05 de junio - DOMINGO DE PENTECOSTÉS

 



 
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Solemnidad
 Oficio del día de Pentecostés del Salterio
  (Liturgia de las Horas, Tomo II: Oficio de Lecturas Laudes - TerciaSexta   Nona Vísperas - Completas)
 



PROGRAMA PARROQUIAL:
DOMINGO, 05 DE JUNIO

- Horario de la parroquia: abierta de 10.30 a 13.30 h.

- Eucaristía del Domingo de Pentecostés, en la Parroquia (a las 11.00 h.).

- Rezo del Santo Rosario (a las 20.00 h.) y Eucaristía II Vísperas del Domingo de Pentecostés, en San Francisco (a las 20.30 h.).


El Tweet del Papa:


    Portada

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Todo lo que debes saber sobre esta importante fiesta cristiana

¿Qué es Pentecostés? ¿Cuándo se celebra? ¿Qué papel tiene el Espíritu Santo?

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SANTORAL DE HOY 


Elogio: Memoria de san Bonifacio, obispo y mártir. Monje en Inglaterra con el nombre de Wifrido por el bautismo, al llegar a Roma el papa san Gregorio II lo ordenó obispo y cambió su nombre de pila por el de Bonifacio, enviándolo después a Germania para anunciar la fe de Cristo a aquellos pueblos, donde logró ganar para la religión cristiana a mucha gente. Rigió la sede de Maguncia (Mainz) y, hacia el final de su vida, al visitar a los frisios en Dokkum, consumó su martirio al ser asesinado por unos paganos.

Patronazgos: patrono de Inglaterra y Turingia, así como patrono o copatrono de varias diócesis en Alemania y los Países Bajos; también de los fabricantes de cervezas y de limas y sastres.

Refieren a este santo: San Cuniberto de Colonia, Santos Eoban, Adelario y nueve compañeros, San Gregorio de Utrecht, San Gregorio II, San Gregorio III, Santa Leoba, San Liudgero de Münster, San Lulo de Maguncia, Santa Renula, San Sola, San Sturmo, Santa Tecla, San Vigberto, San Virgilio de Salzburgo, Santa Waldburgis, San Wilehado de Bremen, San Wilibordo de Utrecht, San Willibaldo de Eichstätt, San Winebaldo de Hildesheim, San Witta de Bürberg, San Zacarías

Oración

Concédenos, Señor, la intercesión de tu mártir san Bonifacio, para que podamos defender con valentía y confirmar con nuestras obras la fe que él enseñó con su palabra y rubricó en el martirio con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).


Otros santos de este día:

   Santos Marciano, Nicandro, Apolonio y compañeros, mártires

En Egipto, santos Marciano, Nicandro, Apolonio y compañeros, mártires, de quienes se cuenta que, por haber confesado la fe cristiana, después de diversos tormentos fueron emparedados, y quedaron expuestos al sol ardiente hasta morir extenuados de calor, sed y hambre. († s. III)

   San Doroteo de Tiro, obispo y mártir

En Tiro, en Fenicia, san Doroteo, obispo, que ya como simple presbítero padeció mucho bajo el emperador Diocleciano, y en tiempo del emperador Juliano, con más de ciento siete años de edad, honró su ancianidad con el martirio, que consumó en Tracia. († s. IV)

   San Ilidio de Auvernia, obispo

En Auvernia, en Aquitania, san Ilidio, obispo, que llamado por el emperador a Tréveris para que liberase a su hija de un espíritu inmundo, al regreso del viaje falleció en el Señor. († 384)

   San Eutiquio de Como, obispo

En Como, en la Liguria, san Eutiquio, obispo, insigne por su vida de oración y su amor a Dios y a la soledad. († 539)

