentimientos en las personas que escuchan al Señor. El cambio es dramático y nos muestra cuánto la persecución y la Cruz están ligadas al anuncio del Evangelio. La admiración que suscitan las palabras de gracia que salían de la boca de Jesús duró poco en el ánimo de la gente de Nazaret. Una frase que alguien murmuró en voz baja: «pero ¿quién es este? ¿El hijo de José?» (Lc 4,22). Esa frase se “viralizó” insidiosamente. Y todos: «pero ¿quién es este? ¿No es el hijo de José?

Se trata de una de esas frases ambiguas que se sueltan al pasar. Uno la puede usar para expresar con alegría: “Qué maravilla que alguien de origen tan humilde hable con esta autoridad”. Y otro la puede usar para decir con desprecio: “Y éste, ¿de dónde salió? ¿Quién se cree que es?”. Si nos fijamos bien, la frase se repite cuando los apóstoles, el día de Pentecostés, llenos del Espíritu Santo comienzan a predicar el Evangelio. Alguien dijo: «¿Acaso no son Galileos todos estos que están hablando?» (Hch 2,7). Y mientras algunos recibieron la Palabra, otros los dieron por borrachos.

Formalmente parecería que se dejaba abierta una opción, pero si nos guiamos por los frutos, en ese contexto concreto, estas palabras contenían un germen de violencia que se desencadenó contra Jesús.

Se trata de una “frase motiva” [1], como cuando uno dice: “¡Esto ya es demasiado!” y agrede al otro o se va.

El Señor, que a veces hacía silencio o se iba a la otra orilla, esta vez no dejó pasar el comentario, sino que desenmascaró la lógica maligna que se escondía debajo del disfraz de un simple chisme pueblerino. «Ustedes me dirán este refrán: “¡Médico, sánate a ti mismo!”. Tienes que hacer aquí en tu propia tierra las mismas cosas que oímos que hiciste en Cafarnaún» (Lc 4,23). “Sánate a ti mismo…”.

“Que se salve a sí mismo”. ¡Ahí está el veneno! Es la misma frase que seguirá al Señor hasta la Cruz: «¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo!» (cf. Lc 23,35); “y que nos salve a nosotros”, agregará uno de los dos ladrones (cf. v. 39).

El Señor, como siempre, no dialoga con el mal espíritu, sólo responde con la Escritura. Tampoco los profetas Elías y Eliseo fueron aceptados por sus compatriotas y sí por una viuda fenicia y un sirio enfermo de lepra: dos extranjeros, dos personas de otra religión. Los hechos son contundentes y provocan el efecto que había profetizado Simeón, aquel anciano carismático: que Jesús sería «signo de contradicción» (semeion antilegomenon) (Lc 2,34) [2].

La palabra de Jesús tiene el poder de sacar a la luz lo que cada uno tiene en su corazón, que suele estar mezclado, como el trigo y la cizaña. Y esto provoca lucha espiritual. Al ver los gestos de misericordia desbordante del Señor y al escuchar sus bienaventuranzas y los “¡ay de ustedes!” del Evangelio, uno se ve obligado a discernir y a optar. En este caso su palabra no fue aceptada y esto hizo que la multitud, enardecida, intentara acabar con su vida. Pero no era “la hora” y el Señor, nos dice el Evangelio, «pasando en medio de ellos, se puso en camino» (Lc 4,30).

No era la hora, pero la rapidez con que se desencadenó la furia y la ferocidad del encarnizamiento, capaz de asesinar al Señor en ese mismo momento, nos muestra que siempre es la hora. Y esto es lo que quiero compartir hoy con ustedes, queridos sacerdotes: que la hora del anuncio gozoso y la hora de la persecución y de la Cruz van juntas.

El anuncio del Evangelio siempre está ligado al abrazo de alguna Cruz concreta. La luz mansa de la Palabra genera claridad en los corazones bien dispuestos y confusión y rechazo en los que no lo están. Esto lo vemos constantemente en el Evangelio.

La semilla buena sembrada en el campo da fruto —el ciento, el sesenta, el treinta por uno—, pero también despierta la envidia del enemigo que compulsivamente se pone a sembrar cizaña durante la noche (cf. Mt 13,24-30.36-43).

La ternura del padre misericordioso atrae irresistiblemente al hijo pródigo para que regrese a casa, pero también suscita la indignación y el resentimiento del hijo mayor (cf. Lc 15,11-32).