   Santos Eoban, Adelario y nueve compañeros, mártires

En Dokkum, en Frisia, santos Eoban, obispo, Adelario y nueve compañeros, que, junto con san Bonifacio, culminaron gloriosamente su vida con el martirio. Sus nombres: Vintrungo y Gualterio, presbíteros; Amundo, Sevibaldo y Bosa, diáconos; Vacaro. Gundecaro, Eluro y Atevulfo, monjes. († 754)

   Beato Sancho, mártir

En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, beato Sancho, mártir, el cual, oriundo de Albi, lugar de la Galia, aún adolescente fue hecho cautivo y educado en el palacio real sarraceno, pero en la persecución suscitada por los musulmanes no dudó en asumir el martirio por su fe en Cristo. († 851)

   San Franco, eremita

Cerca de Assergi, en los Abruzos, san Franco, eremita, que se construyó una pequeña celda en una cueva entre abruptas rocas, donde llevó una vida de austeridad y sencillez. († s. XII)

  San Pedro Spanò, eremita

En Ciano, cerca de Mileto, en Calabria, san Pedro Spanó, eremita, insigne por su pobreza y espíritu de compunción. († s. XII)

   Beato Adán Arakawa, catequista mártir

En Shiki, de Amakusa, Japón, beato Adán Arakawa, catequista mártir, que decapitado por la noche y en clandestinidad, mostró más ánimo que sus verdugos. († 1614)

   San Lucas Vu Ba Loan, presbítero y mártir

En Hanoi, en Tonkín, san Lucas Vu Bá Loan, presbítero y mártir, decapitado en tiempo del emperador Minh Mang por su fe en Cristo. († 1840)

   Santos Domingo Toai y Domingo Huyen, mártires

En la ciudad de Tang Gia, también en Tonkín, santos Domingo Toai y Domingo Huyen, mártires, que, siendo padres de familia y pescadores, bajo el emperador Tu Duc consumaron su martirio al ser quemados vivos tras los tormentos sufridos en la cárcel, donde exhortaban a los compañeros a mantener la fe. († 1862)

   Beata Margarita Szewczyk, virgen y fundadora

En Nieszawa, Polonia, Beata Margarita (Lucía) Szewczyk, virgen, fundadora de la Congregación de las Hijas de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores. († 1905)


LITURGIA DE HOY


DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

Pentecostés

El domingo de Pentecostés

156. El tiempo pascual concluye en el quincuagésimo día, con el domingo de Pentecostés, conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (cfr. Hech 2, 1-4), de los comienzos de la Iglesia y del inicio de su misión a toda lengua, pueblo y nación. Es significativa la importancia que ha adquirido, especialmente en la catedral, pero también en las parroquias, la celebración prolongada de la Misa de la Vigilia, que tiene el carácter de una oración intensa y perseverante de toda la comunidad cristiana, según el ejemplo de los Apóstoles reunidos en oración unánime con la Madre del Señor.

Exhortando a la oración y a la participación en la misión, el misterio de Pentecostés ilumina la piedad popular: también esta "es una demostración continua de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Éste enciende en los corazones la fe, la esperanza y el amor, virtudes excelentes que dan valor a la piedad cristiana. El mismo Espíritu ennoblece las numerosas y variadas formas de transmitir el mensaje cristiano según la cultura y las costumbres de cualquier lugar, en cualquier momento histórico".

Con fórmulas conocidas que vienen de la celebración de Pentecostés (Veni, creator Spiritus; Veni, Sancte Spiritus) o con breves súplicas (Emitte Spiritum tuum et creabuntur...), los fieles suelen invocar al Espíritu, sobre todo al comenzar una actividad o un trabajo, o en situaciones especiales de angustia. También el rosario, en el tercer misterio glorioso, invita a meditar en la efusión del Espíritu Santo. Los fieles, además, saben que han recibido, especialmente en la Confirmación, el Espíritu de sabiduría y de consejo que les guía en su existencia, el Espíritu de fortaleza y de luz que les ayuda a tomar las decisiones importantes y a afrontar las pruebas de la vida. Saben que su cuerpo, desde el día del Bautismo, es templo del Espíritu Santo, y que debe ser respetado y honrado, también en la muerte, y que en el último día la potencia del Espíritu lo hará resucitar.