La generosidad del dueño de la viña es motivo de agradecimiento en los obreros de la última hora, pero también es motivo de comentarios agrios en los primeros, que se sienten ofendidos porque su patrón es bueno (cf. Mt 20,1-16).

La cercanía de Jesús que va a comer con los pecadores gana corazones como el de Zaqueo, el de Mateo, el de la Samaritana…, pero también despierta sentimientos de desprecio en los que se creen justos.

La magnanimidad del rey que envía a su hijo pensando que será respetado por los viñadores, desata sin embargo en ellos una ferocidad fuera de toda medida: estamos ante al misterio de la iniquidad, que lleva a matar al Justo(cf. Mt 21,33-46).

Todo esto, queridos hermanos sacerdotes, nos hacer ver que el anuncio de la Buena Noticia está ligado misteriosamente a la persecución y a la Cruz.

San Ignacio de Loyola, en la contemplación del Nacimiento —discúlpenme esta publicidad de familia—, en esa contemplación del Nacimiento expresa esta verdad evangélica cuando nos hace mirar y considerar lo que hacen san José y nuestra Señora: «como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí. Después —agrega Ignacio—, reflexionando, sacar algún provecho espiritual» (Ejercicios Espirituales, 116). El gozo del nacimiento del Señor, el dolor de la Cruz y la persecución.

¿Qué reflexión podemos hacer para sacar provecho para nuestra vida sacerdotal al contemplar esta temprana presencia de la Cruz —de la incomprensión, del rechazo, de la persecución— en el inicio y en el centro mismo de la predicación evangélica?

Se me ocurren dos reflexiones.

La primera: nos causa estupor comprobar que la Cruz está presente en la vida del Señor al inicio de su ministerio e incluso desde antes de su nacimiento. Está presente ya en la primera turbación de María ante el anuncio del Ángel; está presente en el insomnio de José, al sentirse obligado a abandonar a su prometida esposa; está presente en la persecución de Herodes y en las penurias que padece la Sagrada Familia, iguales a las de tantas familias que deben exiliarse de su patria.

Esta realidad nos abre al misterio de la Cruz vivida desde antes. Nos lleva a comprender que la Cruz no es un suceso a posteriori, un suceso ocasional, producto de una coyuntura en la vida del Señor. Es verdad que todos los crucificadores de la historia hacen aparecer la Cruz como si fuera un daño colateral, pero no es así: la Cruz no depende de las circunstancias. Las grandes y pequeñas cruces de la humanidad —por decirlo de algún modo— nuestras cruces, no dependen de las circunstancias.

¿Por qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó la pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos…? Si lo circunstancial afectara el poder salvador de la Cruz, el Señor no habría abrazado todo. Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia.

La segunda reflexión es la siguiente. Es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente, la cual, al ver al crucificado inerme, lo muerde, y pretende envenenar y desmentir toda su obra. Mordedura que busca escandalizar, esta es una época de escándalos, mordedura que busca inmovilizar y volver estéril e insignificante todo servicio y sacrificio de amor por los demás. Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo.

Y en esta mordedura, cruel y dolorosa, que pretende ser mortal, aparece finalmente el triunfo de Dios. San Máximo el Confesor nos hizo ver que con Jesús crucificado las cosas se invirtieron: al morder la Carne del Señor, el demonio no lo envenenó —sólo encontró en Él mansedumbre infinita y obediencia a la voluntad del Padre— sino que, por el contrario, junto con el anzuelo de la Cruz se tragó la Carne del Señor, que fue veneno para él y pasó a ser para nosotros el antídoto que neutraliza el poder del Maligno [3].

Estas son las reflexiones. Pidamos al Señor la gracia de sacar provecho de esta enseñanza: hay cruz en el anuncio del Evangelio, es verdad, pero es una Cruz que salva. Pacificada con la Sangre de Jesús, es una Cruz con la fuerza de la victoria de Cristo que vence el mal, que nos libra del Maligno. Abrazarla con Jesús y como Él, “desde antes” de salir a predicar, nos permite discernir y rechazar el veneno del escándalo con que el demonio nos querrá envenenar cuando inesperadamente sobrevenga una cruz en nuestra vida.