Al tiempo que nos abre a la comunión con Dios en la oración, el Espíritu Santo nos mueve hacia el prójimo con sentimientos de encuentro, reconciliación, testimonio, deseos de justicia y de paz, renovación de la mente, verdadero progreso social e impulso misionero. Con este espíritu, la solemnidad de Pentecostés se celebra en algunas comunidades como "jornada de sacrificio por las misiones".

Día de Pentecostés, en el que se concluyen los sagrados cincuenta días de la Pascua y se conmemoran, junto con la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos en Jerusalén, los orígenes de la Iglesia y el inicio de la misión apostólica a todas la tribus, lenguas, pueblos y naciones (elog. del Martirologio Romano).

Misa del día de la solemnidad (rojo).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. prop., embolismos props. en las PP. EE. No se puede decir la PE IV. Despedida con doble «Aleluya».

 LECC.: vol. I (B).

- Hch 2, 1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

- Sal 103: R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

- 1 Cor 12, 3b-7. 12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

O bien: Gál 5, 16-25: El fruto del Espíritu.

- Secuencia: Ven, Espíritu divino.

- Jn 20, 19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo.

O bien: Jn 15, 26-27; 16, 12-15: El Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.

En Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, celebraban los israelitas la Alianza del Sinaí, escrita en las tablas de piedra que Dios entregó a Moisés, y por la que fueron constituidos en pueblo de Dios. Estando reunidos todos los discípulos en ese día, a los cincuenta de la resurrección de Cristo, vino sobre ellos el Espíritu Santo, la ley de la Nueva Alianza, escrita no ya en tablas de piedra sino en el corazón de cada creyente. En este día comenzaron a ser el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, abierto a todo el mundo como se expresa en el don de lenguas que recibieron (cf. 1 lect. y Pf.). Ya antes, Jesús resucitado había dado el Espíritu Santo a los apóstoles para que pudieran perdonar los pecados. El Espíritu sigue viniendo a nosotros por el bautismo y nos une así a todos formando un solo cuerpo en Cristo.

* DÍA DE LA ACCIÓN CATÓLICA Y DEL APOSTOLADO SEGLAR (dependiente de la CEE, optativa): Liturgia del día, alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la orac. univ.

* Acabado el tiempo de Pascua, se apaga el cirio pascual, que es conveniente colocar en un lugar digno del baptisterio, para que, en la celebración del bautismo se enciendan en su llama los cirios de los bautizados.

* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.


Liturgia de las Horas: oficio de la solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elog. prop. de la memoria de la BVM, Madre de la Iglesia, y elogs. del 24 de mayo, pág. 325.

 

Antífona de entrada Sab 1, 7

El Espíritu del Señor llenó la tierra y todo lo abarca, y conoce cada sonido. Aleluya.

O bien: Cf. Rm 5, 5; 8, 11 

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya. 

 

Monición de entrada

Hoy, solemnidad de Pentecostés, celebramos la culminación de la Pascua. El Señor Jesús nos envía desde el Padre el don de su Espíritu: el Espíritu Santo que los profetas anunciaron y Cristo nos prometió; el Espíritu Santo que dio a la Iglesia naciente su primer impulso y constantemente actúa en ella. El Espíritu Santo que nos da el convencimiento de la fe y nos congrega en la unidad; que llena el universo con su presencia y promueve la verdad, la bondad y la belleza; que alienta en la humanidad la firme esperanza de una tierra nueva. 


Acto penitencial

Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:

- Tú, que por el Espíritu mueves nuestros corazones a la fe: Señor ten piedad.

R. Señor, ten piedad.

- Tú que has enviado al Espíritu para hacer de nosotros un solo pueblo: Cristo, ten piedad.

R. Cristo, ten piedad.

- Tú, que guías a la Iglesia por tu Espíritu: Señor, ten piedad.

R. Señor, ten piedad.


En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

 

Monición al Gloria

Se dice Gloria. Puede introducirse con la siguiente monición.

Cantemos (recitemos) el himno de alabanza invocando a Jesucristo, el Señor, sentado a la derecha del padre para interceder por nosotros.


Oración colecta

Oh, Dios, que por el misterio de esta fiesta
santificas a toda tu Iglesia en medio de los pueblos y de las naciones,
derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra
y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles,
aquellas maravillas que te dignaste hacer
en los comienzos de la predicación evangélica.
Por nuestro Señor Jesucristo. 


PRIMERA LECTURA
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar 

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-11)

AL CUMPLIRSE el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.

    Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:

    «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?

    Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».


Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL (Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34 [R.: cf. 30])
 
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
 
O bien: Aleluya.
 
V. Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.
 
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
 
V. Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
 
V. Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
 
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
 
 
SEGUNDA LECTURA
Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1 Cor 12, 3b-7. 12-13)

HERMANOS:

    Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.

    Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.

    Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

    Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.


O bien, para este año del cilco C:


SEGUNDA LECTURA
Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-17

Hermanos:

Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.

Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Así pues, hermanos, somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!».

Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él.

Palabra de Dios

R. Te alabamos, Señor
  

SECUENCIA DE PENTECOSTÉS


Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
 
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
 
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hambre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
 
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
 
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
 
 
Aleluya
 
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
 
V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor. R.
 
 
EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo
 
╬ Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 20, 19-23)
R. Gloria a ti, Señor.

AL ANOCHECER de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

    Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

    Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

    «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

O bien, para este año del cilco C:


EVANGELIO
El Espíritu Santo os lo enseñará todo

+ Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 15-16. 23b-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros.
El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana, Domingo, 20 de mayo de 2018

En la primera lectura de la liturgia de hoy, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés se compara a «un viento que soplaba fuertemente» (Hch 2,2). ¿Qué significa esta imagen? El viento impetuoso nos hace pensar en una gran fuerza, pero que acaba en sí misma: es una fuerza que cambia la realidad. El viento trae cambios: corrientes cálidas cuando hace frío, frescas cuando hace calor, lluvia cuando hay sequía... así actúa. También el Espíritu Santo, aunque a nivel totalmente distinto, actúa así: Él es la fuerza divina que cambia, que cambia el mundo. La Secuencia nos lo ha recordado: el Espíritu es «descanso de nuestro esfuerzo, gozo que enjuga las lágrimas»; y lo pedimos de esta manera: «Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas». Él entra en las situaciones y las transforma, cambia los corazones y cambia los acontecimientos.

Cambia los corazones. Jesús dijo a sus Apóstoles: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo […] y seréis mis testigos» (Hch 1,8). Y aconteció precisamente así: los discípulos, que al principio estaban llenos de miedo, atrincherados con las puertas cerradas también después de la resurrección del Maestro, son transformados por el Espíritu y, como anuncia Jesús en el Evangelio de hoy, “dan testimonio de él” (cf. Jn 15,27). De vacilantes pasan a ser valientes y, dejando Jerusalén, van hasta los confines del mundo. Llenos de temor cuando Jesús estaba con ellos; son valientes sin él, porque el Espíritu cambió sus corazones.

El Espíritu libera los corazones cerrados por el miedo. Vence las resistencias. A quien se conforma con medias tintas, le ofrece ímpetus de entrega. Ensancha los corazones estrechos. Anima a servir a quien se apoltrona en la comodidad. Hace caminar al que se cree que ya ha llegado. Hace soñar al que cae en tibieza. He aquí el cambio del corazón. Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renovaciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu es diferente: no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida. El Espíritu mantiene joven el corazón – esa renovada juventud. La juventud, a pesar de todos los esfuerzos para alargarla, antes o después pasa; el Espíritu, en cambio, es el que previene el único envejecimiento malsano, el interior. ¿Cómo lo hace? Renovando el corazón, transformándolo de pecador en perdonado. Este es el gran cambio: de culpables nos hace justos y, así, todo cambia, porque de esclavos del pecado pasamos a ser libres, de siervos a hijos, de descartados a valiosos, de decepcionados a esperanzados. De este modo, el Espíritu Santo hace que renazca la alegría, que florezca la paz en el corazón.