«Pero nosotros no somos de los que retroceden (hypostoles)» (Hb 10,39) dice el autor de la Carta a los Hebreos. «Pero nosotros no somos de los que retroceden», es el consejo que nos da, nosotros no nos escandalizamos, porque no se escandalizó Jesús al ver que su alegre anuncio de salvación a los pobres no resonaba puro, sino en medio de los gritos y amenazas de los que no querían oír su Palabra o deseaban reducirla a legalismo (moralistas, clericalista).

Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que sanar enfermos y liberar prisioneros en medio de las discusiones y controversias moralistas, leguleyas, clericales que se suscitaban cada vez que hacía el bien.

Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que dar la vista a los ciegos en medio de gente que cerraba los ojos para no ver o miraba para otro lado.

Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús de que su proclamación del año de gracia del Señor —un año que es la historia entera— haya provocado un escándalo público en lo que hoy ocuparía apenas la tercera página de un diario de provincia.

Y no nos escandalizamos porque el anuncio del Evangelio no recibe su eficacia de nuestras palabras elocuentes, sino de la fuerza de la Cruz (cf. 1 Co 1,17).

Del modo como abrazamos la Cruz al anunciar el Evangelio —con obras y, si es necesario, con palabras— se transparentan dos cosas: que los sufrimientos que sobrevienen por el Evangelio no son nuestros, sino «los sufrimientos de Cristo en nosotros» (2 Co 1,5), y que «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y Señor» y nosotros somos «servidores por causa de Jesús» (2 Co 4,5).

Quiero terminar con un recuerdo. Una vez, en un momento muy oscuro de mi vida, pedía una gracia al Señor, que me liberara de una situación dura y difícil. Un momento oscuro. Fui a predicar Ejercicios Espirituales a unas religiosas y el último día, como solía ser habitual en aquel tiempo, se confesaron. Vino una hermana muy anciana, con los ojos claros, realmente luminosos. Era una mujer de Dios. Al final sentí el deseo de pedirle por mí y le dije: “Hermana, como penitencia rece por mí, porque necesito una gracia. Pídale al Señor. Si usted la pide al Señor, seguro que me la dará”. Ella hizo silencio, se detuvo un largo momento, como si rezara, y luego me miro y me dijo esto: “Seguro que el Señor le dará la gracia, pero no se equivoque: se la dará a su modo divino”. Esto me hizo mucho bien: sentir que el Señor nos da siempre lo que pedimos, pero lo hace a su modo divino. Este modo implica la cruz. No por masoquismo, sino por amor, por amor hasta el final [4].


[1] Como las que señala un maestro espiritual, el padre Claude Judde; una de esas frases que acompañan nuestras decisiones y contienen “la última palabra”, esa que inclina la decisión y mueve a una persona o a un grupo a actuar. Cf. C. Judde, Oeuvres spirituaelles II, 1883, Instruction sur la connaisance de soi même, 313-319, en M.A. Fiorito, Buscar y hallar la voluntad de Dios, Bs. As., Paulinas 2000, 248 ss.
[2] “Antilegomenon” quiere decir que se hablaría en contra de Él, que algunos hablarían bien y otros mal.
[3] Cf. Centuria 1, 8-13.
[4] Cf. Homilía en la Misa en Santa Marta, 29 mayo 2013.



(Después de la hora nona):

COMIENZA EL TRIDUO PASCUAL


JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

Con la misa que tiene lugar en las horas vespertinas del jueves de la Semana Santa, la Iglesia comienza el Triduo pascual y evoca aquella Cena en la cual el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino y los entregó a los apóstoles para que los sumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también lo ofreciesen (Caeremoniale Episcoporum, n. 297).

Toda la atención del espíritu debe centrarse en los misterios que se recuerdan en la Misa: es decir, la institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna; son estos los puntos que conviene recordar a los fieles en la homilía, para que tan grandes misterios puedan penetrar más profundamente en su piedad y los vivan intensamente en sus costumbres y en su vida.

Misa vespertina de la Cena del Señor (blanco).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl. (mientras se canta el himno «Gloria a Dios», de acuerdo con las costumbres locales, se hacen sonar las campanas, que ya no se vuelven a tocar hasta el «Gloria a Dios» de la Vigilia pascual), sin Credo, Pf. I Eucaristía, embolismos props. en las PP. EE. No se puede decir la PE IV. No se dice «Podéis ir en paz».

LECC.: vol. I (C).

- Éx 12, 1-8. 11-14. Prescripciones sobre la cena pascual.

- Sal 115. R. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.

- 1 Cor 11, 23-26. Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.

- Jn 13, 1-15. Los amó hasta el extremo.

Con esta celebración comenzamos el santo Triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Con esta misa la Iglesia quiere hacernos ver la unidad indisoluble de la eucaristía con la cruz. La eucaristía es el sacramento del sacrificio redentor. La muerte de Jesús en el Calvario se hace cercana y eficaz para nosotros en la celebración de esta eucaristía. Resaltan hoy el amor y la actitud de servicio de Cristo, al entregarse voluntariamente a su pasión por nosotros, lo que se significa hoy especialmente en el rito del lavatorio de los pies. El acto más importante en la liturgia de hoy es participar en la misa comulgando. La procesión al monumento y la adoración subsiguiente, hasta la medianoche, prolongarán en la contemplación lo que se ha celebrado en la misa.

 

* La sagrada comunión solo se puede distribuir a los fieles dentro de la misa; a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora.
* Adórnese con flores el altar con la moderación conveniente al carácter de este día. El sagrario ha de estar completamente vacío al inicio de la celebración; se ha de consagrar en esta misa suficiente pan para que el clero y el pueblo puedan comulgar hoy y mañana.
* El lavatorio de los pies a aquellos previamente designados, que según la tradición se hace en este día, significa el servicio y el amor de Cristo, que ha venido «no para ser servido, sino para servir» (Mt 20, 28). Conviene que esta tradición se mantenga y se explique según su propio significado.
* Los donativos para los pobres, especialmente aquellos que se han podido reunir durante la Cuaresma como fruto de la penitencia, pueden ser presentados en la procesión de las ofrendas junto al pan y el vino, mientras se canta «Ubi cáritas est vera» u otro canto apropiado.
* Será muy conveniente que los diáconos, acólitos o ministros extraordinarios lleven la Eucaristía a la casa de los enfermos que lo deseen, tomándola del altar en el momento de la comunión, indicando de este modo su unión más intensa con la Iglesia que celebra.
* Terminada la misa, se despoja el altar en el cual se ha celebrado. Conviene que las cruces que haya en la iglesia se cubran con un velo de color oscuro o morado. No se encenderán velas o lámparas ante las imágenes de los santos.
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Reserva y adoración

* Prepárese un lugar para la reserva, preparada en alguna parte de la iglesia o en alguna capilla convenientemente ornamentada, que invite a la oración y a la meditación. No se pierda de vista la sobriedad y la austeridad que corresponden a la liturgia de estos días.
* El traslado y la reserva del Santísimo Sacramento no han de hacerse si en esa iglesia no va a tener lugar la celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo.
* El sacramento ha de ser reservado en un sagrario; no ha de hacerse nunca una exposición con la custodia. El sagrario no ha de tener la forma de sepulcro; la capilla de la reserva no se prepara para representar la sepultura del Señor, sino para conservar el pan eucarístico destinado a la comunión del Viernes Santo.
* Invítese a los fieles a una adoración prolongada durante la noche del Santísimo Sacramento en la reserva solemne. En esta ocasión es oportuno leer una parte del Ev. según san Juan (capítulos 13-17).
* Pasada la medianoche, la adoración debe hacerse sin solemnidad, dado que ha comenzado ya el día de la Pasión del Señor.

Liturgia de las Horas:
 oficio prop. Comp. Dom. II.

* Los que participan en la misa vespertina de la Cena del Señor no rezan hoy las Vísperas.


SANTO TRIDUO PASCUAL

La Iglesia celebra solemnemente los más grandes misterios de nuestra redención en el Triduo sacro, haciendo memoria de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, con celebraciones especiales.

Se ha de observar también en todas partes un ayuno pascual el Viernes en la Pasión del Señor que, si parece oportuno, se prolongue el Sábado Santo, para llegar con ánimo bien dispuesto al gozo del domingo de Resurrección.

Para celebrar debidamente el Triduo sacro se requiere un número conveniente de ministros laicos, que deben ser adecuadamente instruidos en aquellas cosas que les corresponde realizar.

El canto del pueblo, de los ministros y del sacerdote celebrante tiene una importancia especial en las celebraciones de estos días; pues los textos alcanzan su máxima fuerza cuando se cantan.