En este día, aprendemos qué hacer cuando necesitamos un cambio verdadero. ¿Quién de nosotros no lo necesita? Sobre todo cuando estamos hundidos, cuando estamos cansados por el peso de la vida, cuando nuestras debilidades nos oprimen, cuando avanzar es difícil y amar parece imposible. Entonces necesitamos un fuerte “reconstituyente”: es él, la fuerza de Dios. Es él que, como profesamos en el “Credo”, «da la vida». Qué bien nos vendrá asumir cada día este reconstituyente de vida. Decir, cuando despertamos: “Ven, Espíritu Santo, ven a mi corazón, ven a mi jornada”.

El Espíritu, después de cambiar los corazones, cambia los acontecimientos. Como el viento sopla por doquier, así él llega también a las situaciones más inimaginables. En los Hechos de los Apóstoles —que es un libro que tenemos que conocer, donde el protagonista es el Espíritu— asistimos a un dinamismo continuo, lleno de sorpresas. Cuando los discípulos no se lo esperan, el Espíritu los envía a los gentiles. Abre nuevos caminos, como en el episodio del diácono Felipe. El Espíritu lo lleva por un camino desierto, de Jerusalén a Gaza —cómo suena doloroso hoy este nombre. Que el Espíritu cambie los corazones y los acontecimientos y conceda paz a Tierra Santa—. En aquel camino Felipe predica al funcionario etíope y lo bautiza; luego el Espíritu lo lleva a Azoto, después a Cesarea: siempre en situaciones nuevas, para que difunda la novedad de Dios. Luego está Pablo, que «encadenado por el Espíritu» (Hch 20,22), viaja hasta los más lejanos confines, llevando el Evangelio a pueblos que nunca había visto. Cuando está el Espíritu siempre sucede algo, cuando él sopla jamás existe calma, jamás.

Cuando la vida de nuestras comunidades atraviesa períodos de “flojedad”, donde se prefiere la tranquilidad doméstica a la novedad de Dios, es una mala señal. Quiere decir que se busca resguardarse del viento del Espíritu. Cuando se vive para la auto-conservación y no se va a los lejanos, no es un buen signo. El Espíritu sopla, pero nosotros arriamos las velas. Sin embargo, tantas veces hemos visto obrar maravillas. A menudo, precisamente en los períodos más oscuros, el Espíritu ha suscitado la santidad más luminosa. Porque Él es el alma de la Iglesia, siempre la reanima de esperanza, la colma de alegría, la fecunda de novedad, le da brotes de vida. Como cuando, en una familia, nace un niño: trastorna los horarios, hace perder el sueño, pero lleva una alegría que renueva la vida, la impulsa hacia adelante, dilatándola en el amor. De este modo, el Espíritu trae un “sabor de infancia” a la Iglesia. Obra un continuo renacer. Reaviva el amor de los comienzos. El Espíritu recuerda a la Iglesia que, a pesar de sus siglos de historia, es siempre una veinteañera, la esposa joven de la que el Señor está apasionadamente enamorado. No nos cansemos por tanto de invitar al Espíritu a nuestros ambientes, de invocarlo antes de nuestras actividades: “Ven, Espíritu Santo”.