Por consiguiente, no dejen los pastores de explicar a los fieles, del mejor modo que puedan, el sentido y desarrollo de las celebraciones, y prepararlos para una participación activa y fructuosa.

Las celebraciones del Triduo sacro háganse en las iglesias catedrales y parroquiales, y solamente en aquellas en las que puedan desarrollarse dignamente, esto es, con asistencia de fieles, con número suficiente de ministros y con posibilidad de cantar al menos algunas partes.

Conviene, por tanto, que las pequeñas comunidades, asociaciones y pequeños grupos particulares de cualquier tipo, se reúnan en estas iglesias para realizar las celebraciones sagradas de una forma más noble.

 

JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

Misa vespertina

Por la tarde, en la hora más oportuna, se celebra la misa de la Cena del Señor, en la que participa plenamente toda la comunidad local y en la que todos los sacerdotes y ministros ejercen su propio oficio.

Pueden concelebrar todos los sacerdotes aunque en este día hayan celebrado la misa crismal o deban celebrar otra misa para el bien de los fieles.

Donde lo exija el bien pastoral, el ordinario del lugar puede permitir la celebración de otra misa, por la tarde, en las iglesias u oratorios públicos o semipúblicos, y en caso de verdadera necesidad, incluso por la mañana, pero solamente para los fieles que de ningún modo puedan participar en la misa vespertina.

Cuídese que estas misas no se celebren solamente para bien de personas privadas o pequeños grupos particulares y que nada perjudique la misa vespertina.

La sagrada comunión solamente se puede distribuir a los fieles dentro de la misa; a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora del día.

Adórnese con flores el altar con la moderación conveniente al carácter de este día. El sagrario ha de estar completamente vacío; se ha de consagrar en esta misa suficiente pan para que el clero y el pueblo puedan comulgar hoy y mañana.

 

Antífona de entrada Cf. Ga 6, 14

Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección, por él hemos sido salvados y liberados.

 

Monición de entrada

Como los primeros discípulos, reunidos con Jesús en el cenáculo la tarde de víspera de la pasión, así también nosotros nos hemos congregado aquí esta tarde memorable para recordarle a él, celebrando la Santa Cena.

Y el mismo Señor se nos hace presente, se sienta con nosotros a la mesa y nos dice también: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer».

 

Acto penitencial

Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las invocaciones que se proponen a continuación.

- Tú el Servidor de todos: Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten piedad).

R. Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten piédad).

- Tú, el Maestro y Señor: Christe, eléison (o bien: Cristo, ten piedad).

R. Christe, eléison (o bien: Cristo, ten piedad).

- Tú, el Crucificado y Primogénito de entre los muertos: Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten piedad).

R. Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten piedad).

o bien:

- Tú, que nos has amado hasta el extremo: Señor, ten piedad.

R. Señor, ten piedad.

- Tú que aceptaste la muerte para reunirnos en la unidad. Cristo, ten piedad.

R. Cristo, ten piedad.

- Tú, que diste tu vida por nosotros, tus amigos: Señor, ten piedad.

R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Mientras se canta el himno, se hacen sonar las campanas, que ya no se vuelven a tocar hasta la Vigilia pascual, a no ser que el obispo diocesano juzgue oportuno establecer otra cosa. Así mismo durante este tiempo puede usarse el órgano y otros instrumentos musicales solo para sostener el canto.

 

Oración colecta

Oh, Dios, al celebrar la Cena santísima en la que tu Unigénito,
cuando iba a entregarse a la muerte,
confió a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno y el banquete de su amor,
te pedimos alcanzar, de tan gran misterio,
la plenitud de caridad y de vida.
Por nuestro Señor Jesucristo.


LECTURAS DE LA MISA

PRIMERA LECTURA
Prescripciones sobre la cena pascual

Lectura del libro del Éxodo (Éx 12, 1-8. 11-14)

EN AQUELLOS DÍAS, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.

Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.

Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis.


Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL Sal 115, 12-13. 15-16. 17-18 (R.: cf. 1 Cor 10, 16)




V. ¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor.

R. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.

V. Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
 
V. Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.


SEGUNDA LECTURA
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios ( 1 Cor 11, 23-26) 

HERMANOS:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.

R. Te alabamos, Señor.
 
Versículo antes del Evangelio Jn 13, 34
Os doy un mandamiento nuevo –dice el Señor–:
que os améis unos a otros, como yo os he amado.
 