Él traerá su fuerza de cambio, una fuerza única que es, por así decir, al mismo tiempo centrípeta y centrífuga. Es centrípeta, es decir empuja hacia el centro, porque actúa en lo más profundo del corazón. Trae unidad en la fragmentariedad, paz en las aflicciones, fortaleza en las tentaciones. Lo recuerda Pablo en la segunda lectura, escribiendo que el fruto del Espíritu es alegría, paz, fidelidad, dominio de sí (cf. Ga 5,22). El Espíritu regala la intimidad con Dios, la fuerza interior para ir adelante. Pero al mismo tiempo él es fuerza centrífuga, es decir empuja hacia el exterior. El que lleva al centro es el mismo que manda a la periferia, hacia toda periferia humana; aquel que nos revela a Dios nos empuja hacia los hermanos. Envía, convierte en testigos y por eso infunde —escribe Pablo— amor, misericordia, bondad, mansedumbre. Solo en el Espíritu Consolador decimos palabras de vida y alentamos realmente a los demás. Quien vive según el Espíritu está en esta tensión espiritual: se encuentra orientado a la vez hacia Dios y hacia el mundo.

Pidámosle que seamos así. Espíritu Santo, viento impetuoso de Dios, sopla sobre nosotros. Sopla en nuestros corazones y haznos respirar la ternura del Padre. Sopla sobre la Iglesia y empújala hasta los confines lejanos para que, llevada por ti, no lleve nada más que a ti. Sopla sobre el mundo el calor suave de la paz y la brisa que restaura la esperanza. Ven, Espíritu Santo, cámbianos por dentro y renueva la faz de la tierra. Amén.

 

REGINA COELI.

Plaza de San Pedro. Domingo, 20 de mayo de 2018

 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la fiesta de hoy de Pentecostés culmina el tiempo pascual, centrado en la muerte y resurrección de Jesús. Esta solemnidad nos hace recordar y revivir el derramamiento del Espíritu Santo sobre los apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11). Aquel día se inició la historia de la santidad cristiana, porque el Espíritu Santo es la fuente de la santidad, que no es el privilegio de unos pocos, sino la vocación de todos. Por el bautismo, de hecho, estamos todos llamados a participar en la misma vida divina de Cristo y con la confirmación, a convertirnos en testigos suyos en el mundo.

«El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). «Dios quería santificar y salvar a los hombres, no individualmente y sin ninguna conexión entre ellos, sino que quiere convertirlos en un pueblo, reconociéndolo según la verdad y servirlo en santidad» (Cost. Dogm. Lumen gentium, 9).

Ya por medio de los antiguos profetas el Señor había anunciado al pueblo este designio suyo. Ezequiel: «Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. […] Vosotros seréis mi pueblo yo seré vuestro Dios» (36, 27-28). El profeta Joel: «Yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos e hijas profetizarán. […] Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. […] Todo el que invoque el nombre de Yahveh será salvo» (3, 1-2.5). Y todas estas profecías se realizan en Jesucristo, «mediador y garante de la efusión perenne del Espíritu» (Misal Romano, Prefacio después de la Ascensión). Y hoy es la fiesta de la efusión del Espíritu.

Desde aquel día de Pentecostés, y hasta el fin de los tiempos, esta santidad, cuya plenitud es Cristo, se entrega a todos aquellos que se abren a la acción del Espíritu Santo, y se esfuerzan en serle dóciles. Es el Espíritu el que hace experimentar una alegría plena. El Espíritu Santo, viniendo a nosotros, vence la sequedad, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece la maduración interna en la relación con Dios y el prójimo. Es lo que dice san Pablo: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22). Todo esto hace el Espíritu en nosotros. Por eso, hoy festejamos esta riqueza que el Padre nos da.

Pidamos a la Virgen María que obtenga hoy un Pentecostés renovado para la Iglesia, una renovada juventud que nos dé la alegría de vivir y testimoniar el Evangelio e «infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios» (Gaudete et exsultate, 177).

 

Monición al Credo

Se dice Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.

Proclamemos nuestra fe en Dios Padre, por Jesucristo, su Hijo, en la unidad del Espíritu Santo.

 

Oración de los fieles 

Oremos a Dios Padre, que por la muerte y resurrección de Cristo nos ha dado el Espíritu Santo.

- Por la Iglesia, extendida por todo el universo, para que, impulsada por el Espíritu Santo, permanezca atenta a lo que sucede en el mundo, haga suyos los sufrimientos, alegrías y esperanzas de los hombres de nuestro tiempo, intuya los signos caritativos que debe realizar y así pueda iluminarlo todo con el Evangelio. Roguemos al Señor.

- Por todos los pueblos y razas en la diversidad de culturas y civilizaciones, para que el Espíritu Santo abra los corazones de todos al Evangelio, proclamado en sus propias lenguas, y los guíe hasta la verdad plena. Roguemos al Señor

- Por nuestro mundo de hoy, sujeto a cambios profundos y rápidos, para que el Espíritu Santo, que abarca la historia humana, promueva la esperanza de un futuro mejor y vislumbremos el gran día de Jesucristo. Roguemos al Señor.

- Por todos los laicos, para que, renovados por el Espíritu Santo, sepan llevar el mensaje de Jesús a la vida de cada día en su trabajo, en su familia y en todos los lugares del mundo en el que viven. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, aquí reunidos, para que, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo, demos testimonio de nuestra fe. Roguemos al Señor.


Dios, Padre nuestro,
tu Espíritu ora con nosotros, dentro de nosotros;
escucha la oración de tu Iglesia, morada suya,
concédenos lo que el mismo Espíritu nos sugiere pedirte.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
 

Oración sobre las ofrendas

Te pedimos, Señor, que, según la promesa de tu Hijo,
el Espíritu Santo nos haga comprender más profundamente
la realidad misteriosa de este sacrificio
y se digne llevarnos al conocimiento pleno
de toda la verdad revelada.
Por Jesucristo, nuestro Señor


Prefacio
El misterio de Pentecostés

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Pues, para llevar a plenitud el Misterio pascual,
enviaste hoy el Espíritu Santo
sobre los que habías adoptado como hijos
por la encarnación de tu Unigénito.

El Espíritu que, desde el comienzo de la Iglesia naciente,
infundió el conocimiento de Dios en todos los pueblos
y reunió la diversidad de lenguas en la confesión de una misma fe.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles,
cantan el himno de tu gloria diciendo sin cesar:
 
R. Santo, Santo, Santo...
 

Antífona de comunión Hch 2, 4- 11 

Se llenaron todos de Espíritu Santo y hablaron de las grandezas de Dios, aleluya.



Oración después de la comunión 

Oh, Dios, que has comunicado a tu Iglesia los bienes del cielo,
conserva la gracia que le has dado,
para que el don infuso del Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza,
y el alimento espiritual acreciente su fruto para la redención eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
 

Se puede utilizar la bendición solemne. Espíritu Santo.


Dios, Padre de los astros, que [en el día de hoy]
iluminó las mentes de sus discípulos
derramando sobre ellas el Espíritu Santo,
os alegre con sus bendiciones y os llene con los dones del Espíritu consolador.
 
R. Amén.
 
Que el mismo fuego divino,
que de manera admirable se posó sobre los apóstoles,
purifique vuestros corazones de todo pecado
y los ilumine con la efusión de su claridad.
 
R. Amén.
 
Y que el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe
a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas
os conceda el don de la perseverancia en esta misma fe,
y así podáis pasar de la esperanza a la plena visión.
 
R. Amén.
 
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo  y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
 
R. Amén.
 
Para despedir al pueblo, el diácono, o el mismo sacerdote, canta (si no se canta, se dice):

Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.
 
R. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

 

 

TERMINA EL TIEMPO PASCUAL

Acabado el tiempo de Pascua, se apaga el cirio pascual, que es conveniente colocar en un lugar digno del baptisterio, para que, en la celebración del bautismo, se enciendan en su llama los cirios de los bautizados.

Donde el lunes o también el martes después de Pentecostés son días en los que los fieles deben o suelen asistir a misa, puede utilizarse la misa del domingo de Pentecostés o decirse la misa votiva del Espíritu Santo.


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