EVANGELIO
Los amó hasta el extremo

╬ Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 13, 1-15)
R. Gloria a ti, Señor.

ANTES DE LA FIESTA de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y este le dice:

«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

Jesús le replicó:

«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dice:

«No me lavarás los pies jamás».

Jesús le contestó:

«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Simón Pedro le dice:

«Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice:

«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».


Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Después de la proclamación del Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual se comentan los grandes misterios que se celebran en esta misa: la institución de la sagrada Eucaristía y del orden sacerdotal, y el mandato del Señor sobre la caridad fraterna.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Es tanta la utilidad del abajamiento humano, que incluso lo recomendó con su ejemplo la sublimidad divina, porque el hombre soberbio perecería para siempre, si el Dios humilde no lo hubiese hallado» (San Agustín)

«Vivir supone ensuciarse los pies por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados» (Francisco)

«El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección, y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.337).

 

SANTA MISA IN COENA DOMINI
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Pedro, Jueves Santo, 9 de abril de 2020

La Eucaristía, el servicio, la unción.

La realidad que vivimos hoy en esta celebración: el Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía. Y nosotros nos convertimos siempre en sagrarios del Señor; llevamos al Señor con nosotros, hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no comemos su cuerpo y bebemos su sangre, no entraremos en el Reino de los Cielos. Este es el misterio del pan y del vino, del Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros.

El servicio. Ese gesto que es una condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en aquel intercambio de palabras que tuvo con Pedro (cf. Jn 13,6-9), le hizo comprender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que el Siervo de Dios sea siervo de nosotros. Y esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea mi siervo, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.

Y el sacerdocio. Hoy quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes, desde el recién ordenado hasta el Papa. Todos somos sacerdotes: los obispos, todos... Somos ungidos, ungidos por el Señor; ungidos para celebrar la Eucaristía, ungidos para servir.

Hoy no hemos tenido la Misa Crismal —espero que podamos tenerla antes de Pentecostés, de lo contrario tendremos que posponerla hasta el año que viene—, sin embargo, no puedo dejar pasar esta Misa sin recordar a los sacerdotes. Sacerdotes que ofrecen su vida por el Señor, sacerdotes que son servidores. En estos días, más de sesenta han muerto aquí, en Italia, atendiendo a los enfermos en los hospitales, juntamente con médicos, enfermeros, enfermeras... Son “los santos de la puerta de al lado”, sacerdotes que dieron su vida sirviendo. Y pienso en los que están lejos. Hoy recibí una carta de un sacerdote franciscano, capellán de una prisión lejana, que cuenta cómo vive esta Semana Santa con los prisioneros. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y morir allí. Un obispo me dijo que lo primero que hacía cuando llegaba a un lugar de misión, era ir al cementerio, a la tumba de los sacerdotes que murieron allí, jóvenes, por la peste y enfermedades de aquel lugar: no estaban preparados, no tenían los anticuerpos. Nadie sabe sus nombres: sacerdotes anónimos. Los curas de los pueblos, que son párrocos en cuatro, cinco, siete pueblos de montaña; van de uno a otro, y conocen a la gente... Una vez, uno de ellos me dijo que sabía el nombre de todas las personas de los pueblos. “¿En serio?”, le dije. Y él me dijo: “¡Y también el nombre de los perros!”. Conocen a todos. La cercanía sacerdotal. Sacerdotes buenos, sacerdotes valientes.

Hoy os llevo en mi corazón y os llevo al altar. Sacerdotes calumniados. Muchas veces sucede hoy, que no pueden salir a la calle porque les dicen cosas feas, con motivo del drama que hemos vivido con el descubrimiento de las malas acciones de sacerdotes. Algunos me dijeron que no podían salir de la casa con el clergyman porque los insultaban; y ellos seguían. Sacerdotes pecadores, que junto con los obispos y el Papa pecador no se olvidan de pedir perdón y aprenden a perdonar, porque saben que necesitan pedir perdón y perdonar. Todos somos pecadores. Sacerdotes que sufren crisis, que no saben qué hacer, se encuentran en la oscuridad...

Hoy todos vosotros, hermanos sacerdotes, estáis conmigo en el altar, vosotros, consagrados. Sólo os digo esto: no sed tercos como Pedro. Dejaos lavar los pies. El Señor es vuestro siervo, está cerca de vosotros para fortaleceros, para lavaros los pies.

Y así, con esta conciencia de la necesidad de ser lavado, ¡sed grandes perdonadores! ¡Perdonad! Corazón de gran generosidad en el perdón. Es la medida con la que seremos medidos. Como has perdonado, serás perdonado: la misma medida. No tened miedo de perdonar. A veces hay dudas... Mirad a Cristo, mirad al Crucificado. Allí está el perdón para todos. Sed valientes, incluso arriesgando en el perdón para consolar. Y si no podéis dar el perdón sacramental en ese momento, al menos dad el consuelo de un hermano que acompaña y deja la puerta abierta para que [esa persona] regrese.

Doy gracias a Dios por la gracia del sacerdocio, todos nosotros agradecemos. Doy gracias a Dios por vosotros, sacerdotes. ¡Jesús os ama! Sólo os pide que os dejéis lavar los pies.

 

Lavatorio de los pies

Terminada la homilía, se procede al lavatorio de los pies donde lo aconseje el bien pastoral.

Los que han sido designados de entre el pueblo de Dios, acompañados por los ministros, van a ocupar los asientos preparados para ellos. El sacerdote (dejada la casulla, si es necesario) se acerca a cada uno y, con la ayuda de los ministros, vierte agua sobre los pies y se los seca.

 Mientras tanto se cantan algunas de las siguientes antífonas o algún otro canto apropiado.

 

Antífona 1. Cf. Jn 13, 4. 5. 15

El Señor, después de levantarse de la Cena, echó agua en la jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos. Éste fué el ejemplo que les dejó.

Antífona 2. Cf. Jn 13, 12. 13. 15

El Señor Jesús, después de haber cenado con sus discípulos, les lavó los pies y les dijo: «Comprendéis lo que yo, Señor y Maestro, he hecho con vosotros? Os he dado ejemplo para que vosotros también lo hagáis».

Antífona 3. Jn 13, 6. 7. 8

R. Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?

Jesús le contestó: «Si no te lavo los pies, no tienes parte conmigo».

V. Llegó a Simón Pedro y éste le dice: R.

V. «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; pero lo comprenderás más tarde». R.

Antífona 4. Cf. Jn 13, 14

Si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, cuánto más vosotros debéis lavaros los pies unos a otros.

Antífona 5. Cf. Jn 13, 35

R. «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

V. Dijo Jesús a sus discípulos: R.

Antífona 6. Cf. Jn 13, 34

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado, dice el Señor.

Antífona 7. 1Cor 13, 13

R. Permanezcan en vosotros la fe, la esperanza, el amor, estas tres: la más grande es el amor.

V. Ahora quedan la fe, la esperanza, el amor, estas tes: la más grande es el amor. R.

Inmediatamente después del lavatorio de los pies el sacerdote se lava y seca las manos, vuelve a ponerse la casulla y va a la sede desde la que dirige la oración universal.

No se dice Credo.

 

Oración de los fieles

Oremos a Dios Padre, que en Jesucristo su Hijo nos ha amado hasta el extremo.

- Por la Iglesia, cuerpo de Cristo, para que guarde la unidad en la caridad, que quiso para ella Jesucristo, y así el mundo crea. Roguemos al Señor.

- Por el Papa, los obispos, los presbíteros y todos los que ejercen algún ministerio en la Iglesia; para que su vida sea siempre, a imagen de Cristo, servicio y entrega a sus hermanos. Roguemos al Señor.

- Por la unión de los cristianos de oriente y occidente, para que encontremos la unidad en la Cena del Señor. Roguemos al Señor.

- Por los gobernantes de todas las naciones, para que sirvan a sus pueblos promoviendo la justicia y la paz. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, reunidos en este cenáculo para participar en la Cena del Señor, para que, siguiendo el ejemplo de Cristo, vivamos la urgencia del mandamiento nuevo de amar a todos, incluso a los que nos quieren mal. Roguemos al Señor.

Dios Padre nuestro, que has amado tanto al mundo
que entregaste a tu Hijo a la muerte por nosotros,
escucha nuestras súplicas, concédenos lo que te pedimos.
Por Jesucristo nuestro Señor.

 

Liturgia eucarística

Al comienzo de la liturgia eucarística se puede organizar una procesión de los fieles en la cual, con el pan y el vino, se pueden presentar dones para los pobres.

Mientras tanto se canta el siguiente himno u otro canto apropiado.

 

Ant. Ubi cáritas est vera, Deus ibi est.

V. Congregávit nos in unum Christi amor.

V. Exsultémus et in ipso iucundémur.

V. Timeámus et amémus Deum vivum.

V. Et ex corde diligámus nos sincéro.


Ant. Ubi cáritas est vera, Deus ibi est.

V. Simul ergo cum in unum congregámur:

V. Ne nos mente dividámur, caveámus.

V. Cessent iúrgia malígna, cessent lites.

V. Et in médio nostri sit Christus Deus.


Ant. Ubi cáritas est vera, Deus ibi est.

V. Simul quoque cum beátis videámus

V. Gloriánter vultum tuum, Christe Deus:

V. Gáudium, quod est imménsum atque probum,

V. Saecula per infiníta saeculórum. Amen.

 

Oración sobre las ofrendas

Concédenos, Señor, participar dignamente en estos sacramentos,
pues cada vez que se celebra el memorial del sacrificio de Cristo,
se realiza la obra de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


Prefacio
El sacrificio y el sacramento de Cristo

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.

El cual, verdadero y único sacerdote,
al instituir el sacrificio de la eterna alianza
se ofreció el primero a ti como víctima de salvación,
y nos mandó perpetuar esta ofrenda en memoria suya.
Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece;
su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica.

Por eso, con los ángeles y arcángeles,
con los tronos y dominaciones,
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Santo, Santo, Santo...
 

Antífona de comunión Cf. 1Cor 11, 24-25

Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, dice el Señor; haced esto, cada vez que lo bebáis, en memoria mía.


Acabada la distribución de la comunión, se deja sobre el altar la píxide con el pan consagrado para la comunión del día siguiente. La misa acaba con la oración después de la comunión.

 

Oración después de la comunión

Dios todopoderoso,

alimentados en el tiempo por la Cena de tu Hijo,
concédenos, de la misma manera,
merecer ser saciados en el banquete eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

Traslado del Santísimo Sacramento

Dicha la oración después de la comunión, el sacerdote, de pie, pone incienso en el incensario, y de rodillas inciensa tres veces el Santísimo Sacramento. Después, poniéndose el paño de hombros de color blanco, se levanta, toma en sus manos la píxide y la cubre con el extremo del humeral.

Se organiza la procesión, en la que, en medio de cirios e incienso, se lleva el Santísimo Sacramento por la iglesia hasta el lugar de la reserva, preparada en alguna parte de la iglesia o en alguna capilla convenientemente ornamentada. Va delante un ministro laico con la cruz, en medio de otros dos con cirios encendidos. Le siguen otros llevando velas encendidas. Delante del sacerdote que lleva el Santísimo Sacramento va el turiferario con el incensario humeante. Mientras tanto, se canta el himno Pange, lingua, en castellano: Que la lengua humana (excepto las dos últimas estrofas), u otro canto eucarístico.

Cuando la procesión ha llegado al lugar de la reserva, el sacerdote, con la ayuda del diácono si es necesario, deposita la píxide en el tabernáculo dejando la puerta abierta. A continuación, después de poner incienso, de rodillas, inciensa al Santísimo Sacramento, mientras se canta el Tantum ergo, en castellano: Adorad postrados, u otro canto eucarístico. Después, el diácono o el mismo sacerdote, cierra la puerta del sagrario

Después de un tiempo de adoración en silencio, el sacerdote y los ministros, hecha la genuflexión, vuelven a la sacristía.

Oportunamente se despoja el altar y se quitan, si es posible, las cruces de la iglesia. Si quedan algunas cruces en la iglesia, conviene que se cubran con un velo.

Los que han participado en la misa vespertina no celebran las Vísperas.

Exhórtese a los fieles a que dediquen algún tiempo de esta noche, según las circunstancias y costumbres de cada lugar, a la adoración del Santísimo Sacramento. Esta adoración, con todo, si se prolonga más allá de la medianoche, debe hacerse sin solemnidad.

Si en la misma iglesia no se celebra al día siguiente el Viernes Santo de la Pasión del Señor, la misa se concluye de modo acostumbrado y se guarda en el tabernáculo el Santísimo Sacramento.


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